❝ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ɪx❞
«ᴍᴀʟᴀ ᴅᴇᴄɪsɪᴏ́ɴ»
Después de todo Ángela no se había recuperado por completo del repentino ataque de fiebre, aún se negaban a citar a los Hermanos Silenciosos para que la revisaran, sólo aceptaban los consejos que Benedict Lightwood tenía para ofrecer y él ni siquiera era un sanador. Su estado había sido preocupante al principio; había veces en las que de un segundo a otro caía al suelo sintiéndose tan débil que no podía sostener su propio peso y en otras ocasiones le sangraba la nariz o le subía la fiebre, pero conforme las medicinas que aplicaba el señor Lightwood incrementaban su consumo, acabó por sentirse mejor a las semanas siguientes. Las pesadillas seguían ahí cada noche y a la mañana se evaporaban como si nunca hubieran ocurrido, pero su inestabilidad física ya no era un tormento para ella.
Y que los Lightwood estuvieran cerca no ayudaba en lo absoluto. Lauren había informado que se quedarían una temporada en Italia y los jóvenes pasarían más tiempo en el Instituto para no perder sus clases, lo que indicaba que Ángela y Edmund vivirían la peor temporada de sus vidas.
Encerrados en la habitación de la castaña -Lauren no los dejaba salir del Instituto a menos que fuese por una emergencia-, Edmund observaba desde el suelo a su parabatai con cierto recelo cada vez que ella se movía o desviaba la mirada hacia el balcón, como si esperase que Ángela se rompiera en una docena de pedazos y él tuviera el deber de juntar cada pieza.
—¿Podrías detenerte ya? —inquirió molesta, no le gustaba ser observada de esa manera tan incómoda.
—No creo que te hayas recuperado por completo, Ángela. —Se justificó él. La luz de la mañana bailaba sobre su cabello castaño mientras apoyaba su peso en sus codos; semi recostado en el suelo y analizándola con ojo critico.
—Ya ha pasado más de un mes, Edmund. Me siento absolutamente renovada.
—¿Y por qué sigue pareciéndome que en cualquier momento te derrumbarás sobre mis brazos y tendré que gritar por ayuda? —insistió.
—Entonces me aseguraré de que sea una caída suave —replicó con burla.
—No se me hace gracioso, Fairchild. —Se removió inquieto en su lugar, haciéndole saber que se sentía ansioso y con muchos nervios—. Estamos hablando de la salud de mi parabatai, si de mí dependiera procuraría que vivieras hasta los doscientos años.
—No exageres esta vez, ¿sí? Prometo que estoy bien, totalmente sana y a salvo —dijo pausadamente, poniendo énfasis en cada palabra—. Tal vez son los Lightwood los que te inquietan y te desquitas conmigo, lo cual no es para nada justo, pero te comprendo.
—No soportaré oír a Gabriel hablar un día más. —Tironeó levemente de su cabello con enfado y luego alzó el mentón en un movimiento rápido, como si acabara de tener una gran idea—. Deberíamos huir antes de que noten nuestra ausencia.
—¿Tú lo solucionas todo huyendo? Me decepcionas. —Fingió ofenderse.
—Eres tú la que me da las ideas.
—¿Cómo podríamos huir? Si no dejan de controlarnos a cada momento y mucho menos salir del Instituto.
—Deberías ponerte el traje de entrenamiento, te esperaré fuera —dijo él antes de salir de la habitación, sin siquiera tomarse la molestia de explicarle su idea.
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Ángela llamó a la puerta del cuarto de su parabatai pocos minutos después de que la dejara sola para cambiar su atuendo. Ed la recibió con una cálida sonrisa e igualmente cubierto por su equipo de entrenamiento.
—¿Tu grandiosa idea es entrenar? —inquirió decepcionada. Por fortuna había guardado un par de dagas para la ocasión.
