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21. La rebelión

Desperté sintiéndome como nueva. La comodidad de la cama, totalmente diferente a la del orfanato, me ofreció los buenos días con mucho gusto. Inhalé y exhalé, aspirando el aroma de Sweet Pea, impregnado en la tela que envolvía la almohada.

Conforme cada segundo, sentí mi cuerpo recuperando su original energía y estabilidad; todo rastro de los calmantes se había desvanecido. Me estiré, disfrutando de la sensación de moverme a mi gusto, y me volteé... encontrándome con él.

Estaba profundamente dormido, respirando pacíficamente. Sólo estaba usando unas bermudas de chándal como las que me había prestado, su torso desnudo y cubierto por su brazo, que tenía cruzado sobre él. Sus ojos, un poco cubiertos por el ondulado mechón que tenía en la frente, estaban tranquilamente cerrados. Estaba recostado de lado, la mitad de su cara tocando la almohada.

Me levanté en silencio, cuidando no tocarlo, y pasé por la cocina para tomar un gran vaso de agua. Observé la hora en el pequeño microondas y me dirigí al baño con calma, recordando que, a pesar de ser las diez de la mañana, era domingo.

Me cepillé los dientes con el dedo y enjuague bucal, me lavé las manos y la cara con agua y jabón, y desenredé mi cabello antes de recogerlo en un moño alto. Vi por el reflejo que mis labios ya no estaban resecos y mis mejillas habían perdido lo irritado por las bofetadas.

Regresé a la cama, y me detuve para mirarlo. Estaba acostado bocarriba ahora, con un brazo sobre su estómago y el otro doblado con la mano bajo la almohada. La sábana estaba enredada en sus piernas.

No pude evitar morderme el labio, pensando en las cosas que sucedieron la última vez que estuve aquí. Lo había extrañado más de lo que imaginé que haría, pero los recuerdos de esa noche habían logrado hacerme sonreír como una tonta por un par de días, incluso en ese infierno.

Caminé de puntas hasta él, agradeciendo que la alfombra en el suelo anulara cualquier ruido superficial. Lentamente, y siendo precavida de no hacer ningún movimiento brusco, me subí a la cama, pasando una pierna alrededor de su torso. Y al mismo tiempo en que me senté sobre su regazo, me incliné sobre él y deposité un suave y húmedo beso en su tatuaje.

Inmediatamente, sentí un bulto creciendo bajo mi centro, por lo que cuidé no sentarme con todo mi peso. Subí un camino de besos hasta su oreja y mordí el lóbulo, mientras mis manos recorrían lenta y suavemente su pecho desnudo.

Un ruido desde lo profundo de su garganta se escuchó, un gruñido de placer, vibrando contra mis manos. Sonreí satisfecha.

—Buenos días —susurré en voz muy baja a su oído.

Sus manos se movieron hacia mis piernas, su tacto quemando de una manera placentera, y subieron por debajo de los pantaloncillos de baloncesto, viajando hasta mis glúteos. Gemí cuando apretó la zona con sus dos manos.

—Te quedaste —murmuró.

Me levanté sólo lo suficiente para mirarlo.

—No volveré a irme. Al menos, no sin avisarte —bromeé, y él sonrió en el beso que me acerqué a darle, pero borró el gesto cuando moví mis caderas y él apretó de nuevo mis glúteos, ayudándome a moverme otra vez.

Sacó las manos de las bermudas, me tomó por la cintura y me recostó, poniéndose sobre mí.

¿Puede una mañana ser más placentera?

Mi pregunta fue respondida cuando me quitó su playera y comenzó a esparcir besos desde mi cuello hasta la línea de mi bikini.

Desde el celular de Sweet Pea llamé a Jughead, pidiéndole que le llamara a Betty y, siendo lo más discreta posible, se metiera a mi casa, me hiciera una maleta con ropa, artículos esenciales y lo necesario para la escuela.

—¿Estás segura de que no quieres quedarte? —preguntó Sweet Pea, acarciciando mi hombro con su mano, sus anillos enviándome corrientes de frío por el cuerpo.

—Por más que me encante la idea de tener más días como estos —admití, disfrutando de la caricia, aún mirando el celular que acababa de usar para llamar a Jug—, sabes que no puedo quedarme.

—¿Y si intenta llevarte a otro lado?

