Pánico
Tan pronto el sol apareció en su ventana, se levantó, tomó un café y salió entusiasmado a conocer el pueblo pero en especial, la bellísima biblioteca que Mina le había enseñado el día anterior. Pensó en desayunar en uno de los restaurantes pero los nervios por iniciar la investigación le impedían probar bocado. En pocos minutos estuvo frente a la biblioteca, suspiró y deslizó la puerta. Al entrar, notó la atmósfera tranquila y acogedora, saludó en silencio al anciano sentado detrás del mostrador y avanzó. Los suelos de madera chirriaban levemente bajo sus pasos, y el olor a papel y tinta le recordó a épocas pasadas.
Recorrió los pocos pasillos y le sorprendió ver la colección de libros de pasta dura y rollos de papel compartiendo los estantes de madera. Pasó sus dedos por los bordes de madera y leyó cada una de las secciones sintiendo que su corazón saldría de su pecho de tanta emoción.
Puso varios libros de poesía en su brazo, dos de cuentos y uno grueso de la historia de Haeju, los dejó con cuidado sobre una mesa cercana y se dejó caer en un cojín. Hyungwon decidió empezar con las poesías.
—" Bajo cielos de estrellas se hallan,
más allá de siglos perdidos,
sus voces se llaman y bailan,
eco de amor sin destino..."
—Hey, ¿tú eres el que se mudó a la casa de la vieja Eun bin?
Hyungwon levantó la mirada de las hojas amarillentas y parpadeó rápidamente. Hacía rato que estaba leyendo el libro que no recordaba dónde se encontraba.
Frente a él estaba un chico que parecía ser de su edad, delgado y con un aura misteriosa que incrementaban conforme ponía más atención. Abrigo morado, vaqueros anchos, gorro de lana morado y el cabello oscuro hermosamente largo.
—Hmm, sí —enderezó la espalda y le sonrió—. Soy Hyungwon, ¿cómo sabes que me quedo ahí?
—Vivo aquí desde que nací y conozco a cada persona. Nunca te había visto.
Asintió lentamente porque la explicación del chico era bastante lógica.
—¿Estás de visita o huyes de alguien? —preguntó y se sentó frente a él—. Sí es la segunda, llegaste al lugar correcto. La gente aquí es muy chismosa pero protectora y amigable. A menos que seas un asesino en serie.
Hyungwon rio sacudiendo la cabeza.
—En absoluto. Vine porque mi profesor me dejó una tarea —el chico vestido de morado movió la cabeza para que continuara hablando. No mintió cuando describió a los habitantes—. Tengo que hacer un reporte sobre mi árbol genealógico.
—¿Y por qué estás aquí?
El alto se sonrojó por la actitud del chico. Para él, no era común hablar informal y con demasiado curiosidad con alguien que no conocía. Podía considerarse hasta irrespetuoso, pero supuso que las personas en las provincias eran así.
—Mis hallazgos me trajeron aquí —cerró el libro y cruzó las manos sobre la tapa roja—. ¿Sabes sí aquí tienen un libro de registro de habitantes?
El chico misterioso encogió los hombros.
—No sé, deberías preguntarle al señor Hoon —dijo y señaló al anciano que cabeceaba con un plumero en la mano—. Tal vez él tenga uno.
Hyungwon asintió y apartó la mirada del encargado de la biblioteca. Ahogó un gritó y sintió que le crecía una vena en la frente.
—¿Qué haces? Estás en una biblioteca ¡No se puede comer!
—Solo es una barra de chocolate.
Le arrebató el chocolate y con cuidado lo guardó en su bolso. Usó su pañuelo para limpiarse los dedos e involuntariamente movió su mirada a la bruma oscura que se formaba en medio del pasillo detrás del chico. Tragó saliva y apretó su bolso. Notó sombras moviéndose entre los estantes, proyectadas por la luz que había comenzado a parpadear. Al principio, pensó que se trataba de su vista por mirar el libro por mucho tiempo, pero pronto se dio cuenta de que las sombras lo buscaban.
Hyungwon sintió una ola de ansiedad crecer en su pecho. Su respiración se volvió rápida y superficial, y su corazón latía con fuerza. No podía apartar la mirada de las sombras que se alargaban y se movían de forma inquietante, igual que en sus pesadillas. Hyungwon comenzó a temblar y a retroceder, arrastrándose en el suelo hacia atrás buscando alejarse de las figuras oscuras.
Se puso de pie, perdiendo el control cada segundo, se imaginó siendo atrapado por un laberinto de estantes que se cerraban a su alrededor. Los murmullos inexistentes resonaron en sus oídos aumentando el pánico. En su mente, luchaba por encontrar una salida, buscando aire fresco y luz para escapar de la sensación de encierro, aunque se encontraba de pie en el centro de la biblioteca.