—No, es algo mucho mejor. —Sostuvo la mano de Ángela y empezó a guiarla por los pasillos en silencio hacia los pisos superiores, traspasando primero el corredor de las habitaciones hasta que una puerta se abrió por completo con rapidez.
—¿Iban a alguna parte? —Frank enarcó una de sus cejas, fastidiado. Detrás suyo se asomaban dos pares de cabezas.
—A la sala de armas —respondió Edmund automáticamente. Ángela reservó las ganas de lanzarle un golpe por lo torpe que había sido; no notó que la sala en la que Frank, Bella y los Lightwood estaban era la mismísima sala recién mencionada.
—Oh, ¿de verdad? —dijo Bella abriéndose paso junto a su hermano—. Pues les deseo suerte. —Y salió corriendo escaleras abajo.
Frank soltó una maldición silenciosa.
—Madre quiere que pasen tiempo con los Lightwood —informó el rubio señalando a los tres jóvenes detrás suyo, deseando deshacerse de ellos tal y como lo había hecho Bella hace segundos.
—Angie, hola —saludó Gabriel con su sonrisa más encantadora.
—Y me tomaré la molestia de supervisarlos —agregó Frank rápidamente.
—Sí, por favor —dijo Tatiana, se aferraba al antebrazo de Frank como si fuera un gran trozo de una reluciente joya que ella deseaba utilizar en conjunto con sus vestidos.
—¿Dije sala de armas? —balbuceó Edmund—, quise decir a la sala de entrenamientos.
—Iremos todos a verlos entrenar. —Gabriel le ofreció su brazo a Ángela para escoltarla. Le pareció oír a los hermanos Ravenway gruñir por lo bajo.
—Entrenamos en privado —repuso Ed posicionándose entre Gabriel y su parabatai—, Angie necesita un cuidado especial luego de haber padecido un grave descuido en su salud.
—Niños —intervino Tatiana poniendo los ojos en blanco, rodeó el brazo de Ángela y la alejó del grupo para avanzar por los pasillos en dirección contraria. A ella le costó un poco creer que Tatiana se había desprendido de Frank para rescatarla de una situación tensa, sin embargo se lo agradecía internamente—. ¿Te gusta mi vestido? —le consultó mientras caminaban.
Ángela observó el pedazo de tela rosado y con flores. Nunca le habían interesado los vestidos de la misma forma que a Jessamine o Tatiana, pero reconoció que el que la más jóvenes de los Lightwood vestía era uno muy hermoso.
—Es... bonito —dijo sin saber muy bien qué responder en una situación como esa.
—Oh, no lo es en absoluto —espetó con disgusto—. He tenido mejores vestidos y joyas, muchas, muchas joyas preciosas. —Le enseñó el pequeño zafiro que descansaba entre sus clavículas—. Este, por ejemplo, es el favorito de Will Herondale —mencionó, un brillo extraño se encendió en sus ojos verdes—, le ha gustado la primera vez que nos hemos visto y lo uso desde entonces. Es casi como el color de sus ojos.
El rostro de Ángela palideció levemente pero no comentó nada al respecto. ¿Qué importaba si Will elogiaba las piedras que Tatiana decidía usar a diario? Peor le hubiera parecido si dijera que a Jem le gustaba todo lo que Tatiana lucía.
¿Por qué pensar eso? Se cuestionó.
—Ese maldito... —masculló Gabriel con furia mientras acariciaba uno de su brazos distraídamente. Ángela sonrió al recordar lo que Will le había hecho a él tiempo atrás en Londres.
Algo les decía que iba a ser una tarde muy larga.
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Frank había decidido que lo mejor sería pasar la tarde en el patio trasero del Instituto, donde podría vigilarlos con mayor comodidad y evitar que Edmund le lanzara golpes o armas cuando empezara a cansarse de los Lightwood antes que él, de ahí el motivo por alejarse de la sala de armas y la de entrenamiento. Una brisa cálida y el dulce aroma a primavera los recibió abiertamente cuando salieron al exterior, removiéndoles el cabello con suavidad mientras tomaban asiento cerca de la fuente en el centro del patio.
