·Días Pasados: Italia, 1877·
«ᴅᴇᴀɴ ʙᴀʀʀᴏᴡ ᴇʟ sᴜᴘʀᴇᴍᴏ»
Su rostro reposaba sobre los dibujos que había estado haciendo durante la noche; la mejilla izquierda en permanente contacto con la tinta mientras aún estaba fresca y un hilo de baba se deslizaba por una de sus comisuras con total descaro. La tarde pasada había sido un descargo de energías entrenando con Edmund Ravenway y, para cuando la noche había cubierto toda Roma, Ángela cayó rendida luego de realizar varios dibujos para enviar a su familia más tarde. Los cuales ahora debería de rehacer.
—Señorita Fairchild —llamaban desde la puerta con insistencia—. Señorita Fairchild, se la está esperando para desayunar. Debe bajar pronto —advirtió Serafina, la nueva doncella del Instituto que reemplazaba a la que había intentado asesinar a la castaña tiempo atrás.
—¿Qué...? —preguntó adormilada.
—El desayuno ya está listo —repitió por última vez antes de marcharse.
Angie se acomodó en su silla estirando los brazos, esperando que el sueño se desprendiera de ella lo más pronto posible, y luego despegó una de las hojas de su rostro con lentitud. Se acomodó el cabello a toda velocidad y cambió su camisón celeste por un vestido rosa pastel que había seleccionado el día anterior. Sin siquiera tomarse el tiempo de observarse en el espejo que había en una de las paredes, ya que no podía perder más tiempo, salió corriendo de su habitación sosteniendo la falda del vestido para evitar una desgracia al bajar las escaleras y confiando que se encontraba propiamente vestida.
Se le hacía cómodo cambiarse sola porque aún se negaba a utilizar un corsé y enseñar las finas líneas blancas en su espalda.
—Lo lamento, de verdad lo siento. —Se disculpó al ingresar al comedor, temiendo internamente que Lauren o Callida empezaran a gritarle como hacían casi a diario—. Lamento la tardanza pero espero que no hayan aguardado mucho por mí. —Oyó pequeñas risitas burlonas aunque no pudo identificar de quién.
Se acomodó junto a Edmund en la mesa y observó a los presentes, detectando que cada mirada se posaba en ella, y comenzó a servirse una buena taza de té con leche.
—Descuida, nosotros lamentamos haberte hecho levantar tan temprano —repuso Frank, conteniendo una carcajada.
—Debimos procurar siquiera que estuvieras en una de tus mejores presentaciones —dijo Bella con una enorme sonrisa de burla plasmada en sus rosados labios—, pero descuida, entendemos la situación —rió por lo bajo y Edmund la miró mal.
—Lo siento, ¿sucede algo? —inquirió confundida, ¿de qué tanto se reían?—. ¿Tengo algo?
—¡Oh, Ángela! —chilló Callida con espanto luego de reparar en la presencia de su sobrina—. ¡Procura lavar tu rostro cada mañana, niña insolente!
Ella se quedó unos segundos pensativa oyendo las risotadas de los Ravenway hasta que tuvo una idea de lo que estaba pasando; el dibujo pegado a su rostro indicaba que ahora su piel se encontraba llena de tinta y rastros de lápices. Avergonzada se disculpó una vez más y se dispuso a volver a su cuarto para arreglar su aspecto.
—Siempre es lo mismo contigo, Ángela. —Se reprendió mientras ingresaba a su alcoba—. ¿Qué clase de jovencita eres? —imitó la voz de Callida—, todos los días avergüenzas a tu familia.
Tomó el trapo que usaba para limpiar los desastres que solía dejar luego de dibujar y se posicionó frente al espejo, observando la mancha oscura que surcaba desde el pómulo izquierdo hasta el mentón. Se frotó el pedazo de tela por la piel y la suciedad no desapareció, en cambio la mancha se volvió más grande.
—¡Por el Ángel, qué asquerosidad! Si me viera Charlotte estaría decepcionada de mí —continuó hablando sola—. Ni siquiera puedo limpiarme el rostro yo sola, discúlpame hermana por haber arrojado todas tus enseñanzas a la basura.
Dos pequeños toques en su puerta detuvieron su parloteo.
—Lamento interrumpir tan... peculiar debate —dijo Frank con una mueca de diversión—, pero supuse que necesitarías ayuda con eso. —Se encogió de hombros enseñando un tazón lleno de agua y tela nueva y limpia.
¿Dónde se encontraba Edmund?
