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22. La obra musical

No iba a mentir. Sentí como si me hubiera quitado un gran peso de encima en cuanto le dije todo lo que le tenía que decir a mi madre. El miedo, el resentimiento, la culpa, todo eso se había desvanecido finalmente. Mi madre no me ha dirigido la palabra desde esa corta discusión, pero estaba bien; en realidad, estaba perfecto, porque no quería hablarle. Aún no la perdonaba por haberme internado en ese orfanato.

Presioné los botones de la máquina expendedora, y sonreí con los labios sellados, complacida, cuando el paquete de galletas cayó hasta la pequeña gaveta. Justo cuando volví a enderezarme, después de haberme agachado para sacar las galletas, encontré a un sonriente Kevin parada junto a mí.

—Lo siento, ¿estoy en Riverdale o en Krustyland?

Ni siquiera con mi comentario borró el gesto.

—Graciosa —dijo, con mucha más alegría de lo normal. Lo miré con sospecha—. Verás, Harley... Llegaste justo a tiempo para la obra musical que estoy dirigiendo.

—Oh —comprendí, y sonreí aliviada—. ¿Quieres que sea la fotógrafa?

—En realidad —dijo con voz aguda y rostro inocente—, quiero que seas Carrie. ¡Por favor! Eres perfecta para el papel, y te he escuchado cantar. Si hay alguien que podría competir contra Josie, ésa eres tú. ¿Qué dices?

—De ninguna ridícula manera —sentencié.

Antes de que pudiera insistir, Cheryl llegó taconeando y maneando sus caderas con sonrisa de superioridad.

—¡Kevin! —exclamó— Escuché del musical. Imagino que aún no has elegido a Carrie.

—De hecho, Cheryl...

—Perfecto. Ya no tienes que seguir buscando —declaró emocionada, obteniendo una mirada confusa por parte de Kevin—. Obviamente soy la Carrie White de Riverdale.

Me llevé una Oreo a la boca para obligarme a masticar y no sonreír con burla, mientras Kevin me volteó a ver con súplica en sus ojos. Me despedí con un movimiento de manos y salí de la sala de descanso con el paquete de galletas en mano, mi mochila en el hombro y una idea en mi cabeza.

Después de ese incómodo momento entre Kevin y Cheryl, pasé el resto del día con Jughead y Betty, quien me explicó lo furiosa que estaba con Verónica por haberle mentido sobre la prisión, la clausura de la Preparatoria del Sur y muchas otras cosas. A decir verdad, la espina también se enterró en mí cuando escuché todos los sucios secretos que salieron a la luz gracias a Ethel Muggs.

Sobretodo, estaba enojada con Archie. Siempre ha sido un chico fácil de manipular, pero ahora sólo me parecía un estúpido por la forma en que se dejaba envenenar por los Lodge. La primera vez que le dirigí la palabra desde mi regreso fue cuando estaba ayudando al señor Andrews...

Tras haber rechazado la oferta de Kevin para interpretar a Carrie White, prometí ayudarle con la obra de otra forma: la escenografía. Por lo cual, al volver a casa, toqué la puerta de la casa de los Andrews, y sonreí cuando el padre de Archie atendió.

—Hola, Harleen —saludó con una sonrisa amable—. Archie no está en casa.

—No busco a Archie, señor Andrews —respondí, mordiéndome la lengua para evitar dejar salir un insulto antes del nombre del pelirrojo—. Lo busco a usted.

—Oh. ¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó con voz amable.

—Kevin me comentó que va a ayudar a construir la escenografía, y me preguntaba si podría ayudarle. Soy fuerte, dedicada, y me atrae la idea de aprender lo que pueda sobre carpintería —admití.

El señor Andrews sonrió contento.

—Claro que sí, Harleen. Todos son bienvenidos a ayudar.

Mientras mi clase estaba ensayando en el auditorio de la escuela y Jughead documentaba todo, yo iba al taller del señor Andrews a ayudarle en todo lo que necesitara. Conforme los días, me enseñó las cosas más básicas de la carpintería, como las herramientas y su modo de usarlas. Trabajar con la madera era tan relajante y útil para callar mis pensamientos como lo era la mecánica. El señor Andrews me felicitó un par de veces por mi progreso, lo que me alentó todavía más a seguir yendo.

Cuando entré al taller, con un dibujo en mano que Kevin había trazado para la escena que faltaba construir, me acerqué al señor Andrews, que estaba charlando con Archie.

—Aquí está el diseño que faltaba, señor Andrews —le dije apenas llegué al lado de ambos Andrews, tendiéndole el papel enrollado.

—Gracias, Harleen —respondió, tomando el dibujo.

—No tenía idea de que estabas ayudando a mi papá —comentó Archie, viéndome con el ceño fruncido.

—Quería ayudarle a Kevin con la obra, desde que se sintió un poco conmigo porque rechacé su oferta de interpretar a Carrie, y la idea de aprender un poco de carpintería terminó por convencerme en ofrecer mi ayuda con la escenografía —expliqué, encogiéndome de hombros.

—Esta niña tiene talento —halagó el señor Andrews, señalándome con el lápiz en su mano, mientras miraba a Archie con una sonrisa divertida—. Apenas lleva una semana aquí y ya usa el cincel como una profesional.

—Gracias, señor Andrews.

