2. Febrero.
Hi~ Idealmente este capítulo habría sido subido el lunes para retomar el curso semanal, pero ya saben, ando media lentita por cuestiones fisicas de movilidad y me tuve que dar más tiempo para traer el capítulo de hoy. Debo decir que había olvidado lo adorable que eran algunas relaciones en el borrador original, así que me puse muy contenta de volverlas a explorar en su nueva versión. Muchas gracias por el apoyo.
¡Espero que les guste!
—¡Aslan, vas a llegar tarde! —El nombrado gimotea, hundiéndose entre las sábanas de seda, puede sentir a Buddy encima de sus piernas desprendiendo un calor más potente que la vieja chimenea de Jim, sin embargo, se niega a dar alguna señal de vida—. ¿Me escuchaste? —El áspero tono de Griffin atraviesa la residencia entera, forzándolo a cubrirse las orejas con la gastada almohada de plumas para poder ignorar la realidad un poco más—. ¡Aslan!
—Sí. —Chilla, aferrándose con fuerzas a la comodidad de su edredón—. Te escuché.
—¡Sino bajas en diez minutos subiré para sacarte a rastras! —Lo amenaza, por la inflexibilidad que gotea su voz sabe que habla en serio y que perderá si llevan a cabo la disputa, por muy ingenioso y dotado que sea el heredero de los Callenreese no tiene oportunidad alguna contra la perspicacia del mayor—. ¿Me escuchaste jovencito?
—Ugh.
Aslan se remueve entre las sábanas una y otra vez, la pereza le ha convertido la sangre en concreto líquido a punto de secarse, haciendo imposible que se levante de sus ostentosos aposentos. Buddy ronca a sus pies cuando se atreve a deslizar las frazadas hacia su nariz para ser recibido por el alba, por la pacífica respiración del dosel empapando el cuarto de dorado, no quiere ir a trabajar, es solo su primer día siendo maestro de literatura y ya quiere renunciar. Se levanta a pesar del negativismo, se estira como un gato perezoso antes de asearse e intentar ponerse algunas prendas decentes para ejercer en la escuela de su madre.
—No creo que te gustaría verme metido ahí. —Le musita a una fotografía dada vueltas encima del velador, la tiene así desde que Lady Callenreese falleció, no se atreve a contemplarla ni a traspasar esa imagen ficticia que se formó alrededor de su linaje e identidad—. Será un desastre.
«No es cierto, cariño» le diría en estas circunstancias.
Y añadiría: «lo harás espléndido, eres maravilloso».
Se detiene a medio vestir, congelando sus dedos contra la corbata todavía desabrochada alrededor de su cuello, clava su atención en la fotografía, esperando que un susurro escape del marco de plata y el vidrio perlado, no lo hace, no lo hará y es absolutamente irracional, pero le entran unas terribles ganas de llorar.
Está solo, no puede olvidarlo.
¿Solo? No exactamente, Dino Golzine lo está cortejando.
¿Aslan Jade Golzine?
De repente, un asco visceral lo invade, da pasos torpes y mareados hacia la ventana para abrirla tan deprisa, respira aire frío y limpio, permite que sus pulmones se ventilen de ese apellido y del cortejo que ha estado escamoteando burdamente durante el último mes, presiona sus párpados, la mañana le empapa la cara, todo está tranquilo a sus pies. ¿Realmente planea seguir con esto adelante? Está hablando de matrimonio, no de una simple diligencia (aunque lo sea). Gira sobre sus talones, aprecia su cuarto vacío, la poca vida que le queda y es suya, que ningún embargador le podrá quitar porque no tiene valor monetario pero es extraordinariamente rica en el lado emocional.
Empieza a contar.
—¿Aslan? —Sus libreros con una variedad de autores exquisita, los lentes que le obsequió su padre para que pudiese apreciar mejor la caligrafía, las ropas que mamá le bordó—. ¿Aún no te levantas? —Las novelas que lleva escribiendo más años de lo que un señorito debería, los ribetes ajados por el paso de la edad, su chal favorito ensuciado por su equipo de béisbol predilecto.