Les tomó al menos dos minutos en silencio a Gideon y Gabriel antes de empezar a hablar sin detenerse a los Ravenway, presumiendo de las nuevas fincas que había adquirido su padre y de su mansión en Idris. Tatiana no se quedaba atrás tampoco. Con su complejo de niña sensible y rostro encantador, sabía cómo ingeniárselas para aturdir a cualquiera con tan sólo pronunciar un par de palabras sobre su tema favorito: vestidos. Jugando con su hermoso cabello castaño retomó su conversación sobre los encajes que ella tanto amaba y sobre las joyas que utilizaba a diario sin verse en la necesidad de repetir los mismos accesorios.
—¡Se me acaba de ocurrir algo perfecto! —Tatiana se detuvo a chillar y los demás las observaron sorprendidos—. Tu y yo compraremos vestidos —susurró en su oído.
«¿Algo más tenía que salir peor?». Ángela empezaba a creer que la suerte jamás volvería a su lado.
—Eres muy amable, Tatiana. Pero temo que no podremos salir esta tarde —dijo sin realmente sentir una pizca de pena.
—Oh, pero sólo serán unas pocas horas y estaremos de vuelta antes de que puedan notarlo. Puede ir Delia con nosotras también si así lo prefieres, tenemos el carruaje fuera. —Sus ojos brillaron esperanzados, deseosos por poder apreciar tela nueva.
—Se llama Bella y no, te aseguro que no podremos salir del Instituto.
—Eso lo veremos. —Tatiana se alejó con mucha convicción brotando de su mirada.
Con la seguridad de que Tatiana no conseguiría escaparse del Instituto, se acercó a su parabatai luego de que éste casi le implorase de rodillas para que lo separara de los otros Lightwood cuando ellos no estaban viéndolo. Por otro lado, Frank se mantenía un poco más alejado observando a Ángela moverse hacia el grupo.
—Me preguntaba... —dijo, interrumpiendo a Gabriel en medio de su relato sobre los nuevos caballos que le habían regalado hacía tres o cuatro meses atrás—, si querrían algo de té —consultó amablemente.
—Oh, eso sería estupendo, Ángela. Gracias —respondió Gideon con cortesía.
—Muy bien, iremos a buscarlo. —Alcanzó la mano de Edmund y empezaron a alejarse con rapidez antes de que Frank los detuviera, dejándolo solo soportando los relatos de Gabriel.
Se detuvieron en medio del pasillo que conectaba al patio con el Instituto para poder conversar un momento a solas.
—¿Sucede algo? —le preguntó a Ed luego de verlo un poco alterado.
—Fue mucho de los Lightwood por hoy —contestó en un suspiro.
—Te entiendo a la perfección —concordó ella.
—¿Por qué estaba gritando Tatiana? —Sus ojos verdes la observaron fijo—. Y no se aceptan mentiras, recuerda que estamos unidos y puedo percibir lo que te sucede. —Se palmeó el pecho donde la runa parabatai se escondía bajo la tela a la altura del corazón.
—Creo que trama algo —confesó. La verdad era que sí estaba un poco preocupada por lo que Tatiana Lightwood podría hacer sin supervisión cuando se le ocurría algo.
—La conocemos lo suficiente para saber que no haría nada grave, no son personas que se arriesguen demasiado a nada que no sea invertir dinero —Edmund intentó apaciguar la incertidumbre en ella.
Tatiana dobló por una esquina y cuando los vio a mitad del corredor se acercó a ellos con prisa, tomando a la castaña del brazo y dedicándole una dulce mirada a Ed.
—¿Te molestaría dejarnos conversar un segundo? —expresó en tono dulce y él sólo atinó a asentir levemente mientras sonreía, cayendo en el hechizo de Tatiana como un tonto—. Tenemos diez minutos antes de que nos descubran —habló rápidamente a la vez que arrastraba a Ángela por las profundidades del Instituto con mucha fuerza.
