Ha pasado un mes desde aquel día en que nos vimos sorprendidos por las circunstancias. La casa está repleta de flores y de cartas que Erik nunca entregó. Flores llenas de vida y otras marchitas por las lágrimas que dejaron marca en su pasado. Unas más apagadas también; producidas por los gritos ahogados que quedan atrapados en su garganta. Y un campo de rosas forman sus pecas, y sus lunares al admirarlo mientras dábamos paso a jugar ajedrez. Oyendo el silencio; como caían las mariposas al suelo. Envueltas en cielos gris y polvo de estrellas.

Aguardándome en los pinceles que me llevo al oído. Aprendiendo a escuchar el arte. A empapar de colores mí corazón. Creando bosquejos de ti, trazando líneas al azar para después pasar mi muñeca y desplazarla tallando tus bellos ojos. Combinado por tu cuerpo que hacía una cascada en flores de cerezo, una constelación agrietada por tanto dolor y tormentas. Dibujándote envuelto de opacas emociones, pero sí en infinito. Enredados en tus mechones alborotados y tus maldiciones en Alemán cuando algo no te resultaba bien.

Amándote por completo.