—Sí, por favor —suspiró derrotada, por sí misma no podría deshacerse de esa mancha espantosa.
Frank avanzó a paso ligero mientras mojaba el trapo, dejó el recipiente en el suelo a sus pies y luego sostuvo el rostro de la castaña para comenzar con la limpieza. Demasiado cerca para el gusto de Ángela, quien tuvo que tragarse los disgustos para otro momento.
—Por cierto, Angie —dijo él suavemente, casi ronroneando con suavidad su nombre, y permitiendo que el cálido aliento impactara contra su rostro—, esta tarde tú y tu parabatai deberán procurar no meterse en problemas al menos hasta que yo regrese.
—¿Disculpa? —Fingió ofenderse—. ¿Cuándo Edmund y yo nos hemos metido en problemas?
La mirada severa de Frank la obligó a dejar las ironías de lado.
—¿Debo recordarte lo que le hicieron a la inocente de Serafina? ¿O esa ocasión en la que el bar de Hypatia Vex explotó por los aires? —Enumeró recordando los problemas que habían generado los parabatai.
Aunque lo de Hypatia no había sido culpa de ellos dos y la represalia fue de lo peor.
—¿Planeas salir? —preguntó curiosa, olvidando las travesuras para no empeorar el buen clima que se estaba generando.
—Es mi turno de patrullar, nada importante. —Mordió su labio inferior disimuladamente.
Si algo había aprendido de Frank en los años que llevaba en Italia viviendo junto a los Ravenway, eran dos cosas fundamentales: pintaba su cabello de rubio y que cada vez que se mordía los labios o tartamudeaba significaba que estaba mintiendo. Ángela sospechó que en esta ocasión "patrullar" quería decir "misión ultra secreta que debo hacer solo sin la compañía de estos dos".
—No te preocupes por nosotros, no somos bebés que deben estar en constante vigilancia. Estaremos bien sin ti por unas horas.
Frank frunció sus labios y continuó insistiendo en quitar la mancha que se negaba a desaparecer, no le gustó cómo había sonado eso.
—¡Traje esto! Espero que sirva de algo. —Edmund ingresó a trompicones a la habitación con una enorme botella de whisky entre sus manos, de esas que de tan sólo ver la etiqueta sabías que valía demasiado dinero o eran difíciles de conseguir—. Oí decir que el alcohol ayuda a sacar la tinta y... —Se interrumpió en cuanto notó que Francis estaba en el cuarto también.
—¡¿Pero qué haces, grandísimo idiota?! —gritó Frank lleno de ira—. ¿De dónde sacaste eso?
—De la oficina de Madre —respondió, petulante—, estaba en uno de los cajones inferiores del escritorio. Por alguna razón el cajón se encontraba cerrado con llave pero usé una runa para conseguir la botella. —Sonrió satisfecho de su hazaña.
Ángela quiso asestarle un golpe por lo bruto que era él en ocasiones, sobre todo al tener en cuenta de que si Lauren se enteraba iban a sufrir el peor de los castigos –otra vez–, pero la ternura en su sonrisa y el efecto juvenil que le daba su cabello castaño revuelto la obligaron a contenerse y soltar una carcajada en su lugar.
—¿Y no se te ocurrió pensar en el motivo por el que ese cajón se encontraba cerrado con llave? —exclamó el rubio con el rostro colorado de rabia.
Ambos parabatai pensaron que la actitud de cierto teñido estaba siendo exagerada.
—Francis John Ravenway —demandó Angie—, deja de chillar como un desesperado a tu hermano. El muy inocente no sabía lo que hacía —dijo caminando en dirección a Edmund bajo la mirada del rubio—. Solo quería ayudar a su parabatai. —Revolvió el cabello de Ed con cariño.
Frank gruñó molesto.
—No me llames así —bufó.
—Pero ese es tu nombre. —Ángela enarcó una de sus cejas—. ¿O acaso prefieres que te llamemos Frankie?
—Es suficiente —siseó aún con el rostro teñido de carmesí.
Le arrebató la botella a su hermano y abandonó la habitación en silencio.
Edmund analizó a Ángela, deduciendo que algo ocultaba tras su expresión inquieta y ansiaba saber qué era. Luego de la ceremonia parabatai se le había hecho más fácil leerle las expresiones; lo que al resto le parecía invisible para él eran como mensajes grabados a fuego en su mirada.
—¿Y bien? ¿Qué es lo que sabes?