—Me levanté. —Se voltea, observando a Griffin en la puerta del cuarto asomándose con un tono firme y una mirada tan dulce que aplaca cualquier señal de autoridad—. Estoy levantado.
—Así lo veo, muy bien. —Entra y cierra la puerta por detrás, Aslan vuelve a repasar aquellos objetos tan preciados para él que forjan su diminuto mundo de sociedad, su casa de muñecas personal. Se cuestiona si podrá llevarse esas pertenencias a otro lugar y es en vano, lo que hace especiales a esos objetos es que parecen haber brotado de la mansión Callenreese, como si fuesen algo vivo que tras arrancarse se marchitarán—. Dino Golzine está abajo.
—¿Qué? —Palidece.
—Te ha venido a ver. —Y Aslan lo intuye, él es parte de aquel sitio, una pertenencia más que si es llevada a otro lugar aunque sea por capricho o alarde perecerá, igual que las rosas que Dino le regaló durante su primer encuentro—. Lo has estado evitando. —Sí, me da asco.
—No es verdad. —Se sienta en la cama porque Griffin lo impulsa a hacerlo, busca una conversación calma y sincera que no tiene deseos de entablar. Va a llegar tarde, tic, tac.
—No te entiendo. —Pero la palma de su hermano mayor cae con suma parsimonia y ternura encima de su hombro, congelándolo sobre el edredón, clavándolo en la casa, permitiendo que arroje raíces y teme que corten, ¿qué es en realidad?—. Sino te agrada puedes declinar su propuesta.
—Lo sé.
—¿Entonces, por qué no lo haces? —Porque eso implicaría que tú te tendrías que sacrificar por mí y no dejaré que lo hagas, no es justo para ti Griff, me has cuidado toda mi vida, no quiero ser la razón por la que no vivas tu vida.
—Porque parece alguien confiable. —Miente sin dejar entrever la verdad, es sobreprotegido por los dos miembros restantes de su familia y eso lo frustra, lo hace sentir inútil, como si fuese una maldita carga y lo detesta, también puede ayudar. Si bien, racionalmente comprende que lo más sensato es venderse al monsieur, no quiere—. Se ve como alguien que podría cuidar de mí.
—Por favor. —Bufa, Buddy no ha tardado en subirse sobre el regazo de Griff y continuar su orquesta de ronquidos en sus pantalones de lino, dejando mechones rubios por doquier—. ¿Desde cuándo necesitas que alguien te cuide?
—Me atrapaste. —Se encoge de hombros, restándole importancia al asco progresivo que hierve de su estómago hacia su garganta—. Golzine tiene conexiones que me interesan para la literatura, sería un buen inicio para mi carrera. —Se sorprende con la rapidez y facilidad que ha soltado esa mentira, supuso que inconscientemente lo consideró.
—Ya veo. —Se mira decepcionado, mordiéndose el labio y frunciendo el ceño—. Piénsalo bien.
—El matrimonio es algo importante, lo sé. —Griffin le revuelve el pelo, deslizando sus callosos dedos entre los lacios cabellos rubios de su hermanito—. Le daré una despedida cortés antes de irme, no puedo dejar mala impresión hoy, es mi primer día de maestro.
—Supongo.
—No me mires así, estoy optimista. —Lo pretende animar—. Además, ¿qué tan mal puede salir?
Pero Aslan se congela ante Dino Golzine.
Ahí está, esperándolo en la sala principal con un gigantesco ramo de rosas, con una sonrisa tan ligera y un traje que pretende disimular las marcas que el tiempo no perdona y no puede importarle menos porque a fin de cuentas se es indiferente. ¿Cuándo se volvió tan frío consigo mismo? ¿Fue cuando su madre murió o cuando se dio cuenta de que era una carga muerta para su linaje? No está seguro, pero racionalmente sabe que no siente cosas que debería sentir, que está en una disociación donde las palabras que escapan de su boca no se conciben como suyas y se ha visto atrapado bajo el acto que esperan que desempeñe (¿esperan?, ¿quién además de él?).
