❝ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ᴠɪɪɪ❞
«ᴜɴᴀ ᴜɴɪᴏ́ɴ ᴘᴇᴄᴜʟɪᴀʀ»
2 años después.
Edmund podía sentir al nerviosismo florecer dentro de su cuerpo como una atractiva pero venenosa flor instalada en el interior de su estomago; contaminando sus órganos como una enfermedad terminal y destinándolo a un terrible final. ¿Se estaba desesperando un poco? Tal vez demasiado. Su familia lo había dejado de pie en uno de los rincones de la cámara dentro de la Ciudad Silenciosa para saludar a unos pocos pero íntimos amigos de sus padres. Edmund reconoció que en realidad no conocía a nadie dentro de esa habitación más que a la señora Fairchild, Angie y sus hermanos y madre. Pero, ¿dónde se encontraba su padre? No tenía absoluta idea.
—¿Por qué de repente luces como si estuvieras arrepentido de todo esto? —Sonrió complacido cuando la delicada mano de Ángela reposó sobre su hombro a modo de apoyo. Había deseado que no se separan en cuanto ingresaron a la ciudad silenciosa, pero ella tuvo que alejarse unos momentos porque su tía quería presentarle a la familia Verlac.
—No me arrepiento para nada, sólo son los nervios. —Se aferró a su mano y le dio un pequeño apretón amistoso.
—Eso esperaba. —Le sonrió y dejó que sus manos permanecieran unidas junto a ellos.
Edmund observó a su amiga mientras ella pasaba su mirada por la sala; no había cambiado mucho en realidad, tal vez sí ganado un par de centímetros sobrepasándolo un poco en estatura, pero amaba que su sonrisa siguiera ahí cada vez que necesitaba verla, que sus mejillas sonrojadas continuaran dándole ternura y que el sólo hecho de que el brillo en sus ojos marrones aumentara cada vez que apreciaba algo, le llenaban el corazón de alegría. Era ahí en donde quería pertenecer por el resto de su vida, ser el parabatai de Ángela era más que un sueño para él y estaba a punto de cumplirlo.
—Quizá tenga malas noticias para ti, Eddie —susurró ella, su mirada intranquila instalada en la entrada de la cámara de piedra oscura, seguramente evitando ver los cráneos incrustados en las paredes. A Edmund también le provocaban cierta inquietud.
—¿De qué se trata? —dijo en el mismo tono confidencial.
—Los Lightwood vendrán a presenciar nuestra ceremonia.
«Oh, no». Cerró los ojos con indignación. ¿Por qué ellos tendrían que venir? La única cosa que le había rogado a su madre y ella no había cumplido.
—Sólo mantente indiferente y no les prestes mucha atención, es la única manera de mantenerlos alejados —repuso ella ante el decaimiento de su amigo.
—Ahí vienen. —Señaló disimuladamente al cuarteto conformado por los más detestables Lightwood.
El señor Lightwood encabezaba el grupo con mucha honra, su mirada altiva le recordaron a Edmund a su hermano, quien observaba a todos de la misma manera como si el mundo fuera suyo, y más allá de Benedict sus hijos cerraban la marcha tras él. Tatiana seguía siendo una bella y elegante flor en pleno desarrollo, con esos ojos verdes saltones que atrapaban a cualquiera con tan sólo doce años de edad. Luego estaban Gideon y Gabriel Lightwood, a estas alturas ni Edmund y Ángela sabrían decir quién de los dos era el más arrogante y egocéntrico, quienes se pavoneaban bajo el ala de su padre con mucho entusiasmo. En cuanto los dos cruzaron miradas con Angie y Ed, se apresuraron para posicionarse frente a ellos y sonreír plenamente. Tatiana se quedó atrás a pedido de su padre, quien la exhibía a los pocos presentes como un trozo de carne fresco y listo para cocinar. Qué repugnante, se dijo Edmund.
—Señorita Fairchild —saludó Gideon, su cabello rubio ya empezaba a enroscársele sobre las orejas y a la altura de la nuca debido al clima húmedo y caluroso—. Edmund —dijo cortante.
—Creí que las formalidades ya no se aplicaban a nosotros, muchachos —dijo Ángela sonriendo incómodamente. La mirada de Gabriel no se despegaba de ella.
