14. El ángel
Después de que FP se llevó a Tall Boy con la compañía y ayuda de otra Serpiente en una camioneta, la gente empezó a dispersarse por el bar y a hablar de lo ocurrido. Hog Eye volvió a poner la música.
—Hombre, no sé por qué no me sorprende que fuera Tall Boy —comentó Fangs.
—Ya me tenía harta con sus ataques, de todas maneras —añadió Toni, encogiéndose de hombros—. Aunque el culpable haya salido, los avisos de desalojo siguen en nuestras puertas. Así que el exilio es nada, comparado con lo que se merece.
Fangs suspiró entristecido al recordar los avisos.
—Iré por un trago. ¿Vienen? —nos invitó, tanto a Toni como a Sweet Pea y a mí.
—Sí, me vendría bien algo de Jack Daniel's —Toni suspiró, abrazándose a sí misma.
—Gracias, pero ya debería irme a casa. El último autobús sale dentro de poco —expliqué.
Fangs y Toni ni siquiera miraron a Sweet Pea, probablemente prediciendo que él me acompañaría.
—No tienes que irte en autobús —dijo cuando me volteé a mirarlo, y acarició un mechón de mi cabello antes de pasarlo detrás de mi oreja—. Puedo llevarte.
Lo consideré por un momento, pero dejé de dudar cuando vi a Betty yéndose con Jughead del bar. Sonreí complacida de verlos juntos. Tal vez, con suerte, esta noche tomen la decisión de volver a estar juntos.
Recordando que mi madre tenía el turno de noche hoy, asentí con una sonrisa que él me devolvió. Me tomó de la mano y me llevó fuera del Whyte Wyrm.
—Pero primero tenemos que pasar por la moto a mi tráiler.
Caminamos en silencio hacia el parque Sunnyside, zigzagueando varios tráileres. Había familias, parejas y niños platicando afuera de sus casas rodantes, algunos con fogatas y otros sólo cenando en mesas de plástico. Aunque se veían animados, la tristeza y la preocupación flotaba en el aire. Todas estas personas, al menos la mayoría, se quedarían sin hogar en menos de dos semanas.
Me detuve cuando Sweet Pea lo hizo, pero no podía apartar la mirada de mi alrededor. Quería ayudarlos, necesitaba descubrir la manera de que al menos retrasaran el desalojo por unos cuantos meses. Sin embargo, como en muy pocas ocasiones, ninguna idea vino a mi cabeza.
—¿Qué ocurre? —preguntó, notando que no me había movido, cuando él ya había descubierto su motocicleta. Leyó la ansiedad y preocupación en mi cara cuando lo miré— Vamos a estar bien. Tranquila.
—No tengo que recordarte que puedo acoger a unos cuantos, ¿verdad? —me aseguré, arqueando una de mis cejas. Sweet Pea no quiso verme a los ojos— Mi jardín es bastante grande para algunas tiendas de campaña, y tengo el granero. Sólo necesitarían ayudarme a sacar el Jeep.
—¿Tienes un Jeep?
No sé si lo preguntó para cambiar el tema, o porque realmente le dio curiosidad.
—Me lo dejó mi abuelo al fallecer.
Vi la empatía en sus ojos, lo que me dio ternura. Volví a tomar su mano y le sonreí.
—Lo lamento.
—Está bien —dije, y suspiré, prefiriendo cambiar el tema—. Es un auto viejo, con muchas fallas y piezas que incluso sirven más como basura que como decoración. Me costó trabajo lidiar con su muerte, porque éramos muy unidos; pero, por suerte, me enseñó todo lo que sabía de mecánica antes de morir, y trabajar en el auto me ayuda.
Se quedó mirándome unos instantes y observé cómo la confusión aparecía poco a poco.
—¿Recuerdas que soy un poco lista?
Sweet Pea soltó un bufido, divertido.
—¿Un poco?
—A veces me pongo a pensar demasiado. Y cuando digo demasiado, hablo de miles de pensamientos al mismo tiempo. La mecánica, por extraño que suene, me distrae y me relaja. Por eso no me gusta mucho ir a clases, aunque nunca falte. Un pensamiento me lleva a otro, y cuando me doy cuenta, estoy resolviendo problemas matemáticos de nivel de doctorado. Es cansado y me dan dolores de cabeza después.
En sus ojos brilló la impresión y la preocupación.