—Tatiana, no es buena... —Tuvo que detener sus palabras cuando su pie resbaló por los escalones de la entrada, y de no haber sido por el agarre sobre su brazo hubiera acabado con el rostro incrustado en el suelo de piedra. Al menos agradeció no estar llevando uno de sus pesados vestidos o la situación sería peor.
—Justo a tiempo —exclamó con alegría luego de divisar al carruaje de la familia Lightwood listo para partir. Se internó dentro con mucha ligereza y luego alentó a Ángela a subirse, reclamándole que estaban perdiendo la poca ventaja que tenían.
Angie se lo pensó unos segundos, meditando las opciones a mucha velocidad. Si retrocedía no sabía lo que pasaría con Tatiana estando en una ciudad que desconocía y si la acompañaba corría el riesgo de ser castigada por mucho tiempo.
—¡¿A qué esperas?! —aulló la menor de las Lightwood.
No. No iba a dejar que paseara sola entre desconocidos y que derrochase dinero sin control, debía acompañarla. Ingresó al carruaje y tomó asiento frente a Tatiana, convenciéndose de que había hecho lo correcto mientras que la otra chica dio la orden para poner en marcha el carruaje.
Sólo esperaba haber hecho lo correcto.
🦋🦋🦋
Cuando giraron en Via del Parlamento fue que Ángela se había lamentado, pero ya no había mucho qué hacer, estaban a una cuadra de distancia de Via del Corso cuando Tatiana anunció su destino. Su sastre favorito confeccionaba los vestidos en una tienda cerca de la calle Via in Lucina, donde un edificio alto de tejado color ladrillo se alzaba frente a ellas con elegancia; en el escaparate se lucían bellísimos vestidos de diferentes colores, hechos con la tela más cara del mundo, con encajes en blanco, dorados, negros y grises para combinar a tu gusto y pedrería en los escotes de algunos. Sobre este había un cartel enorme en el que rezaba "Tessuto Dorato" en italiano, lo que significaba Tela Dorada.
El carruaje avanzó de regreso al Instituto y Tatiana se introdujo en la tienda con naturalidad, haciendo sonar una pequeña campanilla para llamar al sastre mientras observaba las joyas situadas en una de las tantas vitrinas. A Ángela se le hizo extraño el silencio que inundaba el interior del edificio, usualmente siempre se oía a alguien trabajar en la parte trasera o ver a otras mujeres rondando alrededor con telas por todos lados, lanzando exclamaciones en aprobación o grititos de disgusto. Si Tatiana notó lo mismo no dio señales de hacerlo, se paseaba entre los vestidos de muestra como si fuera una segunda piel, murmurando complacida cuando encontraba la tela que amaba y recomendando todo tipos de accesorios para combinar. Mientras tanto el sastre no dio señales de vida.
—Iré a buscar al sastre, tú no robes nada —anunció Tatiana caminando en dirección a una puerta de madera donde seguramente trabajarían en la costura—. Gente incompetente, mediocres buenos para... —Su voz se perdió en la parte trasera del edificio, apagada por completo cuando la puerta se había cerrado tras ella.
Ángela fingió no haberse ofendido por el comentario y siguió inspeccionando las vitrinas de vidrio, fascinándose con la forma en la que los diamantes brillaban en su máximo esplendor, sin embargo no se dejó llevar por la tentación de probarse los collares y anillos y se enfocó en buscar a cualquier persona que trabajase allí. Alguna de las dos debería disculparse por haber ingresado a la tienda y revisado medio edificio sin permiso, y estaba segura que Tatiana no era una persona que solía decir perdón a menudo. Tal vez le parecería una palabra en Cthonian* o en rumano, un idioma que Tatiana jamás hablaría.
—¿Hola? —dijo en voz alta, no llevaba la runa de glamour así que sería fácil oírla y verla en medio de tantos vestidos.
