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Deja Vu

La temperatura bajó drásticamente, pero el ardor en sus antebrazos incrementó con cada segundo. Las llamas del fuego eterno escalaron por sus dedos y continuaron por el camino formado por cicatrices. El deseo y la excitación se esfumaron, transformándose en un terrible dolor que no podía controlar. Hoseok lo alejó y reprimiendo un alarido, retrocedió hasta esconderse en la esquina más oscura de la habitación.

Era su castigo. Su pecado.

Con horror vio las nuevas cadenas que se dibujan alrededor de sus brazos. El fuego se había extinguido, pero el ardor y las heridas prevalecían. Hoseok cayó de rodillas con la respiración entrecortada. Su corazón latía desenfrenado y no sabía si era por recordar la sensación de la boca de Hyungwon contra la suya o por las nuevas quemaduras. Su cuerpo no dejaba de temblar y poco a poco la sangre volvía a cubrir sus manos.

—Ten cuidado —la voz de Kihyun se colocó en su cabeza como una fase más de su tortura.

—Ahjussi, ¿se encuentra bien? No puedo verlo.

Hoseok inhaló y contó hasta diez con los ojos cerrados, deseando estar bien. Deseando una falsa tranquilidad.

—Sí —humedeció sus labios y dijo—. Voy a arreglar la luz, no te muevas de aquí.

No esperó la respuesta del joven y salió a trompicones de la oficina. Sus pulmones se llenaron de aire tan pronto puso un pie afuera. Qué tonto había sido al dejarse guiar por sus impulsos.

La luz volvió con una intensidad que lo cegó. Hoseok se quedó inmóvil, escuchando el eco de los pasos de Hyungwon sincronizándose con los latidos de su corazón. A pesar del frío que impregnaba la sala, una gota de sudor resbaló por su frente a causa del esfuerzo de soportar el dolor. Cada una de las cicatrices que resaltaban en su piel blanca era un recordatorio de lo que sucedió muchos años atrás y de lo que ahora tenía prohibido.

—Parece que este lugar está embrujado —Hyungwon hizo un intento por sonreír pero resultó en una mueca de desagrado.

Hoseok asintió lentamente.

—Hay demonios —susurró. Levantando la cabeza, bajó las mangas de su camisa y aclaró la garganta—. Dame tu nombre y un número de teléfono, yo te llamaré si encuentro algo.

El joven lo miró con una mezcla de curiosidad e inquietud.

—Sobre lo que pasó hace un momento…

—¿Te quedas en la posada de Eun bin? Si es así, enviaré con mi secretaria la información que encuentre para que no tengas la necesidad de venir hasta aquí —Mientras hablaba, Hoseok caminó hacia la salida con pasos agigantados. Abrió la puerta y señaló el exterior—. Fue un gusto verlo, señorito…

Hyungwon, quien lo había seguido como si estuviera bajo un hechizo, dio un paso hacia él pero la mano de Hoseok lo detuvo.

—No te acerques —ordenó, su voz firme, aunque en su interior luchaba por no quebrarse.

Hyungwon se detuvo, pero no retrocedió. Su mirada viajó hacia los brazos de Hoseok, ahora cubiertos de Hoseok  y de regreso a sus ojos.

—Esas marcas…—comenzó Hyungwon, pero Hoseok lo interrumpió.

—No es asunto tuyo. Por favor, vete —su mirada se oscureció y su voz sonó más grave.

Hyungwon frunció el ceño y ladeó la cabeza. No buscaba incomodarlo ni molestarlo, pero algo dentro de él le decía que había algo que los conectaba.

—Eso que te sucedió, ¿es mi culpa? —habló con cuidado, despacio y sin alzar mucho la voz.

La postura de Hoseok flaqueó por un instante, pero se compuso tan rápido que Hyungwon creyó haberlo imaginado.

—En lo absoluto. Todo lo he hecho yo —Hoseok soltó una risa amarga—. Siempre fue mi culpa.

Por un momento, ninguno de los dos habló. El aire entre ellos estaba cargado, como si una tormenta estuviera a punto de desatarse. Entonces, Hyungwon dio un paso más, desafiando la advertencia de Hoseok.

Él levantó la vista, su mirada llena de fuego y sombra, y se enfrentó a Hyungwon con una intensidad que lo hizo retroceder por reflejo.

—Aléjate —murmuró.

Siguiendo su instinto, Hyungwon hizo una reverencia y salió de la casa. Se encogió asustado por el portazo tras él y se limitó a mirar sobre su hombro. Las luces ya estaban apagadas, como si todo volviera a estar muerto.

—¿Qué fue eso?

Hyungwon volvió a la posada con nuevas preguntas y ni una sola respuesta. La puesta de sol estaba cerca y aunque no deseaba estar en la calle cuando la oscuridad apareciera, le era imposible apresurar el paso.  A pesar del clima fresco, sentía las palmas sudorosas, el rostro caliente y su corazón latiendo a un ritmo irregular. En su mente seguía reproduciendo las palabras frías de Hoseok y esa vulnerabilidad que trataba de ocultar tras esa mirada indiferente.

