5. Mayo.
¡Hola mis bonitos lectores! Un día tarde pero aún así se logra sacar capítulo para hoy. Debo confesar que no tenía muy planificado profundizar tanto antes de ir al club, pero lo valió y siento que las cosas están quedando más claras, así que probablemente empecemos ya a tantear en otros personajes, especialmente en Eiji y Shorter. Muchas gracias por haberse tomado el cariño para leer.
¡Espero que les guste!
Cuando Aslan era niño amaba acompañar a Lady Callenreese por provisiones al mercado, su apellido de buena fama y reputación intachable les permitía disponer de riquezas jamás soñadas, con dinero y cariño ella forjó una burbuja segura para su pequeño hijo, un lugar donde no existiesen carencias y todos sus caprichos pudiesen ser realidad, Griffin lo recuerda, apenas su hermanito se encaprichó con las flores su madre ordenó la construcción de un invernadero, cuando le agarró gusto a los libros prácticamente construyó una biblioteca dentro de la mansión con esos brillantes estantes de Acacio, repleta de títulos con traducciones que mandó a hacer especialmente para consentirlo, inclusive en su nombre venía prescrita una vida feliz y libre de preocupaciones, como el alba.
Aslan Jade Callenreese.
Una vida tan hermosa como un jade bajo el amanecer.
Pero no fue así para Griffin, antes de Lady Callenreese eran solo Jim y él, su madre biológica a quien apenas recuerda de nombre (Audrey) era una escueta campesina que se dejó deslumbrar por lo que deseó creer de su padre y al enterarse de que era un patético cantinero lo dejó. Su infancia se halló marcada por las carencias, el trabajo duro y la soledad, nunca se comportó como niño y francamente no recuerda haber sido uno. Cuando Aslan llegó a su vida todo ese sacrificio cobró sentido, él juraba que todas las existencias venían con una determinada cuota de sufrimiento y que tanto Jim como él ya habían pagado la suya, así que nada más que esperanza y buenaventura debía perdurar.
Pero Lady Callenreese falleció.
Y algo murió dentro de su hermanito con ella.
Griffin no es como Aslan, no sueña con independizarse para explotar un talento envidiable (pues no cree que lo tenga, se considera a sí mismo simplón), su máxima aspiración es que Aslan sea feliz, no va a exigirle nada más. Lady Callenreese (nunca pudo llamarla «mamá», aunque la considerara como tal, se sentía impropio), le explicaba que la parentalidad venía con el único objetivo de que los hijos tuviesen una existencia plena, pero él no creía que fuese así, no por su parte. Si bien, pretendía que estuviese contento su hermanito, también deseaba que fuese mejor que él mismo, que hiciese todas esas cosas por las que Griffin jamás tuvo el valor, que escapase de este mundo, que fuese libre, que lo superara y con orgullo, que lo abandonara e hiciera otra senda, ese es su auténtico anhelo. Verlo cometer sus mismos errores y sacrificarse con Golzine lo destrozó.
«Lo quiero usar», es la excusa que le da.
Y añade: «no es tan malo».
Pero si aquello fuera verdad, ¿por qué luce tan aterrorizado cuando Dino lo espera en la estancia de la residencia?, ¿por qué parece tan asqueado?, ¿por qué se encuentra tan empeñado en hacer esto? Le frustra que sea tan llevadero a su idea, es terco como una mula y lo saca de quicio, puede amarlo y enfurecerse sin contradecirse, es un sentimiento de querer zarandearlo y luego abrazarlo.
—Piénsalo. —Le suplica—. Piénsalo y sino te sientes en comodidad, cancélalo.
—Lo prometo.
Pero nunca lo hace.
Y Griffin no tiene idea de cómo más intervenir, mentira.
La verdad no tiene que ver con recelo a imponerle una decisión a Aslan siendo un adulto o el terror que Dino ejerce, la verdad es mucho más patética. La verdad es que Griffin es un cobarde.
—¿Por qué la cara larga? —Y lo vislumbra más que nunca cuando Max se para enfrente de la cúpula con esa sonrisa brillantemente cálida y remueve cosas que no debería sentir, no las merece, ¿cómo se le ocurre ser feliz si ha fracasado protegiendo a su hermano? No puede, no se lo perdonaría.
—Es complicado.
—Déjame adivinar. —Max lo interrumpe, sentándose a su lado a las afueras del jardín, canturreando en voz baja, es relajante, le gusta—. Se trata de Aslan. —Ríe por lo acertada que es la predicción, le hace un espacio en la banca de madera del invernadero, el aroma de las margaritas le fascina, cree que son flores subestimadas, especialmente contra las rosas.
Rosas.
Rosas negras.
Como las que Dino le trae a Aslan.
