Capítulo 7
Últimamente la sensación de haber experimentado las mismas situaciones de antes: Deja Vu; Se me hacía muy común.
Tal vez tenía que ver con que de nuevo estaba a la expectativa, o que la academia ya parecía un lugar en el pasado, donde recuerdos dolorosos habían tenido espacio para desarrollarse. Hacía mi mejor esfuerzo en tratar de no sorprenderme con la velocidad en la que los eventos pasaban, con lo distinto que terminó siendo mi sueño de estudiar artes, con la realidad que envolvía a mi vida.
Pero fallaba.
La ausencia de Teresa, la única figura materna que tuve, con la realización de que he presenciado muertes, ángeles, demonios, la luz del creador del mundo y he hablado con el mismo rey del infierno...
Si cierro los ojos, todavía puedo imaginarme el primer día que crucé las puertas de la academia, en el salón donde un delgado Samuel nos miraba a mi y a Leticia entusiasmado, la sonrisa de ella con sus incontables piercings mientras se reía del nombre del italiano. El Ángel de la muerte, quien desde mucho antes, se resguardaba en las sombras para protegerme.
Ahora cuando paso por la cafetería a última hora, mi mirada se desvía a una de las mesas, donde un grupo de tres chicas y un chico charlan a gusto, pienso en Francesca, quien murió por mi culpa, quien ya han olvidado. Pienso en Leticia, quien me odia, en Samuel que seguramente debe odiarme también, en la forma en la que quería dañarle, infringirle dolor, quería ser justo como todos los que una vez me amenazaron desde mi fragilidad humana.
Trato de contenerme, pegada a la pared de la esquina antes de entrar a la cafetería, abrazándome a mi misma, con los brazos sosteniéndome como si me fuera a destruir, me embarga la ansiedad a momentos. La sola idea de apartarme de la magia me hace sentir enferma, no puedo dejarla ir, ella es lo único que me protege.
La magia es mi única aliada.
Cuando logro calmarme, con respiraciones largas y con la suerte de que no haya nadie cerca para presenciar mi crisis. Puedo entrar a la sala y decantarme por un paquete de galletas.
Mi estómago cerrándose a la idea de una comida completa, me encamino al jardín trasero de la cafetería, en el atardecer siempre está desolado al ser la hora de las últimas clases.
Yo ignoro mi clase de pintura, parece extraño tener que preocuparse por mis asignaturas o una carrera; Cuando a la vez tengo que cuidar mi cuello de los hechiceros quieran hacerme daño, de Irisiana y sus sueños tormentosos. Y básicamente de que yo no sea una simple mortal.
Es demasiado para afrontar, para digerir y actuar con normalidad. Si es que se puede decir que algo en mi es normal en este punto.
Abro el paquete de galletas, para mi disgusto, son de avena, no me he fijado en la etiqueta por andar en las nubes. Frunzo el ceño, demasiado reacia a devolverme a cambiarlas, además ya las he abierto. Me tumbo en el césped, apoyada de una columna de piedra y suspiro, solo la probaré, con la esperanza de que no sepa tan mal.
Miro la galleta con aspecto rugoso y de color marrón, tiene algunas pasas en ella y realmente se ve asquerosa, le doy un mordisco diminuto el cual me provoca arcadas, definitivamente odio la avena.
El bocado queda en una servilleta que planeo arrojar a la basura en lo que pueda. Miro decepcionada mi comida.
Recuerdo mi proyección del llamador, si pudiera hacer que algo apareciera de forma tangible en vez de proyectarlo...supongo que sería muy fácil; Utilizar mi magia y cambiar lo que yo quisiera, solo el toque de mis dedos me proveería lo que deseo.
Me pregunto si...La idea descabellada parece lo suficientemente inocente como para que no me preocupe de intentar. ¿Qué de malo puede pasar? Solo son galletas.
Así que dejo la golosina mordisqueada encima del envoltorio y cierro los ojos. Concentrándome, el sabor, la textura, imaginando justo lo que quería a cambio, el postre de chispas de chocolate que ansiaba en principio.
Primero creo que nada sucederá y que estoy haciendo el ridículo. Me reprendo mentalmente, para que funcione debo creer en mi, entonces relajo mi cuerpo y permito que la magia corra por mis venas como si fuese mi propia sangre, siento la nebulosa a mi alrededor, como un calor ligero y reconfortante.