Nadie respondió. El silencio seguía merodeando entre los vestidos, las joyas, accesorios, polvo y sangre. Ángela había hallado un charco escarlata bajo una pila de tela detrás del mostrador principal, se acercó para investigar y se topó con el cuerpo de una joven mujer muerta con el rostro aplastado contra el suelo; le faltaba un trozo enorme en la espalda y la mitad de su pierna derecha había sido arrancada de cuajo. Era demasiado joven para andar encontrando cadáveres, esto no era algo que estuviese en el Codex o que aplicaran en alguna lección en el Instituto. No obstante, se obligó a arrodillarse junto a la mujer para inspeccionar la herida con detenimiento, encontrando restos de icor mezclándose con la sangre mundana.
Escuchó a Tatiana proferir un grito atronador desde el otro de la puerta.
—¡¡Tatiana!! —Corrió a socorrerla.
Liberó dos de sus tantos cuchillos serafines que siempre llevaba con ella y se sumergió en el depósito de atrás, buscando con la mirada a Tatiana y el origen de sus gritos. Sintió el característico golpe de adrenalina que la inundaba todo el tiempo antes de abalanzarse a una batalla, impulsando su cuerpo e incrementando sus reflejos. Le tomó no más de dos minutos hallar a Tatiana hecha un ovillo contra uno de los rincones dentro de la habitación, siendo atormentada por la presencia de un demonio Molochs*. Lo que significaba más peligro del pensado. Estos demonios eran de color oscuro y de textura aceitosa, medían lo mismo que un ser humano promedio y lanzaban fuego desde sus cuencas vacías y, si no se equivocaba, sabía que aquella especie no deambulaba sola.
El demonio ya se estaba lanzando sobre Tatiana cuando Ángela apareció para interferir, invocando el nombre del ángel Puriel en uno de los cuchillos y lanzándolo a lo que creía que era la espalda del demonio. En cuanto el Molochs se volvió una nube de cenizas y deshechos esparcidos en una leve explosión, Angie se acercó a la joven Lightwood para verificar su estado. De nuevo daba las gracias a la mente brillante de Edmund por haberle sugerido que usara el traje de entrenamientos ese día.
—¿Tatiana? —la llamó por segunda vez—, ¿te encuentras bien? —Le acarició la espalda para ayudarla a tranquilizarse pero su cuerpo no dejaba de dar pequeños espasmos por el llanto.
—Esa cosa asesinó a mi sastre —sollozó sobre el regazo de Ángela.
—Esa cosa era un demonio, Tatiana. Y de los que viajan en manada. —Trató de alzarla del suelo pero Tatiana se negaba a cooperar—. Tienes que ayudarme a eliminarlos. —Le tendió uno de sus cuchillos y ella lo observó con horror, temblando más que antes.
—Yo no... no sé cómo se usan —balbuceó. Que una Cazadora de Sombras de su edad no supiera empuñar siquiera un cuchillo podría tomarse casi como un insulto para los de su clase, aun así Ángela entendía por qué ella no lo sabía.
«De haber entrenado cuando debía no estaría sintiendo tanto miedo ahora mismo». Pensó Ángela en una punzada de culpa. Benedict Lightwood podía ser muchas cosas, pero no haber permitido que su hija se entrenara como era debido para poder defenderse superaba la mayor parte de sus crueldades. Era como si le hubiera negado su esencia de nefilim.
—De acuerdo —suspiró—. Sólo mantén el filo de la hoja lejos tuyo y mío, apuntales a ellos cuando ataquen. —Creyó que esa había sido una breve y buena explicación, en cambio la mueca de terror que azotó el rostro de Tatiana le dejaron en claro que sólo había logrado espantarla mucho más.