—¿Tan predecible soy? —Niega, obligándose a salir de su cabeza, los hombros del exsoldado chocan con los suyos y eso lo pone increíblemente nervioso, lo disimula excelente, lo disimula desde que lo conoció por accidente—. ¿Crees que Aslan es lo único en mi cabeza?, ¿tan dependiente me crees?
—No. —Proclama con su gran sonrisa, el sudor se desliza desde su frente hacia su cuello, traga duro, enfocándose en su gruesa manzana de Adán, parece una perla de color caramelo danzando contra los botones de su camisa—. Pero conozco esa expresión. —Griffin bufa, repentinamente acalorado.
—No estoy de acuerdo con ese matrimonio, no quiero entregárselo a, perdóname la expresión, pero un completo cerdo. —Entonces, Max lanza una carcajada juguetona y exaltada, golpeándolo en la espalda como si acabase de decir lo más gracioso del mundo y así lo hace sentir.
—Tengo mis propias razones para odiar al cerdo, ¿pero cuáles son las tuyas?
—Llámalo intuición, no lo sé. —Griffin baja el mentón, enfocando su atención en las bolsas de papel que se bambolean bajo las coloridas flores a punto de perecer, aunque apenas tienen para mantener la residencia siempre impresiona haber basura por todas partes, sospecha que alguien más usa ese invernadero de vertedero y le da rabia semejante irrespeto—. No quiero que se case con Aslan, solo mira la diferencia de edad, es extraño.
—No es tan raro en los matrimonios de élite. —Triste pero cierto—. Un hombre de buen estatus es capaz de desposar a todos los jovencitos y jovencitas que desee mientras pueda mantenerlos, sabes como es este mundo, los matrimonios arreglados son transacciones.
—Bueno, yo no pertenezco a eso y por ende mi preciado hermano tampoco. —Max bufa, apoyando una de sus piernas sobre la otra, dejando que su codo repose justo sobre su rodilla y su palma logre sostener su mentón, le divierte esa faceta tan protectora del Callenreese mayor en un buen sentido.
—¿Has hablado con él?
—¿Has hablado tú con él? —Le pregunta irritado—. Ese terco no va a escucharme jamás. —Gimotea, estira sus piernas lejos de la banca, las bolsas de papel se han enredado junto a las rosas, el viejo poemario que suele leer a escondidas se encuentra inflado con agua, sus páginas están amarillas, se tostó con el sol y es insalvable, lo que le faltaba—. No me trago el patético pretexto de que quiere usarlo para impulsar su carrera, ni siquiera intentó darme una excusa decente, ¿tan tonto me veo?
—Griff.
—¡Por favor! Tiene talento de sobra para hacerse escritor famoso, no necesita un patrocinador.
—Griff.
—Menos aquel cerdo, ¿te conté que le trajo una serenata el otro día? Eso es espeluznante, no quiero decirle a ese caballero cómo vivir su vida, pero Aslan es un niño todavía y Dino podría ser su abuelo o incluso más viejo, además, lo sigue invitando a esas reuniones extrañas de su club, no quiere ir, lo sé, no quiere estar ahí porque algo malo pasará.
—¿Tu instinto de mamá gallina te lo dice? —Y claro que Max no está tomándolo en serio.
—¡Hablo en serio! —Así que chilla, tirándose las ojeras que han nacido a causa de la enfermedad de papá, Griffin nunca fue parte de esa burbuja de plena fantasía y felicidad y aún así aprecia que se ha reventado algo—. Yo tomaría su lugar si pudiera, me casaría para protegerlo.
—¿Te casarías obligado? —Y Max luce tan lastimado con ese comentario, lo nota por la presión que ejerce en su mandíbula y el temblor ansioso entre sus manos, no debería importarle, tiene su propia familia, Griff conoce a su hijo y le tiene un afecto desmesurado, también ha escuchado de la famosa Jessica y siendo honestos, le resulta una familia perfecta. ¿Para qué sueñas? Despierta.
—Lo haría. —No duda, ve el corazón del soldado quebrarse dentro de sus ojos azules, Dios, ama lo mucho que transmiten sus miradas, son tan intensas que incluso él se ha sentido correspondido. No tardó mucho en desglosar la benevolencia natural de Lobo, él no es especial, por supuesto—. Pero mírame, no soy un Callenreese pura sangre, no soy atractivo, soy un ignorante, ¿quién querría a un prometido así? Aslan es diferente, es mucho mejor que yo, es mi orgullo, por eso no puede perderse.
—Oh Griff. —Pero Max no lo está escuchando más—. ¿Realmente piensas eso de ti? —Y de pronto, lo está tocando con sus grandes y ásperas manos, están tan cerca que Griffin puede sentir la rasposa barba fantasma cobriza cosquillearle las mejillas y oler el aroma de su shampoo.
