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Héroes

—...conocida como las Guerras Imjin. Este es un período crucial en la historia de Corea, que tuvo un impacto significativo en su desarrollo cultural y político—habló el hombre de gran musculatura, con los brazos cruzados detrás de la espalda y caminando alrededor de una mítica espada—. La invasión, liderada por el general japonés Toyotomi Hideyoshi comenzó con la intención de expandir su influencia hacia el continente asiático. Sin embargo, los coreanos, con la ayuda de China, ofrecieron una resistencia feroz y heroica que finalmente llevó a la retirada de las fuerzas japonesas.

Hyungwon mordió su labio inferior y apartó la mirada del guía, por tercera vez en menos de quince minutos. Se había perdido la mitad de la reseña porque le era imposible concentrarse en algo que no fuera el elegante caminar del hombre y en sus ojos penetrantes.

—En esta exposición podrán ver obras de arte y documentos históricos que reflejan la valentía y el sufrimiento de los coreanos durante la ocupación —Hoseok señaló a un marco de vidrio de casi dos metros de largo que contenía varias cartas que una joven le envió a su esposo que era soldado—. La invasión tuvo un profundo impacto en la vida cotidiana y la cultura. Los habitantes de la antigua Joseon tuvieron que enfrentarse a la destrucción de sus ciudades y templos, así como a la pérdida de muchas vidas.

Una chica bajita que estaba a lado de Hyungwon, levantó la mano.

—¿Sí?

—¿Qué hay de los héroes? Mi tío dice que hubo un grupo de soldados que recorrían la ciudad protegiendo a los pueblos abandonados.

La espalda ancha se tensó bajó la capa gruesa de tela negra. Hyungwon no perdió detalle de la acción y recordó la sensación de calma que le dieron esos musculosos brazos cuando atravesaba un ataque de pánico.

—Así es. Héroes nacionales como el almirante Yi Sun-sin, pero hay muchos más.

Hoseok caminó más rápido hacia el siguiente pasillo lleno de espadas, armaduras y una daga. La hoja afilada todavía guardaba sangre seca, la sangre de un hombre inocente.

—Veinte soldados y un oficial —dijo y caminó lentamente entre los exhibidores de las espadas y algunos arcos—. El oficial Shin Hoseok junto a sus hombres recorrían los pueblos cercanos a la frontera y alrededor de la ciudad principal para contener a los soldados invasores y minimizar el peligro.

Hyungwon frunció el ceño y abrió su libro de historia. Desplazó las hojas rápidamente buscando el nombre de ese oficial que no recordaba haber escuchado antes.

—Cientos de japoneses murieron en manos de la pequeña tropa. Esta ciudad fue la última que gozó de su protección, ahí la razón de que el nombre de estos hombres no se encuentren en sus libros de historia —dijo la voz gruesa, mirando a Hyungwon sobre el hombro.

El alto cerró el libro pero lejos de ofenderse, dio un paso al frente y preguntó.

—¿Por qué no siguieron peleando?

—Porque un ejército sin un líder no es óptimo para la guerra —murmuró dándose la vuelta.

El corazón de Hyungwon golpeó violentamente su pecho. La voz grave y los ojos escrutadores del guía lejos de infundir miedo, alimentaron su excitación.

—¿Qué pasó con el oficial Shin? —preguntó la chica.

Los ojos del guía se apartaron de los suyos y su cuerpo grande se movió con gracia, como si estuviera en cámara lenta. Sus pasos lo llevaron a la vitrina que contenía la daga.

—¿Quieren escuchar una historia de amor? Aunque les prometo que no tendrá un final feliz.

Los asistentes asintieron coordinadamente.

—El oficial Shin era conocido por su disciplina y dedicación a la protección de la nación. Luego de recorrer varios pueblos se instaló aquí, en Haeju y durante su patrullaje en las calles conoció a un chico ciego —bajó la cabeza y mordió el interior de su mejilla porque el ardor en sus brazos cada vez era menos soportable—. Shin quedó cautivado por la dulzura, alegría y curiosidad del chico. Su talento para convencer a las personas y su perspectiva única del mundo. La rareza del joven lo cautivó y lo llevó a aceptar ser su protector.

—No será que el oficial se enamoró —preguntó un chico, entre risas.

Hoseok enarcó una ceja y apretó los labios en una delgada línea.

—Sí. Pero eran otros tiempos y la sociedad tradicional consideraba un deshonor amar a otro hombre —dijo en voz baja y centró sus ojos en la hoja salpicada de sangre—. El oficial Shin se vio atrapado entre los sentimientos apenas conocidos y su deber hacia las leyes. La presión de mantener su honor intacto y la cobardía lo llevaron a cometer una locura.

Una melodía tranquila, de tono suave y agradable llenó el amplio espacio de la sala de armas. Hoseok levantó la mirada hacia los altavoces y suspiró. El día en el museo había terminado.

—Hasta aquí fue todo. Espero que les haya agradado el recorrido y tomado las fotos necesarias para guardar el recuerdo —dijo con una sonrisa profesional. Señaló el pasillo de la derecha con una mano—. Si siguen las flechas encontrarán la salida. Fue un placer acompañarlos esta tarde.

