¿Familia o deber?
Casa de Emiliano Ramírez
0600 horas del 14 de marzo
El comandante había dormido unas miserables cuatro horas antes de que el despertador sonara a las seis de la mañana indicándole que era momento de iniciar su rutina diaria. Sin embargo, en esta ocasión tardó más de lo habitual para levantarse de la cama en un vano intento por retrasar lo inevitable.
Hacía apenas unas pocas horas había tomado una decisión que, sabía perfectamente, le costaría una acalorada pelea con su hija. El deber había pesado más que la familia a la hora de decidir. Probablemente en un futuro no muy lejano se arrepintiera de su elección pero ya no había marcha atrás. No podía ni quería seguir estancado con el caso del desquiciado psicópata y solo conocía a una persona capaz de ayudarlo a cerrar el expediente.
Su ex-mujer.
Las cosas entre ambos no habían terminado nada bien. Por su culpa Ann era una joven llena de traumas incapaz de confiar en la bondad de las personas mas, por primera vez en casi veinte años, el comisario puso el bienestar de su hija en segundo lugar y contactó con la persona a quien se había jurado nunca volver a buscar. Y ella, sin dudarlo un segundo, aceptó ser parte del equipo de investigación.
Las razones por las cuales había dado el sí con tanta rapidez eran ignoradas por Ramirez pero, lo cierto era que, ahora se encontraba ante un gran problema pues no creyó que ella fuera a aceptar con tanta facilidad… y menos que por esos días se encontrara en la ciudad.
Era cuestión de horas para que el reencuentro, que por años evitó, se produjera. Esa fue una de las causas por las cuales durmió tan poco. El resto, lo mismo de siempre: interrogatorios que preparar, cabos que intentaba atar y expedientes que examinar.
Emitió un largo suspiro mientras evaluaba mentalmente las posibilidades que tenía de evitar que su pequeña luz se cruzara con el ser que la llevó en su vientre. Quizá, con un poco de suerte, podría convencer a Ann de quedarse todo el día descansando en casa en lugar de pasarse por la comisaría como hacía habitualmente. Aunque esto de nada le serviría si el culpable no estaba entre los cuatro sospechosos que había citado tras identificarlos en los videos de seguridad de aquel motel.
¡Maldición! Este caso me está complicando demasiado la existencia, pensó fastidiado ante cada obstáculo que se podría presentar.
Entonces, de repente, el teléfono que reposaba en la mesita de noche empezó a sonar insistentemente obligándolo a finalmente despegar su cuerpo del colchón para tomar la llamada.
―Diga ―murmuró mientras se ponía de pie con el objetivo de encaminarse al cuarto de baño.
―Buenos días, papá.
―Ann. ¿Pasa algo? ―Cuestionó frenando en seco su caminata. ―¿Por qué me estás llamando de otro número? ―Se extrañó.
Escuchó un murmullo incomprensible antes de que su hija contestara.
―Oh, no. Tranquilo, papá. No pasa nada. Solo te he llamado para avisarte que pasaré el día fuera de casa. El móvil se me ha quedado sin batería y no traje cargador así que le he pedido el móvil a un compañero ―fue la explicación que dió la forense.
Emiliano suspiró aliviado por un instante… hasta que recordó lo que sucedería en poco tiempo.
―¿A dónde irás? Pensaba que vendrías directamente a casa al terminar el turno de la noche en la morgue. Al menos eso dijiste ayer.
Por un momento la linea quedó en silencio.
―Eh ―vaciló ―, me surgió algo. Un imprevisto.
La respuesta no convenció al viejo sabueso.
―¿Qué imprevisto es ese, Ann? Te conozco bien, hija, y hay algo que no me estás contando ―estaba casi seguro de ello.
―Tranquilo, papá, que no es nada malo. No te preocupes en vano. Para cuando regreses del trabajo ya estaré en casa.
―Por tu propio bien espero que me estés diciendo la verdad, Ann Ramirez Roberts ―advirtió inflexible.
―Juro que he dicho la verdad y nada más que la verdad, señor comandante ―fue la respuesta que escuchó a través de la bocina seguida de una risa burlona.
―Fingiré que no he escuchado la burla en tu voz ―aunque lo cierto era que le había sacado una sonrisa con eso.
―Vale vale. Entonces nos vemos más tarde. Que tengas bonito día.
Sabía que las posibilidades de que ahora Ann se cruzara con su madre habían disminuido, o al menos eso quería creer, pero igualmente lo dijo.
―Sabes que te amo y que eres lo más importante para mí, ¿verdad?
―Sí, papá. Claro que lo sé. Y yo también te quiero. Ahora te dejo que ya Ismael está impaciente por recuperar su celular. Hasta luego ―y colgó.
Con una sonrisa de pesar retomó su camino al baño para asearse y hacer todo aquello que estaba incluido en su rutina. No obstante, el mal sabor de boca que le dejaba mentirle y ocultarle información a su hija no desaparecía. Y era plenamente consciente de que si ella se llegaba a enterar no se lo perdonaría fácilmente.