Se deja arrastrar y retrasar por los cortejos de Dino, aunque apenas lo ha estado seduciendo desde hace un mes, cree que esto lo ha dejado paralizado, que le ha quitado los sentimientos del cuerpo porque probablemente es demasiado duro confrontarlo atento, entumeciéndolo dentro, dejándole el corazón recubierto de una densa capa de escarcha igual que el resto de los órganos que ante una mínima brisa, se craquelaran. No se profesa real la charla, está al fondo, las olas golpean pero Aslan es incapaz de hacer más que mirar y se siente en la superficie, es una prisión donde él se encerró.
—Me encantaría poder llevarlo a mi residencia. —Le propone de golpe, sacándolo de sus propios pensamientos, haciendo que regrese hacia la nublada mirada de su ¿prometido?, por alguna razón cree que los ojos de Dino son lejanos, como si estuviesen recubiertos por un vidrio polarizado el cual le impide mirarlo de verdad o quizás, efectivamente esconde algo.
—¿Llevarme a su residencia? —Se obliga a responder con una sonrisa—. Ni siquiera he aceptado su propuesta de matrimonio. —Dino todavía parece divertido por su reticencia, lo nota por la manera en que transgrede su espacio personal pese a su evidente incomodidad.
—Me gustaría que mi esposo formara parte de mi mundo.
—Pensé que solo quería un compañero... —Intenta recordar las palabras exactas—. Agraciado para alegrarlo. —No va a faltarle la educación a un noble con su lengua mordaz, no puede deshonrar aún más a su apellido, por eso, pretende calmarse, respirando entrecortadamente bajo la camiseta.
—Así es.
—¿Entonces? ¿Cuál es el afán de involucrarme si solo quiere un adorno? —Por un instante, toda la diversión abandona el rostro de Dino y se mira tan helado como de costumbre, deja las rosas encima del mesón para caminar hacia Aslan, quien no duda en retroceder y darle una mirada a Blanca.
—Porque será importante que seas parte de mi negocio, que te vayas familiarizando con mi mundo y mis amigos, estoy buscando un compañero, no un accesorio. —Niega, pidiéndole que se quede en su lugar antes de hacer algún movimiento del que ambos se arrepentirán—. Perdón si di a entender otra cosa.
—¿Qué clase de negocio maneja, monsieur? —Aún si ha sido bien protegido, acostumbra semejante comportamiento primitivo de sus pretendientes, creen que pueden tomar y tomar a su antojo, otra razón más para jamás haber considerado el matrimonio, todos son patanes en palabras de Yut-Lung.
—Hago comercio de diversas formas.
—Ajá, he escuchado que hay mercados nuevos en el bajo mundo. —Pierde aquella fachada por un momento, apartándose hacia la chimenea apagada, evita que lo toque sacando sus garras.
—Pareces desconfiado.
—¿No estaría desconfiado usted? Su propuesta es demasiado buena para ser verdad. —Entonces, Dino se ríe de verdad, su obesa nariz raspa contra su bigote pulcramente cortado y platinado.
—Vaya, supongo que te he subestimado por tu rostro. —Concluye—. Tienes razón, quiero que seas parte de este negocio porque creo que serías un grandioso producto.
—¿Producto? —Esa pregunta se hunde en su corazón igual que una daga—. ¿Acaso va a venderme?
—Aporte quise decir. —Sus manos se cierran en puños aunque sabe que no puede hacer nada y que lo tiene en la palma de sus manos, eso lo mata, lo está matando—. He buscado formas de rescatarlos de su deuda y devolverles la reputación que tenían, pero creo que podemos avanzar más en mi casa a solas, sería de utilidad para tu padre, ni siquiera se puede levantar de la cama ¿verdad? —Continúa con calma e inocencia, fingiendo que no sabe lo que dice cuando lo ha planificado con frialdad.