—¿Acaso dije alguna mentira?
—Eres maravilloso. —El soldado lo acuna con ambas manos, es un toque tierno y suave, Griffin no acostumbra a semejantes caricias así que no tarda en sobresaltarse y soltar un jadeo como un animal herido, eso le roba una sonrisa al contrario, como si pensase que es adorable, incluso lindo—. Una de las cosas que más me encanta de ti es la devoción que le tienes a tu hermano, pero también me es dolorosa si te impide apreciar lo mucho que eres.
—No tienes que decirlo para animarme.
—No lo hago por obligación, pensé que me conocías mejor. —Jadea, su voz es aterciopelada y grave, tan irresistible, lo embriaga—. Los estudios, el apellido, las riquezas, eso no te convierte en alguien bueno. Lo más valioso que tiene Aslan no es herencia, sino el corazón que has protegido, un corazón repleto de bondad que heredó y aprendió de ti. —Claro que debe entender esto, Max tiene un hijo y seguramente se siente de la misma forma.
—Eres un natural consolando. —Se ríe, sin apartarse, no todavía, no cuando están envueltos por las margaritas y el susurro de los árboles—. Con razón tienes reputación de rompecorazones alrededor del pueblo, eres todo un seductor.
—¿Quién me puso esa reputación? —Se ríe entre dientes.
—Todas las damiselas hablan de tus irresistibles encantos y tu congraciada belleza.
—¿Sí? —Lo mira con semejante coquetería que le deja el corazón doliente—. Tienen un excelente gusto en ese caso.
—Claro que sí, estamos hablando de ti. —Los dedos de Max lo acarician con suavidad, los toques se derriten contra su piel, es exquisito e intoxicante—. Tu reputación de soldado te precede con honor.
—Me da igual lo que esas damiselas puedan querer de mí. —Murmura acercándose, Griffin puede contar sus pestañas cobrizas desde esta posición y saborear el tabaco en su aliento.
—¿Por qué? —Sonríe, tal como si hubiese estado esperando esa pregunta.
—Porque mi corazón le pertenece a una damisela y ya.
Jessica Randy.
Una damisela, no un remedo de noble como tú.
—Cierto. —Se aparta de golpe—. Iré por Aslan, prometí ayudarlo a preparar la comida. —Se levanta abruptamente, dejando a Max con una mueca despechada y confundida, se pregunta si le divierte darle esperanzas con esta cercanía y luego se reprocha, él es quien lo está interpretando, él es quien espera que Max lo vea de una manera que jamás lo verá, tonto.
—¿Hice algo mal?
—No. —Se voltea, sabiendo que es terrible mintiendo y con una palabra más se desmoronará—. No hiciste nada mal, soy yo.
—¿Entonces? —El exsoldado le suplica, su voz yace al borde de la desesperación y le duele, es débil ante Max, siempre lo ha sido y siempre lo será, lo sabe—. Habla conmigo.
—No creo que sea buena idea pasar tanto tiempo juntos, ¿sabes? Deberías venir menos.
—¡Griff! —Max lo ataja de la muñeca antes de que huya y se siente patético, igual que una bolsa de basura en un invernadero, no es su lugar—. ¿Realmente quieres eso? —Corta el toque de un tirón.
—Es lo que deseo.
Y se va.
Porque la verdad no tiene que ver con Aslan, con Jim o inclusive con Max. La verdad es tan patética que llega a ser risible. La verdad es que Griffin es un cobarde y le entregó las riendas de su vida a las otras personas y al hacerlo, sin querer entregó también las de su familia. Y una vez hecho él no supo cómo deshacerlo, no supo enmendarlo. La verdad es que es débil. La verdad es que es indigno de la felicidad. La verdad es que renunció a sí mismo. La verdad es que al renunciar a sí mismo, igualmente está renunciando a Aslan y esa es la verdad que más terror le da admitir en voz alta.
Es una sorpresa para Griff entrar a la cocina y encontrarse con su hermano efectivamente levantado, cortando pimentón en la mesa, con un delantal alrededor de su cintura, tarareando una tonada que si bien, desconoce, le es agradable. Pero este cambio de actitud no es lo que más llama su atención, sino la sonrisa soñadoramente discreta que ha esbozado, le es vagamente familiar pero tan distinta, esta parece ser... Oh. Es una sonrisa de enamorado. No puede ser por Golzine, le da arcadas de solo pensarlo, aun así, debe corroborar, así que se sienta y prepara el interrogatorio.
—Te ves contento esta mañana. —El más joven se sobresalta con su voz, seguramente no lo escuchó entrar a la cocina o dio por sentado que pasaría toda la tarde con Max—. ¿Te levantaste con energía?
