16 DE JUNIO
—El 5 de julio termina mi contrato —comentó Hyunjin, tragando el dolor de las palabras. Todavía no sabía por qué estaba diciéndoselo, de hecho, era un puto error como lo era estar en esa habitación con él en ese momento.
Felix abrió mucho los ojos con los dedos congelados en los botones de su camisa almidonada. No hubo más reconocimiento, ni una sola palabra, solo sus pupilas clavadas en Hyunjin como si estuviera juzgándolo por arrebatarle todo lo que tenía. No era así, no le estaba quitando nada, en todo caso, se lo quitaba a sí mismo.
Hyunjin se iba porque se había equivocado, había cometido el estúpido error de caer como un novato. Por primera vez, se había enamorado de un cliente. Y no uno cualquiera, no. De Felix, del cliente que ni siquiera se quitaba la alianza cuando se desnudaba apresuradamente para él. Se preguntó muchas veces si el oro de su anillo no raspaba su agujero cuando se dilataba a sí mismo. Si no chocaba con el cristal del plug in transparente que tanto le gustaba usar.
¿Tintineaba el metal contra la madera de la cómoda el día que lo folló con rabia contra el mueble? ¿Lo sentía cuando ataba sus manos tan prietas que se le dormían los dedos? ¿Cómo le explicaba a su esposa las marcas en sus muñecas y tobillos? ¿Qué le dijo sobre los dibujos que la cuerda de yute hizo contra sus costillas el día que probaron el shibari?
Hyunjin tenía muchas preguntas y una sola certeza: estaba enamorado de Felix. No solo del sexo descarnado y de su apretado agujero; sino también de las duchas lentas; de la subida desde el subespacio; de su boca balbuceante cuando tenía sueño; de su gusto por el trabajo de Mario Testino; de su preferencia por la escuela prerrafaelita por encima de cualquier otro movimiento artístico; de su voz grave cuando hablaba de esos videojuegos en los que era tan malo...
Hyunjin estaba enamorado de Felix y, aunque su madre siempre decía que no tenía instinto de supervivencia, esta vez sí lo tuvo.
—¿Por qué? —preguntó por fin el rubio, conteniendo un puchero.
—He conseguido otro trabajo.
—¿En otro host club?
—Por supuesto que no —bufó—, no me iría de aquí para acabar en un agujero peor. Voy a trabajar en una librería.
—¿Ya no nos veremos?
No contestó para evitar quebrarse. Se atusó el pelo, buscando algo que hacer que no fuera mirarlo fijamente. Porque era lo que quería: observar cada detalle de Felix hasta tatuarlo en su memoria. Felix reaccionó quitándose la ropa sin esperar ninguna orden, Hyunjin entendió que tenía prisa por aprovechar sus últimas horas juntos. Dolió como la mierda que eso fuera lo único que quisiera de él, aunque no fue tan estúpido como para mostrarlo.
3 DE JULIO
—No puedes hacerme esto, no puedes dejarme, Jinnie —murmuró, apretándose con fuerza a su alrededor.
Hyunjin se elevó sobre él. Los ojos de Felix estaban empañados por las lágrimas, desenfocados como siempre que se corría demasiado intensamente. Tomó sus mejillas, deleitándose con la suavidad. Acarició las pecas que salpicaban la extensión tratando de memorizarlas, fingiendo que no estaba abriendo más la herida que sangraba en su pecho.
—Ángel, los dos sabíamos que esto era temporal.
—Me perderé... Si te vas me perderé otra vez, me moriré... Te pagaré, te pagaré por verte.
—Ya no quiero esto, Felix. No quiero seguir haciendo esto —se defendió.
De verdad no quería seguir, quería marcharse cuanto antes de ese lugar. En realidad, había alargado su partida lo suficiente como para encontrar un trabajo, pero en el momento en el que Jisung le había comunicado que se marchaba, Hyunjin ya estaba haciendo planes en su cabeza.
La única razón por la que seguía en Unholy era su amigo, después de todo. Jisung fue la persona que más lo ayudó desde que llegó a Japón, había insistido en que no necesitaba ser host, que podía buscar un trabajo normal, que podía tener una vida ordinaria. También fue el más firme detractor de su inminente entrada al negocio. "Es desagradable la mayor parte del tiempo", le dijo, "es doloroso a veces", insistió. "Siempre, siempre tengo miedo", confesó en un susurro, una madrugada en la que volvió del local con unos cuantos golpes de más en el cuerpo.