—No me siento cómodo con la propuesta.
—Entonces acompáñame a una de mis fiestas para sacar tus propias conclusiones. —No dice palabra alguna, se queda quieto, viendo a Dino apartarse lentamente de la chimenea, ladeando suavemente la cabeza para poderlo mirar y dejarlo paralizado por segunda vez, hay una chispa encendiendo sus pupilas, una chispa de... excitación. No le gusta—. Te estaré esperando, te sorprenderás.
—Lo pensaré. —Gruñe por lo bajo—. Llegaré tarde a mi trabajo si me disculpa.
—No necesitarías trabajar en algo tan burdo como una escuela si te conviertes en mi pareja. —Ojalá te atropelle un carruaje camino a tu mansión, ojalá te ahogues con el vino para que no te tenga que volver a ver, cerdo retrógrada—. Solo atenderme.
—Qué generoso. —Ni siquiera se molesta en mirarlo antes de irse.
—Piénsalo. —Antes muerto.
—Seguro.
Sí, sabe que es irracional el odio que siente hacia Dino Golzine, debería estar agradecido por querer desposarlo a pesar de las penurias económicas de su apellido, pero no puede, es una cuestión entre sus entrañas que se retuerce como un caldero de gusanos cada vez que lo ve y lo lleva a las náuseas, tener que casarse con él, satisfacer sus necesidades maritales, es asqueroso y no cree que la causa única sea la diferencia etaria. Y por otro lado, por el más frío y racional, por ese desconectado que pierde y destiñe su identidad, entiende que es lo más sensato, que el monsieur es la luz que apareció para salvarlos a todos y darles la vida que merecían, es una ambivalencia de mierda.
¿Qué pensaría su madre de esto?
De cualquier manera, debe arreglárselas para llegar a la maltrecha escuela ubicada en Downtown y dar su primera clase.
Aslan descubre que le agrada enseñar la semana inaugural que trabaja en la escuela, imparte en la tarde, poco después del almuerzo de los niños, lo que le hace preguntarse si el motivo de sus burlas e inatención es por el azúcar que trae el postre o sus alumnos tienen un nulo respeto por la literatura clásica. De cualquier forma, ha resuelto hacerse responsable del proyecto, hacerlo suyo, Golzine le dice que es una pérdida de tiempo, la mayoría de estos niños carecen de futuro por estatus, que es casi cruel enseñarles placeres como el arte si están condenados a una vida obrera, puede ser cierto, aún así quiere darles esas herramientas, francamente es una tontería que la prosa se acapare por la alcurnia y no lo fomentará, incluso el pequeño Skip con ocho años lo sabe.
El problema aparece o más bien, lo golpea, durante su segunda semana de clase, cuando el maestro de arte se digna a hacer aparición. Toda la escuela lo nota tras escuchar un estrepitoso aporreo justo afuera de su salón, los niños no tardan en salir a curiosear y Aslan de mala gana los imita, pausando una preciosa lección acerca de Hemingway (¿hola? Es la base de la literatura, Dios).
Y entonces, dando tropezones entre aquella multitud cuya altura no sobrepasa el metro y medio, lo ve.
Es la primera vez que lo ve en su vida y sabe que no podrá olvidarlo.
Grandes ojos cafés son lo primero en llamar su atención en medio del caos, el maestro había soltado por accidente una gigantesca cantidad de lienzos camino al salón de arte, lucía avergonzado por el espectáculo con un potente rubor que empañaba desde sus orejas hasta su nariz, tiñendo su piel de caramelo en dorado y eso le resultó francamente encantador, pero no pudo mantenerse demasiado tiempo mirando el rosado palo colorear esas regordetas mejillas, porque esos ojos, diablos, son los más oscuros que ha visto y tan transparentes, eso lo intimida, o quizás, lo que lo incita a retroceder hasta tropezar con sus alumnos es lo intenso del contacto visual.
—¡Ei-chan está de vuelta! —Entonces gritan los niños, sacándolo de su trance—. ¡Lo extrañamos!