—Siempre lo olvido —rio el rubio. Para tener la misma edad que Frank seguía siendo un tanto irritante en opinión de Edmund.
—¿Dónde están nuestros modales? —repuso Gabriel con fingida modestia—. Queríamos felicitarlos por tan... repentina decisión de convertirse en parabatai. —Observó rápidamente a Edmund con burla y regresó su atención a Ángela, quien captó el mensaje oculto tras la frase del chico.
—¿Te sorprende que estemos a punto de ser parabatai, Gabriel?
No era la primera vez que alguien expresaba comentarios de ese tipo, de hecho, los Ravenway habían mirado a Edmund profundamente antes de soltarles en la cara que el único vinculo existente entre una chica y un chico estaba lejos de ser el de parabatai. Sólo Frank se había mostrado muy entusiasmado con la idea, pero eso no quería decir que el resto lo aprobara realmente. No obstante, ninguno de los dos había dado un paso al costado y solo se enfocaron en continuar con sus entrenamientos y recitar silenciosamente las palabras que se dirían en la ceremonia, o dónde colocarían la runa en sus cuerpos.
—Padre dice que no debe ser posible entre las niñas y los hombres el ser parabatai. —Apuntó Gabriel. Ángela reservó las ganas de arrancarle un par de mechones castaños sólo por pura educación—. No es así cómo deben hacerse las cosas en el mundo, Ángela.
—¿Y cómo es que deberían de hacerse? ¿Siendo unos cretinos e impertinentes, tal vez? —objetó ella.
—¡Hermanito! —chilló Frank saliendo de la nada y ubicándose tras él, su voz brotando en extraños ecos alrededor de la cámara y captando la atención de varios interesados—. Lightwood —dijo con seriedad—. Madre me ha dicho que en breve se dará inicio a la ceremonia, no se alejen tanto.
Ángela odiaba dejar a Edmund siquiera un segundo a solas, pero necesitaba hablar rápidamente con Frank antes de que los Hermanos Silenciosos los llamaran.
—Frank, ven un segundo por favor. —Se alejaron un par de metros de los Lightwood para tener más privacidad—. ¿El señor Ravenway no vendrá? —Angie había deseado conocerlo en persona hacía mucho tiempo, quizá desde el día que había llegado a Italia, pero él jamás regresó de Idris, siempre recibían cartas en las que rezaban breves disculpas porque el trabajo de nuevo lo retrasaba y eso se había vuelto un hábito que destrozaba a los Ravenway.
Oyó a Frank suspirar molesto. A él tampoco le agradaba que su padre se ausentara de esa forma, sobre todo en tan especial ocasión.
—No, parece que el trabajo es mucho más importante que sus hijos —escupió con rabia.
—¿Debería escribirle una carta? —consultó—. Tal vez recordarle que su familia está esperándolo en Roma con los brazos abiertos y que la reciente parabatai de su hijo podría intentar cortarle un dedo a ese hombre si no aparece en las próximas veinticuatro horas con unas muy sinceras disculpas. ¿Es una buena idea? —Frank sonrió complacido, le encantaba cuando ella se comportaba de esa forma.
—Déjame resolver esto por ti, debería ser yo quien lo confrontase.
—Está bien, es todo tuyo. —Buscó a Edmund con la mirada; los Lightwood lo habían dejado solo otra vez y ella corrió a socorrerlo.
—No he visto a tu hermana ni a ninguno de tus amigos —dijo el castaño cuando ella regresó a su lado.
—Oh, sí, eso. —Cabizbaja evitó que Edmund viera que las lágrimas se acumulaban en sus ojos—. Mi tía me prohibió decírselos y de ahora en adelante controlará cada cosa que envíe a Londres —respondió apenada.
—¿Por qué? Es tu familia, ellos deberían saberlo antes que nadie —protestó.
—Bueno, tu madre prefirió hacer de nuestra ceremonia un encuentro privado, sólo dejó que los Lightwood y la familia Verlac asistieran. —Eso era cierto, exceptuando a los Hermanos Silenciosos, no más de diez personas ocupaban lugar alrededor de la cámara junto a ellos. A Ángela le seguía pareciendo curioso que siempre los Lightwood estuvieran presentes en algún evento organizado por los Ravenway.