Lo miré con ojos enternecidos por su preocupación, y besé su mentón. Estábamos recostados, todavía desvestidos, con sólo la sábana cubriéndonos. Volví a recargar mi cabeza sobre su pecho y él continuó las caricias en mi brazo.

—No lo hará —le aseguré—. Confía en mí, tengo una idea.

Casi lo escuché sonreír.

—Tú siempre tienes una idea, ángel.

Sonreí con él, y cerré los ojos. Me di cuenta de que no había sentido tanta paz en mucho tiempo, probablemente desde que murió mi abuelo y mi padre se fue de la casa. Hacía bastante que no tenía esa cálida sensación que generalmente uno experimenta con la familia, con el hogar. Estar con Sweet Pea, era como haber encontrado mi lugar en el mundo.

Pasamos el resto del día en cama y vimos las películas que tenía en DVD, aunque casi todas eran de caricatura y unas cuantas de acción. Comimos de la sopa instantánea que tenía en su gaveta, lo que a él le preocupó que no me gustara. Sin embargo, prácticamente la devoré.

—¡Amo esta cosa! —exclamé, lamiendo mis labios.

Sweet Pea me miró entre confuso y divertido.

—Creí que la odiarías.

Respolé.

—¿Bromeas? En mi casa sólo hay ensaladas y frutas. Es muy frustrante. Si hay algo que nunca vas a encontrar en la cocina de mi madre, es comida chatarra o grasosa. Por eso no come en Pop's —Rodé los ojos—. ¿Pero yo? Toda mi vida he hecho un poco de trampa a escondidas, gracias a Jughead. Él es la razón por la que como de todo —admití, encogiéndome de hombros.

Después de comer, seguimos viendo películas y charlando cosas trivales. Me puso al tanto de todo lo que había ocurrido con las Serpientes. Lo besé en la mejilla, como agradecimiento, cuando relató lo que hicieron por Betty y mi tía Alice.

—Realmente lo aprecio. Betty es como una hermana para mí. Si algo le hubiera pasado...

—A decir verdad, me he comportado como un asno con todos últimamente —confesó. Fruncí el ceño, confundida—. Estaba enojado porque creí que te habías ido a esa universidad, sin dar explicaciones o despedirte. Así que... me desquité con Betty y Jughead. En realidad, con todos. Incluso con Fangs.

Tomé su mano y le di otro beso en la mejilla.

—Está bien. Entiendo. Sólo... te pido que no seas duro con ella. Es mi familia —pedí, mirándolo a los ojos. Él asintió—. Eres algo gruñón, ¿verdad? —me burlé. Volteó los ojos— No sé qué haré el día que te enojes conmigo.

—No importa por qué o por cuánto tiempo me enoje, ángel —dijo, negando con la cabeza. Lo miré con una ceja arqueada, sin creerle—, yo nunca te lastimaría.

No estaba muy segura de que pudiera prometer algo así, y menos que yo debería creerle. Pero decidí hacerlo, porque me gustaba mucho y era muy diferente a Reggie. Sinceramente, esperaba no terminar con el corazón roto otra vez.

—¿Lo prometes?

Me miró sospechoso, probablemente preguntándose el porqué de mi inseguridad.

—Lo prometo —me dijo, asintiendo—. Y a cambio, necesito que me prometas algo.

—¿Qué cosa?

—Soy del Sur, y pertenezo a las Serpientes. Ellos son mi familia —explicó—. Pero con todo lo que está pasando, puede que las cosas se pongan muy mal. Prométeme que, si las circunstancias se vuelven peligrosas y demasiado riesgosas, retrocederás. No te quedarás. Sabrás salirte y dejarme, por tu bien.

Lo que me pedía no era para asegurar su bienestar, sino el mío. Aquello me derritió por dentro. Pero no me podía imaginar a mí misma abandonándolo sólo por que las cosas se volvieran complicadas.

—Sweet Pea...

—Promételo, Harley —pidió, su voz sonando más seria.

Le di una pequeña sonrisa calmante, e infantilmente crucé mis dedos en mi espalda sin que se diera cuenta.

—Lo prometo.