Ni siquiera eso, ver a Jisung a punto de romperse, en peligro, disuadió a Hyunjin. Se dijo a sí mismo que podría controlarlo, que él no era tan pequeño y delicado como Jisung. Lo había hecho, había llevado las riendas de su paso por Unholy tal y como quería. Y también podía proteger a Han, o eso es lo que se dijo para mitigar la culpa.
Y entonces apareció Lee Minho, con su caballo blanco y su armadura, dispuesto a salvar al príncipe Jisung de la torre donde estaba encerrado. Le costó más de un año de pagar ingentes cantidades de dinero de las que Asuka sensei se quedaba el sesenta por ciento. Dieciocho meses de regalos caros, llamadas de teléfono, transferencias bancarias secretas; mucho tiempo para convencer al más joven de que había llegado para sacarlo de allí.
Pero el caballero andante que era Lee Minho había dejado algo allí. Una caja de sorpresas llena de todas las fantasías de Hyunjin, de todos los sueños que nunca se harían realidad, con la forma de un ángel de mejillas pecosas con el pelo decolorado.
El mismo que ahora estaba enredado alrededor de su cuerpo, rogándole para que siguiera desangrándose en esa cama de sábanas rojas.
—Pero yo lo necesito, te necesito a ti. No puedes abandonarme, tienes que hacerte responsable...
—¿De qué, Felix? Eres un hombre adulto —Enfadado, empujó con fuerza en su cuerpo, sacándole un gemido ronco de la garganta—. Eres un adulto, eres rico, triunfador y hermoso. Estás casado, joder —gruñó, mordiendo su cuello con saña.
—Papi... —gimió adorablemente.
—No sabes mi nombre. No sabes quien soy —Bombeó dentro de su cuerpo con más fuerza, apuntando a su próstata sobreestimulada. El muchacho sollozaba bajo su cuerpo, temblando de placer y dolor. Sus uñas se clavaron en sus bíceps y dio una mirada rápida a su dedo anular—. Ni siquiera te quitas la maldita alianza para dejar que te folle hasta que pierdes el juicio.
—Por favor, papi, por favor —jadeó el otro sin aliento.
—¿Por favor qué? ¿Qué es lo que quieres, Felix?
—¡Ah, ah! ¡Dios mío! ¡Arg! —gimió.
Hyunjin apretó la polla blanda entre los dedos. Se movió con más brío, castigándolo por hacer que se enamorara de él, por estar casado, por volver una vez al mes a darle las migajas de su cariño, por ser tan bonito, por ser la puta perfecta, el ser humano más divino.
Hyunjin se lo folló con todo lo que tenía, con cada ápice de fuerza que le quedaba, presionando los dedos sin piedad en el apéndice en carne viva, raspando su glande contra el punto P del chico. Todo su cuerpo estaba tenso, su pelo negro goteaba sobre Felix. Sus pieles resbaladizas hacían sonidos vulgares cuando chocaban. Los pequeños pies del chico estaban en su espalda. Estaba abierto ante él, ofrecido como una zorra sin dignidad y, todavía, viéndose tan sagrado como un dios. Igual de venerable, igual de cruel.
Su ángel, su puta, su caja de Pandora.
—Córrete para mí, ángel —gruñó, con sus propias pelotas apretadas contra su cuerpo.
Mordió el cuello ajeno, recibiendo con alegría el dolor de las uñas que rasparon su piel. Felix gimoteó, su canal se estrechó alrededor de la polla de Hyunjin empujándolo sin esperas a un clímax desgarrador. Su cuerpo tembló, quería fundirse con Felix, abrir su pecho y meterse dentro de sus costillas, vivir en el espacio entre su corazón y sus pulmones.
Quería convertirse en su sangre, que bebiera cada gota de su alma, correr por sus venas el resto de sus días. Quería morirse entre esos brazos pálidos que lo abrazaban. Quería secar esas lágrimas que corrían por las mejillas del muchacho.
—Shhh... Ya está, lo hiciste tan bien, ángel... Tan bueno para mí... El mejor niño de papá —murmuró, besando los pómulos salados.
Bajó del orgasmo con un mareo, sus piernas temblando y la absoluta certeza de que el culo de Felix era el único lugar en el que su polla quería estar por el resto de sus días. El joven enredó sus dedos en el pelo empapado de Hyunjin tirando de él para un beso. Compartieron saliva y lágrimas, jadeos desesperados y caricias ásperas.
