13. La cabeza de bronce
Mi madre le había pagado al señor Andrews para que insonorizara el granero, sabiendo que me gustaba trabajar en con música fuerte para callar mis pensamientos cuando éstos se eran demasiados para controlar. La mejor manera de distraerme, era con la mecánica.
El auto de mi abuelo paterno, un Jeep blanco que me heredó al fallecer, era un desastre en el interior. Toda su vida fue un mecánico, y todos los días de su vejez estuvo aferrado a reparar su preciado Jeep, y aunque nunca lo logró, sí me enseñó todo lo que sabía antes de morir por un ataque al corazón. Por lo tanto, yo hacía todo mi esfuerzo por restaurarlo. Sentía que se lo debía.
Justo estaba trabajando en cambiarle las balatas (que por fin había logrado comprar la semana pasada) cuando mi celular vibró en el bolsillo de mi overol de mezclilla, al que le había cortado las piernas en verano para dejarlo como shorts. Apagué la música con el control de la bocina que tenía en el otro bolsillo y respondí al ver el identificador de llamadas: "Steve (depósito de chatarra)"
—¿Steve?
—Hola, Harleen.
—Hola. ¿Encontraste algo útil? Justo estoy en mi taller.
—No, no. Llamo por el volante sobre la cabeza de Pickens. Tú lo pusiste, ¿no?
Mi corazón se detuvo en ese instante. Jughead y Betty habían puesto volantes por todo el Norte y el Sur, con la esperanza de que la cabeza de Pickens apareciera y alguien la encontrara. En tal caso, esa persona eventualmente encontraría el volante y llamaría. Ya que ellos debían asistir a la fiesta de Confirmación de Verónica, temían no escuchar el teléfono y perder la llamada. Por eso, terminaron poniendo mi celular.
—Sí, sí. Fui yo —respondí rápidamente, llena de ansiedad.
Coloqué las balatas con cuidado sobre la mesa de trabajo.
—Creo que tengo lo que estás buscando —se rió con simpatía, parecía divertido por el hecho de haber encontrado una cabeza de bronce—. ¿Puedes venir al depósito? No olvides traer lo de siempre.
—Estaré ahí en veinte minutos —aseguré antes de colgar.
Steve, del depósito de chatarra, me conocía desde hace un par de años, exactamente cuando empecé a arreglar el Jeep. Al ver que iba seguido para buscar piezas sueltas, me sugirió dejarle mi número de teléfono en caso de que encontrara algo que funcionara para el Jeep y así guardármelo antes de que alguien más se lo llevara.
Estuve llamando a Betty y Jughead, pero ninguno respondía. Así que, sin más opción, tomé el autobús hacia el Sur, donde se encontraba el depósito de chatarra.
—¡Betty! —exclamé apenas me regresó la llamada— Les he estado llamando por media hora.
—Lo siento, estaban haciendo un brindis y no escuché el celular —dijo, sonando preocupada—. ¿Está todo bien?
—Sí. Llamaron por el volante. Voy para allá ahora mismo.
—¿Dónde?
—El depósito de chatarra de Steve, está en el Sur. Ahí los veo. Dense prisa.
o
Jughead y Betty me siguieron, conscientes de que conocía bien el lugar por las veces que había venido a buscar piezas para el Jeep.
—Steve —lo llamé, y él salió detrás de un establecimiento pequeño que tenía para descansar.
—Hola, Harleen —saludó, luego mirando a Jughead y Betty con curiosidad—. ¿Vienen por la cabeza también?
—Así es. ¿La tienes?
—Eso depende —dijo, mirando a los costados—. ¿Traes lo de siempre?
—Oh, claro —recordé. Jughead y Betty me miraron raro, pero no hicieron preguntas cuando saqué una bolsa de gomas de cereza de mi pequeña mochila—. Ten.
Steve sonrió, tomó la bolsa de dulces como si fuera un billete de lotería y la escondió bajo su brazo con egoísmo.
—Ya sabes que acá tengo mucha basura y siempre encuentro cosas raras..., pero esta es la primera vez que veo una cabeza de bronce —expresó, y levantó lo que parecía una pesada maleta, dejándola caer en el capó de un viejo Tsuru—. Estaba escondida en un viejo refrigerador.
Me acerqué junto con ambos a mirar en el interior de la maleta cuando Steve abrió el zipper. Los tres nos sonreímos. Ahí estaba la cabeza de Pickens. Sólo faltaba el culpable.
—¿Pudo ver quién la tiró? —preguntó Jughead— ¿Vio a alguien sospechoso?
—Siempre hay carroñeros, pero la semana pasada vino un tipo. Nunca lo había visto antes. Dijo que quería repuestos para su motocicleta, pero no compró nada.
—¿Le dijo su nombre? —insistió Betty con ansiedad. Steve negó con la cabeza— ¿Cómo era?
—De mala calaña —dijo, limpiándose las manos con un trapo probablemente más sucio. Entonces, sus ojos se iluminaron de reconocimiento al ver a Jughead—. Tenía una chaqueta de ésas.
Jughead y Betty intercambiaron miradas. Ya tenían un sospechoso.
—¿Ese hombre, de casualidad era muy alto?
—Sin duda.
Eso fue suficiente para adivinarlo: Tall Boy.
o
Lo primero que hicimos fue ir a Sunnyside, el parque de tráileres, para buscar a FP, quien se mostró aliviado al ver la cabeza, y bastante enojado cuando Jughead le dijo el nombre del verdadero culpable.
Cuando Jughead me explicó que habría una votación entre las Serpientes para determinar si lo elegían a él o a Penny Peabody, los engranajes en mi cabeza empezaron a moverse.