Después de pasar la segunda noche con Sweet Pea, me di cuenta de que en serio no quería irme, pero después de clases no volvería a su tráiler, sino a mi casa. Por suerte, Betty me llevó justamente lo que le pedí y tuve ropa limpia para ponerme hoy y todo lo necesario para arreglarme y asearme. Ahora cargaba con esa maleta deportiva que Betty había agarrado de mi clóset para guardar mis cosas, y mi mochila. Lo único que me faltaba conseguir, era un celular. Más tarde tendría que abrir mi alcancía y comprar uno en el Supermercado.

Tuve la esperanza de pasar desapercibida y que nadie se hubiera dado cuenta de que no asistí a clases por una semana. Sin embargo, deseé demasiado. Todos parecían haberse enterado de dónde estuve todos esos días, y ahora me miraban igual que como lo hicieron cuando lastimé a Reggie: como a una psicópata.

—Bueno, ¿qué tal un cocodrilo contra un tiburón? —preguntó Fangs, alzando sus cejas, insistente con que el cocodrilo (su animal favorito) era el animal más peligroso.

—También creo que perdería —respondí, sonriendo divertida por los extraños y repentinos temas que Fangs estaba sacando. Abrió la boca para protestar, pero lo interrumpí—. Contra un hipopótamo también.

—Cerebrito —resopló, rendido, y se puso a remover con el tenedor la comida que había comprado de la cafetería.

Sweet Pea se rio junto conmigo.

Dado que la mesa donde estábamos sentados estaba en el otro exteremo de la entrada a la cafetería, pude ver cuando Cheryl Blossom entró con un caminar y semblante de superioridad. La chica que vi en el orfanato se había desvanecido, y me dio gusto. Ese lugar pudo habernos transformado hasta un punto en que fuera imposible volver a nuestra verdadero yo.

Podría jurar que vi sus ojos aguarse cuando me vio. Me levanté y caminé directamente hacia ella, y ella ayudó a acortar la distancia al hacer lo mismo. Todos en la cafetería nos miraron, pensando que pelearíamos. Sin embargo, lo que hicimos fue abrazarnos.

—Me alegra tanto que estés bien —dijo en el abrazo, y nos separamos—. Toni me dijo que le avisó a Sweet Pea. No pude dormir en toda la noche pensando que yo había escapado y tú seguías ahí.

—No fue tu culpa, Cheryl —la tranquilicé, y ella sonrió de lado con un toque entristecido—. La bruja de Woodhouse cerró con llave la puerta, no había nada que pudieran hacer. Al menos una tenía que salir. Si se hubieran quedado a intentar, probablemente tú tampoco hubieras salido.

—Lamento que te torturaran usándome —dijo, y tomó mis manos, dándoles un apretón—. Y gracias por cuidarme.

—No te preocupes —le dije, sonriéndole con la misma tristeza que ella—. Y yo también quiero disculparme —añadí, devolviéndole el apretón de manos—, por lo que ocurrió ese día en las duchas, y agradecerte también. Si no hubieras hecho lo que hiciste, probablemente seguiría estúpidamente enamorada de él, perdonándole todas sus idioteces.

Cheryl dejó salir una risa nasal, y asintió.

—Y yo me disculpo por lo que hice. Ni siquiera me gustaba. Sólo estaba enojada porque ese día entregaron las calificaciones y tu promedio fue ligeramente más alto que el mío.

Ahora yo me reí, y nos miramos a los ojos por unos silenciosos segundos.

—Te ofrezco la paz, Cheryl Blossom —sonreí sincera.

—Y yo te ofrezco la mía, Harleen Hamilton —imitó, y nos soltamos las manos, sellando el pacto—. Y como regalo por nuestra tregua, quiero ofrecerte también una audición para las Vixens.

Arqueé las cejas, bastante sorprendida. Ella sabía que ningún equipo deportivo me aceptaba por los eventos ocurridos en la ducha, y que de hecho me habían expulsado de voleibol, baloncesto y béisbol.

—No creo estar hecha para los pompones..., pero lo pensaré, Cheryl, gracias.

—¡Perfecto! —celebró Toni, mirándonos con ternura e ilusión, llegando por nuestro lado— Ahora mi chica y la chica de mi mejor amigo son amigas. Qué utópico —bromeó, y nosotras reímos con ella.

La cafetería completa seguía en silencio, sin creerse lo que acababan de presenciar. Las juradas enemigas, Cheryl Blossom y Harleen Hamilton, acababan de ordenar alto al fuego.