“¿Qué escondes?, ¿de qué culpa hablas?” —pensó mientras sus pasos resonaban en el empedrado. Algo en Hoseok lo atraía como un imán, una conexión que no debería existir, pero que lo hacía querer atravesar las barreras que había levantado con tanto cuidado.

Al llegar a la casa de Eun Bin, Hyungwon se detuvo en la entrada. La casa, el pueblo, todo le parecía familiar. La sensación de haber estado allí antes le sorprendía en sobremanera, nunca antes había salido de la ciudad. Eun bin salió de la casa sosteniendo una canasta y un ramo de rosas marchitas, las que debió haber desechado en la mañana.

Hyungwon desvió la mirada de la calle y le sonrió a la anciana.

—¿Todo bien? Parece que corriste un maratón.

Él negó con la cabeza mientras empujaba la puerta de la cerca y le ofrecía el brazo para bajar los escalones del porche.

—Nada de eso, solo tuve un día complicado.

La mujer palmeó su hombro en agradecimiento y preguntó:

—¿Con Hoseok? Él es un hombre complicado, no lo tomes en cuenta.

Hyungwon alzó la mirada, sorprendido.

—¿Co-cómo sabe que se trata de él?
Eun Bin se encogió de hombros y echó las flores en su canasto.

—Todos saben quién es Hoseok y su talento único para ahuyentar a las personas. Es un hombre complicado, pero si lograste hablar con él más de cinco palabras, significa que le agradas.

El joven sacudió la cabeza. De ninguna manera, sus últimas palabras sonaron como una verdadera advertencia.

—No importa. Pero, ¿qué hace aquí? —le dio un vistazo a la casa y se encontró con todas las luces apagadas. Tragó saliva, al parecer la linterna del celular era su única salvación.

—Te traje un poco de fruta y comida. Me dijeron que hoy no te vieron en el restaurante —con dos dedos sostuvo el mentón de Hyungwon y lo miró a los ojos—, ¿estás comiendo bien, niño?

—Sí…

Eun Bin lo miró en silencio por varios segundos, poco convencida con la respuesta. Sin embargo, decidió no molestarlo más y se marchó no sin antes hacerle prometer que se acabaría toda la comida.

Hyungwon encendió la linterna de su celular, abrió la puerta y miró hacia la oscuridad. Dentro de la casa se extendía un silencio abrumador, el ambiente se sentía pesado y los murmullos que acompañaban las sombras comenzaban a escucharse.

—Tenía que apagar las luces —murmuró y dio un paso hacia adelante.

El interruptor no estaba lejos, solo tenía que entrar, dar dos pasos y levantar la mano. No era tarea dificil, además, ya lo había hecho antes. Inhaló profundamente y lo hizo. Cuando la luz cubrió cada rincón de la casa, pudo volver a respirar con normalidad. Corrió a su habitación y en medio de la oscuridad, se quedó mirando la cama. Dos siluetas traslúcidas se movía entre las sábanas blancas, entrelazadas como una solo. Tragó saliva, tratando de despejar la opresión en su garganta, pero la imagen frente a él era imposible de ignorar.
Las sombras no se detuvieron.

La figura más alta, de movimientos lentos y calculados, inclinó la cabeza hacia el cuello de la otra, dejando un rastro de lo que parecía ser vapor oscuro. La más pequeña arqueó la espalda, y aunque no hubo sonido alguno, Hyungwon juró escuchar un gemido ahogado que resonó en su pecho como si fuera propio.

De nuevo, una voz se coló en sus oídos, baja, íntima, y peligrosamente familiar:

Hyungwon.

Un escalofrío lo recorrió por completo. Su nombre, pronunciado con esa mezcla de deseo y desesperación, lo hizo reprimir un jadeo y aferrarse a su celular con fuerza, como si el tenue haz de luz pudiera mantenerlo en la realidad.

La sombra más robusta se giró lentamente hacia él. No tenía rostro definido, pero los contornos se movían como si el propio aire estuviera vivo, un remolino de oscuridad que parecía observarlo. Sus manos grandes se deslizaron sobre los hombros de la figura debajo y Hyungwon creyó ver que temblaba. Los dedos se movían por la pie traslúcida sin cuidado, reclamando el cuerpo contrario. Las caricias no eran para él, pero Hyungwon sentía que su piel ardía en los lugares que los dedos tocaban.

Wonnie.

Hyungwon apretó los dientes y se deslizó hacia el suelo. Esa voz, ese timbre inconfundible, le recordó a alguien.

—Hoseok… —El nombre salió de sus labios antes de que pudiera detenerse, y al instante las sombras desaparecieron envolviendo la habitación en una oscuridad total. Sus ojos se cerraron sin que pudiera evitarlo, transportándolo a un abismo.