Poco a poco los asistentes fueron desalojando la sala hasta que solo quedó Hyungwon, de pie junto a la exhibición de la daga. Hoseok inhaló profundamente y se acercó a él. Cómo si una poderosa fuerza lo atrajera al chico. Ignoró el ligero ardor en la piel de sus brazos y se detuvo a su lado.

—Es casi una suerte que se mantenga intacta a pesar de los años —susurró. Era verdad, parecía ser otro ejemplo de eternidad.

—¿Cómo termina la historia?

Hoseok encogió los hombros y metió sus manos en los bolsillos del saco largo.

—¿Cuál crees que es el final de dos hombres cuyo amor no es aceptado por la sociedad?

—Pero si ellos se aman, ¿qué importa el resto del mundo? —preguntó volviéndose hacia él—. ¿Su amor no lo valía? Yo creo que si realmente amas a alguien, debes luchar hasta el final para estar juntos.

El hombre tarareo. Lo miró directamente a los ojos y se acercó a él, tan cerca que su aliento caliente rozó los labios de Hyungwon.

—¿Y si su amor era unilateral? —murmuró Hoseok—. ¿Qué tal si solo el oficial era quién amaba?

Hyungwon dejó de respirar. Había olvidado cómo hacerlo y su mente perdía lucidez con la boca del hombre tragándose sus suspiros.

—Gracias —dijo.

El agradecimiento tomó por sorpresa a Hoseok y al mismo tiempo, lo obligó a poner los pies sobre la tierra. Alejándose rápidamente, enderezó los hombros y movió las solapas del abrigo para cubrir su creciente erección.

—¿Por qué me agradeces?

Esta vez, Hyungwon se adelantó y se acercó para sujetar su brazo.

—Y-yo… yo estoy agradecido por lo de ayer. Por estar ahí, sostenerme y ayudarme a calmarme —dijo y le sonrió.

Hoseok asintió y apretó los labios en un fallido intento de sonrisa. Cada vez que tenía tiempo se preguntaba lo mismo, ¿Hyungwon lo había amado? Puede que las sonrisas, la amabilidad y la insistencia de estar cerca de él significaran algo, pero dudaba que eso hubiera sido amor.

Te odio.

Cerró los ojos y retrocedió dos pasos. Sacó la mano de su bolsillo y sostuvo su cabeza mientras sentía que la voz del chico estaba cada vez más lejos y su visión se nublaba.

Te odio, Shin Hoseok.

—No, no, no —susurró y sacudió la cabeza para alejarse de la delicada voz que murmuraba palabras tan crueles al oído. Se sostuvo de la esquina de la vitrina y una fuerza sobrehumana lo lanzó al suelo.

Hyungwon gritó y se arrodilló junto a él para auxiliarlo.

Lo que para Hoseok era otro ataque de locura, para Hyungwon no era más que un mareo o un síntoma de debilidad. Con calma recostó a Hoseok sobre su regazo y con cuidado apartó el cabello de su frente. Sacó de su bolso el folleto que tomó en la entrada y lo abanicó para darle aire.

—No te molestes. Él es tan desgraciado que ni siquiera sirve para morir. —En la penumbra del salón, su voz resonaba con un timbre arrogante, impregnado de un orgullo desmesurado.

—¿Qué?

Hyungwon levantó la mirada del rostro sudoroso de Hoseok hacia la voz envuelta en un velo de superioridad. Su corazón latió con fuerza desbocada. El hombre que se erguía frente a él era la encarnación viva de sus más profundos temores, la misma figura que había visto en la calle cuando iba en el auto y lo perseguía en sus sueños. Su presencia, ahora tangible y real, provocó un escalofrío que recorrió la espina dorsal de Hyungwon.

Los ojos del hombre parecían brillar con una intensidad sobrenatural, penetrando en lo más profundo de su ser. Hyungwon sintió un nudo en la garganta, la misma sensación de angustia que lo había inundado días antes.

—¿Quién eres?

—¿No me reconoces? —preguntó de vuelta—. Supongo que hice un buen trabajo en borrarte los recuerdos.

El chico miró a Hoseok que luchaba por abrir los ojos y lo apretó contra su pecho.

—¿Qué quieres y por qué me sigues?

Con elegancia movió su mano en el aire, sacudiendo sus dedos.

—Tengo muchos nombres pero por ahora puedes llamarme Kihyun —dijo y le sonrió. Avanzó hacia ellos y se puso en cuclillas y golpeó la frente de Hoseok con dos dedos—. No seas dramático.

Hoseok abrió los ojos y maldijo entre dientes.

—¿Qué mierda haces aquí? —cuestionó y se levantó con rapidez consiguiendo que Kihyun cayera sobre su trasero y que Hyungwon se sorprendiera.

—Solo estaba de paso —comentó el demonio y le extendió una mano para que lo levantara. Hoseok no lo ignoró y lo ayudó—. ¿Por qué él está aquí?

Hyungwon bajó la mirada a sus manos que todavía seguían tibias por sostener el cuerpo del guía. Inhaló profundamente y se enderezó lentamente, elevando su cuerpo hasta alcanzar su posición erguida.

—Y-yo…yo me iré primero —miró a Hoseok, se inclinó en una reverencia de noventa grados y corrió hacia el pasillo por dónde salieron los demás asistentes.

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