12. Avisos de desalojo
—Jughead Jones, Betty Cooper y Harleen Hamilton a mi oficina, por favor —solicitó el director Weatherbee por los altavoces—. Jughead Jones, Betty Cooper y Harleen Hamilton a mi oficina, por favor.
Cerré la puerta de mi casillero, mirando la bocina como si fuera el director, confundida. ¿Para qué nos querría en su oficina, y por qué nosotros tres?
Tratando de pensar qué podría haber pasado, me dirigí a la oficina, pero antes de llegar, Sweet Pea y Fangs intervinieron, interceptándome a mitad del pasillo.
—Eh... ¿todo bien? —pregunté.
—¿Ocurrió algo? —preguntó Fangs, asustado— ¿Se enteraron de que me hiciste la tarea de Historia?
—¡Shhh! —lo callé.
Sweet Pea frunció el ceño y nos miró.
—¿Le hiciste la tarea de Historia?
—¡Shhh! —lo calló Fangs.
Sweet Pea lo empujó.
—Tenía galletas y no quería darme. A cambio le ofrecí la tarea de Historia. Valió la pena —expliqué—. En cuanto al director, no creo que sea nada malo. Tal vez sólo quiera hablar sobre el periódico escolar.
Y estuve en lo correcto...
—Desde que se publicó su artículo contra el General Pickens, entre otros, ha habido mucha indignación. Lo último fue una llamada del abogado de Hiram Lodge, un tal Sowerberry, para decir que su cliente podría demandar al Azul y Oro.
—¿Con qué bases? —preguntó Jughead.
—Por difamación, señor Jones —respondió con voz dura—. Los tres quedan suspendidos inmediatamente del periódico. Tienen un día para sacar sus artículos personales.
Suspiré, descruzándome de brazos, y salí con la cara larga en compañía de Jughead y Betty. Dado que en las oficinas del Azul y Oro no tenía nada personal, no los seguí. Lo único que yo hacía ahí era entregar las fotografías que me solicitaban, por lo que sólo hacía uso de mi cámara, que tenía guardada en casa.
Al escuchar la campana, fui a buscar a mi casillero los libros que necesitaba. Apenas lo cerré, con los dos libros ya en la mochila, Sweet Pea se acercó desde el suyo (que estaba a veinte pasos del mío).
—¿Qué te dijo?
Lo miré con el ceño fruncido, confundida sobre por qué parecía tan ansioso. Actuaba como si yo hubiera hecho algo malo y me pudieran descubrir en cualquier momento. Sin embargo, decidí no cuestionarlo.
—Nos suspendieron del Azul y Oro, por los artículos publicados que mencionan a Hiram Lodge. Al parecer, su abogado —dije, rodando los ojos— llamó para decir que podían demandar por difamación —bufé—, como si todo lo dicho hubiese sido una mentira.
Estiró su mano hacia mi cara, rozando las yemas de sus dedos con mi piel al pasar un mechón de mi cabello detrás de mi oreja. Me sonrojé, y miré el pasillo, asegurándome de que no hubiera nadie.
Sweet Pea se cruzó de brazos, recargándose sobre un par de casilleros junto al mío.
—Lamento que te suspendieran.
Me encogí de hombros, tratando de restarle importancia.
—Está bien. No quiere decir que vaya a dejar de usar mi cámara. Lo malo es que mi suspensión será registrada en mi archivo —suspiré, recargándome igual que él.
—Vamos, seguramente es la primera cosa mala que ponen en tu archivo.
—La segunda —admití, incómoda con el rumbo que estaba tomando la conversación—. Hice algo hace tiempo que se quedará por siempre en mi archivo. Pudieron haberme expulsado, pero sólo me sacaron del equipo de béisbol, baloncesto y voleibol.
—¿Por qué?
—Porque a Weatherbee no le conviene perderme como alumna —resumí. Él siguió confundido—. He puesto a la escuela en el mapa en muchas ocasiones. Tengo el promedio más alto, muchas universidades me han buscado desde que tengo diez años... El año pasado gané ese concurso en donde los más inteligentes del país participan.
Sweet Pea se vio bastante impresionado.
—Ahora lo entiendo —asintió, aún procesándolo—. Si no te gradúas de esta escuela...
—Pierden el prestigio de decir que dos genios (mi madre y yo) han estudiado aquí, y el número de premios que pongo en su vitrina no seguirá aumentando —completé.
La campana resonó por toda la escuela. Suspiré, aún ligeramente decepcionada por haber sido suspendida del periódico escolar, ya que era la única actividad extracurricular que tenía, y que además compartía con Betty y Jughead.
—Tengo clase de Cálculo. Nos vemos después.
o
En el almuerzo, Sweet Pea me sonrió desde la mesa donde él y las Serpiente estaban sentadas, Jughead incluido. Le devolví la sonrisa y tomé asiento en la mesa de Betty, Kevin, Verónica y Archie. Antes no importaba que me sentara con él porque éramos amigos. Ahora que obviamente había algo más, debía cuidarme de las especulaciones, o mi madre se terminaría enterando antes de que pudiera decir "serpiente", me castigaría de por vida y me prohibiría verlo.
Al terminar el descanso, me fui a la clase de Historia con Betty, hablando sobre qué actividad podíamos hacer ahora que no estábamos en el periódico. Betty se calló y me miró nerviosa y confundida cuando vio a Sweet Pea caminar hacia mí con un semblante intimidante.
—¿Está todo bien entre ustedes? —murmuró antes de que se acercara demasiado.
—La última vez que revisé, sí —contesté, tan perdida como ella—. Te veo adentro.
Betty asintió y se metió al aula, mientras yo me quedaba afuera. Acorté los pasos faltantes para llegar a él y le sonreí, pero él ni por asomó se veía feliz.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Me preocupó verlo tan serio y desconfiado. Mi sonrisa se esfumó.
—Claro.
—¿Te avergüenza que te vean conmigo?
Sus intensos ojos oscuros, penetrándome el alma, buscando respuestas en mis ojos, me agrietaron el corazón. Boqueé, me sentí pálida y fría. Demasiado aturdida para encontrar las palabras, recurrí a negar con la cabeza fervientemente.
—No me mientas —demandó, su voz siendo una mezcla de enfado y decepción—. En el primer día, actuaste como si no me conocieras. Cada vez que me acerco, miras alrededor, esperando que nadie se dé cuenta de que estamos muy cerca. No le habías dicho a Jughead sobre nosotros hasta que él lo mencionó. Y apuesto a que tu madre sigue sin saber que salimos.
—No es así...
—Es exactamente así —sentenció, enseriando cada vez más el tono de voz—. Pero fue mi error, por pensar que eras diferente.
Se enderezó, me miró por última vez y se fue con las manos en los bolsillos de la chaqueta de mezclilla que llevaba.
Sentí una punzada en el corazón.
Me metí a Historia con mala cara, y dejé caer la mochila al suelo antes de tomar el asiento contiguo a Betty.
—¿Qué ocurrió? —preguntó preocupada.
—Mi madre —mascullé.
Abrió los ojos como platos.
—¿Se enteró? Pero si has sido precavida...
—No, no se ha enterado —la interrumpí—. Sweet Pea piensa que no me acerco a él frente a las personas porque me da vergüenza que lo vean conmigo.
—Vaya —expresó, sorprendida—. Bueno, ¿le explicaste que no es por él?
—Traté, pero no me dejó hablar. Luego dijo algo muy hiriente y no me atreví a seguirlo —solté un bufido, encajando mi codo en la mesa y apoyando mi mentón en la palma de mi mano.
—Tal vez no necesites decirle nada —sugirió, sonriendo quisquillosa—. Demuéstrale que está equivocado, que no te importa que los vean juntos.
Me mordí el labio, insegura.
—Tendré que hablar con mi madre.
Betty me miró con una mueca de lástima y asintió.
—Eventualmente lo entenderá. No puede ser peor que mi madre cuando empecé mi relación con Jughead.
Estábamos en el segundo descanso cuando, queriendo probarle que él no era el problema, lo busqué por toda la escuela, y sólo di con él hasta que entré a la cafetería. En el lugar había muchas mesas llenas, sólo unas cuantas estaban solas, lo cual lo convirtió en el lugar perfecto para seguir adelante con el plan.
Avancé con paso decidido hacia él. Estaba sentado con sus piernas a cada lado del banco, y junto a él había un espacio vacío. Cuando se dio cuenta de mi presencia y de que me dirigía a él, tensó la mandíbula y borró toda expresión de sus ojos. Me dolió que me viera de esa forma, pero me tragué el dolor y no me detuve, caminando con calma y decisión.
—¿Qué estás...?
Se calló cuando dejé la mochila en la mesa y me senté, quedando en el espacio vacío entre sus piernas, y me estiré hacia él, acunando su mejilla antes de besarlo. Creí que no me correspondería, pero lo hizo de inmediato, y los respingos y murmullos de los presentes en la cafetería confirmaron lo que ya sabía: Harley Hamilton (una norteña y la ex novia del chico que más odia a los sureños) besando a una Serpiente, será el tema de conversación por varios días.
Cuando Fangs aulló al aire con emoción, me separé de él, y éste me miró confundido, sin entender las intenciones del beso.
—No me avergüenzo de ti, ni por que vengas del Sur ni por que seas una Serpiente, ni por nada —aclaré, acariciando los mechones rebeldes que tenía en la parte posterior de la cabeza—. No me importa lo que piensen los demás y nunca me ha importado. Sólo me preocupa que mi madre me mande a un internado en Finlandia cuando se entere. De por sí, no le gusta que sea amiga de Jughead desde que se unió a las Serpientes. Que además salga con una Serpiente, no va a hacerla feliz.
—Eso es cierto —comentó Jughead.
Sweet Pea lo miró por un segundo y volvió a mí.
—Pero no debería ocultarte, no está bien y lo entiendo. Así que hablaré con mi madre. Sólo reza por que no me veas desaparecer mañana.
Sweet Pea sonrió, comprendiendo lo que había hecho: demostrarle a todo mundo que me gustaba, y que no me importaba lo que la gente pensara. Lo que me asustaba era mi madre.
—Tengo que hacer unas cosas —cambié el tema, levantándome—. ¿Te veré después?
Me encantó su sonrisa, tan risueña como la mía.
—Claro.
Me incliné un poco y le dejé un corto beso en los labios antes de salir de la cafetería con la cabeza en alto.
o
Al día siguiente, cuando busqué a Sweet Pea para decirle que aún no había hablado con mi madre porque llegó muy estresada del trabajo y ése era el peor momento para soltarle una bomba, lo encontré sentado en la sala de descanso, con los ojos cerrados, el codo en su rodilla y la frente en la mano. Se veía desesperado y estresado.
—Sweet Pea, ¿está todo bien?
Levantó la mirada y lo noté destensarse un poco. Tomé asiento a su lado, tan cerca que nuestras rodillas se tocaban.
—La alcaldesa mandó avisos de desalojo a todos los que vivimos en el parque de tráileres —murmuró con voz ronca. El alma se me fue hasta los pies—. Todo por la cabeza de Pickens. Están usándolo como excusa para deshacerse de nosotros de una vez.
Hace un par de días, tras el Día de Pickens, la estatua del General fue decapitada y pintada de rojo en el cuello para simular la sangre. Un símbolo barbárico y un acto de vandalismo por el que directamente culparon a las Serpientes. Por más que interrogaron a varias personas, aún no encontraban la cabeza.
—¿La alcaldesa hizo eso? ¿Bajo qué excusa?
Desvió la mirada con lo que percibí como vergüenza.
—Todos debemos alquiler.
—Y ahora quiere cobrar o desalojar, días después de lo sucedido con la cabeza y después de que nadie admitiera haber decapitado a Pickens. Qué coincidencia —bufé con sarcasmo, cerrando los ojos ante la exasperación. Inhalé y exhalé, tratando de pensar con la cabeza fría—. ¿Cuántos días tienen?
—Catorce a partir de hoy —respondió, tronándose los nudillos con ansiedad—. ¿Tienes alguna idea? —sonó esperanzado.
Le di una media sonrisa y acaricié su cabello tras su oreja.
—Jughead lo sabe, ¿verdad?
—Bueno, sí —afirmó, confundido con mi pregunta—. Estaba ahí cuando el sheriff llegó con los avisos.
—Entonces no tienes de qué preocuparte —lo calmé, apretando levemente su hombro—. Si hay alguien que puede resolver esto, ése es Jughead.
—No lo sé... —dudó, frunciendo el ceño, sin convencerse.
—Sweet Pea, mírame —le pedí, tomando una de sus manos. Cumplió mi petición y le acaricié su mejilla. Poco a poco, noté que se relajaba—. Conozco a Jughead desde que teníamos dos años. Te prometo que lo resolverá. Me aseguraré de que lo haga. Lo ayudaré, si eso te tranquiliza más.
Bajó la mirada hasta nuestras manos. Apenada, quise quitarla, pero él la tomó con más fuerza y entrelazó nuestros dedos.
—Si las cosas no salen bien por razones externas —murmuré, sintiendo un cosquilleo tranquilizador recorriéndome el cuerpo por la unión de nuestras manos—, tengo un granero atrás de mi casa que tiene todo lo necesario. Mi abuelo vivía en el piso de arriba porque el de abajo lo usaba como taller. Mi madre nunca entra ahí por su alergia al polvo. Al menos media docena cabe ahí.
Sweet Pea negó con la cabeza y abrió la boca para protestar, pero me incliné hacia él y lo interrumpí con un beso tierno y casto.
—No acepto un no por respuesta —le advertí, a lo que él se rió con suavidad.
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