—Eres el mejor, ángel —insistió, sintiendo esa inseguridad que siempre llegaba después de una sesión intensa—. ¿Lo sabes? ¿Sabes lo bueno que eres?
—Papi... —sollozó—, no me dejes. Si soy tan bueno, no me abandones.
—Felix...
—No te marches, Jinnie... —lloró, atrayéndolo contra su pecho.
Sus extremidades estaban enrolladas a su alrededor como los tentáculos de un pulpo, aprisionándolo. Movió sus caderas incómodo y su polla salió del agujero gastado de Felix. El muchacho gimió una vez entre los lloriqueos húmedos. Joder, Hyunjin no contaba con esto. No contaba con este Felix devastado debajo de su cuerpo. Con su cuerpo todavía lleno de su semen y su llanto asfixiándolo.
Así que hizo lo que mejor sabía hacer: mintió.
—Está bien, ángel... Está bien —murmuró, besándole la mejilla suavemente—. Me quedaré solo para ti. Vendré solo cuando vengas tú. Les pediré que me avisen cada vez que vengas... ¿De acuerdo, bebé?
Pasaron unos segundos tensos en los que Felix lo evaluó. Hyunjin sacó de sí mismo todas sus habilidades como actor para fingir una sonrisa cálida. Tragó la bola de cemento de culpa que le apretujaba la garganta y dejó un pico más en sus labios de patito.
—¿Lo prometes? —gimoteó. Hyunjin asintió—. Muchas gracias, papi, muchísimas gracias.
—Ya te dije que haría cualquier cosa por ti. —En eso también mintió.
20 DE AGOSTO
—Yongbok-sama —dijo la voz masculina en el altavoz del teléfono—, Jinnie ya no trabaja aquí...
—Lo sé, lo sé —aclaró—. Me dijo que avisara cuando fuera a Unholy y que ustedes contactarían con él.
—Hmm... Un momento, por favor...
Aprovechó la pausa para dejar la toalla con la que se secaba el pelo colgada en el gancho del baño. Se miró al espejo; le había salido un grano en la barbilla, pero, por suerte, había traído su bolsa de maquillaje a Japón. No es que lo usara normalmente, su padre lo amonestaría sin piedad si entendía que llevaba en la cara algo más que crema solar. Pero seguía llevando consigo ese estuche de emergencia para controlar la sombra del escaso bigote, las ojeras pronunciadas y esas incómodas rojeces que le salían a veces.
—Yongbok-sama, ¿sigue ahí? —Escuchó a su interlocutor en el teléfono en la habitación contigua y corrió hasta allí.
—Sí, sí, dígame.
—Yo... Bueno, nos ha sido imposible contactar con Jinnie... Pero todavía puede venir, cualquiera de nuestros host cuidará de usted con la misma dedicación. Nuestros chicos y chicas son increíblemente...
—¿Cómo dice? —interrumpió en coreano, con su mente yendo a dos mil kilómetros por hora. Su estómago se enredó en un atillo apretado, como la cuerda de yute con la que Jinnie lo amarró meses atrás.
—¿Perdón?
—Es... Esto... I mean —balbuceó, mezclando el coreano con su inglés nativo.
—¿Está bien, Yongbok-sama? —preguntó el hombre. Tuvo que respirar hondo tres veces para centrar su cerebro y utilizar el poco japonés que controlaba.
—Muchas gracias por su ayuda —dijo.
—Ehm... Entonces... ¿Reservo una mesa para usted esta noche?
—No... No, muchas gracias, pero no será necesario. No me encuentro bien. Tal vez en otra ocasión.
—Oh, lo siento mucho, Yonbok-sama... Esperamos volver a verlo en Unholy pronto.
Colgó la llamada sin decir ni una palabra más. Estuvo a punto de lanzar el móvil contra la pared. En su lugar, se tiró en la cama con el albornoz húmedo y se encogió sobre sí mismo, con las manos sobre su vientre dolorido.
¿Dónde demonios estás?
Nadie respondió.
¿Por qué me mentiste?
Cerró los ojos con fuerza.
Dijiste que tú no me ibas a abandonar.
Pero lo había hecho.
15 DE SEPTIEMBRE
—¡Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos, Felix, cumpleaños feliz!
Sus mejillas estaban del color de las amapolas aunque no pudiera verlas. Sentía el calor subir por su cuello y sus orejas ardían. No había mucha gente, pero sí la suficiente como para avergonzarse profundamente por la atención.
—Sopla las velas y pide un deseo, oppa —instó su bonita esposa Suji, manteniendo la tarta entre sus manos.
Inhaló una enorme cantidad de aire y miró a las caras de los invitados. Todos con sus mejores sonrisas, brillando como si fuera el cumpleaños de ellos y no el de Felix. Quería compartir esa felicidad con ellos, quería reírse como lo había hecho Jisung tres minutos antes, cuando sopló sus propias velas.
¿Qué pidiera un deseo? ¿Qué deseo debería pedir si lo único que deseaba era encontrarse con ciertos labios carnosos en la multitud? ¿Qué podría desear más que el tacto de Jinnie contra su piel? ¿Qué había más ansiado para Felix que una libertad que solo encontró restringido sobre las sábanas rojas de seda de un burdel?
Observó fijamente la cara de Suji un segundo antes de apretar los párpados, trayendo a su memoria la imagen de Jinnie. Su lunar bajo el ojo, sus boca rosada, sus ojos rasgados, su pelo negro, el sudor que goteaba, sus brazos musculosos, sus piernas kilométricas.
Sopló las velas y lo deseó a él.
Deseó estar encerrado entre sus brazos, despertar desnudo con su piel como manta, hacerle brownies, ir a un museo con él, hablar de los prerrafaelitas, sacarle un millón de fotos. Joder, deseó tener al menos una foto suya. Deseó saber al menos su nombre. Deseó poder buscarlo, encontrarlo en esa librería en la que trabajaba y arrastrarlo de vuelta a Corea, como Minho hizo con Jisung. Quería lo que ellos tenían, quería las miradas, las sonrisas, los besos que creían que nadie veía cuando se escabullían a la cocina. Felix quería a Jinnie, deseba que Jinnie fuera el que sostuviera esa tarta frente a él.
Un aplauso estalló entre los asistentes cuando abrió los ojos.
Ningún deseo se cumplió.
31 DE DICIEMBRE
—Feliz año nuevo, oppa.
—Feliz año nuevo, Suji —contestó, brindando con champán.
Feliz año nuevo, Jinnie, dijo en su mente.
23 DE FEBRERO
—¿Felix? —llamó Jisung, agachándose a su lado en el oscuro suelo del baño de la habitación de hotel. Él negó con la cabeza, incapaz de decir una palabra—. Cariño, ¿quieres que llame a Minho hyung?
—Jisung —sollozó. La mano del chico le acarició el pelo—, ¿dónde está?
—¿Qué?
—Sé que hoy fuiste a verlo... Dime dónde está, Jisung, por favor...
—¿De qué estás hablando? —Felix agarró las muñecas ajenas con fuerza, enfrentándose a los ojos oscuros.
—Sabes de quién estoy hablando, solo dime donde está, por favor. Te lo ruego, Jisung...
Alguien llamó a la puerta, Han se zafó de su agarre abandonándolo en el suelo del baño. Dejándolo solo en el frío, en el hueco en el que se había escondido para llorar desde que llegó de la reunión que tuvo en las oficinas de Tokio.
—¿Qué está pasando, Yongbok? —La voz de Minho era suave, pero no había dudas de que era una exigencia más que una pregunta de cortesía.
—Dime dónde está, Jisung, por favor... ¿Qué quieres? Te daré todo, todo lo que tengo... Pero dime dónde está... —Presionó su mano entre las propias, desesperado, pero el chico volvió a huir.
—No sé de qué habla...
—Está hablando de Jinnie —cortó Minho. Sus ojos felinos se clavaron en Felix, abriéndolo en canal, exponiendo al mundo todos sus secretos, todas las mentiras, todas las cosas que guardaba dentro de él.
Felix se estremeció de miedo. Sus mejillas se llenaron de lágrimas una vez más. La vergüenza pesó sobre él, más fea que nunca, más dolorosa. Quemaba como el día que su padre apareció en la habitación de hotel en la que Changbin lo mantenía arrodillado, abierto y amordazado con su polla. Sintió el mismo puñal helado atravesándole el esternón, el frío congelando hasta la última célula de su cuerpo.
Escuchó el asco en la voz de su padre, aunque no estaba allí. El desprecio con el que echó a su amo, la rabia con la que tiró de las ataduras de Felix, el picor de las bofetadas, el calor de la saliva cuando le escupió. Sintió todo eso de nuevo, tan vívido como si estuvieran en aquel lugar tantos años atrás.
—Lo siento —gimió, con la cara enterrada contra sus propias rodillas.
—A mí no tienes que pedirme perdón, Yongbok —contestó Minho, que sonaba completamente distinto a las palabras de odio de su padre.