—Tranquilo, encontré mi ancla, así que los dolores no son tan seguidos —prometí. Lo vi relajar los hombros—. Mi mamá mandó insonorizar el granero porque pongo la música muy alta mientras trabajo.
—¿Estás tratando de convencerme de que me quede contigo? —preguntó, entre divertido y cansado de que siguiera ofreciéndole mi pequeño taller— Lo resolveré, ángel. No te preocupes.
Decidí no insistir. No parecía contento con tener que aceptar el techo de alguien más por no poder suministrárselo él mismo. Lo entendía. No era un chico siendo echado de su casa por sus padres, era un chico perdiendo su casa.
—Está bien. Me quitas una preocupación de encima —dije, encogiéndome de hombros con la cara más inocente y aliviada que pude poner.
Entrecerró los ojos.
—¿Cuál?
—Me preocupaba que con tu altura me rompieras el techo —me burlé, echando mi cabeza hacia atrás para mirarlo, fingiendo estar frente a un rascacielos.
Se rió y me atrajo juguetonamente hacia él, abrazándome.
—No creo que eso pueda pasar, a menos que el techo esté diseñado especialmente para ti.
—Diseñado especialmente para mí —bufé—. A ti deberían diseñarte un techo especial. ¿Cuánto mides? ¿Tres metros?
—Uno con noventa, pero parezco de tres porque tú apenas alcanzas el metro.
Me reí contra su pecho, y él me meció en el abrazo.
—En serio, ¿cabes en tu casa? Estás enorme —hablé sin dejar de sonreír.
—Me acostumbré después de unos cuantos golpes —bromeó.
No podía verle la cara, pero lo imaginaba sonriendo. Sabía que no lo decía en serio, pero no dudaba que el techo estuviera a treinta centímetros de tocarle el cabello.
—Apuesto a que has roto un par de focos.
—Ya no —dijo con tono orgulloso.
Me separé para mirarlo extrañada, sin entender a qué se refería. Simplemente tomó mi mano y me guió hacia su tráiler.
Cuando sacó las llaves y abrió, dejándome pasar primero, los focos no fueron lo primero que busqué apenas encendió la luz. Inmediatamente noté que no era como había esperado.
Tenía todo limpio y recogido, sus paredes no tenían pósteres de mujeres en bañador provocativo ni de motocicletas, sólo tenía estampas triviales, un par de imanes abrebotellas en su refrigerador y la bandera colgando en una de las paredes.
Junto a su cama había un mueble de dos puertas, que supuse que usaba como ropero, a juzgar por la camisa que colgaba de una de las manijas. El baño estaba al fondo, después de la cocina, cerca de la cual había un comedor con dos sillas. Frente a la cama, de modo que necesitaba recostarse de lado para mirarla, estaba una vieja televisión sobre una silla de madera con un DVD encima y una pila de películas junto a una de las patas de la silla. Caí en cuenta de que sólo había una cama.
—No es mucho, pero...
—Es cómodo, mucho más espacioso de lo que parece desde afuera —lo interrumpí, como si no lo hubiera escuchado—. ¿Coleccionas estampas? —señalé sus paredes y techos.
—No exactamente —respondió—. Sólo pego los que encuentro por casualidad, no es como si quisiera tapizar las paredes —dijo, encogiéndose de hombros.
La pregunta bailó un poco en mi lengua hasta que decidí atreverme.
—¿Vives solo?
Sweet Pea sólo asintió, de forma apenas perceptible.
—Mi padre se fue cuando tenía dos años, así que no lo recuerdo; mi hermano se unió al ejército a los dieciocho, y mi madre tiene problemas con la bebida y el mal carácter, así que me fui de casa.
Me ardieron las orejas.
—¡Oh!
—No te avergüences, ángel. Después me uní a las Serpientes y todo mejoró.
—No me avergüenzo —dije, mientras jugueteaba con los mechones sueltos de pelo y decidía arreglármelo y hacerme un moño, para intentar ignorar el incómodo silencio.
—Me gusta el estilo natural que llevas hoy.
Resoplé, evitando mirarlo.
—Querrás decir "sucio". Estaba trabajando en el Jeep cuando Steve me llamó por la cabeza de Pickens.
Cuando levanté la mirada, Sweet Pea seguía con los ojos clavados en mí. Sólo necesitó dar un par de pasos para reducir la distancia a treinta centímetros entre nosotros.
—Eso fue muy amable de tu parte —comentó—. Aunque me sorprendió un poco escuchar que conoces a Steve.
—A veces le surjen piezas que me sirven para el coche. Le dejé mi número después de un par de veces haber ido a rebuscar entre la basura, para que me llamara si encontraba algo útil. A cambio, le llevo una bolsa de gomitas.
Arqueó las cejas con desconfianza.
—Suena raro, pero es cierto. Llévale gomitas y escupirá la información que quieras, o te conseguirá la basura que le pidas.
—Lo tendré en mente.
—Noté que tienes películas en disco. Mi mamá tiró las mías cuando cumplí diez. Quería que me concentrara en los estudios —rodé los ojos—. Claro que después me revelé un poco y le dije que lo último que quería era pararme frente a una pizarra a explotar mi cerebro resolviendo ecuaciones.
—No puedes culparla. Sólo quiere que aproveches tu protencial.
Negué con la cabeza.
—Lo que quiere es que sea como ella, o mejor.
—Si tu mamá es una genio, ¿qué hace en Riverdale? ¿Por qué no irse a un hospital prestigioso en alguna ciudad?
—Por muchas razones... Porque nació y creció aquí, y le parecía el lugar perfecto para tener una familia. Además, no quería separarse de mi tía Alice. No lo parece, pero aún la ve como su hermana mayor, no olvida que la cuidó desde siempre. Sobretodo, mi padre no quería dejar Riverdale, especialmente por mi abuelo.
Volví a echarle un vistazo al tráiler. Sonreí y señalé una de las tres lámparas que iluminaban el lugar, esperando cambiar el tema a uno más ameno.
—Lámparas de acampar colgando de la pared —comprendí—. Muy creativo... y decorativo.
—Gracias —sonrió, cruzándose de brazos con un toque divertido en su tono—. ¿No te preocupa llegar tarde?
No sonó con la intención de correrme o llevarme a casa de inmediato, sino con tono preocupado. Eran las diez quince, por lo que leí en el reloj de mi celular. Había pasado mi toque de queda, sin embargo...
—Mamá tiene el turno de noche hoy —expliqué—. Pero sí, creo que debería irme. No he hecho la tarea —traté de excusarme, tragando saliva con dificultad. Sabía perfectamente que no quería irme, pero me avergonzaba decirlo.
Sweet Pea se acercó más, dejando apenas unos centímetros de espacio entre ambos. Mi respiración se cortó por un momento, y mi corazón brincó tanto que me pareció que quería escaparse. Acunó mi mejilla, y lo miré expectante. Me miró a los ojos y luego a los labios, que no pude evitar dejar entreabiertos, dándole permiso de besarme.
Volvió a subir la mirada hasta mis ojos y susurró:
—¿No puedes quedarte un poco más? —más que preguntarme, me lo pidió. Mi corazón latió tan rápido que casi lo pude escuchar— No tiene que pasar nada, sólo... podemos ver una película —sugirió.
Sabía que el mismo deseo que se reflejaba en sus ojos estaba también en los míos. Podíamos decir que jugaríamos cartas, o que sólo charlaríamos..., pero los dos sabíamos que deseábamos un poco más.
—Una película —acepté, asintiendo—. Después tengo que irme. No puedo arriesgarme a que dejen salir temprano a mi madre y resulte que no estoy cuando llegue. Aún no he podido hablar con ella sobre... nosotros —murmuré, mojándome los labios.
Asintió, sin apartar la vista de mi boca, y mi corazón se saltó un latido. Antes de que tuviera la oportunidad de tomar la iniciativa de acercarme, él lo hizo primero y me besó. Lento y suave. Sus labios eran tiernos, como siempre, hasta que le mordí el labio inferior, convirtiendo el beso en algo menos tierno.
Se inclinó, deslizando sus manos en una lentitud dolorosa y placentera, hasta que tomó mis piernas y me levantó. Rodeé su torso con mis piernas mientras él me sostenía, acariciándome los cachetes del trasero con ambas manos.
Caminó sin dejar de besarme, sólo teniendo que avanzar un par de metros, y se giró y se sentó en el borde del colchón, dejándome sentada sobre su regazo con mis piernas apretando su cadera y mis pies colgando de la cama.
Dejé salir un gemido cuando empezó a besar mi cuello. Quise pedirle que no me dejara ninguna marca, pero cuando succionó con fuerza, mi mente quedó en blanco. No me importaba que me dejara un chupetón, o diez. Si él quería marcarme todo el cuerpo, lo dejaría.
Bajé la chaqueta de sus hombros y él se encargó de terminar de quitársela, aventándola a alguna parte del tráiler, y después la camisa cuadriculada que llevaba sobre la playera.
Nuestras respiraciones agitadas se sincronizaron, sus dedos bajaron los tirantes de mi overol, dejándolo caer y revelando mi blusa negra con manchas de aceite del carro. Me sentí algo apenada, así que rápidamente me la quité, quedando en un sujetador color lila con un diminuto moño blanco entre las copas.
—Me vuelves loco —jadeó con voz rasposa, como si estuviera sediento.
Gemí ante sus palabras, y él continuó con sus besos por mi cuello y bajó hacia mi clavícula. Ansiosa, me aferré de sus hombros, clavándole las uñas ante la necesidad de sus caricias. Sus labios bajaron hasta el valle de mis senos y su lengua acarició mi piel, haciéndome gemir.
Me mordí el labio para obligarme a callar, y mi cuerpo decidió enfocar la energía en otra parte. Sweet Pea iba tan lento, torturándome, pero lo disfruté tanto que no iba a oponerme a su ritmo. Sin embargo, opté por presionarlo un poco...
Gimió y me agarró las piernas con fuerza apenas me sintió sobre él. Sentí el bulto bajo mi húmedo centro, y la fricción al moverme no sé si me volvió más loca a mí o a él. Gruñó mi nombre sobre la tela de mi sujetador, y eso despertó mis cinco sentidos en su máximo potencial.
—Aguarda —supliqué, mi voz ahogada entre bajos gemidos. Mi respiración cada vez sonaba más acelerada. Sweet Pea me miró, tan agitado como yo. Cerré los ojos con fuerza, temerosa. Junté mi frente con la suya—. No puedo hacer esto.
Sweet Pea cerró la boca, tratando de respirar por la nariz para calmarse. Asintió, sin separar su frente.
—Lo siento, tienes razón. No debí...
—No —lo callé, acunando su mejilla izquierda, y acaricié su pómulo con mi pulgar—. No puedo hacerlo si sólo estamos jugando. Necesito —busqué aire, un poco nerviosa—... Necesito saber qué es esto, asegurarme de que estamos en la misma página.
Sweet Pea me miró a los ojos, probablemente recordando que una vez, no hace mucho, me rompieron el corazón de una manera cruel y cruda.
—¿Recuerdas... la primera vez que nos vimos? —preguntó.
Fruncí el ceño, confundida.
—En el Whyte Wyrm, claro que lo recuerdo.
—No.
—Oh —comprendí, y me sonrojé al recordarlo—. ¿Hablas de la carrera contra los Diablos?
Para mi sorpresa, volvió a mover la cabeza en negación.
—Mucho antes de eso. ¿En serio no lo recuerdas?
Sonaba decepcionado.
—Tal vez estás confundido...
Separó su frente de la mía, y miró hacia abajo.
—Fue la última noche del Twilight. Las Serpientes estábamos ahí, haciendo algo de ruido.
—¿Y...?
Sweet Pea suspiró, parecía triste de que no lo recordara.
—Estaba haciendo ruido con Joaquín, cuando una norteña se levantó de la parte trasera de una camioneta y amenazó con pisarnos con sus zapatillas si no nos callábamos. Y nos reímos.
Me cubrí el rostro con las manos apenas el recuerdo me golpeó. Sentí mi cara hirviendo contra mis manos. Lo escuché reírse por lo bajo ante de mi reacción, repentinamente contento, al darse cuenta de que ya lo recordaba.
—Seguimos haciendo ruido, pero esta vez no fue la misma la que se levantó para callarnos.
Acarició mi cintura con cariño, pero yo me negué a destaparme la cara. Casi pude oírlo sonreír de oreja a oreja.
—Por favor, Harley no lo hagas —suplicó Kevin por segunda vez, jalándome de la muñeca.
—Demonios, Kevin. Estoy harta. Quiero ver la maldíta película en paz y esos tipos no se callan—macullé, y me levanté a pesar de sus protestas. Tomé el bate de béisbol que había traído, tras haber sido advertida por Jughead que las Serpientes vendrían esta noche, y con él golpeé el techo del carro. No sólo las Serpientes voltearon a verme con el ruido, sino todo el autocinema—. ¡Hey! —grité seguido del golpe, y descansé el bate en mi hombro— Tal vez pensaron que ella no hablaba en serio, pero cometerán un gran error si creen que yo no lo hago, así que cierren la maldita boca de una vez.
El publicó silbó y aplaudió, agradeciendo el segundo intento de callarlos. Excepto que, esta vez, ninguna Serpiente se rió. Ofendidos, muchos me miraron amenazantes. Sabía que ninguno actuaría, de cualquier manera. El sheriff Keller estaba cerca y FP (el padre de mi mejor amigo desde que tengo memoria) estaba con las Serpientes.
Uno de ellos, con barba negra y abundante, quiso enfrentarme, pero un chico lo detuvo, poniendo su brazo en el camino y enviándole una intimidante advertencia con los ojos, lo que me confundió.
El chico era alto (muy alto, probablemente de 1.90) con cabello azabache y corto, ligeramente peinado con un poco de gel hacia un costado y un mechón curveado rebeldemente sobre su frente. Sus ojos eran oscuros, de un tono de café que casi parecía negro.
Les sonreí con cinismo y me senté de nuevo en la cajuela de la camioneta, y Verónica y Kevin me miraron asombrados.
—Eso fue muy rudo —dijo Verónica con una gran sonrisa antes de volver a prestarle atención a la película—. Por fin vi a Harley Quinn en acción.
Kevin me miró con el ceño fruncido.
—¿Qué pasa?
—Acabo de ver a un chico muy guapo —admití, aún en shock.
—Oh, por Dios, ¡yo también! —susurró.
—¿Ya lo recuerdas? —susurró en mi oído, enviándome una ola de escalofríos— Te viste tan ardiente, con tus mofletes rojos y el bate en tu hombro. Como un ángel enojado —se rió por lo bajo.
Tomó mis muñecas, obligándome a quitar las manos de mi cara con cuidado, y las colocó sobre sus hombros. Mordisqueó el lóbulo de mi oreja y acarició el hélix con su lengua. Dejé salir un suspiro, cerrando los ojos otra vez, y sólo disfruté.
Di un pequeño brinco, sorprendida, cuando su mano bajó de mi cintura hasta mi vientre, y con sus dedos acarició mi núcelo sobre la mezclilla. Sufrí un espasmo de placer y me aferré a sus hombros con fuerza.
—Y yo sólo podía pensar en que acababa de conocer a la chica de mis sueños —susurró, su voz tornándose ronca y más grave—. Mi propio ángel caído.
Me dolió el pecho del sentimiento. Sweet Pea se había ganado mi corazón en todos los sentidos.
Sus palabras fueron la gota que derramó el vaso. Lo besé en la boca, y sólo me separé para quitarle la playera, después quitándome yo mis zapatos y calcetines.
Gemí contra su boca cuando nos giró y me dejó entre él y la cama. Las sábanas estaban frías. Terminó de quitarme el overol y lo dejó caer fuera de la cama. Sus manos quemaron y sus anillos contrastaron, por el metal helado contra mi piel, cuando me acarició, recorriendo cada centímetro con anhelo, mientras yo le quitaba su cinturón.
Sonreí complacida cuando lo vi retorcerse bajo el tacto de mi mano en la parte delantera de su bóxer, tocando el bulto rígido y grueso presionando contra la tela delgada y pegada, en la prueba de su deseo.
Los nervios me nacieron cuando volvió a besar mis senos, metió la mano entre el colchón y yo, y desabrochó el sostén. Se levantó para observarme, pero pronto descendió la mirada hacia mis bragas. Cerré los ojos, avergonzada, cuando tomó la única prenda que me quedaba. Recordé con alivo que acababa de depilarme dos días atrás, así que me despreocupé por eso.
Sabía que mis mejillas se habían sonrojado al dejar expuesta mi parte más íntima, pero cuando no escuché ni sentí nada, me atreví a mirarlo. Sus ojos habían cambiado, ahora eran negros. Eran hermosos y exóticos. Vi la pasión en su mirada intensa y cómo se lamía los labios, asegurándome que estaba disfrutando de la vista.
—Eres tan hermosa —dijo con voz áspera, agarrando mis piernas con fuerza y enterrando sus dedos en mi piel. Jadeé—. Tan suave y tierna.
Su voz me excitaba más de lo que creía posible, y mi estómago se contrajo por la necesidad. No dudé en envolver mis piernas alrededor de sus caderas cuando se tumbó sobre mí y se quitó la única ropa que nos separaba.
Y todo fue tan perfecto como nunca imaginé que podía ser.
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