—Sí. —Ash sonríe, nervioso, está escondiendo algo—. Es una muy bonita mañana. —Pero el día está nublado e impresiona a punto de llover.
—Aja. —Intenta no tomárselo personal, no cree que subestimen tanto su inteligencia, es decir, Griff sabe que es tonto al nunca haber podido asistir a una escuela de elite, pero no tanto—. ¿Pasó algo?
—No. —Le miente en la cara y lo irrita—. No es nada.
—Es raro que te levantes con ánimos para cocinar.
—Amo cocinar. —Griff resopla—. Bien, es que estoy preparando esto para alguien más. —Lo sabía.
—¿Para el monsieur? —Por accidente mete el dedo en la llaga de la herida, provocando que el rostro de su hermano se deforme por el asco y el horror.
—No. —Gruñe el mal genio—. Es para un colega cercano. —El instituto donde Aslan va a trabajar, Lady Callenreese lo fundó para que los desprotegidos pudiesen optar a una educación de calidad sin tener que nacer en una cuna de oro, sin embargo, los fondos rápidamente desaparecieron y apenas logran sobrevivir hoy.
—¿Para el chico bonito?
—¿C-Chico bonito? —Tartamudea y se pone sudoroso.
—Un día se te salió mientras bebíamos. —Se ríe—. Eiji Okumura, ¿no es así?
—Sí. —Bufa igual que un gato mañoso, dándose vueltas con los pelos engrifados, le da ternura.
—¿Es una cita? —Entonces, toda la emoción se desinfla de su cuerpo como un globo viejo.
—No. —Musita, dejando de lado las verduras—. Pero alguien me llevará a un lugar que he querido conocer. —Okey, su instinto de hermano mayor grita que esta es una terrible idea.
—¿Qué clase de lugar? —Por favor que no sea un burdel, que no sea un burdel, que no sea un burdel.
—Soy un adulto y puedo decidir a donde quiera ir Griff. —El golpe es bajo, pero más allá del pequeño pellizco que eso le genera a su orgullo, así confirma que efectivamente Aslan hará algo malo, sabe que hará algo malo y justamente por eso lo escamotea, grandioso—. ¿No deberías estar con el viejo? Los vi muy acaramelados en el invernadero.
—¿No deberías estar en la fiesta de Yut-Lung?
—Touché.
Pero mientras Griffin se atormenta una y otra vez en su propia cabeza, Ash se encuentra demasiado encantado con la idea de finalmente poderse colar al club donde trabajan Eiji y Shorter, le tomó un mes entero convencer al chino de que podía confiarle esa dirección y que iría por estricta curiosidad, no porque efectivamente lo mate no saber en qué trabaja Eiji y los escenarios catastróficos lo tienen desvelado, no, claro que no. Pero es que diablos, no ha podido sacárselo de la cabeza, viendo hacia atrás se da cuenta de que ha sido así desde que se conocieron. ¿Se culpa? No, porque esos ojos tan profundos como las obsidianas proyectan sus propios luceros apenas sonríe y es que su sonrisa... Es majestuosa, siempre lo deja con el corazón corriendo y punzante, es la persona más amable que ha conocido y cada día que pasa, cada manía que aprende, ya sea sobre el horrendo Nori Nori hasta su frágil sueño de ser artista piensa en Eiji más y más.
Eiji Okumura es adictivo.
Así de simple.
Además, le fascina la identidad que le confiere su compañía: «Ash Lynx», poder ser él mismo, un ser humano con voto y elección que vive en la mugrienta parte de Downtown, sin familia que lo ate, sin nobles que lo deseen, sin tener que deberle nada a nadie, lo alivia. Recuerda que la primera vez que vio a Eiji creyó que era simple, que no poseía nada especial, ahora se percata de que es al revés, que el resto del universo es simple y son esos ojos cafés lo que lo mantienen fascinado, es cautivador y si se tiene que meter a un club y ver a Shorter bailarle a un montón de solteronas, lo hará, necesita garantizar su seguridad y gracias a que es terrible mintiendo, confirma que está en problemas.
—Eiji me matará si se entera, no debe saberlo nunca. —Es lo primero que Shorter le advierte apenas se encuentran en el centro—. Asegúrate de que no te vea.
—Somos muy buenos amigos, ¿cuál es el problema de que me vea? —El chino frunce la mandíbula y arruga el ceño, batallando para poder encontrar las frases correctas en su tormenta mental, ¿cómo explicarlo sin transgredir la privacidad de su compañero?
—Yo soy más abierto con mi trabajo. —Empieza—. Pero Eiji todavía se avergüenza de lo que hace. —Y a Aslan le resulta ridículo aunque no es quién para juzgar.