—Yo... Lo siento —repitió.
—No me debes ninguna disculpa, te la debes a ti —sentenció.
¿Cómo se iba a perdonar si no sabía ni cómo ser libre otra vez?
30 DE AGOSTO
No era una buena idea. O era la mejor idea del mundo. Todavía estaba decidiéndolo. Hyunjin entró a la recepción del hotel colocándose el traje de verano que llevaba. Jisung se lo había regalado como una especie de "compromiso" para que hiciera hueco en su falsamente ajetreada agenda y viajara a Seúl.
Se lo concedió, porque verlo una vez cada pocos meses no era suficiente y porque no podía estar más feliz por él. Necesitaba celebrar a su lado el amor que encontró, incluso si el certificado no era válido en Corea, Hyunjin quería festejar junto a Minho y Jisung esa boda secreta que habían tenido en Taiwán.
El salón del evento estaba lleno de gente; muchos trajes, ropa elegante, todo tan lejos de lo que él y Jisung eran que casi se echó a reír. Todavía recordaba las sudaderas con lamparones de sopa, el pelo grasiento después de dos días sin ducharse cuando tenían un descanso. También se acordaba de los pantalones cortos de cuero, de las orejas de gato, de la risa falsa como un cascabel cuando un cliente le decía lo adorable que era.
Hyunjin recordaba a Jisung de muchas formas y ninguna era con ese traje a medida de color negro. No había visto a Han más guapo en su vida, más feliz. Colgaba del brazo de su esposo, presionando los dedos en el costoso tejido de la chaqueta de Minho, sonriendo de verdad a las chicas con las que hablaban.
Prefería recordar a ese Jisung que a cualquiera de las otras versiones que tenía en su cabeza.
Caminó hasta ellos decidido, tragándose la sensación de no pertenecer a ese lugar y el miedo a hacer el ridículo. Comprobó una última vez que su bragueta estaba cerrada justo antes de tocar el hombro de su amigo. El chico se volteó y soltó tan rápido a Minho que tiró la mitad de la copa de champán que sostenía el hombre al suelo.
Un segundo después, saltaba a sus brazos como si hiciera doce años que no se veían y no dos meses. Hyunjin solo pudo corresponder esa explosión tan propia de él envolviendo el cuerpo más pequeño entre sus brazos.
—¡Pensé que no vendrías!
—No podía perdérmelo por nada del mundo, Julia Roberts.
—Cállate, idiota —gimoteó, dandole un beso baboso en la mejilla.
—Ew, para —se quejó, apartándolo—. Enhorabuena, Sungie, eres un cabrón con suerte.
—Hola... Hyunjin —saludó Minho, con su nombre sonando tan extraño como siempre que lo pronunciaba. Le tendió la mano y la estrechó con una sonrisa.
—Hola, Minho hyung, muchas felicidades por vuestra boda. Todo está precioso... Y los dos estáis muy guapos.
—Muchas gracias por venir, Jisung estaba que se subía por las paredes... Creía que cancelarías en el último momento.
—¡Qué poca fe tienes, Hannie! —susurró. El otro hizo un puchero.
—Bueno, ya basta de hablar de eso. Por allí está el salón donde comeremos, puedes ir, te alcanzaremos cuando terminemos la ronda del besamanos...
—¿El besamanos?
—Minho hyung es como el papa, tiene doce millones de personas a las que saludar —bufó, rodando los ojos.
Hyunjin se echó a reír antes de despedirse de ellos con un movimiento de su mano y dirigirse a donde le habían indicado. Le molestaban los zapatos pero al menos el traje era cómodo, aunque ya estaba sudando. Se apartó de la cara un mechón de pelo rebelde que se soltó de su coleta mientras atravesaba las puertas.
Y se quedó paralizado. Tanto como el chico ante él.
Era, precisamente, una de las razones por las que había dudado sobre volver a Seúl. Ese ángel etéreo que ahora le miraba fijamente, con sus ojos abiertos, como si estuviera viendo un fantasma. Y, en cierto modo, lo era. Era un espectro, la vergüenza que guardaba bajo la alfombra, el recuerdo del descontrol secreto.
Probablemente estaría pensando en la mejor forma de huir, en la mejor forma de escapar de aquel escarnio. Hyunjin quería acercarse y consolarlo, decirle que jamás diría nada, que nunca se lo dijo a Jisung y era su mejor amigo, que nunca traicionaría la confianza que puso en él. Aunque lo que realmente necesitaba era abrazarlo, besarlo como si fuera a dejar de respirar, abrazarlo hasta que el mundo desapareciera alrededor.
