S i e t e
Ahora sólo bastaba enfocarse en él, darle vida otra vez. Es lo que tiene en frente, lo que depende ahora su vida únicamente. Y corrió hasta alcanzar la puerta que conduciría su fin o más bien, su salida del infierno en que vivía y lo haría sonreír. Lo convocaría a su utopía; esa que una vez soñó cuando era un niño pequeño que lo único que hacía era divertirse sin más y hacer travesuras sin parar.
—¿Hank, qué haces?—Preguntó, su intriga lo carcomía por dentro y sucumbía sus oídos al interior, rígida en su escape.
—Erik, Erik Lensherr era su nombre.
«Erik, ¿eh?»
Alemán, pensó inmediato. Como sí fuera y dependiera de una lámpara que por cada idea se prendiera, al igual que en las películas. E imaginó como tuvo que ser su pasado y se quedó con la conclusión que pasó por una vida extremadamente difícil. Sufrió tanto por la maldad hiriente que cubre sus rostros y sus personas. Su pecho ha de estar lleno de escombros y flores marchitas producto de sus corazones a medio partir y sus anexos que han de vivir. Qué triste y cruda realidad.
Y supo finalmente cuál era su ideal ha seguir, su misión. Quedarse con él, incluso hasta que su vida dependiera de ello. Fijó sus ojos en Erik y ahora ya nadie los quitaría de allí.
Para
siempre.
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