C i n c o
Una por una caían, tantas lágrimas derramadas por las nebulosas de su corazón y la inestabilidad e inexistencia de las órbitas de su pérdida que me llevó, reparando constelaciones que él había roto en mí y hallando planetas en la búsqueda de ti, escapando una y otra vez. Esperando regresar. Y te hallé, después de tanto tiempo al fin.
13/11
—Te extrañé, Charles.—Decía Ariel cada vez que regresaba a él. Esperando su recompensa de cada día al traerle un vaso de leche y galletas que preparaba tan bien—Te he traído galletas, las que tanto te gustan, tus preferidas.—Sonríe en el frío e intenso invierno que ha de pasar, desvaneciendo todo ese dolor, pena e inseguridad que crecía en su pecho por el regreso inesperado. Siendo torpe en sus acciones y volviéndolo loco aún más. Pensando que su corazón se iba a salir de su pecho y nunca lo volvería a ver. «Qué espejismo más descabellado», creyó.
—Gracias, sweet. Pasa, siéntete como en casa.—Observándolo desde el primer minuto que cruzó el umbral de su hogar, sus acciones, sus imperfecciones que lo hacían perfecto, sus reacciones, su hablar de las cosas, absolutamente todo de él. Lo quería todo—¿Quieres té?
—Está bien, gracias profesor.—Sus sonrisas nuevamemte, tan usual, eso es lo que más amaba de él. Que a pesar de toda la adversidad, sonríe. No puede dejar de sonreír y sonreír a todos los que encontraba por ahí. Sin ninguna razón aparente. «No te voy a dejar de molestar, hasta demostrarte que las personas sí pueden ser buenas sin nada a cambio», lo recuerdo como si fuera ayer. Me enamoraste por acciones y bellas palabras que ahora ya no puedo vivir sin ti.
Moribundo y desolado se quedó, yéndose a perder en sus pensamientos sin querer interrumpir la breve historia que su amante le estaba contando, un mágico baile decía, miles de artistas yacían ahí y en todo sentido. Llenos de vida y saciados de inspiración, buscando la bohemia en la revolución, los llamaban "la nueva generación".
Oyendo a oídos sordos su suspirar al continuar su relato, imaginándose el escenario en su mente, viéndolo bailar, como sus caderas se movían al compás de la canción, siguiendo los pasos de la melodía presente. Viéndose a él sujetarle la mano y levantarla hasta sus labios, besándola coquetamente y caballerosamente. Bailando hasta que las velas no ardan.
La tetera terminó de hervir, dando por hecho que su breve imaginación daba por terminada y por ello, colocó el agua en dos tazas pequeñas de porcelana, sacando por completo el envoltorio del té y echándolos en las aguas, terminando con el poner de la dulzura, dos cucharadas de azúcar. Llevándose consigo el aroma, tomando un pequeño sorbo de él que le pareció sumamente amargo para sus débiles pupilas gustativas, «¿será por que no he probado ningún bocado ni disgustado algún líquido en éstos últimos días? Probablemente sea eso». Dirigiéndose hacia la sala con paso lento, encontrándose con la sala vacía.
—¿Ariel?—Efectuó, nadie lo escuchó—Deja de jugar.
Y con esas últimas sílabas, lo acechó. Lo jaló por su cintura rápidamente y le dio media vuelta atrayéndolo hacia él, rompiendo sus tazas de té que había preparado tan silenciosamente. Quedando frente a frente, pegados uno contra el otro.
—¿Qué ha...?—No pudo seguir, lo habían callado con un beso. Uno tierno, tal de suspirar día y noche; esos que te dejan los labios completamente hinchados y rojizos al besarte como si no hubiera mañana, esos que se vuelven salvajes y apasionados por el ritmo cardíaco, esos que suben de intensidad en un parpadear. Empujándolo en su cómodo sofá que en él escribía y realizaba todos sus cálculos para sus investigaciones e invenciones. Acabando en un inicio de hipnosis por los labios del contrario, dando origen a una batalla dentro de sus bocas. Entregándose el uno por el otro.
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Pero, él no era Ariel, no era la persona que alguna vez tanto amó. Su primer amor; ese que uno cree que durará para siempre. Y duele darse cuenta que no es así, desprenderse de él, intentar. Dejándonos una marca indeleble en el alma y en el corazón.
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