—Yo también los extrañé. —Su voz tiene un acento curioso y saltado, es suave, vibrante y colorido, tan diferente al hosco inglés que acostumbran a hablar en casa.
—¿Necesitas ayuda? —Finalmente atina a responder, inclinándose para recoger la montonera de cuadros coloridos que se esparcieron en el pasillo de madera, sus palmas no tardan en embarrarse de acuarelas y óleo, la pintura continúa húmeda.
—Lo siento, algunos siguen frescos. —Ese nerviosismo es adorable, mierda, de pronto se ruboriza.
—No tiene importancia, lo puedo lavar. —Ambos se ríen sin saber bien por qué—. ¿Eres el profesor de arte?
—¿Tan evidente es?
—La pintura en tu ropa te delata. —Eiji se mira avergonzado por su desprolija apariencia, eso hace que Aslan se arrepienta automáticamente del comentario—. No quise ofenderte, se ve lindo.
—¿Lindo? —¿Qué diablos está diciendo?
—Eres lindo. —Sus alumnos permanecen mudos contemplando esa extraña charla entre dos seres humanos totalmente opuestos igual que un documental de vida salvaje, el lince interactuando con el conejito esponjoso—. Yo debería volver a clase, ¡no soy un alumno!, ¡no creas eso! Soy el profesor de literatura, soy todo un adulto. —Su mente pierde el nexo con su boca de una manera que jamás ha experimentado, se mira tan baboso como Griffin hablando con Max, genial.
—Lo supuse. —Se ríe, permitiendo que lo acompañe hasta el salón de arte para dejar los lienzos—. Soy Eiji Okumura, por cierto. —Un nombre bonito para un chico bonito, le sienta a la perfección.
—Déjame adivinar, chino ¿verdad?
—Déjame adivinar, no. Soy japonés, pero buen intento.
Y así, Eiji Okumura se convierte en su gran dolor de cabeza.
Ni siquiera es su culpa, no interactúan mucho más, sin embargo, Aslan no puede evitar comparar el poco entusiasmo que sus pupilos muestran en su clase en contraste a las lecciones de arte, lo cabrea, es competitivo y orgulloso, así que inicia una rivalidad sobre quién emociona más a sus alumnos, claro, el japonés ignora esto, es infantil. Pero ha nacido una necesidad casi irracional en el rubio en demostrarle (demostrarse) que también es apasionado, ¿pasión? Aunque odie admitirlo, el arte de Eiji es sublime y exquisito, no se asemeja para nada a las pinturas muertas que plasma la elite, esto es vivo, los tonos sangran a través de la tela, la nitidez de los trazos es cruda y dulce, los juegos entre luz y sombra son arrebatadores, siente envidia y tal vez, algo más.
—¿Qué puedo llevar? —Claro que arrastró ese complejo a su hogar, lamentándose enfrente de Griff durante las cenas y por defecto ante Max—. Sé que puedo llamar la atención de mis alumnos, debe haber algo que haga a la lectura genial.
—¿Por qué no les llevas un cuento apropiado? —Max se atreve a confrontarlo, llevándose grandes bocados del filete de su hermano a la boca porque no tiene respeto y es un descarado.
—¿Qué insinúas?
—Que tu clase debe ser toda una tortura mental, los pobres no deben entender nada. —Canturrea, inclinando la copa de vino encima de la mesa, consiguiendo que el cristal rechine—. Son niños.
—Son adultos en construcción, son el futuro del país. —Le corrige—. A su edad yo ya me había leído una antología entera de Dostoyevski, son débiles, necesitan desarrollar sus neuronas con cultura.
—Mentira. —Claro que Griff se pone del lado de Max, es un traidor—. A esa edad te contaba cuentos de cuna. —Max arroja un sonido asquerosamente empalagoso de sus labios endulzados por el vino.
—¡Eso es muy lindo! Tienes un lado tierno, lo sabía.
—¡No lo tengo! —Gimotea mostrando su madurez—. No soy para nada lindo.