—¿Qué fue eso? —preguntó Sweet Pea cuando volví a sentarme a su lado.

Fangs se mostró tan interesado como él.

—Cheryl y yo hicimos las paces, después de lo que pasamos en el orfanato —expliqué, encogiéndome de hombros—. Incluso me ofreció una audición para ser parte de las Vixens.

Fangs levantó sus cejas en señal de asombro, tal y como yo había hecho.

—Eso sería sexy —admitió Sweet Pea con la voz baja y sugerente, mirándome con una pequeña sonrisa ladina. Me abarazó por la cintura y se acercó a susurrar en mi oído—. Verte a ti bailando... en falda... apoyándome en mis partidos de baloncesto, no se me ocurre otra forma para animarme a ganar y luego llevarte a casa para celebrar.

Me sonrojé tanto que sentí una ola de calor y solté una risa nerviosa. Sweet Pea pareció encantado con mi reacción.

—Agh, ustedes dos son como conejos en primavera —se quejó Fangs con una mueca de asco—. En serio, hombre, parece que estás a punto de devorarla.

Creí que las miradas despectivas y los susurros sobre mi internación al orfanato durarían algunos meses, pero también en eso me equivoqué. Al verme acompañada por Sweet Pea, la Serpiente más intimidante de la escuela, todo aquello cesó. Logré evitar un par de peleas entre él y algunos idiotas; lo cual ayudó a entender que su paciencia pronto se acabaría y el siguiente en hacerme algún comentario estúpido saldría herido.

No iba a negarlo: su lado protector me encantaba, en especial porque ya no sentía que debía mantener mi guardia en alto todo el tiempo, ahora que él me cubría las espaldas con tanta ferocidad. Aunque eso no significaba que fuera a dejarlo lastimarse para defenderme.

Ni siquiera necesité armarme de valor para bajarme de la motocicleta y caminar al interior de la casa (donde sabía que mi madre esperaba, pues su auto estaba estacionado frente al pórtico), porque el resentimiento dominaba por encima de cualquier otra emoción.

Me despedí de Sweet Pea con un beso, sin preocuparme por que mi madre se asomara por la ventana y me viera. Él no se fue hasta que abrí la puerta, que estaba sin llave, y entré a la casa.

Tal y como imaginé, mi madre esperaba sentada en el comedor con sus brazos sobre la mesa y sus manos unidas. Parecía una ejecutiva preparada para negociar con uñas y dientes. Pero yo no iba a negociar.

—Escuché que escapaste.

—No, madre —respondí de inmediato—. Me rescataron. Hay una diferencia. Me rescataron del infierno al que tú me enviaste contra mi voluntad.

Apretó la mandíbula y el agarre de sus propias manos.

—Lo hice para protegerte —quiso explicar, sólo diciendo la mtiad de la verdad—, para que tuvieras un mejor futuro.

Mi futuro, mis decisiones. Mis errores —declaré, avanzando hasta el comedor. Tomé el respaldo de la silla, que estaba en el lado contrario de ella, entre mis manos, y lo usé como apoyo—. Estoy cansada de que quieras controlarme. Ni siquiera debería escuchar tus consejos. Nunca estás, y cuando estás, no tienes ni una pizca de interés por convivir conmigo. Así que no te extrañes por que me haya dolido que mi propia madre me entregara a unas lunáticas, que no dejaban de decir que querían curarme y arreglarme, pero que no me haya sorprendido. Por Dios, algo tan frío como lo que hiciste ¡no me sorprendió! —me reí con amargura— ¿Qué tan mala madre tiene que ser una para que su propia hija no se sorprenda con algo como eso?

Mi madre no respondió, pero tampoco parpadeó o se inmutó.

—¡Mírate! Ni siquiera muestras una emoción, además de desinterés o enojo —exclamé—. Olvídalo, yo no quiero ni voy a ser como tú.

Siguió sin contestar, pero no dejó de observarme.

—Jughead es como un hermano para mí, y me gusta Sweet Pea. ¿Pero sabes qué? Tendrás que lidiar con eso, porque no voy a dejar que los alejes de mí, y ellos no van a dejar que me apartes. No importa a dónde quieras llevarme, ellos siempre van a encontrarme y traerme de regreso. Así que, dame tu mejor golpe, porque igual voy a superarlo.

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