La época Victoriana;
donde la moral y la religión se oponían a toda costa a los avances científicos, siendo cómplices de la destrucción de la sociedad para la hora de que se descubriese la verdadera realidad. No la pintada con colores vivos, sino la que va más allá, a través del oscuro traslado que compondrá. Tras la fachada del mundo rosa pastel y todos los detallados e derivados que vendrán.

No obstante, él existía aún para cambiar radicalmente la historia escrita hasta el momento, para dar vuelco y acrecentar la lucidez tenue dentro de la imaginación y la creación. Para ser él, el que deberá descubrir los misteriosos avances de las ciencias en todo sentido. Ser el maestro, el guía conductor que conduciría hacia las fauces carmín, danzando por los dígitos, serpenteando por la química y la física cuántica, puras. Subyugando al llamado doctor Frankenstein. Acechado por tal abrupto golpe, creciendo así, la posibilidad. «Parecido al ave Fénix, seré», pensó. Inundado en su ser, dejándose llevar en un aura de esperanza y añoranza a la vez. Lo que mantenía una total calma en la tensión que le proporcionaba, percibía él. Transmitiéndole un escalofrío, una órbita eléctrica para no decir orba de lo que sentía detrás de su espalda. Al imagen del insomnio que daba por terminado en su escape trayectorio de igual manera, a sobremanera que le traspasaba. Inconsciente de la transformación que se acertaba en los alrededores y él lo sabía. Era lo que siempre tuvo que ser, lo que merecía obtener, lo que le pertenecía como recompensa de sus actos próximos.

El que dé inicio a la era moderna, la época del renacimiento en todo ámbito. Sueña con ello, toda su vida y ahora más que nunca. Poder revivir a todo lo que ya ha de estar más que quemado en cenizas, los ánimos que ha de tener, la revolución de la vigencia e importancia de aquella persona que habría tenido en otro tiempo...

-Hemos de crear, amigo mío.