—¿Por qué? Es mesero. —Así que procura no juzgarlo, sino escuchar. Ya ha cometido errores debido a su brecha social prejuzgando antes, todavía le duele el evento del mes pasado, cuando Yut-Lung le propuso matrimonio (propuesta que todavía no responde, por cierto) y el japonés se giró sin darle explicación mayor, tuvo que recurrir a Wong y su dudosa sabiduría para comprenderlo.
—Puede ser un poco degradante el ambiente. —Se ríe pero es una risa forzada y seca—. Igual que todos los lugares controlados por Dino Golzine.
—¿Es dueño del club? —¿Cómo se le pasó eso? Ah, debe ser porque evita deliberadamente al cerdo, por eso su padre se ha enfermado, lo tiene atado a una correa y aún así se da el lujo de andar libre.
—Es una red entera en realidad, este es de los menos terribles, he escuchado que el Club Cod puede ser mucho peor.
—¿Club Cod? —Traga duro, no le gusta el rumbo de esta conversación, está mareado—. ¿Qué tiene de especial ese lugar?
—¿Has escuchado rumores extraños acerca de Dino? —No lo deja continuar—. Ya sabes, sobre que tiene cierta fijación con jovencitos muy jovencitos.
—Oh...
—No es la peor parte. —Shorter le golpea la espalda como si pudiese quitarle peso literalmente de los hombros con el movimiento—. Pero ese no es nuestro problema, llevo trabajando años acá y no lo he visto ni una sola vez, el club no tiene importancia para él, lo que da ganancias son los burdeles.
—Creo que voy a vomitar.
—Te lo compenso con un trago. —Asiente, nervioso—. ¿Estás listo? —Aslan no, jamás estaría listo.
¿Pero Ash Lynx?
—Lo estoy.
Entra.
Ya no hay marcha atrás.
El aroma del alcohol entremezclado con cigarros inunda sus pulmones apenas pasan los guardias en el portón. Y Ash queda maravillado, si bien, acostumbra asistir a fiestas de alcurnia, acá es diferente, es vulgar y escandaloso, señoritas en corsés y lencerías se contornean con bandejas de plata repletas de bebidas coloridas y extravagantes, el ambiente es una mezcla de sensualidad lujosa pero a la vez obscena, es la clase de lugares que un noble jamás frecuentaría y aún así, reconoce a integrantes de familias poderosas pagando por bailes privados en sillones de cuerina o escabulléndose a los cuartos de atrás. Es impúdico sin caer en un burdel, traga duro, dándose el coraje para seguir a Shorter entre el laberinto repleto de muebles bañados en lujo falso, son diamantes de imitación que ciegan en su brillo. La residencia se contempla señorial, debió ser una estructura magnífica hace algunas décadas con sus altos paneles de robles color aceitunado, con el friso matiz crema del techo coloreado con una serie de murales dionisíacos y varias mesas y sillas hechas para pasar el rato, hay un escenario rodeado de cortinas y eso no tarda en captar su atención.
—Ahí bailo, sé que lo estás pensando. —Definitivamente no lo quería saber, Shorter lo arrastra hacia la barra con un tirón de muñeca, el club se encuentra repleto de hombres adinerados, le bastan dos segundos para desglosarlo—. ¡Sing! ¡Amigo! —Un tipo maceteado alto (incluso más alto que Wong), con el cabello engomado y de hombros anchos responde al nombre con una sonrisa coqueta.
—El jefe te andaba buscando, llegas tarde otra vez.
—Mierda. —Gruñe, desabrochándose los primeros botones de la camisa—. Debo irme a cambiar.
—¿Quién es el novato? —Ash contiene un jadeo mortificado a raíz de la confusión.
—Ash Lynx, él es Sing Soo-Ling. —Los presenta con palabras atropelladas y meneos torpes, tirando su camiseta al suelo sin prestarles auténtica atención—. Sing Soo-Ling, este es Ash Lynx. —Y así de simple, el hijo de puta lo desampara con un completo desconocido, es su culpa, es consiente de eso, fue él quien insistió en venir esperando conocer más a Eiji, esta es su oportunidad, así que se obliga a darle una sonrisa felina al bartender e iniciar una conversación.
—Así que eres el nuevo bailarín. —Ash toma el primer vaso de alcohol que pilla para poder sobrevivir esto, el sabor es fuerte y añejado, de esos mismos vinos que tanto le fascinan a Dino, le da asco.
—Algo así. —Ríe tenso—. Soy mesero en realidad.
—¡Oh! Como Eiji. —Bingo.
—No lo he visto por aquí.
—No me extraña, últimamente sus deudas están peor. —El corazón se le apretuja tras enterarse de eso, él no sabía nada y aun sin tener el derecho, aun siendo él mismo una mentira, le duele esa falta de confianza, hipócrita—. Por eso hace más turnos, es una lástima, odio ver el trato que recibe.