—Hablaré con ella para que nos de permiso de organizar una cena en el Instituto para tu familia, ansío conocer a Charlotte y a los celebres William Herondale y James Carstairs. —Angie se maravilló con la idea de volver a ver a sus amigos.
—Sería estupendo, Ed. Gracias.
—Todo sea por mi futura parabatai —repuso él en una sonrisa.
🦋🦋🦋
El Hermano Enoch, quien llevaría a cabo la ceremonia, colocó a Ángela en uno de los círculos grabados en el suelo y luego guio a Edmund al otro extremo frente a ella, conectados solo por el círculo del centro que unía los suyos.
—No me ruegues que te deje, o que regrese cuando te estoy siguiendo. Porque a donde tú vayas, yo iré. —Prometió Ángela.
En ese momento recordó la vez en la que había seguido a Edmund por las calles de Italia luego de que éste discutiera con su hermano la tarde en la que confesó que Ángela y él serían parabatai. Edmund había sido rápido, imposible de seguir, pero ella se esforzó por igualar su ritmo para detenerlo, implorarle que razonara antes de cometer alguna estupidez. Él se había detenido después de que Angie se lo pidiera por quinta vez; giró en redondo y atrapó a la castaña entre sus brazos cuando había tropezado con un adoquín sobresalido, recibiéndola antes de que se diera de bruces contra el suelo. Ángela seguía cuestionándose cómo había hecho Edmund para saber el momento justo en el que debía girar e impedir que cayera, pero lo había logrado, la había salvado cuando ella pretendía salvarlo a él. ¿Casualidad, quizá? No estaba segura, pero sospechaba que tal vez ese gesto había sido otra prueba más de que ambos estaban destinados a ser parabatai, por eso se sentía tan segura en ese momento dentro de la cámara para realizar la ceremonia.
—Y donde tú vivas, yo viviré. Tu gente será mi gente, y tu Dios será mi Dios. —Continuó Edmund con certeza, las llamas en los círculos crepitaron y se alzaron un poco más en un tono azulado.
Detrás de Ángela se había acercado Callida Fairchild como su testigo y tras Edmund se encontraba Lauren. De nuevo, a pesar de las súplicas para elegir por cuenta propia los testigos, ya que Angie quería a Lottie y Ed a su padre, Lauren había insistido que así debía de ser y no daría lugar a las protestas.
—Donde tú mueras, yo moriré, y allí seré enterrado. El Ángel me haga esto y mucho más, —Completó Ángela—, si nada más que la muerte nos separa a ti y a mí. —Sintió un tirón en su pecho, apenas un pinchazo imperceptible, en lo que observaba a Edmund con firmeza.
Dieron un paso a través de los círculos en llamas, conteniendo el aliento mientras notaban cómo las ardientes llamas brillaban en un destello dorado. ¿Era su imaginación? No tuvieron tiempo de pensarlo cuando la mano de Edmund se alzó en dirección al hombro de Ángela para trazar la runa en esa zona. El corazón de la castaña se contrajo y el dolor en su pecho se hizo más agudo, imponiendo su presencia con firmeza y haciendo que apretara los labios para no soltar una queja. Cuando terminó con la runa fue su turno para trazarla en el pecho de Edmund, justo sobre el corazón. La sala también parecía estar conteniendo el aliento, aguardando impacientes a que Ángela finalizara con la runa. Lauren Ravenway se removió inquieta atrás de su hijo.
La ceremonia terminó en un repentino estallido de cortos aplausos y una ronda incomoda de rápidos abrazos y felicitaciones. Frank saludó a su hermano con entusiasmo, levantando su peso del suelo y girando como dos locos ebrios. Lauren se acercó a Ángela con expresión agria, colocó una mano sobre el hombro donde la runa fresca se encontraba expuesta y dijo:
—Acabas de condenar a mi hijo. —Se alejó de la cámara a paso firme acompañada de Benedict Lightwood.
La sonrisa se desvaneció del rostro de Ángela.
🦋🦋🦋
Al regresar al Instituto la frase de Lauren seguía rondando por la mente de Ángela insistentemente. ¿Cómo se atrevía a decir algo así? ¿Había algo malo en Ángela? Tenía que descubrirlo.