Me quedé un rato observando a Archie y a su padre trabajar, y un sentimiento de nostalgia me golpeó. El recuerdo de mi padre fue como una bofetada y una daga en el corazón. Aunque odiara a mi padre, una parte de mí lo extrañaba.

—Buenas tardes, caballeros. Harleen —saludó Hiram Lodge al entrar al taller, tomándonos por sorpresa. Habíamos estado tan concentrados en el trabajo, que no lo habíamos visto llegar. Miró el lugar con una sonrisa que me disgustó, parecía un tigre a punto de atrapar a su presa—. Vine a ver cómo va el show que estoy produciendo... y encuentro a Fred Andrews.

El señor Andrews dejó el taladro en la mesa, sin dejar de observar al señor Lodge con furia en sus ojos. En su lugar, yo no hubiera dejado la herramienta.

—Estoy donando mi tiempo libre, Hiram —contestó, visiblemente con pocas ganas de charlar con el hombre de traje negro.

El señor Lodge se quedó en silencio un par de segundos, con una enorme sonrisa en su rostro.

—¿Archie ya te llevó a dar una vuelta?

Tanto el señor Andrews como yo lo miramos confusos, mientras Archie se tensó y le envió una mirada Hiram Lodge, con una mezcla de traición y preocupación.

—Señor Lodge...

—¿En el Firebird que le compré? —siguió diciendo, metiendo el dedo en la yaga mucho más profundo. Qué imbécil, pensé al entender la situación— Por todo lo que nos ha ayudado —dijo, dándole un amistoso apretón en el brazo a Archie.

—Sí —dijo el padre de Archie, el dolor atravesado en su cara, a pesar de su intento por ocultarlo—, es un auto muy bonito.

—Sí —estuvo de acuerdo Hiram—. Un joven jamás olvida su primer auto.

Ese fue el último golpe que terminó por destrozar el corazón de cristal del señor Andrews.

Hiram Lodge se fue con un aire de superioridad y el sentimiento de haber ganado, mientras el señor Andrews dejaba caer el taladro con enfado sobre la mesa y salía por el otro lado del taller.

—Eres un idiota, Archie —mascullé, recogiendo mi mochila del suelo y colgándola de mi hombro para irme.

Me volteó a ver con el ceño fruncido, luciendo ofendido y molesto.

—¿Disculpa?

—Me oíste bien —contesté—. Eres la pequeña perra de Hiram Lodge y lo suficientemente idiota como para desperdiciar la suerte que tienes por tener un padre tan bueno.

—No sabes de lo que hablas, Harley —respondió de mala gana, apretando la mandíbula.

—No olvides que el día en que tus padres te dijeron que se iban a divorciar, mi padre me estaba golpeando en la cocina antes de que mi madre lo echara a la calle —dije, mirándolo a los ojos. Él relajó la mandíbula—. Así que sí, sí sé de lo que hablo, Archie. Mientras tu padre ha estado siempre para ti, te ama, te apoya y daría la vida por ti, tú le das la espalda por el diablo encarnado al que nunca le importarás una mierda. Ojalá no sea demasiado tarde cuando te des cuenta.

Esas fueron mis palabras antes de darle la espalda y salir del taller con humo saliendo por mis orejas. Archie Andrews se había vuelto un verdadero imbécil últimamente.

Aguarda. ¿De verdad le dijiste todo eso? —preguntó Betty sin creérselo.

—Por supuesto que lo hice —asentí, aunque no pudiera verme—. Archie ha sido un verdadero asno casi exactamente desde que empezó a buscar la aprobación de Hiram Lodge.

Bueno, no voy a negar que ha estado diferente desde lo del Enmascarado, pero no es su culpa.

—Ah, no. Sólo es culpa de su falta de capacidad para pensar él solito —resoplé, poniendo los ojos en blanco. Acaricié mi cabello, que estaba revuelto y esparcido sobre mi almohada. Miré el techo con atención—. Cambiando de tema, ¿cómo va la obra? ¿Algo de drama fuera el escenario?

No desde la amenaza del supuesto Enmascarado.

—¿Siguen creyendo tú y Jug que lo hizo Ethel?

—suspiró—, pero aún no tenemos pruebas. Estamos buscando extender nuestra lista de sospechosos.

—¿Qué hay de Midge? —sugerí, aunque muy insegura— No ha habido más amenazas desde que la pusieron a ella como Carrie, y era la suplente.

No lo sé —dudó Betty—. Es una buena teoría, pero no me imagino a Midge haciendo algo así.

—Yo tampoco —concedí—, pero no se me ocurre alguien más que pueda tener un motivo para quitar a Cheryl, a parte de Ethel. Tienes que admitir que es un poco rara, incluso para mí, que mi mejor amigo es alguien que se llama Jughead.

Cierto —dijo, riendo levemente—. Y ahora, cambiando el tema a uno más alegre... ¿cómo va todo con Sweet Pea?

La sonrisa me llegó hasta las orejas, y me mordí el pulgar para evitar soltar un chillido de emoción.

—Estoy loca por él —confesé—. Es la perfecta combinación de dulce y varonil. Sólo... me siento tan bien cuando estoy con él. No me juzga, ¿sabes? Y la forma en que me mira y me trata, me hace sentir...

¿Especial? —preguntó Betty con la emoción notoria en su tono de voz— Te entiendo.

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