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Sombras

—En lo profundo del cosmos yace Hwansin, el dios implacable de la justicia divina de la mitología coreana —contó el profesor Lee, moviéndose con gracia en el centro del podio—. Con sus ojos de fuego que penetran en lo más profundo del alma, Hwansin escruta cada acto impío cometido por los mortales. Su dominio es el reino de los Juicios Celestiales, donde las almas de aquellos que han transgredido son llevadas ante su presencia para enfrentar su destino.

Todos en la sala guardaron silencio y esperaron con ansias la continuación del relato.

—Con una vara de oro en una mano y una balanza en la otra —hizo el ademán de sostener los objetos y continuó—, Hwansin pondera los pecados de los culpables. Su juicio es inflexible, y su castigo es temido por todos aquellos cuyas manos están manchadas de sangre. Sangre de seres inocentes. Los asesinos son sometidos a su ira sin piedad, condenados a sufrir tormentos eternos en el abismo oscuro de la condenación.

Hyungwon se removió incómodo y se rascó su marca de nacimiento, una línea sesgada en su cuello bajo. Su amiga se giró a verlo y le dio una sonrisa para luego tomar su mano y alejarla de su cuello.

—...aunque su justicia es severa, Hwansin es también un protector de los inocentes y un guardián de la paz cósmica. Los corazones puros y las almas virtuosas encuentran refugio bajo su mirada benevolente, mientras que los malvados tiemblan ante su mera presencia. Hwansin, el dios juez, es tanto una figura de temor como de esperanza en el vasto panorama de la mitología coreana.

—Impresionante —susurró el muchacho y se unió a la ronda de aplausos para el profesor Lee.

—Espero que todos hayan puesto atención porque la historia de Hwansin y los demás dioses que vimos en la semana estarán en el próximo examen.

La rubia junto a Hyungwon gruñó y sacó su cuaderno. Revolvió las hojas y finalmente maldijo.

—Wonnie, tienes que pasarme los apuntes —dijo con pesar, viendo sus hojas en blanco.

Hyungwon sacudió la cabeza riendo.

—Young, sabes que yo no tomo notas —comentó y guardó su cartuchera—. Todo está en mi cabeza.

La chica hizo una mueca y lo golpeó en el hombro.

—Idiota presumido. ¿De nuevo con eso de la excelente memoria? —Hyungwon asintió y le ofreció una mano—. Entonces tendrás que grabar un par de audios con esas historias que, según tú, sabes de memoria.

Encogió los hombros y caminó hacia fuera sin olvidarse de despedirse de su profesor favorito. Al cruzar la puerta, Dayoung se colgó de su brazo y le besó la mejilla.

—Dime, bombón ¿Consideraste mi idea de cambiarte el nombre y convertirnos en hermanos?
—Ya y mi respuesta sigue siendo la misma. No —con esfuerzo se soltó de su amiga y avanzó lentamente hacia su siguiente clase—. El profesor Lee fue muy claro, es un trabajo individual y muy importante. ¿No te interesa saber sobre tus antepasados?

Dayoung sacudió la cabeza.

—Won, cielo. Me invento enfermedades cada vez que papá llega con la idea de visitar a su familia— dijo—. ¿Crees que me interesa saber quiénes son mis tatarabuelos?

Rodó los ojos y golpeó la frente de la chica con dos dedos.

—Aunque no te interese lo tienes que hacer, a menos que desees repetir el curso.

—No lo haré. Mi hermano está trabajando en ello —dijo con una sonrisa que le cubría la mitad de la cara—. Oppa, ¿dónde vas a empezar a investigar?

Hyungwon suspiró mientras se detenía en la entrada del salón.

—Encontré unos registros que indican que un tatarabuelo de mi bisabuelo vivía en un pueblo llamado Haeju.

—¿Eso no está en Corea del norte?

—Yo también pensé eso al principio —admitió con un ligero rubor en las mejillas—. Haeju era la capital de Hwanghae-do, una de las ocho antiguas provincias de Corea.

Dayoung parpadeó lentamente y Hyungwon supo que sin importar las explicaciones que diera, ella no lo entendería. Suspiró ruidosamente y dejó caer los brazos a cada lado.

—So…solo olvídalo. ¿Entramos?

—¡Sí, Wonnie! —exclamó y tiró de su mano—. Oppa, ¿vas a mi casa a comer?

Hyungwon negó mientras se dejaba arrastrar por la chica.

—Hoy no, Young —susurró con timidez. Rechazar una invitación de Dayoung era igual que rechazarle un trato al diablo—. Voy a aprovechar las vacaciones para viajar a Haeju y hoy empezaré a empacar.

—Bien. Pero vas a traerme un recuerdo ¡o no vuelvas!

La noche cayó como un gran peso sobre sus hombros. Una manta gruesa de oscuridad envolvió su figura solitaria. Las sombras escondidas en las esquinas de las casas susurraron y el viento las transportó hasta sus oídos. Apresuró el paso y apretó los bordes de la chaqueta esperando que lo escondiera de la penumbra. La sugerencia de la psicóloga de salir a paseos cortos en la tarde noche ya sonaba como una completa locura.

“Cierra los ojos y cuenta hasta tres”

Se detuvo frente a la vieja librería de la señora Choi, cerró los ojos y contó rápidamente hasta diez. No había nadie siguiéndolo, no había monstruos en la oscuridad, no había sangre en su cuello. Las luces de la calle y de los establecimientos volvieron cuando él abrió los ojos. Sus miedo no tenían justificación, pero estaban ahí.

Llegó a su departamento en tiempo record y miró desconcertado la puerta semiabierta. Tragó saliva y la empujó. Una canción de un girl group sonaba desde el parlante de la sala y unas zapatillas rosadas estaban alineadas con sus sandalias de casa.