Los Ravenway organizaron un pequeño banquete para celebrar la unión de los recientes parabatai, aunque a Ángela ya se le habían ido el apetito y las ganas de celebrarlo, aceptó beber un poco del té que Benedict Lightwood había traído especialmente de su colección en Londres, pero sólo se lo ofreció a ella. No obstante, seguía sintiendo que no podía festejar que tenía un parabatai sin que las palabras de Lauren resonaran acusatoriamente en su cabeza una y otra vez, culpándola de algo de lo que aún no estaba segura. ¿Era así cómo debían ser las cosas? Se preguntó si existía la oportunidad de no volver a sentirse amenazada por los Ravenway en el futuro, si realmente les permitirían a Ed y a ella ser felices por al menos una sola vez. ¿Era mucho pedir?
Sí, efectivamente había algo malo en ella.
—Ángela —llamó Frank cuando cruzaron el vestíbulo junto a los Lightwood para ir al patio, pero ella fue más rápida y huyó corriendo hacia el piso superior para encerrarse en su cuarto, sin resistir por más tiempo la presión en su pecho y la voz en su mente que la llamada culpable.
Sabía que ya se encontraba llorando, podía notar cómo las lágrimas se derramaban por sus mejillas y el nudo en su garganta crecía en su interior. Deseó que su hermana estuviera ahí junto a ella, consolándola diciéndole que todo estaría bien, que Lauren no era otra cosa más que una mujer perturbada por la ausencia de su marido, pero no le habían permitido a su familia ser parte de la nueva etapa de su vida, prácticamente el sólo hecho de mencionarlos provocaban reacciones negativas en su tía Callida.
Las puertas que daban al balcón se abrieron repentinamente de un golpe sordo, dejando que una fuerte ráfaga de viento ingresara a la habitación y alterase el interior; los dibujos y las cartas de Ángela flotaron hacia cualquier dirección, algunos cayeron al suelo y otros solamente se estamparon contra las paredes y muebles. Ella corrió a cerrar las puertas antes de que el desastre empeorara pero las puertas no cedían, parecían querer aferrarse a los laterales con mucha determinación.
—¿Qué...? —Sus palabras se vieron interrumpidas cuando un remolino oscuro se internó en su cuarto, un desparramo de plumas negras bañaron la habitación en cuestión de segundos y ella se derrumbó sobre el suelo, permitiéndole a la oscuridad que se apoderara de ella.
🦋🦋🦋
En su sueño no era nada. No era nadie. Sólo un simple borrón oscuro más entre tanta tiniebla. A lo lejos le pareció captar el rumor de una tormenta, la lluvia cayendo con fuerza contra algo y un grito, uno muy fuerte.
«¿Qué está pasando?». Buscó alguna posible respuesta, pero mientras más lo pensaba menos obtenía. De igual forma nada la relajaba.
—¡¡Edmund!! —El grito fue más claro ahora, mucho más cercano junto al batir de unas alas. ¿Era su voz?—. Edmund, por favor. Quédate conmigo, te lo suplico. —Reconoció su voz, su llanto y sus suplicas, y la desesperación la asaltó al no entender lo que estaba sucediendo.
Al no poder ver lo que ocurría justo frente a sus ojos el miedo incrementó en ella. Intentó hablar, gritar y pedir ayuda, mas nada salía de sus labios, sólo el mismo susurro que provocaba el paso de una brisa. Vacío y más vacío.
—Sucederá —dijo una voz ronca, giró espantada hacia todas direcciones pero la voz parecía provenir de todas partes al mismo tiempo—. Sucederá.
Sintió que sus manos se volvían más sólidas y visibles y cuando desvió la mirada hacia ellas se encontró con que su piel no era pálida sino roja, escarlata para ser precisos. Sangre.
—¡Edmund! —Logró decir antes de despertar.
—¡Ángela! —Abrió los ojos exaltada y su cabezo golpeó contra algo duro cuando trató de levantarse—. ¡Mierda! —exclamó Edmund, se frotaba la frente en una mueca de dolor.
—¿Q-qué pasó?
—Lo que pasó es que acabas de golpear mi cráneo, ¿sabes lo que pasaría si mi bello cerebro se dañara? —masculló aún adolorido.
—Lo siento.
Enfocó la mirada a su alrededor y notó que aún se encontraba en su cuarto; las puertas que daban al balcón se hallaban cerradas por completo y los papeles en su debido lugar, como si nada extraño hubiera sucedido en la última hora, como si las ráfagas de viento no hubieran destrozado nada.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Edmund, se encontraba sentado junto a ella en la cama con un cuenco frente a él, mojaba un paño con agua y luego lo escurría.