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Ángela le relató la poca información que había recabado añadiendo las extrañas actitudes que había tenido Frank a lo largo de los días porque creía que no estaba bien, pues se había comportado más extraño de lo habitual, y pronto concordaron en seguir los pasos del rubio en cuanto sus pies estuvieran fuera del instituto. Si algo tramaba no lo iban a dejar solo, eran una familia ahora y así iba a ser siempre. A pesar de que Edmund deseaba que, en caso de que se desatara un desastre, era mejor dar la vuelta y confiar en que Frank sabría arreglárselas por sí solo, argumentando que solo iban por curiosidad.
Ella sugirió seguirlo desde el tejado de los edificios adjuntos ya que ambos eran buenos en escalar y equilibrio y, en conjunto con la runa de silencio, sería más fácil no ser detectados en caso de caer con demasiada fuerza al saltar. Supieron que el plan resultaba eficiente, puesto que Frank no pareció captar su presencia, y siguieron así hasta detenerse cerca de Ponte Sisto, donde ambos parabatai recordaban que había sido el inconveniente con la taberna de Hypatia Vex.
Las farolas instaladas en las veredas iluminaron tenuemente el espacio en ruinas y Frank se detuvo bajo una para observar la antigua estructura que aún se mantenía en pie, y donde ocasionalmente se encontraba un hombre caminando por entre los escombros. Este señor mantenía una postura firme e intimidante, de hombros anchos, cabello y ojos oscuros, su mandíbula cuadrada y tensa indicaban que apretaba los dientes conteniendo algún sentimiento en presencia del rubio, a quien le dedicó una mirada intensa y retadora cuando el nefilim había hecho acto de presencia.
—Recibí su nota, señor Barrow —espetó Frank con expresión neutra desde la acera.
Las maderas carcomidas por el fuego –que a Ángela le sorprendía que a un año del accidente no las hubieran removido–, temblaron y crujieron a medida que el hombre caminaba entre ellas. Incluso lo que quedaba del techo emitió unos chirridos alarmantes y las vigas tambalearon levemente de un lado a otro.
Edmund prestó atención a las actitudes de su hermano, aquel que fingía indiferencia en presencia de una bestia de casi dos metros de largo y uno de ancho y se preguntó lo que estaría tramando. Él no solía escabullirse en la noche para tener encuentros poco secretos, ya que estaban en plena calle transitada por ebrios y mujeres de la noche que bien podrían delatar su presencia, y tampoco creía que pudiera volver a lo que antes había funcionado como mitad antro y mitad bar para subterráneos. A veces las lógicas no podían aplicarse a la familia Ravenway.
—Eso noté —repuso Barrow una vez que estuvo fuera de las ruinas. Ángela se encontró esperando oír una voz más gruesa acorde al tamaño del cuerpo de aquel hombre, pero lo que recibió fue una voz un tanto más aguda de lo imaginado.
—¿Y bien? —Insistió Frank, impaciente.
—¿Y bien? —repitió expulsando una carcajada que carecía de gracia—. ¿Acaso sabes quién soy, mocoso? —inquirió en un gruñido.
Los parabatai se pusieron en alerta en cuanto notaron cómo el mayor de los Ravenway llevaba una de sus manos al lateral de su cuerpo, donde seguramente guardaba su espada corta y aguardaron a algún movimiento repentino para saltar en su defensa.
—Lo único que sé es que es un hombre lobo —respondió el rubio sin dejar escapar la incomodidad entre sus palabras—, y que envía cartas a los cazadores de sombras para hacer un ridículo encuentro fuera de una taberna destruida.
—Un poco osado por lo que veo —Asintió en una sonrisa agria.
Fue en ese entonces que Frank había recordado las usuales contestaciones que Ángela profería a todo momento, olvidando la estricta educación que Callida insistía en imponer sobre ella, y su corazón aleteó con alegría, queriendo sonreír como un tonto frente a Barrow al responder como la castaña.
—¿Qué puedo decir al respecto? He tenido de quién aprender. —Se encogió de hombros despreocupado—. ¿Va a decirme a qué se debe esta particular reunión o tendré que volver a mi Instituto y contener la curiosidad? La verdad es que para mí es igual.
La luz de la luna y de la farola a gas jugaron sobre su joven rostro, iluminando la sonrisa de suficiencia que mantenía plasmada en sus labios, aclarando el color de su cabello y oscureciendo el de sus ojos luciendo de un gris más opaco de lo habitual. Además de que los pronunciados hoyuelos le hacían restar un par de años.