—Aguarda. ¿Penny Peabody? Creí que le habías dado un susto de muerte y le habías cortado el tatuaje en Greendale.
—¿Tú lo sabías? —casi exclamaron FP y Betty, mirándome horrorizados.
—¡Claro que lo sabías! —comprendió FP, tallándose los ojos con estrés— Ustedes dos van a terminar en prisión algún día.
—Por Dios, Harley. ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué no lo detuviste?
—Era un secreto —respondí con obviedad—. Además, ¿detenerlo? Amenazar a Penny fue mi idea.
—¿Qué? —casi gritó FP, aunque Betty no parecía sorprendida— ¿Secuestrar, exiliar y cortar a Penny fue tu idea?
—No, no. Ella sólo sugirió que la amenazara —dijo Jughead—. El resto lo planeé yo.
FP nos miró con reproche.
—Ustedes dos son como un par de mellizos malvados —gruñó FP.
—Jug, ¿dices que Tall Boy le pidió ayuda a Penny?
—Sí... —dijo, entrecerrando los ojos, empezando a entender el camino que estaban tomando mis palabras.
—¿Quién dice que no trabajaron juntos desde un principio? Piénsalo. Ambos te odian, y de esta manera conseguían sacarte de la ecuación —sugerí.
—Si estás en lo cierto, debemos apresurarnos —declaró FP.
Los tres lo seguimos hacia el Whyte Wyrm, donde Jughead sacó la cabeza de la maleta antes de entrar al establecimiento. La música estaba fuerte, pero Hog Eye, el dueño del bar, la apagó cuando FP gritó:
—¡Paren la maldita votación!
Tall Boy se giró sobre su propio eje cuando lo escuchó, encontrándonos a los cuatro encarándolo, Jughead con la cabeza de Pickens en manos. FP tomó la silla más cercana y casi la estampó contra el piso, en medio del lugar.
Noté a Sweet Pea junto a Toni y Fangs, y le di una media sonrisa tranquilizadora ante la confusión que los tres tenían en sus caras.
—Siéntate, Tall Boy —invitó, aunque sonaba más a una orden.
Tall Boy, frente a los ojos de todos, no tuvo más opción que obedecer, aunque lo hizo con la frente en alto y cara de póquer. No había indignación en su cara, por lo que supe que ni siquiera iba a mentir.
Todos alrededor formaron un círculo, prestando atención al interrogatorio que sería llevado a cabo. Sweet Pea se acercó hasta mí, seguido de Toni y Fangs. Betty no se separó de mi lado.
—¿Por qué no nos dices qué hacías en el depósito la semana pasada? —preguntó FP con el coraje en su voz, aunque de forma tranquila. Se sentó en una silla pacientemente, quitándose el paliacate negro que tenía amarrado alrededor del cuello.
—No sé de que hablas —contestó.
—¡De que tú cortaste la cabeza de la estatua y la dejaste en el depósito de chatarra!
—¿Qué están haciendo aquí dos norteñas? —acusó irritado— Esto es asunto de las Serpientes.
Sentí a Sweet Pea acercarse más, tanto que mi espalda estaba prácticamente recargada sobre su abdomen, de forma protectora, y me tomó por las caderas con sus dos manos.
—Betty es una de nosotros —respondió Jughead.
—Y la pequeña Harleen aquí, es amiga de Steve, del depósito de chatarra. Así que Steve le llamó, y le dijo todo sobre cómo te vio dejando la cabeza de Pickens en un viejo refrigerador —contestó FP, cubriendo sus nudillos con el paliacate—. ¡Empieza a hablar! —gritó.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Alguien te lo ordenó?
—¡Contesta! —reordenó FP, poniendo su mano en el hombro de Tall Boy con intención intimidante.
—Porque me harté de que las Serpientes se debiliten bajo tu mando. Me visitó Hiram Lodge. Quería agitar las aguas. Dijo que, si tomaba la cabeza, McCoy y la policía nos acosarían a todos.
Jughead intercambió miradas con su padre, ambos hartos de escuchar el nombre de Hiram Lodge.
—Así que Hiram Lodge te pidió que iniciaras un motín y le ayudaste —resumió Jughead, con furia desatada en sus ojos—. ¿Por qué?
—Pensé que sería mi oportunidad para deshacerme de ti, dulzura —masculló Tall Boy—. Y si me deshacía de él, podía deshacerme de ti también, FP.
—¿Y después qué? —ladró FP— ¿Serías el líder?
—Él y Penny —comprendió Jughead. Noté a todas las Serpientes intercambiando miradas iracundas por la traición—. Eres un Judas, Tall Boy, y un idiota.
—Nos traicionaste, Tall Boy, y rompiste nuestra ley —habló FP—. ¿Qué haremos con este traidor?
—Quitarle la chaqueta —dijo Jughead de inmediato, sin dejar de mirar a Tall Boy a los ojos—, y expulsarlo.
—Los que estén a favor... —pidió FP, alzando la mano para votar a favor.
Todos los presentes, incluida Betty, levantaron la mano.
Yo me quedé cruzada de manos, pues no tenía derecho a votar, dado que no pertenecía a las Serpientes; pero Sweet Pea, cuando quitó su mano derecha de mi cadera para levantarla, se llevó la mía en el camino, haciéndome votar con él. Miré hacia arriba y por encima de mi hombro, extrañada. Él se inclinó y susurró en mi oído.
—Estás conmigo, ángel —dijo, su aliento frío dándome escalofríos en la nuca—, siéntete libre votar.
Me dio un vuelco el corazón, y cubrí su otra mano en mi cadera, acariciándole el dorso con el pulgar. De nuevo, ese sentimiento de felicidad me llegó como un golpe.
Primero muñeca, y ahora ¿me había llamado ángel?
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