Al abrir los ojos doy de lleno con la galleta, cambiada a lo que mi mente planteó.
En mis manos el leve tono de azul ya se está desvaneciendo. Mi corazón se acelera en sobre manera. He logrado justo lo que quería, así fuera en una pequeña cantidad, pude controlar mi magia.
Logré controlarla.
Azzio estaba esperando en mi cama, recostado en el pequeño colchón de una plaza, se veía ridículo por su magnitud. Al verme llegar, rueda sobre si mismo para abrirme espacio, me dejo caer entre sus brazos abiertos, apoyando mi cabeza en su pecho. El aroma del ángel siempre es mentolado, a veces cambia a limón, otras veces a cuero, pero siempre con una nota de menta. Hallo reconfortante el calor que emana su cuerpo y las caricias en mi cadera.
Le miro, haciendo esfuerzo porque al ser más pequeña tengo que impulsarme y estirar el cuello. Tiene los ojos cerrados, las pestañas rozando sus pómulos, es precioso, el título de ángel no le es suficiente. Y cuando me apoyo en el codo y le beso, siento como el calor traspasa las capas de tela entre nosotos, me abruma lo calmada y a la vez emocionada que me siento, el palpitar de mi corazón y su respiración, haciéndome cosquillas, sus labios con los míos, fundidos en el tipo de beso que no quieres que nunca termine, de esos que te llenan de sensaciones hasta en la punta de los dedos.
Me siento confiada, feliz, acelerada en poder, como si pudiera ser y lograr absolutamente todo. Hoy el logrado usar la magia porque yo lo quise. Sin embargo, no se lo digo, tengo miedo de que me ayude a entregarla. Tengo miedo de que Azzio piense en devolver a mi aliada más grande. Así que en cambio, le beso de nuevo, arrastrando mis labios sobre los suyos —Te amo. —susurro.
Finalmente él abre los ojos, me mira como si fuese lo más hermoso del planeta, el verde en su mirada profundo y brillante. Azzio toma mi cara en sus manos, acariciando mi mejilla con la yema de sus dedos. —Me he acostumbrado tanto a la magia, que no me di cuenta que tu siempre la has tenido. —Ahora es él quien suspira. —Me siento hechizado cada vez que me dices "te amo."
Madyson tenía días sintiendose enferma, puede que desde que visitaron a la hechicera aquella vez, la verdad es que tenía el estómago revuellto y era poco lo que podía dormir, había visitado la enfermería ya dos veces, pero terminaba siendo descartada con alguna píldora, con el mensaje claro de que sería tal vez una indigestión leve y que no tenía de que preocuparse.
En las noches no lograba pegar ojo, y cuando si dormía, imágenes aterradoras la acompañaban, muchas giraban en torno a los ojos blanquecinos de Irisiana, o del tiempo que duró atrapada en su propio cuerpo al ser poseída. La pelinegra estaba muy mal, pero no quería preocupar a nadie.
Giró en sus pasos, en dirección a la calle de arriba, con los discos en mano, la idea de comprar discos parecía obsoleta, pero era algo que le encantaba, tener una prueba física de su música favorita en mano, Cargaba una bolsa repleta de autores y generos distintos, una que había conseguido en rebaja, junto a unos cuantos libros de la librería cercana que le habían llamado la atención. Mady aprovechó su repentino bienestar para salir a distraer su mente, a concentrarse en algo distitno a lo que sentía en su cuerpo.;Y lo había logrado. Sin embargo los mareos la atacaron a penas divisó la calle de artilugios y baratijas.
Recordaba perfectamente la tienda, y sin darse cuenta, sus pies andaron de forma automática hacia el lugar, como atraídos por una fuerza externa, encantada y fuerte. El malestar se transformó en una necesidad apabullante, su cerebro le gritaba que si llegaba a la tienda, todo seria mejor, estaría sana.
Pero el trance que la envolvía, fue roto por el grito que llegó a sus oídos. Dejándola desorientada y mirando hacia todos lados. ¿Qué hacia ahí?
En la otra esquina estaba Dalia, la chica amistosa de cabello caramelo que compartía su clase de arte visual. Estaba ondeando su mano en un saludo y acercándose a ella con una sonrisa. Madyson le esperó, no recordando muy bien que hacia parada a mitad de la acera, pero estaba segura que salió a comprar discos.
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