¿Cómo era posible que fuera aún más bonito ahora que un año atrás? ¿Tal vez era su cerebro jugándole una mala pasada? Lo mismo era una ilusión, su propia aparición, el ser humano al que extrañaba desde el día que lo dejó con la promesa rota de antemano de volverse a ver.
Dio un paso atrás, tratando de alejarse de él, queriendo poner entre ellos unos miles de kilómetros de distancia. No quería hacerlo sentir mal, no quería que temiese que revelaría su secreto. Él nunca haría eso, pero Felix no lo sabía.
Se volteó, decidido a marcharse. Apenas llegó a la puerta que acababa de cruzar cuando una mano pequeña y cálida se enredó en su muñeca como un cepo. Respiró hondo, contó hasta diez; no sirvió de nada. No pudo relajar ni uno de sus nervios, su cuerpo tenso como la cuerda de un arco, luchando consigo mismo por no girarse y enterrar la cara en el cuello del rubio.
—Espera... —dijo, su voz grave envió una descarga por todo su cuerpo que activó todos sus músculos entumecidos.
Tuvo la valentía de mirarlo de soslayo, con el mechón interponiéndose en la visión perfecta de aquel ser divino que colmaba sus recuerdos. Sus pecas seguían en el mismo lugar que recordaba, parecía un poco más bronceado, definitivamente más delgado, pero igual de hermoso. El mismo Felix divino, el real, el inalcanzable.
—Lo siento... No quiero hacerte sentir incómodo —susurró, tratando de mantenerse de una pieza aunque sus costuras estaban a punto de estallar.
—No lo estás haciendo —El dedo pulgar rozó el dorso de la mano de Hyunjin—, no te vayas, por favor.
El ruego justo, el que lo pondría irónicamente de rodillas a sus pies. El que ya tenía a Hwang preparado para abrirse en canal y cederle todas sus vísceras para que las masticara. Cuánto lo deseaba, cuánto lo había extrañado, cuánto lo amaba todavía...
—No diré nada... No voy a decir nada... —Se apresuró a decirlo, mirando al suelo con vergüenza—. Te prometo que no le he dicho nada a nadie, ni siquiera a Jisung...
—Ya lo sé —lo interrumpió—. Solo... yo... —carraspeó, sus dedos se ciñeron a su muñeca—. ¿Cómo te llamas?
Hyunjin tardó treinta silenciosos segundos en procesar la pregunta. Recorrió con su mirada los ojos esperanzados, los mismos que le daba entre las sábanas rojas, los mismos que lo ponían a temblar. Su traje azul celeste le quedaba bien y le sorprendió verlo vestido de un color que no fuera el regio negro que usaba todo el mundo. Sus pupilas lo desnudaron, tratando de extraer de sus recuerdos los valles, las crestas, las curvas y los duros planos de su piel.
—Hyunjin —contestó en un susurro—. Hwang Hyunjin.
—Yo soy Lee Felix... Es un placer saberlo por fin —murmuró, tomando entre sus manos la de Hyunjin para un apretón honorable que coronó con una ligera reverencia.
Él lo imitó, manteniendo sus dedos sobre los de Felix más tiempo del necesario, tocándolo. Porque necesitaba tocar su piel del mismo modo que necesitaba respirar.
Y entonces lo sintió. O, más bien, no lo sintió.
Sus dedos estaban vacíos, ningún anillo, ninguna alianza de oro, ningún pedazo de metal que lo atase a nadie.
Levantó los ojos para encontrarse con una sonrisa tímida en su boca rosada. Y, joder, cómo quiso besarlo en ese instante, delante de todo el mundo. Cómo quiso hacerlo suyo justo frente a esa gente.
—¿Te quedarás mucho tiempo? —preguntó Felix, aferrado a sus manos como un tablón en un naufragio.
—Creo... Creo que sí —Y esa vez no mintió.
—Tal vez podríamos vernos...
—Claro que sí... Ángel —susurró, acariciando los dedos desnudos.
Las pestañas de Felix revolotearon y sus mejillas se encendieron como dos faroles rojos en el año nuevo chino. La providencia, la zorra sedienta, la caja de Pandora que en el fondo, muy profundo, había guardado para Hyunjin la esperanza.
***
Un agradecimiento a quienes leyeron, los navegantes, y a mi manada.
¡Nos vemos en el infierno!
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