—Seguramente tus alumnos piensan eso. —Entonces, patea a Max por debajo de la mesa—. ¡Auch!
—Te lo merecías. —Refunfuña.
—Mocoso de mierda. —Griffin consuela a Max, acariciando su espalda con una mirada de cachorro ansioso por amor, Aslan se tiene que cubrir la boca para contener una arcada, es evidente la relación entre ellos dos, deben ser los únicos seres humanos que aún no se dan cuenta—. Por eso te quiero más a ti. —Le confiesa sin descaro a su hermano mayor, logrando que se ruborice igual que una doncella.
—G-Gracias. —Aslan rueda los ojos.
—Son asquerosos.
—Solo estás celoso de nuestra relación. —Y como Max no mide las consecuencias procede a abrazar a Griffin, poniéndolo tan rojo que cree que erupcionará—. De todas maneras, llama mi atención que le estés dando tanta importancia a Eiji.
—Estamos en una competencia para ganarnos el favor de los niños, obviamente le doy importancia.
—¿Él sabe que está compitiendo contigo? —Viejo de mierda.
—Tal vez. —Escamotea porque es consciente de lo infantil de su comportamiento mejor que nadie.
—Solo digo que nunca muestras demasiado interés en alguien más y Eiji parece tenerte en las nubes.
—Patrañas.
Dice eso pero se pasa el resto de la semana quemándose las neuronas para buscar algo que genere impacto en Eiji, alguna novela que le sirva de carta de presentación y lo deje sin aliento, algún texto de portada dura y elegante que llame la atención más que esas chillonas pinturas sobre Nueva York y sus indicios de rebeldía, alguna historia tan pero tan entrañable e impactante que sea inadmisible ignorar la existencia de Aslan, aunque claro, lo hace netamente por la admiración de sus pupilos, no para despertar el interés de esos grandes ojos de ciervo, casi logra escuchar a Max burlarse.
—Viejo de mierda. —Gruñe para sí mismo.
—¿Y ahora que hice?
Día tras día lleva un libro diferente a su asignatura esperando generar impacto, eso lo ha sacado de sus estándares rígidos sobre escritores clásicos y lo ha arrastrado incluso a buscar actividades donde sus estudiantes se convierten en autores y no simples espectadores, Eiji no lo nota en ninguna vez, por supuesto, no podría prestarle menos interés, lo que le punza un poquito (muy poquito, casi un pellizco) el orgullo, pero al menos, se ha ganado el favoritismo de varios niños, de Michael y Skipper más que nada, ¿quién lo diría? Los chicos tienen talento y una desbordante imaginación.
—Terminé. —No es en vano, piensa en estos momentos, cuando Skipper le entrega el cuarto cuento que ha inventado porque impresiona especialmente emocionado alrededor de la escritura y el crear universos alternos—. ¿Cree que esté bien, maestro Callenreese?
—Eso lo veremos ahora. —Musita de su escritorio, repasando las hileras de estudiantes en pupitres de madera viejos y sillas salpicadas por barniz añejo, enfoca su mirada en el libro que ha traído solo para lamentarse, es su cuaderno de escritura personal, donde apunta sus ideas, se quedó sin tiempo para improvisar algo mejor esta mañana ante la importunada visita de Golzine y agarró lo que vio.
—Me agrada hacer esto. —Deja soltar en voz alta—. Es casi tan divertido como arte. —Ahí está otra vez, si la clase de literatura fuera una mera manzana, la de arte sería una deliciosa tarta de manzanas recién horneada, brillante por el glaseado de caramelo, espolvoreada de azúcar y tostada, haciendo lucir insípida y desabrida sus enseñanzas, le frustra.
—No he visto al profesor de arte últimamente. —Y para la desgracia de Aslan, sus horarios parecen no coincidir, haciendo que esta competencia unidireccional sea aún más penosa.
—Viene en las tardes.
—Ah...
¿A quién diablos le importa?