Después de un baño con agua fría, dos tazas de té y cien vueltas en la cama, aun no podía conciliar el sueño. Cada vez que se movía y la tela delgada rozaba su piel sentía que los dedos de Hoseok lo tocaban. Y le dolía. Le dolían los labios por la incontables veces que los había mordido para callar sus gemidos. ¿Qué demonios le pasaba? No era un jodido adolescente, no había forma que una ilusión de amantes fantasmas lo calentara. Antes compartió uno que otro beso o caricia con personas desconocidas y poco conocidas, pero jamás fue relevante como para perder el sueño.

Hyungwon tomó una almohada y la empujó contra su rostro. Pataleó para sacarse la sábana y separó las piernas. Permaneció inmóvil, permitiendo que la brisa que entraba por la ventana apaciguara el calor de su piel. El aire fresco lo acarició, pero no logró enfríar el incendio que ardía en su interior. Apartó la almohada de su rostro y respiró profundamente mientras sus pensamientos volvía al mismo lugar: Hoseok. Las sombras en la cama. La voz suave susurrando su nombre.

Cerró los ojos con fuerza, pero las imágenes seguían ahí, tatuadas en su mente. Las manos de Hoseok, el rastro que dejaban en su piel, y la abrumadora sensación de ser tocado sin ser tocado.

—Esto no es normal —murmuró, mirando hacia afuera. Las luces del pueblo parpadeaban a lo lejos, pequeños rastros de vida en medio de la oscuridad.

Desde que conoció a Hoseok, algo había cambiado. Esto no era solo atracción, ni siquiera deseo. Era algo más profundo, único y peligroso.

—Basta, Hyungwon. A dormir —se regañó, regresando la mirada. Con las manos detrás de la cabeza y los ojos cerrados, se concentró en los sonidos nocturnos: el crujir de las ramas, el canto de un grillo, los murmurllos del viento, su propia respiración. Pero incluso eso conspiró en su contra, trayendo a su mente los ecos de esa voz ronca.

Minutos después, un sonido se unió a la noche. La cama crujió en una esquina, como si alguien o algo se hubiera sentado. Hyungwon intentó abrir los ojos, pero lo encontró imposible. Su cuerpo entero estaba paralizado y se asustó.

Una rafaga de viento frío entró y sacudió las cortinas. Unas garras afiladas tocaron su tobillo, escalaron por su pantorrilla y unos dedos fríos rozaron la parte interna de su muslo izquierdo. La cama volvió a crujir, esta vez más fuerte, mientras el ser se movió hasta colocarse sobre él. Las garras serpentearon por sus piernas, a través de su abdomen y alcanzaron sus brazos. Una mano helada los sostuvo sobre su cabeza y él hizo el intento de abrir los ojos, en una mezcla de desesperación y curiosidad. Deseoso de descubrir si se trataba de un nuevo sueño.

Luchó contra la parálisis que lo envolvía. Su respiración era pesada, forzada, y su pecho se elevaba con dificultad mientras trataba de moverse. La sensación de las garras sobre su piel era demasiado real; cada caricia enviaba un escalofrío que lo congelaba y lo quemaba al mismo tiempo.

—Hyungwon —murmuró la figura, en un tono tanto aterrador como hipnótico.

El ser se inclinó hacia adelante, respirando contra su cuello. No podía decidir si era un sueño o una pesadilla, pero el calor que se extendía por su cuerpo le decía que no era solo miedo lo que sentía.

—Mío —susurró la sombra, delineando con su lengua su barbilla.

La voz haciendo eco en su cabeza lo distrajo de lo que en verdad estaba pasando y solo cuando los dedos frío envolvieron su erección Hyungwon reaccionó. Intentó moverse, pero la mano que sostenía sus brazos era firme. La sombra se inclinó más cerca, hasta que sus labios fantasmales rozaron los suyos. La mano se deslizó sin dificultad por su eje masturbándolo, intercalando caricias a sus testículos.

A pesar de no poder moverse, Hyungwon se deshizo en temblores y gemidos silenciosos, y No pudo evitar jadear cuando un dedo rozó su entrada. Ese pequeño movimiento fue suficiente para llevarlo al límite de su resistencia. Intentó aferrarse a la realidad, hacerse a la idea de que todo aquello era parte de un sueño. Sin embargo, cada roce, cada caricia helada que serpenteaba por su piel, era tan vívido que desafiaba cualquier lógica.

El dedo no insistió, pero su mera presencia dejaba un ardor inconfundible, una mezcla de vergüenza y una necesidad que no podía explicar. Sin darse cuenta que había recuperado parte del control de su cuerpo, empujó sus caderas para encontrarse con el puño apretado que se cerró sobre su miembro.

—¿Te gusta, Hyungwon? —preguntó la misma voz ronca en su oído. Él asintio, porque aunque quisiera negarlo, lo estaba disfrutando.

Un par de golpes más y terminó en la mano del misterioso ser y sobre su abdomen. De repente, unos labios igual de fríos que los dedos, dejó un beso sobre su ombligo. El calor cubrió su cuerpo mientras la presión desaparecía. El peso que lo había mantenido prisionero se esfumó, y el frío helado de las garras fue reemplazado por el fuego sofocante de su propia piel. Abrió los ojos de golpe y, jadeando, miró a su alrededor.

La habitación estaba en silencio.

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