La puerta del depósito se desprendió de sus goznes y se estrelló contra la pared junto a las chicas, rompiéndose en mil pedazos y regando el suelo con astillas de todos los tamaños. Ángela había atinado a cubrir el cuerpo de Tatiana antes de que los restos de la puerta las alcanzaran, recibiendo la mayor parte de trozos de madera y un fuerte dolor en su espalda, cuando sintió un tirón en su tobillo y salió volando hacia el otro lado de la habitación, impactando sobre unas cajas con todo su peso, dejando a Tatiana expuesta frente a otros dos demonios. Ambos hicieron brillar sus cuencas oscuras listos para lanzar fuego.
🦋🦋🦋
Edmund había sentido una oleada de dolor en la zona de la espalda y piernas una hora después de haber sido separado de Ángela, detectando gracias a su runa que su parabatai se encontraba en graves problemas y que requería de su ayuda cuanto antes.
—¡Edmund! —gritaron Gabriel y Gideon al unísono, compartiendo la sorpresa y contagiándosela a Frank cuando hallaron al castaño encorvado en el suelo en posición fetal, retorciéndose y llevando sus manos a su espalda en una mueca de dolor.
—¡Edmund, reacciona! —pidió su hermano mientras lo removía del suelo—. ¡Ed!
—¡Es Ángela! —exclamó adolorido. El corazón de Frank se había paralizado al oír aquello—. ¡Tengo que ayudarla! —Gotas de sudor bañaban su rostro mientras intentaba ponerse de pie con la ayuda de Gideon—. Están en peligro —concluyó en un jadeo.
—¿Están? ¿Quiénes? —inquirió Gabriel, su voz llenándose de preocupación—. ¿Tatiana? —Ed atinó a asentir en respuesta.
—Angie dijo que Tatiana estaba tramando algo y luego se fueron juntas, no sé dónde podrían estar.
—¡Tatiana sabía que no debía irse del instituto! Padre se lo ha dicho mil veces. —Gideon había empezado a enfurecerse—. La última vez... —le dijo a su hermano—. Debemos buscarlas ahora.
—La runa de rastreo —dijo Frank, su rostro marcado por la seriedad—. Debes usarla para encontrar a tu parabatai lo más rápido posible. Ustedes, —Señaló a los Lightwood—, tomen todas las armas que puedan, los veremos en el carruaje.
Gabriel y Gideon salieron disparados a la sala de armas y Frank ayudó a su hermano a tomar asiento en una de las bancas del patio, sacando su estela en el proceso y dándosela a su hermano para que hiciera la runa. Edmund desprendió los botones de su manga izquierda y trazó la runa con agilidad, cerró los ojos y se concentró en el lazo invisible que los conectaba a Ángela y a él para encontrarla en su mente, llamándola en silencio y aguardando a que ella contestase.
Tras sus párpados empezó a distinguir imágenes, pequeños destellos que iban armando una secuencia, guiándolo por cada sitio que su parabatai había recorrido lejos de él. Vio el carruaje de los Lightwood, la expresión de suficiencia en el rostro de Tatiana, las calles de Roma, los altos edificios en la estrecha calle de Via del Corso y luego un cartel grande en letras blancas: "Tessuto Dorato", una sastreía.
—Las encontré —dijo abriendo los ojos—. Tatiana la llevó a comprar vestidos pero algo salió mal.
—Debimos imaginarlo —repuso Frank con disgusto, no le agradaba la idea de que expusieran a Ángela al peligro—. Llamaré al cochero y tú ve a buscar a esos Lightwood.
El rescate estaba en proceso.
🦋🦋🦋
Supo que se había quedado inconsciente un breve instante, pues la caída no había sido sobre una nube de algodón precisamente, y cuando vio el rostro de Tatiana cerniéndose sobre ella fue que la duda la invadió. ¿Dónde estaban los demonios? ¿Tatiana los había eliminado? ¿Cuánto tiempo se había desmayado?
—Creo que los ahuyenté —murmuró ella—, pero no nos queda mucho tiempo antes de que vuelvan.
Ángela tomó la estela que guardaba en su cintura y dibujó un par de iratze en su cuerpo para calmar el dolor, le ofreció a Tatiana trazar un par de runas en ella y acabó por estirar uno de sus brazos para que dibujara una runa curativa. Más tarde se ocuparía de conversar seriamente con ella.