Ni siquiera quería que Eiji viese los libros extraordinariamente geniales que ha traído, se debe creer la gran cosa con sus lienzos imponentes y sus pinturas de colores, ja, quisiera verlo intentar ganarse a los niños con palabras escritas. Le jode, ¿para qué lo niega? La naturalidad con la que ese maestro encajó en los corazones de los alumnos le es ridícula, por donde se vislumbre no ensambla con las pinturas tan crudas que trae, le molesta, tanto que es incapaz de quitarle la mirada de encima.
—Maldición.
Esa misma tarde se le pierde su cuaderno de notas, esa preciada libreta que su madre le regaló para que plasmase sus ideas porque fue la primera en creer en su sueño de escritor y fomentarlo, el alma le punza y la culpa no demora en expandirse dentro de su estómago, lanzando burbujas furiosas de magma que se revientan en la lengua con un escozor amargo. Los niños lo ayudan a buscarlo en una primera instancia hasta que da la campana de salida, la escuela es pequeña y no hay muchos lugares donde podría habérsele perdido, revisa cada salón vacío, apreciando cómo con cada puerta abierta la noche cae en una tierna niebla, envolviendo los muebles con un fulgor ambarino, haciéndolo más consciente de la falta de calefacción y lo sangrante del frío.
No puede creer lo descuidado que ha sido, no quiere irse a casa sin ese libro, es una tontería, debió resguardarlo mejor, igual que a mamá y al resto de su familia, lo intenta, por esto ha accedido a que Dino lo corteje a pesar del asco, está cansado de fingir ser un Callenreese o más bien, reducirse a su papel y dejarse en segundo o tercer plano. No se alcanza a asfixiar en sus pensamientos, el gélido lo incita a alzar el mentón y a retroceder aterrorizado.
Porque Eiji...
Eiji está ahí.
De pie, mirando las estrellas en el salón de arte con una vieja manta de lino encima de los hombros, como si hubiese sabido que Aslan estaría perdido.
Y Aslan está aquí, clavado al otro lado del salón igual que las posesiones de su residencia, clavado a la identidad que ese apellido y el compromiso escogieron para él, clavado al papel de esposo adorno o carga familiar, está aquí, esperando ser encontrado por la persona correcta.
—Pensé que no quedaba nadie en la escuela, lo lamento. —Murmura por inercia, queriendo escapar de esos ojos que se inyectan como café directo a sus venas, lo despierta.
—Suelo quedarme hasta más tarde, los niños pueden ser desordenados. —Se para a su lado aunque la racionalidad le grite que escape, «huye, huye, ¡huye!» empieza una voz en su cabeza.
—Ya veo.
Eiji Okumura es peligroso sin duda, algo en su presencia lo descoloca, puede desmontar esa fachada para convertirlo en el adolescente rebelde que es, lo asusta.
—¿Quieres uno? —Le sorprende de sobremanera que el chico con el rostro más dulce que jamás ha visto le ofrezca un cigarrillo, lo acepta todavía confundido, el tabaco y las pipetas son comunes entre los adinerados, sin embargo, este es un rollo de papel ajado—. ¿Qué haces tú aquí? —Le arroja una sonrisa divertida y brillante mientras le enciende el papelillo, un insoportable traqueteo resuena por el salón e impresiona tan cerca que jura tenerlo bajo su propia piel.
—Estaba buscando algo que se me perdió en la clase. —Bufa, llevándose el cigarro hacia la boca, es más dulce de lo que acostumbra, le agrada.
—¿Lo encontraste?
—Dime tú. —Se burla, sintiéndose especialmente audaz—. Estoy acá contigo sin nada en mis manos, onii-chan. —El apodo se desliza con una escalofriante naturalidad por su lengua, consiguiendo que Eiji se sonroje hasta las orejas.
—¡¿Dónde aprendiste eso?!
—Tengo un coeficiente intelectual superior, sé mucho japonés. —Entonces, Eiji hace un puchero tan adorable que casi deja caer el cigarro y lo comprende, jamás se trató de impresionar al estudiantado con los libros llamativos, solo quería una excusa para entablar una conversación con este chico.