—Recién estoy ingresando al lugar. —Enreda sus dedos alrededor de su corbata ambicionando verse cool y casual cuando por dentro el pánico se lo engulle, incrustando sus colmillos en su tierna carne para devorarlo—. ¿Los tratos con los meseros son muy malos? —La música es suave y aterciopelada, es la clase de tonada escandalosa que se encuentra prohibida en Uptown, la clase de melodía que mortificaría a Yut-Lung, su posible prometido, su viable esposo.
¿Aslan Jade Golzine?
¿Aslan Jade Lee?
—Yo... —Se obliga a regresar al bar, sus zapatos retumban en los fierros del banquillo, la ruleta rusa comienza—. No tenía esos problemas en mi viejo local. —Grandioso, se ha convertido en mentiroso patológico, mamá estaría tan decepcionada si lo viera, pero no puede verlo, porque él la mató, así como está matando a Jim, así como está matando a Griffin, por eso debería casarse con Golzine, no, mejor con Yut-Lung, se ahoga, no puede respirar, el pecho le presiona, el aire sube y baja, no siente su propio cuerpo, le duele, se sofoca, se muere. Aslan. Aslan. Aslan.
—Hay algo que no debes olvidar.
Está mareado.
—Yo fui el que los sacó de la calle, recuérdalo bien.
Está sucio.
—Te quiero, sweetheart.
¡Vendido!
—¡Cálmate! Pareces a punto de sufrir un ataque de pánico.
—Si pudiera calmarme solo lo habría hecho, Einstein. —La mirada en el rostro de Sing se suaviza, le da un par de palmadas en la espalda y le ofrece un vaso de agua, es amable y lo agradecería sino se profesase al borde de un colapso emocional.
—Te estás comportando como un novato.
—¡Soy un novato!— Gimotea por primera vez con franqueza—. No le grites a alguien alterado.
—No te aterres, hay cierta clase de meseros para los trabajos más pesados, debí aclararlo antes, no quise asustarte. —Sing frunce la boca, constipado—. Hay meseros especiales y regulares.
—¿Especiales?
—Ya sabes, la clase de chicos ahogados en deudas y que no logran pagarlas. —Eiji—. No por sí solos.
—¿Eso te parece bien? —Lo pregunta despechado, como si el bartender tuviese la responsabilidad de lo podrido que se encuentra el ambiente en el club—. ¿Acaso no es tu amigo?
—No te atrevas a cuestionar eso si recién me conoces, Don Juan. —Calla—. No eres el primero en intentar algo con Eiji, no me creas tan ingenuo. —Masculla, ansiando distraerse limpiando un vaso—. Pero no puedo tomar decisiones por él por mucho que lo quiera.
—Eso es una mierda. —Escupe contra el hombre incorrecto—. Es una excusa, podemos detenerlo.
—¿Podemos? —Se ríe—. Ahora hablas en plural.
—Alguien tiene que hacerlo.
—Sabía el precio que pagaría por ser ojos de ángel e igual aceptó. —Acá está el maldito apodo, corroborando una y otra vez lo que pesquisa y se niega a aceptar: no sabe absolutamente nada acerca de Eiji Okumura. Se ha creído el estratega del juego, el director de la obra, el emperador del país, cuando no es más que un simple peón al fondo, qué irónico—. Lo siento, no quise sonar brusco, me tiendo a poner en guardia cuando se trata de Eiji porque ha sufrido demasiado, si eres amigo de Shorter eres bienvenido.
—No pasa nada. —Se deja caer, derrotado—. También lo siento.
¿Pero por qué lo lamenta?
Por Eiji.
Siempre por Eiji.
Para empezar ni siquiera debería prestarle tanta atención, tiene dos propuestas de matrimonio (que no merece) y ninguna de ellas es Eiji, además, ni siquiera le ha puesto nombre a sus sentimientos si es que de esa manera se pueden llamar, le gusta pasar tiempo juntos, le gusta de verdad, le encanta la timidez con que sus manos se rozan de vez en cuando, la efervescencia que esconden sus pupilas tras sacar fotografías mentales de arte y sobre todo, el bricolaje misterioso que es de personalidad, ese de bordes que parecen suaves pero son afilados, ese cuyas piezas a primera vista encajan y basta con mirar un poco más cerca para notar que pertenecen a sets diferentes, miradas que esconden la determinación inquebrantable tras una ternura desmedida, no calza.