Finalmente logró reunir fuerzas para correr hacia la puerta de salida dejando atrás las sombras y la atmósfera opresiva. En su huida, se tropezó con un escalón y cayó contra un muro de músculos y unos brazos gruesos que lo abrazaron, recuperando el aliento y calmando su mente.
—Respira lento y profundamente. Concéntrate en tu respiración —susurró una voz gruesa en su oído.
Hyungwon apretó las manos y obedeció. Inhaló por la nariz por tres segundos, mantuvo el aire y exhaló lentamente. Repitió el mismo proceso hasta que su cuerpo dejó de temblar y las lágrimas, que misteriosamente aparecieron detrás de sus párpados, se detuvieron. Al abrir los ojos, notó un bíceps vestido por un abrigo grueso negro. Se alejó rápidamente consiguiendo tropezar y de nuevo, el extraño, lo atrapó en el aire.
—Tranquilo, primero tienes que calmarte para poder seguir huyendo —dijo la voz grave. Hyungwon asintió y miró sus muñecas atrapadas por unas manos grandes—. ¿Me promete que no va a volver a intentar lanzarse al suelo?
—Sí.
El hombre de piel muy blanca lo soltó lentamente y guardó sus manos en los bolsillos de su abrigo largo.
—Mantén tus ojos abiertos cuando vuelvas a correr —se inclinó en una reverencia de noventa grados y le sonrió—. Hasta pronto...
Con el corazón latiendo desenfrenado y las mejillas húmedas y coloradas vio al hombre alejarse calle abajo con tanta gracia y elegancia que parecía estar flotando.
—Ah, ya lo conociste —el chico de morado le lanzó su bolso al pecho y sonrió—. Si yo te parezco extraño, ese hombre me roba el puesto.
—¿Quién es?
—¿Él? Shin Hoseok —dijo y arrugó la nariz—. Es el gerente del museo y el príncipe del pueblo. La verdad es que todas las mujeres solteras están locas por él. Es una pena, el hombre parece amar la soledad.
Hyungwon miró sus muñecas que todavía están rojas y ahogó un grito. No recordaba que él lo hubiera tomado con fuerza.
—¿Quieres comer algo? La señora Park, la que te rentó la casa, prepara un tteokbokki delicioso —dijo y lo jaló del brazo—. Por cierto, puedes llamarme Chang. ¿Cuál es tu hombre?
—Hyungwon —susurró y miró hacia atrás, pero no encontró rastro de Hoseok—. Chae Hyungwon.
Después del ataque de pánico, comió apenas en el restaurante de la señora Park y volvió rápidamente a la casa. Cerró las puertas y ventanas, encendió los faroles del exterior y todas las luces de las habitaciones. Buscó en su maleta una lámpara en forma de esfera y se escondió debajo de las sábanas, creando un refugio íntimo en medio de la oscuridad. Cerró los ojos e hizo el ejercicio de respiración que la psicóloga le recomendó y que el hombre afuera de la biblioteca le recordó. Cruzó los brazos sobre su pecho y susurró una canción, cuando terminó su respiración se había normalizado, al igual que el temblor de su cuerpo.
La luz suave de la lámpara iluminaba su rostro y proyectaba un brillo cálido a su alrededor, destacando su expresión concentrada mientras miraba hacia adelante.
Fuera de la sábana, podía ver sombras que se movían en las paredes cercanas.
—No tengas miedo, cielo —susurró Dayoung—. Son las siete de la noche, ayer me contaste que había árboles alrededor de tu casa.
—Sí.
Hyungwon mordió su labio inferior. Su amiga tenía razón, había una y mil explicaciones lógicas para las sombras. El aire, las ramas y todas las luces que encendió, eran la causa de sus miedos.
—Voy a estar contigo en la llamada hasta que te duermas, ¿está bien?
Asintió y se obligó a hablar porque su amiga no era capaz de ver sus gestos.
—Bien, ¿por qué no me cuentas que hiciste hoy?
Hyungwon vio figuras oscuras de distintas formas que se desplazaban de un lado a otro, convirtiendo el ambiente ligeramente inquietante. Apretó la mano que sostenía el teléfono y comenzó a contarle a Dayoung sobre su día.
No supo cuánto tiempo estuvo en la misma posición ni cuando se quedó dormido escuchando un cuento de hadas que Dayoung había escrito recientemente. Su amiga tenía talentos un poco ocultos que no explotaba con regularidad pero que siempre usaba para calmarlo.
