El cigarro era lo que adornaba sus hermosos labios en las madrugadas, su acompañante en las noches de insomnio y soledad, con la conclusión de sólo mostrar desdén de su trasnoche. Vagando en ilusiones de sus espectros que se hacían pasar por ángeles, distorsionando la realidad. Complaciendo a sus demonios, ahuyentando el desenlace de sentirse un ángel. Como él lo es y será eternamente. Finalizando por consumirnos pensando en el caos. Gustando destruirnos por nuestras manos lentamente en busca de sentirnos completos. Enganchado a algo tan vacío e innecesario como es el fumar. Sin saber la necesidad, no era un vicio ni una deficiencia en su ser.

«Yo puedo ser tu droga, tu nicotina, Erik», imaginó. Provocándole un leve sonrojo que cubrió sus pálidas mejillas.

—...Qué dijiste?—Susurró, dejándolo entre la espada y la pared. Portándonos tontamente, perdiéndonos entre la mirada del otro. Reaccionando a último minuto-Pero... Sí tú eres el origen de mi insomnio, el causante de mis noches en vela. El cigarro sólo calma las secuelas, Charles.

Sintiendo su corazón bombear a mil por hora y sus mejillas arder al escucharlo. Encontrándonos y fundiéndonos en uno solo. Entendiendo que una parte de su corazón y alma lo ha amado desde el principio del todo. Queriéndolo curar con besos infinitos y salvar de su alma en pena, reparando sus pedazos rotos y volviéndolos a coser. Sonriéndonos torpemente con ambos corazones en sincronía; atraído por él. Sin percatarse que lo único que importaba era que él me amaba como yo lo amaba y con la misma intensidad.