Prefacio
Observó a su hermano desde la sala, Hans estaba parado al pie de la enorme escalera que conducía al segundo piso con el típico aire de fastidio que todo niño mimado aprende cuando descubre que es el centro del universo de sus padres; su madre le acomodaba la corbata, y sonreía orgullosa de él. El hijo primogénito se preparaba para la prueba de Sangre Digna. No es que él fuera a participar, todo lo contrario, él solo sería un expectador en el desfile de hechiceras que matarían por casarse con él. Literalmente. A él también lo habían invitado a contemplar la grandeza del heredero, pero Bastian consideró que era mejor quedarse en casa y no contribuir a hinchar el ego de su hermano. Hans poseía, entre sus grandes y muchas habilidades, la capacidad de potenciar cualquier halago y volverlo casi un premio.
No es que lo envidiara, simplemente no era fan de las tradiciones de su mundo, ni tampoco de la jerarquía que lo caracterizaba. Esta última lo colocaba a él como el seguro del acervo de su familia si la peor de las tragedias los golpeaba, y como irrelevante si sus vidas continuaban tan explendidas como hasta ahora habían sido.
—¿Desea que le traiga algo, joven amo? —Shirou estaba frente a él con una mirada que intimidaba francamente.
He allí peor defecto, he allí su principal atractivo. Lo recorrió con la mirada solo en la medida en que el decoro lo permitía, sobre todo porque en la habitación no estaban solos. Su madre hablaba sobre las hechiceras que entrarían al Bosque Estigio, las criticaba con ahínco y las alababa solo en la medida justa para disimular su creencia de que ninguna sería lo bastante digna para su hijo. Ninguna lo bastante poderosa y letal para destacarse como le gustaría, como ella lo había hecho en su momento.
Quizá esa era el princimal estímulo para la verborrea de su madre. Conocía de sobra la historia de sus padres, de cómo la Domina Von Lovenberg había finiquitado a siete de las treinta hechiceras. Toda una proeza para los estándares. La mayoría caía por la tierra maldita, y las hechiceras que conseguían reducir los números para aumentar las probabilidades a su favor no superaban los dos homicidios.
—Solo jugo de pera, por favor.
El albino asintió ante la orden antes de marchar. Mientras tanto, él tomó el mando de la televisión y la encendió. Durante las noches había buena programación y de algún modo tendría que pasar el tiempo hasta que el sueño lo visitara, o al menos hasta que sus padres y hermano marcharan. Para que esto pasara, no transcurrieron muchos minutos. Escuchó el sonar de la puerta cuando esta se cerró tras sus padres y Hans, y tan solo unos instantes después las llantas del auto sobre la gravilla en su camino a la Casa del Eje.
Soltó un suspiro que revelaba el sentimiento de libertad que lo embargaba al saberse solo en casa.
Shirou volvió con un vaso de cristal cuyo contenido era un de un blanco no impoluto, y se lo tendió con informalidad, sin reverencias ni ningún título para captar su atención. Bastian le sonrió en agradecimiento, y bebió no solo el jugo sino también la soltura del albino. Él también era libre cuando ni el Domĭnus, ni la Domină o el heredero se encontraban en casa.
El homúnculo hacía honor a su nombre, de todas las creaciones que Hans había hecho, Rou había sido el de la piel más blanca y con unos ojos que su hermano había calificado como extraños. Características que le granjearon el desprecio de su creador, quien solía decir que estaba «defectuoso» por no tener los habituales ojos negros de los sirvientes. Sin embargo, para Bastian no había cosa más errónea, sus características y su expresiva mirada lo hacía creer que tenía alma; era perfecto a niveles que las demás creaciones de Hans jamás podrían llegar a alcanzar, ni siquiera en sueños porque carecían de estos.
A ciencia cierta, fue él quien había impedido su destrucción, pues Hans al no estar satisfecho con lo que era estuvo a punto de extirpar su corazón. Bastian lo detuvo alegando que si no lo quería que se lo regalara para jugar; en aquel entonces no comprendió el segundo sentido que sus palabras pudieran recibir y a decir verdad carecían de este, pero en el presente se sorprendía por la perfecta elección de palabras de su yo de diez años. Ahora que tenía veintiún años y era un mediocre en el mundo de la magia, sin inocencia ni expectativas de los demás puestas en él apreciaba mejor que Rou era valioso, lo valoraba por un sinfín de razones. Y podía pasar el tiempo que quisiera con él sin intervención parental gracias a que era un segundón.
Tomó al hombre de la mano y lo obligó a sentarse a su lado, Rou era su amigo desde su creación.
El jugo, por suerte, no se derramó.
Se encontraban en completa y forzada libertad, había dado la orden días antes a los sirvientes de que esa noche tan pronto los Dominī se marcharan, ellos fueran a descansar, por lo que Shirou y él podían hacer lo que quisieran. Acomodarse como lo desearan.
—Debiste ir —lo reprendió Rou.
Pese a sus palabras, a Bastian le pareció que no quería decir lo que estas.
—¿Para ser la burla de las familias padre? No, gracias. Ninguna cabeza querría a su hija casada con un ocultador, no sirvo de nada para ellos y, aunque mi destreza en otras artes no sea mala, si mi don de nacimiento no es bueno, lo demás no sirve.
—Pero es tiempo que contraigas matrimonio.
Había culpa, tristeza y cierta molestia escondiéndose entre las modulaciones de su voz. Habían pasado tanto tiempo juntos desde su infancia que sabía leerlo muy bien, casi mejor que a sí mismo.
—¿Y desde cuándo te has preocupado por esas cuestiones? —Alzó una ceja desafiante, parte de él entendía el punto al que Rou quería llegar.