—Pensé que habías dicho que ibas a preparar las maletas, ¿dónde demonios estabas?

Hyungwon se quitó sus zapatillas converse y dejó la bolsa con frituras sobre la mesa ratonera.

—Fui por la cena.

—¿Me estás jodiendo? ¡No vas a comer eso! —gritó levantándose del sofá y dejando caer las cáscaras de una mandarina—. ¡Sobre mi cadáver! Tienes que dejar de comer comida basura, por eso estás tan delgado y te enfermas con frecuencia.

Hyungwon caminó hacia su estrecha cocina y sacó una lata de Coca-cola, regresó a la sala y se sentó frente a su amiga. Había hecho la maleta antes de su experimento y lo poco que le faltaba por empacar lo haría por la mañana.

—Gasté casi todo mi dinero en el viaje y en la renta de una casita —explicó. Miró con atención las gotas que resbalaban por sus dedos y consideró la idea de invitar a su amiga al viaje. Pero ella ya tenía planes y unos más divertidos que visitar una ciudad rural.

—Listo, la comida llegará en diez minutos.

Levantó la mirada y le agradeció con una sonrisa.

—Tienes que dejar de hacer esto, ¿o de qué otro modo voy a aprender a vivir solo?

Dayoung se sentó junto a él con sus muslos rozándose y sus manos acunando su rostro.

—No me importa, oppa —susurró inclinandose para besar su nariz—. Me gusta hacerlo.

El alto frunció el ceño y se alejó porque los ojos de Dayoung eran demasiado brillantes y lindos para mirarlos de cerca.

—¿Estás enamorada de mí?

Un golpe seco cayó sobre su hombro y solo pudo reírse. Reír porque Dayoung era tan fuerte como agradable.

—¿Cómo puede preguntar eso? ¡E-es asqueroso! —arrugó la nariz mientras fingía vomitar sobre la alfombra—. Eres guapo, lo admito pero no podría enamorarme de ti. Es casi un pecado solo pensarlo.

Hyungwon le sacudió el cabello.

—Pienso lo mismo —quitando su expresión divertida, enderezó los hombros y ladeó la cabeza—. ¿Te quedarías a dormir?

—¡Aigoo! ¡Claro sí! —señaló un bolso en la esquina del sillón y dijo—. De hecho vine preparada.

—Claro…

Sentados en el suelo sobre la alfombra mullida gris, con botellas de cerveza a su lado y platos vacíos estibados en la mesa, Hyungwon y Dayoung luchaban por mantener una charla fluida. A medida que las horas pasaban, el cansancio comenzó a apoderarse de ellos.

Hyungwon se reclinó hacia atrás en el suelo, con la botella de cerveza en su mano, pero con los ojos entrecerrados por el sueño. Sintió a Dayoung recostarse a su lado y le ofreció uno de los cojines que cayeron en una de sus luchas de almohada. Relajados y cómodos el uno con el otro, la conversación se apagó lentamente a medida que el sueño los vencía.

El alto fue el primero en quedarse dormido aflojando el agarre de la botella de vidrio que resbaló de sus dedos y cayó en el suelo de madera en un ruido sordo. No hubo ningún derrame porque se había bebido el contenido varios minutos antes. Dayoung sonrió mirándolo con ternura dormir. Gateó hacia la pared y alcanzó el interruptor dejando el departamento en completa oscuridad, por primera vez después de mucho tiempo.

—Buenas noches, Wonnie —murmuró mientras se acurrucaba en el costado derecho del chico.

Hyungwon caminó por un estrecho y oscuro pasillo. Sus pasos resonaron haciendo eco en el camino sin fin. Las paredes estaban cubiertas de sombras que se movían de manera inquietante, como si trataran de tocarlo. Tragó saliva y avanzó más rápido esperando encontrar una salida más adelante. El ambiente se volvió más opresivo y sintió un peso invisible sobre él.

Un escalofrío recorrió su espalda. Miró hacia atrás, vio a las sombras agitar los brazos intensamente, tomando formas distorsionadas y grotescas. Antes de que pudiera reaccionar, un par de manos oscuras emergieron de entre las sombras, alargando hacia él con movimientos sinuosos.

Hyungwon intentó retroceder y de pronto el escenario cambió. Ya no estaba en el pasillo, la luna llena iluminaba un claro en un bosque y las manos lo rodearon rápidamente arrastrándolo con fuerza. Sintió las frías y pegajosas manos sumergirlo en el agua helada. Una vez dentro, los huesudos dedos se apretaron en un mechón de cabello y metió su cabeza al agua. Luchó desesperadamente tratando de zafarse del agarre de las manos, que eran demasiado fuertes y continuaban empujándolo hacia abajo. Movió las piernas y levantó los brazos intentando alcanzar la mano que lo sostenía mientras luchaba por respirar.

La luna sobre ellos se escondió detrás de densas nubes y las sombras se reían de su sufrimiento. Justo cuando sentía que perdía la conciencia, una sacudida lo despertó de golpe, empapado de sudor y con el corazón latiendo con fuerza en su pecho.

—¿Wonnie? ¿Estás bien? —preguntó Dayoung, la desesperación fluyendo en su voz apresurada—. Tranquilo, cielo. Fue solo una pesadilla.

—L-la…la luz —susurró y respiró profundamente.

Dayoung comprendió rápidamente y corrió a encenderla solo para darse cuenta del desastre que era Hyungwon. Regresó junto a él y lo abrazó con fuerza permitiendo que llorara en su hombro.

—Estoy aquí, Wonnie. Estás a salvo.

Hyungwon apretó los ojos esperando que la sensación de las manos frías y el pánico desapareciera de su mente, que lo mantenía tembloroso y desorientado.

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