—¿Ash? —Y acá está, qué engaño más seductor, que silueta más despampanante en ese ajustado pantalón y esa delgada camiseta, qué movimientos más coquetos, qué voz más suave, qué expresión más exquisita. ¿Cómo pudo olvidarlo?, ¿cómo pudo atreverse a soñar que le concernía?—. ¿Por qué estás aquí? —Son de mundos diferentes, se vuelve a repetir.
—Ya me iba. —Se para del taburete con un salto—. Fue un error venir acá.
—Ash... —Pero Eiji luce tan desesperado, lo ha sostenido de la muñeca en un trémulo y débil intento por frenarlo—. Quédate. —Le suplica—. Podemos hablarlo. —¿Hablar qué? No somos ni ha pasado nada.
—¿Ahora quieres hablar las cosas? —Y de repente, está enrabiado—. Vaya, debe ser divertido.
—¿A qué te refieres? —¡Sí! Está jodidamente enrabiado, pero no con Eiji, sino con la situación.
—Ni siquiera me explicaste porque te fuiste esa noche, ni siquiera pudiste confiármelo. —Y la rabia da paso a la pena—. Me evitaste incluso dentro de la escuela y yo no entendía qué había hecho mal, si estabas incómodo pudiste decirme, pudiste hablarlo en lugar de tenerme esperando como idiota. —La pena abre camino al despecho.
—Lo lamento. —Y el despecho florece en...—. Todavía hay cosas de mí que no sabes.
—Ese perfume. —Celos—. Hueles diferente hoy. —El japonés retrocede nervioso, choca contra la barra de madera, como si lo hubiese atrapado con las manos en la masa y así lo hizo.
—De un cliente. —Odia siquiera imaginar las palmas de ese sujeto paseándose por Eiji, la cólera no demora en erupcionar por cada poro de su piel, va a explotar, piensa. Se aguanta, sería imprudente e injusto explotar contra él si le está pidiendo charlar, da grandes bocanadas de aire para calmarse.
—Un cliente. —Pero todavía puede oler el perfume de Dino, le recuerda al color de sus guantes: de un pesado anís lavanda, algo similar a ciruelas podridas, lo sigue percibiendo aunque lo ha evitado por varias semanas, la peste sigue flotando igual que un fantasma—. ¿Uno regular?
—¿Haría diferencia? —Entonces asiente—. Lo mejor será que tomemos algo para charlar.
Y bailan sin bailar.
Aslan no tarda en comprender el rol que actúa Eiji en este club, así como las estrambóticas luces en el teatro, los llamativos vestuarios de Shorter, los coloridos vasos o la obscena lencería, él es adorno en el club, un simple muñeco destinado a verse bonito y satisfacer a su comprador esta noche. Aslan suspira, han ido a las afueras del local, a una parte privada para empleados supone, lejos de Sing, el dueño y todo lo demás. Ahora lo comprende, no ha hecho más que bailar con este chico desde que se conocen, practicando frente a un espejo divergente con los focos gastados alrededor, si de verdad le importa este pintor debe cambiar su juego o más bien, su danza.
—¿Ash? —Tensa los párpados, un delicioso escalofrío recorre su columna vertebral apenas la palma del moreno lo roza—. Entiendo si estás decepcionado de mí o incluso molesto, esto es desagradable.
—Oh Eiji. —No existe saña ni recelo en su voz, esto es genuina preocupación, de hecho, le cuesta pesquisar el motivo de su vergüenza por muchas ideas que tenga. —¿Por qué reaccionaría así?
—Te vi hablando con Sing. —Y finalmente confirma sus sospechas—. Es un bocón.
—No estoy decepcionado. —Empieza, la música del club se cuela por debajo de la puerta, el aroma de ese grotesco perfume se le ha impregnado a los pulmones como un cáncer ramificado—. Aunque sí dolido. —Entonces sus brunas y largas pestañas abanican con genuina confusión, seguramente se anticipó al asco o incluso a una confrontación.
—¿Dolido? —Él se inclina para dar el primer movimiento. Para bailar lo primero que debe hacer es fundirse con el ritmo de la melodía, no batallar, jamás se ha tratado de la manera en que se hace, sino cómo se siente—. ¿Por qué?
—Porque no confiaste en mí y creí que éramos amigos.
—¡Lo somos! —Refuta exasperado, cediéndole el dominio total de los pasos. —Me da vergüenza lo que soy.
—¿Por qué? —Otra vez, no desea presionarlo, pero tampoco desea asumir el desagrado.
—Porque me siento tonto. —Lo sorprende, Ash apoya sus dedos con timidez contra el mentón de Eiji para que lo alce, lo obedece, es un toque de seda que lo derrite, lo quema, lo destroza y revive, le encanta esta chispa tan peligrosa—. Tuve un pretendiente antes... —Se abre sin que se lo tenga que decir, dando un salto de fe ciega—. Uno de apellido acaudalado y respetable.