Solo le quedaba pedirle al cielo que Ann y Leina no se encontraran cara a cara.
¿Dios escucharía su plegaria?
***
En la estación de policía
Un rato después
Alejandro era plenamente consciente de que el acto que había cometido se salía de lo autorizado por la ley. Sin embargo, no le importaba en lo más mínimo. Había obrado de la manera que él consideraba correcta. Y, también, como más le convenía para ganar puntos con Ann.
Su mayor deseo era que ella le mirase de una manera más, ¿romántica? ¿Libidinosa? ¿Suplicante? Aún no lo tenía del todo claro. Lo único seguro radicaba en que no deseaba ser para siempre solo un amigo más de la chica. Él quería mucho más, a pesar de que todavía no supiera bien el orden en que deseaba cada cosa.
Al verla acercarse a su mesa intentó poner orden a su mente para evitar que se diera cuenta antes de lo planificado. Esbozó una sonrisa de medio lado, la misma que adornaba su rostro cada vez que la veía, y se puso de pie para recibirla. Le saludó con un beso en la mejilla derecha y tuvo que contener un suspiro cuando esos delgados brazos se aferraron a su torso brevemente durante un abrazo.
Era una tortura que hacía al detective agonizar… pero era suya.
Su dulce tortura.
Entonces la forense se separó de su cuerpo y se maldijo internamente por necesitarla tanto.
―Gracias por estar tan temprano aquí ―pronunció sincera.
Siempre que ella le pidiera ayuda él acudiría… aunque en el futuro consecuencias habrían.
―No te preocupes. De cualquier modo hoy tenía que llegar temprano a la comisaría por lo de los interrogatorios ―le restó importancia.
―Entonces, ¿has avanzado con lo que te pedí? ―Indagó interesada.
Alejandro se preguntaba cuál sería la razón de su interés con esa investigación en particular pero sabía que si emitía algún cuestionamiento Ann se encerraría en su caparazón y eso es lo que menos quería así que prefirió mantener sus dudas solo para sí.
―Poco. Aún ni siquiera me han llamado para asignarme el caso ―fue su respuesta.
―¡Me lleva la que me trajo! ¡Maldita burocracia! ―Protestó sin importarle estar rodeada de agentes de la ley y el orden. ―Salí antes de la guardia pensando en que al llegar a este condenado lugar escucharía buenas noticias, carajo ―agregó ligeramente más calmada.
La decepción era más que notable en su voz pero ni siquiera eso conmovió al policía.
―Lo lamento ―fue todo lo que dijo. ―Pero las cosas son así. Lo único que puedo darte es la dirección del último domicilio conocido de sus padres. Sin embargo, no creo conveniente que vayas a visitarles. Se nota que el caso te afecta de manera personal ―expuso creyendo que la disuadiría.
No obstante, la atención de la doctora ya no estaba centrada en él. Ahora le pertenecía a la persona que entraba a paso decidido y seguro al recinto. Y cuando logró identificar a la mujer que hacía su entrada junto al comandante Ramirez supo que se avecinaba un desastre de proporciones épicas.
―Hola, detectives ―fue lo primero que dijo al detenerse en medio de todos con el mero objetivo de llamar la atención. Cosa que consiguió a juzgar por las miradas sorprendidas de los policías.
La mayoría estaba al tanto de lo sucedido años atrás entre psicóloga y comandante. Por tal razón muchos no pudieron evitar sentirse como lo hicieron ante la aparición de la ex-señora de Ramirez.
La peor parte se la llevó Ann.
―¿Mamá? ―Jadeó con los ojos a punto de salirse de sus orbitas pero solo Alejandro la escuchó y se fijó en su reacción.
El resto estaba demasiado ocupado murmurando sobre el regreso de la afamada criminalista. Y el comisario Ramirez ni siquiera tenía el valor de mirar a su hija a la cara. Solo le quedaba esperar que haber elegido el deber por encima de su familia valiera la pena.
A fin de cuentas, después de todo, Dios no escuchaba sus plegarias.
Nota de autora:
Hola;
Para comenzar quiero ofrecerte mis más sinceras disculpas, mi querido compañero de aventuras. He dicho que actualizaría la historia cada domingo pero por razones ajenas a mi voluntad me fue imposible hacerlo antes de hoy (de puro milagro tengo electricidad). La situación electroenergética en mi país (Cuba) es compleja; a quienes vivimos alejados de la capital nos tocan apagones demasiado prolongados y en tales circunstancias me es imposible publicar nuevos capítulos con la rapidez que deseo. Espero que puedas comprender la situación :-(
Ahora bien, ¿qué te ha parecido este nuevo capítulo?
¿Coincides conmigo en que Alejandro es raro? ¿Qué es lo que se trae entre manos? Leo tus comentarios aquí.
La madre de Ann entrando en escena, Emiliano preocupado creyendo que la hija lo odiará y el detective vaticinando un desastre... ¿qué crees al respecto? ¿Alguna teoría? Ya sabes, aquí el comentario pertinente.
Cualquier otra cosa que quieras comentar, acá.
Y ya, me despido pero no por mucho (o eso espero).
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