—Es una trampa —dijo Angie luego de un momento—. Son lo necesariamente listos para tender una, lo que nos da la certeza de que no están lo suficiente hambrientos para asesinarnos ahora. —Se recordó ahorrarse los próximos comentarios porque empeoraban el estado de la otra muchacha.
Caminó por la habitación y descubrió un poco de hollín en una esquina aislada, donde podía distinguir el contorno de un brazo carbonizado y un par de botas quemadas. Ese debía de ser el sastre al que Tatiana había querido visitar.
—¿Qué debemos hacer? —preguntó la de ojos verdes. Traía el vestido quemado en los extremos de la falda y un poco de tierra en su rostro, el cabello que antes había estado pulcramente recogido en un hermoso moño ahora se encontraba hecho una maraña sin arreglo, con los broches y lazos en cualquier dirección e incluso unos pequeños mechones rebeldes caían a los costados de sus mejillas. Ángela debería verse igual o peor que Tatiana.
Revisó cuantos cuchillos quedaban aún en su traje y le tendió dos a Tatiana, quien los tomó con manos temblorosas y sin saber muy bien qué hacer con ellos.
—No podré yo sola contra ellos, tendrás que ayudarme tanto como puedas, ¿si? —expresó calmadamente, si hablaba de mala manera podría alterarla y conseguir que se desesperase, lo cual quería evitar todo lo posible.
Un siseo brotó por sobre sus cabezas llamando su atención; un demonio Molochs se paseaba en círculos por el techo, aguardando el momento indicado para saltarle encima a alguna de las dos.
—Midael —dijo Ángela cerca de la hoja de su cuchillo y cegando momentáneamente al demonio cuando el filo del arma desprendió un fuerte resplandor blanco, sacándole un chillido ensordecedor en cuanto la luz tuvo contacto con su piel viscosa.
Por el rabillo del ojo notó que Tatiana se escondía detrás de ella, la daga aferrada entre sus manos a la altura del pecho mientras que sus ojos verdes recorrían la habitación con temor.
—Angie —murmuró a media voz, señalaba algo frente a la castaña y seguía retrocediendo. Otro par de demonios se manifestaron caminando lentamente con la intención de rodearlas, fundiendo sus ojos al rojo vivo y acechándolas amenazadoramente.
El que estaba caminando por el techo saltó frente a la joven Fairchild y lanzó fuego sobre sus cabezas con mucha rabia, Ángela logró empujar a Tatiana a tiempo y luego rodar por el suelo antes de que la llama las alcanzara. En cuanto se repuso del sobresalto se abalanzó sobre el demonio con los cuchillos encendidos en sus manos, arrojándolos sin piedad a cada Molochs que iba por ella y tratando de recuperar las dagas que aún no se fundían con el icor demoniaco. Pero la suerte empezó a menguar cuando solo le quedó un cuchillo para usar contra cuatro y, para rematar, había perdido el rastro de Tatiana casi desde el inicio de la pelea.
Cuatro pares de ojos brillaron a la vez en un tono anaranjado apuntando a Ángela, listos para soltar fuego y ella no tenía escapatoria alguna. Si todo salía mal al menos como fantasma podría atormentar a los Lightwood tanto como quisiera.
Cthonian*: Idioma demoniaco.
*Molochs: "Confusamente, el nombre de «Moloch» se refiere tanto a un Demonio Mayor conocido como uno de los guerreros demonios más temibles, un ser de humo y aceite, y también a una especie de demonios menores ("Molochs") que son subordinados y soldados de a pie de los Grandes Demonios Moloch [...], se ven normalmente en grandes cantidades y no en forma aislada."–Codex.
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[EDITADO]
Hola, ¿cómo están?
Aparezco para dejarles un nuevo capítulo, espero que lo disfruten 💚.
—ROSE CARSTAIRS 🌹:
(LadyOfShadows03)
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