—Presumido. —El moreno bufa, dándole una calada al tabaco, atorándose con el humo de su propio cigarrillo con una mueca de absoluto desagrado.
—¿Es tu primera vez? —Ni siquiera debe preguntar, es obvio—. ¿Por qué tienes un paquete sino te gustan los cigarros?
—Porque los demás maestros fuman y yo... —Eiji se acaricia el cuello incómodo, la noche se desliza desde sus pestañas hacia sus mejillas para conferirle una belleza que le arrebata el aliento y arrastra a esa colilla hacia el suelo, Aslan traga duro, temiendo haberse enviciado por la euforia de aquello desconocido y prohibido—. No quería llamar más la atención.
—¿A qué te refieres?
—Mi inglés. —Parpadea confundido—. Mi inglés ya es feo, no quería desencajar aún más.
—¿Por qué lo dices? —Eiji se hace pequeño dentro de su manta, el viento colándose por las cortinas forja una bruma de ansiedad que le deja la cara helada, pero la siente caliente y roja, lo sabe porque se puede mirar en el reflejo de la ventana y de pronto, hace mucho calor aun sin calefacción.
—Todos me hablan lento, como si fuese un niño.
—Luces como uno. —Aslan se vuelve a reír, relajándose contra la pared, sentándose encima de la mesa en un cuarto repleto de lienzos cubiertos—. Te vistes como uno al menos, ¿acaso has visto los suéteres que llevas? Además el estampado es tan...
—No te atrevas. —Le advierte—. Nori Nori es genial.
—¿Qué es un Nori Nori?
—No perderé el tiempo explicándoselo a incultos como tú. —Se cruza los brazos ofendido.
—Vaya, no sabía que era un tema sensible. —Se ríe otra vez, ¿desde cuándo no reía? Probablemente desde que falleció su madre, es reconfortante despegarse del drama Callenreese.
—Deberías respetar a tus mayores, ¿sabes?
—Así que admites ser un abuelo, ya decídete. —El alarido que Eiji arroja lo incita a molestarlo aún más, existe algo jodidamente emocionante y adictivo en sacarlo de quicio.
—Eres malo. —Suspira, dejando que Eiji lo golpee en el hombro antes de cubrirlo con aquella manta de lino, Aslan debería ser inteligente y apartarse, debería estar preocupado por satisfacer a Golzine e incitarlo a desposarlo, no perdiendo el tiempo con tonterías.
—Tienes un acento bonito, tu inglés es grandioso. —Pero acá está Eiji, mirándolo como si fuese lo más interesante del universo—. No les hagas caso, están celosos porque los alumnos te quieren casi tanto como a mí. —Y acá está Aslan, siendo un simple adolescente estúpido cuando no debería.
—Gracias, Ash.
—¿Ash? —Imita la pequeña «u» que el moreno añadió al final de la oración.
—¿Acaso estoy pronunciando mal tu nombre? —Acá cae en la cuenta de que jamás se presentó ni se ha molestado en entablar alguna conversación con sus presuntos colegas, Aslan se siente dentro de un mundo paralelo donde puede escoger una nueva identidad, es terrible forjar una amistad con cimientos de mentiras—. Así te llaman los niños. —Pero ese preciado apellido que tanto atesora no ha hecho más que traerle desgracia y convertirlo en fuente de rumores desde que su madre murió.
—Lo dijiste bien. —Así que toma está oportunidad y se permite ser él mismo—. Soy Ash. —Balbucea con la boca tiritona y el corazón en la manga—. Ash Lynx.
—Ash Lynx. —Eiji repite y es perfecto—. Me gusta.
Y he acá el surgimiento de un gran conflicto, pero la relación entre estos dos se me hace muy bonita, me da bastante confort. En el siguiente capítulo tendremos la aparición de uno de mis personajes favoritos, porque no es banana fish sin él, así que estoy contenta. Espero que les haya gustado.
¡Ojala verlos el lunes!
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