—¿Qué es eso?
—Intentamos bajarte la fiebre y parece que nos resultó bien. —Dejó el cuenco sobre la mesa de luz y buscó la mano de Ángela para aferrarse a ella.
—¿Fiebre?
—Estuviste padeciendo un extraño cuadro de fiebre por al menos tres días. —Examinó el estado de su parabatai, ya olvidando lo que había soñado, y se percató de las machas oscuras bajo sus ojos verdes y de su ropa arrugada y desprolija, en ese entonces no parecía tan él como antes; siempre preocupándose por dar una buena impresión a quien lo observara. Ahora lucía más deprimido y destrozado—. Le pedí a Madre que llamara a los Hermanos Silenciosos pero se negó, como hace con todas mis peticiones. En cambio, dejó que el señor Lightwood te diagnosticara. —Había más que amargura en su voz, algo de ira y frustración salpicando en sus palabras.
—¿Él puede hacer eso? —inquirió sorprendida.
—No, no tiene la autoridad para hacerlo. Sin embargo, lo hizo. —Sus ojos tristes se fijaron en ella—. ¿Qué estabas soñando? Parecía una pesadilla. —Intentó recordarlo pero las imágenes se escapaban de su mente, desintegrándose en el olvido.
—Yo no..., no lo recuerdo —respondió decepcionada, exprimió cada recuerdo existente y sólo encontró oscuridad y un vacío monótono.
—Tal vez habrá sido producto de la fiebre, no te preocupes. —Palmeó el espacio libre junto a ella y Edmund no tardó en lanzarse libremente a su lado, recostando su cuerpo y suspirando de alivio—. Creí que iba a perderte. —Dejó caer su mano libre sobre su pecho justo encima de la runa parabatai—. Sentí tu desesperación y miedo, sentí que me llamabas de entre la oscuridad.
—Creo que así era cómo me sentía —dijo, rodeó con su brazo los hombros de Edmund y le permitió recostar la cabeza sobre su hombro—. ¿Cuál fue el diagnostico que dio el señor Lightwood?
—Un repentino ataque febril muy común en los niños de nuestra edad —respondió al borde de la ira—. Te fallé, sé que hubieras deseado que un Hermano Silencioso cuidara de tu salud, incluso hice un berrinche inolvidable, pero no lo logré.
—Confío en ti, Ed. Sé que lo intentaste y lo valoro mucho.
—Y el señor Lightwood dejó esto para ti. —Rebuscó entre los objetos que reposaban sobre la mesa de luz y le tendió un pequeño frasco vacío a Ángela, aún prevalecían pequeñas gotas de alguna sustancia oscura en su interior—. Una especie de medicina que curaría por completo tu enfermedad en cuanto acabaras el frasco completo. —Sacó el tapón del frasco y lo acercó a su nariz; el hedor de algo podrido llegó a sus fosas nasales y se obligó a no vomitar—. Lo sé, es asqueroso. Pregunté qué era pero nadie me respondió.
—Ugh, aléjalo de mi por favor. —Le devolvió el recipiente de vidrio y Ed lo guardó dentro de uno de los cajones lejos de la vista de todos.
—¿Debería decirles a todos que ya has despertado? —Consultó. En el fondo Angie sabía que él no quería irse, que deseaba permanecer a su lado como seguramente lo habría echo los días en los que había enfermado repentinamente.
—No, no lo hagas. Pero sí quiero que descanses un poco, no te ves bien.
—Siempre me veo bien —replicó audaz.
—Lamento lo que pasó, Ed —dijo un poco más calmada—. Quería ser la mejor parabatai para ti pero creo que lo arruiné.
—¿De qué hablas? —Se enderezó y giró su rostro en dirección a Ángela—. No tienes la culpa por haberte enfermado, la ceremonia es muy poderosa incluso para un cazador de sombras ordinario, algún efecto iba a tener sobre nosotros —suspiró confundido—. También me sentí extraño, ¿sabes? Tenía esa sensación de dolor en el pecho cuando trazaste la runa en mí.
—¿Y si es algo malo? —inquirió enérgicamente—. ¿Y si eso quería decirnos que no debíamos ser parabatai? ¿Si cometimos un error? —Edmund la observó dolido.