—Buenas noches, Wonnie —dijo Dayoung en voz baja antes de colgar.
Hyungwon se acomodó en posición fetal y abrazó la única almohada que trajo de casa. Separó los labios y exhaló reflejando la tranquilidad de su cuerpo y alma.
La oscuridad, que aguardaba en la esquina de la habitación, poco a poco fue tomando forma conforme avanzaba hacia la cama hasta que se transformó en un hombre. Levantando las manos, atrapó los espectros que se arrastraban en el suelo de madera luchando por alcanzar a Hyungwon.
—Larguénse de aquí, malditas sanguijuelas —gruñó la silueta oscura—. ¡Largo!
—No es tuyo.
—No te pertenece. Tú lo desechaste...
Wonho rodó los ojos y se subió a la cama.
—¿Debería encender la hoguera? —preguntó y levantó la sábana blanca que cubría los pies de Hyungwon—. Los veo un poco pálidos, ¿les gustaría?
—Cobarde —susurró uno de los espectros lanzándose sobre él.
Wonho lamió su labio inferior y entrecerró los ojos.
—Váyanse ahora y no le diré a Kihyun dónde se esconden —amenazó. Abrió la mano y dejó que su uña afilada delineara el tobillo de Hyungwon—, estoy seguro que le encantará comerse unas cuantas almas desobedientes.
Gritos de dolor y miedo llenaron las delgadas paredes y una a una las sombras atravesaron la ventana. Wonho esperó que no quedara nadie para girarse y contemplar al hombre que dormía impasible.
Las marcas en sus brazos ardieron como mil fuegos ardientes y apretó las manos conteniendo un alarido. Cayó de rodillas, con la respiración acelerada y las manos sangrando. Rasgó las mangas de su túnica negra y examinó sus brazos con preocupación dándose cuenta que estaban cubiertos de sangre. Las cicatrices de su castigo se habían vuelto a abrir y como si fueran recién hechas. Entonces recordó las palabras de Hwasin:
"Que las heridas que él te causó, te recuerden lo que haz hecho esta noche. Cada vez que lo encuentres tus brazos arderán y la sangre correrá por ellos."
—Maldito Kihyun —murmuró y apretó los labios porque le dolía, y se alegró de sentir algo por primera vez después de varias décadas.
Wonho había vivido durante siglos atrapado en esas tierras, incapaz de huir debido al castigo. Pasó cada año observando cómo el mundo cambiaba a su alrededor, mientras permanecía en el mismo lugar, inmortal y eterno, esperando por su regreso. Cada día, caminaba por las calles también conocidas del pueblo, y por las noches se escondía entre la penumbra recordando lo que había sido su vida como oficial del ejército más valiente de Joseon.
Cuando vio partir las almas de sus soldados, reflexionó sobre cómo había llegado a quedar atrapado en Haeju. Recordaba con bastante claridad las acciones que lo llevaron a condenarse, en la que un alma inocente, y para colmo su alma gemela, fue víctima de su arrogancia, orgullo y cobardía.
Levantó la mirada atraído por los suaves suspiros que abandonaba la boca regordeta del chico entre las sábanas. En medio del silencio, Hoseok rodeó la cama y se arrodilló frente al rostro de Hyungwon. Su figura era etérea, casi translúcida, se movió con gracia silenciosa cuidando de no despertarlo. Con curiosidad y ternura observó el rostro dormido del hombre, fascinado por la tranquilidad de su sueño y la belleza de sus facciones.
—Hermoso —susurró levantando una mano para tocarlo pero deteniéndose a milímetros.
Inclinó su rostro hacia Hyungwon, acercándose con cautela. Por un momento, pareció dudar, como si estuviera evaluando su decisión. Luego, sacó su lengua y delineó el labio inferior sintiendo como crecía un fuego en su pecho donde un día estuvo su corazón.
—Hyungwon, ¿por qué volviste? —preguntó cerrando los ojos por un segundo. Cuando los abrió, ya había tomado una decisión.
Con un gesto suave, se inclinó y le dio un pequeño beso en la mejilla. El beso fue delicado, un roce de labios contra la piel de Hyungwon. Wonho sonrió. A pesar de la sutileza del acto, parecía tener un significado especial para él.
Hyungwon, por su parte, no se despertó sino que se removió y estiró las piernas. Continuó durmiendo plácidamente, ajeno a la presencia del espectro y al beso que acababa de recibir. La habitación volvió a sumirse en el silencio mientras que Wonho volvía a la penumbra con una última mirada cargada de muchos sentimientos y palabras que no pudo decir en voz alta.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro