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10. El corazón roto


—Oh, así que definitivamente fue una cita —dijo Betty con una sonrisa quisquillosa.

—Sí, supongo que al final sí lo fue —admití, sin dejar de sonreír.

Desde la noche anterior que me dolían los cachetes porque mi felicidad insistía en mostrarle mis dientes al mundo. Y con sólo recordar en el beso que nos dimos, me sonrojaba.

—Te estás ruborizando de nuevo —me advirtió Betty.

Una vez más, agaché la cabeza y bajé un poco la visera de mi gorra de béisbol.

—Dios, estás loca por él, Harley —se rió Betty con ilusión.

—Shh, van a escucharte —la callé, entrando a la sala de descanso con ella. Por suerte, sólo había uno que otro par de estudiantes en cada extremo de la sala.

—¿Te preocupa que la gente sepa?

—No la gente. Mi madre.

—No creo que nadie le diga a tu madre que...

—¿No crees que mi tía Alice lo haga?

Betty formó una "o" con su boca, comprendiendo. Si su madre se enteraba que había salido con una Serpiente, correría a decirle a la mía.

Entré a la clase de Inglés incluso antes que el profesor. El salón estaba vacío, por lo que aproveché para agarrar un asiento en la última fila. Los lugares empezaron a llenarse poco a poco, incluyendo el que estaba a mi izquierda. Entonces, Jughead, Toni y Sweet Pea entraron. Les tocaba Inglés a la misma hora.

Sweet Pea no me regresó la sonrisa que le dediqué cuando me miró, y fruncí el ceño. Parecía molesto. A mi derecha había un asiento desocupado, y estuve por hacerle una seña para que lo tomara, pero Jughead ni siquiera lo pensó y se movió hacia acá.

Toni lo detuvo.

—Siéntate conmigo, Jones. Sweet Pea es pésimo en Inglés.

—Eh..., lo siento, Toni. Es que siempre me siento con Harley.

Jughead y yo solíamos ser pareja para los trabajos de Inglés, porque se nos daba muy bien la materia.

Toni me dio una media sonrisa entristecida, casi disculpándose, antes de tomar unos asientos en la fila del medio junto con Sweet Pea. Sin embargo, lo encontré como el momento perfecto para hablar con Jughead.

—Creo que le gustas a Sweet Pea —comentó dos segundos después de haberse sentado. Giré tan rápido la cabeza que un par de mechones de pelo me cayeron en la cara y el cuello me dolió—. Lo sé, pero tranquila. No creo que intente nada, a juzgar por la forma en que calla a Fangs cada vez que hace un comentario. ¿Pudes creer que esta mañana se sonrojó cuando Toni le preguntó por ti? Sweet Pea, ¡sonrojado! Nunca creí que vería algo así de improbable —sonrió divertido—. Como sea, no te preocupes. Hablé con él.

Lo miré alarmada, pero rápidamente traté de disimular.

—¿Qué? —grité en un susurro, llamando la atención de varios, incluyendo la de Toni y Sweet Pea— ¿Qué le dijiste?

—Que el muy bruto de Reggie te rompió el corazón de muchas formas, y todavía no te recuperas de eso.

Reggie no sólo me fue infiel con Cheryl Blossom en las duchas de la escuela tras la práctica de futbol y de las vixens, mientras yo estaba en mi práctica de béisbol... sino que por semanas antes de eso estuvo haciéndome la vida miserable con comentarios que me hirieron tanto el ego que me llevó a pensar que estaba 1) obesa, 2) espantosa, 3) estúpida y 4) que él era demasiado para mí.

Jughead me miró como si hubiera enloquecido cuando lo fulminé con la mirada y me golpeé la frente con la mano, cerrando los ojos.

—Dios, Jughead, ¿qué hiciste?

—Nada —respondió inocentemente—. Le dije la verdad, que aún quieres a Reggie.

—Idiota —mascullé, dándole un golpe en la cabeza que le desacomodó el gorro—. Lo de Reggie pasó hace un año. Por supuesto que ya lo superé.

—¿Ah, sí?

—¡Sí! —casi grité con exasperación, ignorando las miradas— Desde que estuvimos investigando la muerte de Jason Blossom, y tú y Betty empezaron a salir.

—Oh —dijo, levantando las cejas. Luego sonrió—. Me alegra escuchar eso. Me preocupaba que cayeras en alguna de las veces que te sigue pidiendo que vuelvan.

Lo miré con incredulidad, esperando que dijera algo más, pero se quedó callado y siguió mirándome con orgullo.

—Jughead, corrige lo que hiciste —le ordené. Me miró confundido—. Me gusta Sweet Pea, así que espero que la próxima vez que hablen, le digas que te equivocaste. Ahora entiendo por qué está molesto.

Jughead me miró como si hubiera enloquecido de repente, al escuchar que su mejor amiga y su amigo se gustaban.

—¡¿Te gusta S...?!

El sonido de mi palma chocando contra su boca fue tan fuerte como su repentino grito interrumpido. La gente en el salón nos hubiera seguido mirando si no fuera porque, gracias al Cielo, el profesor entró disculpándose por la tardanza.

Jughead me quitó la mano como si el tacto le quemara, y yo lo golpeé de manotazo. Ahí empezó la pelea de manos. Parecíamos dos niños pequeños peleándose con las manos en el aire y alejando las caras hacia atrás.

—¡Señor Jones, señorita Hamilton!

El regaño del profesor nos obligó a detenernos.

—¿Pueden comportarse? ¿O tengo que mandarlos a dirección?

—Lo siento, profesor. No volverá a pasar —prometí con una sonrisa cordial que Jughead ni siquiera trató de imitar.

Cuando el profesor se volteó hacia la pizarra, hice mi mano un puño y golpeé a Jughead en el hombro. Se quejó sin hacer un ruido, y todos contuvieron las risas, entre ellos: Toni y Sweet Pea.

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