—Ya veo. —Lo dice solo porque Eiji espera una confirmación.
—Estaba cegado por sus encantos. —Sus mejillas enrojecen, no es el mismo rubor adorable que le entrega tras molestarlo, es el tono de la humillación—. Me dijo que su familia lo había desheredado por mí, me sentí responsable, sabía lo importante que era para él su posición así que lo intenté ayudar a pararse en sus propios pies pero al final fue una estafa. —Abre los ojos de golpe y tumba la mandíbula, anonadado.
—¿Qué? —No puede creer que exista una escoria tan grande—. ¿Se fue?
—Y me dejó sin nada. —Ash lo acerca—. Nada más que una gran deuda.
—¿Con Golzine? —Asiente—. Mierda.
El moreno suspira, Aslan da el segundo paso, paseando sus manos por los pliegues de esa camiseta, permitiendo que su calidez sangre hacia el cuerpo de Eiji y las imperfecciones en su alma se planchen en estos toques de miel, se funden en la gentileza de un abrazo, un primer abrazo real, sus músculos chispean con el toque pero no se concentra en eso, Ash pone su concentración absoluta en consolar al chico que yace contra su pecho, en hacerlo sentir seguro, protegido y querido aunque simule ser quién no es, sabe que esto es genuino, que lo que pasa acá y ahora en la danza trasciende cualquier nombre o apellido que pueda adoptar. Solo importan ellos. Son ellos contra el mundo.
—Déjame ayudarte. —Entonces, da un giro al baile.
—Ya haces lo suficiente por mí. —Y Eiji sonríe dándole una expresión tan adorable que le duele—. Me distraes en la escuela y eres una buena fuente de bromas para los chicos. —Pero Ash lo detiene, pone en la mesa la gravedad del tema y la respeta, no la esconde ni la escamotea.
—Sé que hay muchas cosas que todavía desconozco de ti. —Ríe con tristeza, iniciando el tercer paso y manteniendo la postura, no cederá por muy incómodo que sea, no si pretende crear un vínculo genuino y remotamente considera transmutar a Ash, no Aslan, aspira ser Ash—. También hay varias cosas que desconoces de mí, cosas que son duras y tendré que contarte, pero no ahora, más adelante. —Bien, se sincera de a poco, igual que un tímido capullo de rosa.
Rosas negras.
—Déjame ser parte. —Finalmente musita con una confianza que deja atónito al japonés—. Quiero trabajar en el club. —Y es una idea desquiciadamente tonta, si Dino frecuenta este lugar obviamente lo notará y se vengará sea su prometido o no, ¿pero qué le garantiza que no se esté desquitando con Eiji acá y ahora? Le da igual lo que le pase.
—No. —Va a proteger a este terco—. No podría pedírtelo.
—No me lo estás pidiendo. —Insiste manteniendo la postura, aguantando la respiración para no aspirar ese grotesco perfume, sintiendo la neblina de una crueldad culpable hacerle cosquillas como un pañuelo de seda por debajo de la nariz—. Quiero hacerlo, quiero estar ahí.
—¿Por qué te someterías a esa tortura?
—¿Por qué? —Cuarto, practica solo, con una sonrisa galante y dulce repite el discurso que se quiere creer, sus diálogos son simples y convincentes—. Por una sensación de autonomía en parte.
—Veo.
—Pero la razón mayor es que me importas y quiero ayudar. —Y finalmente—. A veces a las personas buenas les pasan cosas buenas en la vida, Eiji. —Ensaya en pareja—. No te preocupes, no pasa tanto, pero cuando pasa depende de las buenas personas simplemente agradecer y seguir adelante. —Y por primera vez en su relación, Aslan domina la discusión, marcando un nuevo ritmo para este baile.
—Tú ganas. —Suspira aunque impresiona divertido—. Eres un buen amigo, Ash. —El aludido sonríe, profesándose completamente satisfecho, sabiendo que esto es todo lo que puede aspirar y aún más, que está bien con esto, es perfecto.
—Tú también, Eiji. —Pero si es perfecto—. Eres un buen amigo.
¿Por qué le duele tanto el corazón?
Por favor cachen la dualidad, en un mes puedo sacar un fic de 31 capítulos (o en mis días de antaño), pero la versión anterior a este fic que tuve un bendito año entero para sacarlo llegó solo hasta mayo y murió sin gloria, por eso necesito algo que me ordene, sino sin querer mueren las historias </3. Pero acá vamos bien, le tengo fe a la trama. Y lo más probable es que así como hoy partimos con Griffin partamos con Eiji la otra y así vayamos, siempre girando un poco en Ash porque es el prota, pero es importante mirar un poquito a los otros personajes. Mil gracias por leer.
¡Nos vemos el otro lunes!
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