Porque entre ellos dos, entre ellos dos la amistad no era lo único que había. Por las noches ninguno dormía solo, y en las horas de oscuridad Bastian agradecía su primera magia.
—Es tu destino.
—Entonces que padre se encargue de conseguirme una mujer, que yo no tengo interés. Además, me gusta con quién estoy, me gusta mi pareja.
Rou se mordió el labio inferior, y Bastian que conocía con destreza cada gesto del albino, supo de inmediato que en pocos segundos tendría lo que sería una confesión y los innumerables motivos por lo que sus acciones estaban mal.
—Deberías preocuparte más por tu futuro. —El albino se levantó del sofá y le plantó cara—. ¿No ves que haciendo esto no solo te perjudicas a ti? Me haces sentir culpable por experimentar alivio cada vez que desdeñas la posibilidad de casarte. Pero como un hijo de la Gran Familia Padre, tienes la oportunidad de elegir vivir una buena vida. No como los descendientes de familias hijas, muchos de ellos terminan el legado si no son los primogénitos.
La pasión en su voz, el brillo de su mirada y la erubescencia en sus mejillas solo azuzaban a su corazón a latir por él, y confirmaba la teoría que tenía desde que era un infante. Shirou era diferente.
Bastian se levantó con parsimonia y, haciendo alarde de su 1.90, envolvió al albino entre sus brazos.
—En nuestro mundo, no siempre hay segundos hijos... Como bien has tenido el favor de señalar, tengo la oportunidad de vivir una buena vida, y esa vida es junto a ti, Shirou. —Rozó sus labios con los delgados del albino.
Después se preocuparía cuando tuviese que negarse al matrimonio, pues no dudaba de que el momento llegaría. Era un Von Lovenberg al final de cuentas, y serviría como un gran premio de consolación para las familias hijas que no consiguieran casar a sus hijas con los herederos de las familias padre.
El albino hizo mella de querer refutar sus palabras, pero Bastian las calló con sus labios, y arrastró hasta sus aposentos al joven de ojos azules, donde la privacidad que le ofrecía su don, y la comodidad de su cama los esperaba.
A puerta cerrada, sus manos recorrieron a Rou mientras su boca estaba sobre la de él, bebiendo su sabor y dándole pequeños y suaves toques con la punta de su lengua. El albino le hizo saber con suspiros y jadeos ahogados cuánto disfrutaba de ello.
Toda prenda quedaba perfecta en el esbelto y alto cuerpo de Rou, cada tela que le envolvía la piel se acoplaba a su forma de manera que destacaba sus ángulos y estructura, verlo durante el día, incluso a distancia, se volvía todo un momento. Más que caminar, que estar en un lugar, Shirou parecía fluir en el ambiente. Aun con ello, Bastian no podía aguardar a que llegara la hora del crepúsculo, cuando su novio visitaba sus aposentos o viceversa, y lo podía contemplar en toda su gloria, sin ropa ni uniformes que ocultaran su inmaculada piel. Lo único que era mejor que contemplarlo de esa manera, era despojarlo prenda a prenda para llegar a ese instante cuando sus ojos perseguían los ángulos de sus huesos y las curvas del cuello, de las piernas y de sus delgados labios.
Le besó el cuello con suavidad y de la boca de Rou escaparon suspiros queditos y entrecortados, debían ser cuidadosos pues a pesar de ser un ocultador y haber colocado un hechizo anti sonido, ninguna precaución era vana, sobre todo al considerar que no tenía mucho practicándolo. Sus padres no estaban, era verdad, pero los criados tenían buenos oídos y no podían ocultar nada a la familia si esta preguntaba directamente.
Rou se tendió en la cama y Bastian supo lo que debía hacer, colocarse estratégicamente entre sus rodillas para continuar adorándolo como se merecía. A veces sentía que vivía en un sueño, faltando a los principios de la familia bajo su mismísimo techo ancestral, escupiendo sobre el orgullo del apellido y amando a un hombre cuya condición era irreal. Rou hizo una maniobra para colocarse en la cima y de esa manera tener espacio para bajar a su entrepierna. Bastian necesitó morder sus labios para silenciar sus propios gemidos.
Tal vez sí vivía en un sueño, tal vez faltaba poco para que despertara y pagara por sus atrevimientos, por su irresponsabilidad al ser un Von Lovenberg, y quizá la única manera de pagar sus crímenes, de limpiar las fallas, fuese con sangre. Lo valdría. Aquiles había elegido una vida corta por la gloria que conllevaría antes que una larga e insulsa, pues bien, él elegia a Shirou, aun si eso implicaba en el futuro ser castigado, antes que una vida perfecta sin emoción. Antes que una vida sin él.
Nunca había compartido esos temores con Rou, porque estando con él incluso si su pecho dolía, el sentimiento era tal que pagar con la vida resultaba una nimiedad.
Que fueran a por él, que no les tenía miedo. Quizá el amor lo hiciera sentir inmortal, intocable, qué importaba. Tenía a Shirou y lo que había entre ellos no podía ser destruido ni asesinado.
—¿En qué piensas? —preguntó Rou susurrando en su pecho.
Casi amanecía.
—En lo feliz que soy en este instante.
—Mentiroso.
—Es verdad —insistió—. Te quiero tanto que no necesito nada más. —Imaginó la pequeña sonrisa emergiendo de los labios de Rou—. Empaca tus cosas, mañana por la noche saldremos.
NdA:
¡Hola!
La primera parte del segundo libro de Almas Siniestras ha sido publicada. Qué alegría :D
Aparecerán nuevos personajes, y verán la historia a través de distintos ojos, qué emoción me da. Recuerden, es un primer borrador, por lo que podría contener errores, y uno que otro detalle.
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