—No me importa lo que quiera significar, Ángela. No me arrepiento de haberte elegido, ¿cómo podría hacerlo? —exclamó ofendido—. Te elegí porque desde el primer día en que nos conocimos supe que estábamos destinados a esto. Lo sentí. Algo en mi interior me decía todo el tiempo que eras tú la indicada, nos entendemos mejor que nadie y tú lo sabes.
—No pretendía herirte, lo siento.
—Sé que no querías, pero por favor no digas que el universo o lo que sea que esté allá fuera y sea más grande que nosotros intenta decirnos que no debemos ser parabatai. Importa lo que nosotros sentimos, y yo siento que fue la decisión correcta. —Entrelazó sus dedos con los de ella suavemente.
—También siento que fue la decisión correcta, Ed. —Acarició el dorso de su mano con el pulgar, agradecida por tenerlo allí con ella.
—Sí, bueno. Lo sientas o no ya no hay vuelta atrás. —Sonrió divertido.
—Eso lo sé —rio complacida.
—¿Aún quieres que vaya a descansar? —preguntó en un puchero.
—Sí, lo necesitas tanto como yo ahora. —Asintió.
—Antes me aseguraré de que ingieras algo saludable. —Se puso de pie y alisó la tela de su ropa, aunque por más que lo intentase, esta no se alisaba en lo absoluto.
Plantó un beso en su mejilla y salió a toda prisa del cuarto, asegurando que un buen caldo la haría sentirse mejor y prometiendo que no diría a nadie que ya había despertado. Ángela suspiró incontrolablemente, permitiendo sentirse feliz por tener al mejor amigo en todo el planeta. Edmund lo valía todo y más, ¿cómo podría ser un error el haberse convertido en parabatai? ¿Cómo era posible haberlo condenado? Lauren había estado molesta con alguien más y se desquitó con Ángela, seguramente eso había pasado.
Como aún se sentía con fuerzas y como si nunca hubiera padecido una terrible fiebre, se puso de pie y se acercó con lentitud al ventanal y admiró el paisaje frente a ella. Ya había oscurecido en Roma y la luna se alzaba en un enorme circulo brilloso sobre la ciudad, sin ningún indicio de los fuertes vientos y el remolino de plumas negras. Se arriesgó a salir al balcón y apoyar su peso sobre la barandilla de piedra, aspirando profundamente el aire nocturno y contemplando cómo los italianos volvían a sus hogares envueltos en finos abrigos, conversando con otros o bebiendo de alguna botella semivacía. Por un instante deseó estar en sus lugares, descubrir qué tan emocionantes eran las vidas mundanas, pero se recordó que ella había nacido para un propósito mayor; para combatir demonios y proteger a la humanidad. Tal vez en otra vida tendría la oportunidad de descubrirlo.
Quizá la fiebre estaba alterando sus pensamientos, así que decidió que lo mejor sería volver y descansar otro rato más antes de enfrentarse a un nuevo día siendo Ángela Fairchild. Su mirada cayó al suelo donde se conectaba el balcón con su cuarto, encontrando una pluma negra meciéndose gracias a la leve brisa que la noche les regalaba. La tomó entre sus manos y la acercó más hacia la luz, descubriendo una pequeña mancha escarlata a la altura del cálamo*, tiñendo levemente la punta de sus dedos. Contuvo el aliento y lanzó la pluma por el borde del balcón, desprendiéndose de la sensación de temor que la había atacado repentinamente.
Sucederá.
*Cálamo: parte más inferior en una pluma, la cual se inserta en la piel, es ancha y se denomina cálamo o cañón.
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[EDITADO]
Hola!
Sí, puede que haya estado un poco triste estos días escribiendo este capítulo. ¿Pero qué puedo decirles? Sucederá.
A las personas que no leyeron la versión anterior, ¿qué piensan al respecto? Y a las que ya lo leyeron, ¿qué esperan que pase realmente?
Los Lightworm volvieron!! ¿Quién más los extrañaba?
No sé qué más decir a parte de que espero que prendan velitas por mí🕯️🕯️ porque mañana empiezo la facultad :)
Espero que se encuentren bien, les deseo lo mejor!
—ROSE CARSTAIRS 🌹:
(LadyOfShadows03)
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