—Para empezar te diré quién soy porque tal parece que ignoras con quién estás tratando. —Se quitó el tapado negro que le cubría el gigantesco cuerpo y lo lanzó al suelo junto a su sombrero de copa, en un gesto obvio para remarcar sus músculos y lucir más intimidante que antes—. Mi nombre es Dean Barrow, supremo hombre lobo descendiente de Harold Barrow y líder de la manada de Plata.
La manada de Plata era oriunda de Inglaterra, no de Italia, por lo que Frank no entendía qué hacía el señor Barrow en territorio enemigo.
—Por lo que veo ahora sí nos estamos entendiendo —burló con una sonrisa socarrona—. Mi asunto atiende a una pequeñez por parte de mi manada, a quienes están acusando de hacer volar por los aires esta bella taberna que tantas satisfacciones me ha dado, y quisiera que los malos entendidos acabasen de una buena vez.
—¿Y qué tengo yo que ver en todo esto?
—Los de tu clase han asegurado severas represalias para los míos. —Dio otro pesado paso cerca de él—. Y esperaba que me hicieras un favor.
Desde donde estaban los castaños era difícil divisar el rostro de Barrow, su figura se cernía constantemente sobre Frank que se volvía una tarea imposible registrar las expresiones en él. Edmund tomó a Ángela del brazo y con una pequeña mirada se pusieron de acuerdo para bajar del edificio y acercarse al callejón, donde su presencia se vería más comprometida ante la cercanía bajo las sombras pero aún dispuestos a pasar desapercibidos.
—... Un favor, sí. —Estaba diciendo Dean Barrow—. No es un secreto para mí o mi manada lo que has estado haciendo con esa chica, ¿cuál era su nombre? —repuso fingiendo pensar en la jugosa información que estaba descargando sobre Frank—. ¿Adela? —Lo tomó del cuello de la camisa y atrajo su cuerpo para quedar a escasos centímetros de su rostro, elevándolo en el trayecto para así mantenerse a la misma altura—. Apuesto a que a los cazadores de sombras no les gustará saber lo que has estado haciendo con un subterráneo. O tal vez sí, ya que disfrutan imponiendo castigos incluso a los de su propia raza.
Los ojos grises de Frank brillaron llenos de ira.
—No sé de qué estás hablando, no hicimos nada malo.
—¿Y crees que eso importa para alguien? Me basta con decir que has tenido encuentros clandestinos con esa muchacha y el resto será secundario, lo que hayan hecho o pecado será de menor valor.
Angie sintió que Edmund enfurecía junto a su hermano, odiando el hecho de que él estuviera siendo torturado por ese gigantón sin gracia y sin poder defenderse, adorando darle un buen golpe en ese mismo instante de no ser porque podría poner en riesgo a Frank. Sorprendiéndola al dejar de lado su propia ira contra el rubio. Ella negó con la cabeza visiblemente ante las deducciones que hacía al ver cómo los engranajes trabajaban tras los ojos verdes de su parabatai, sabiendo a la perfección lo que pensaba.
—Te he estado observando, niño. —Siguió el hombre amedrentando a Frank—. ¿Qué pensaría esa jovencita amiga tuya de ti, si no es que hay algo más, cuando se entere de tus actos? Esa tal Fairchild parece ser muy importante para ti, no querrás estropearlo, ¿o sí?
—¿Tú qué sabes de ella? —La ira fue reemplazada por sorpresa, esa declaración lo había tomado desprevenido y no sabía qué hacer.
—Su nombre circula por todo el submundo, la joven niña de la ridícula hazaña que cometió cuando el bar explotó. Todos conocen a Ángela Fairchild. Su vida también podría peligrar si no haces lo que te pido. —Agregó entre dientes, disfrutando del dolor reflejado en la mirada abatida de Frank, sabiendo que cumpliría sus demandas.
Con esa última declaración fue suficiente para que ambos castaños salieran de su escondite y se lanzaran contra Dean Barrow. Edmund lo golpeó en la cabeza con su hacha y Ángela procuró dejarle un corte profundo en el dorso de la mano para que soltara al otro nefilim, logrando que en cuestión de segundos los tres formasen un frente dispuesto a atacar a muerte al gigante, quien trastabilló hacia atrás con los ojos bañados en una furia inexplicable.
Frank se mantuvo en el otro extremo del trío siendo encabezado por Ángela, con sus dagas arrojadizas en mano y estudiando los movimientos imprecisos del subterráneo.
—¿Quién peligra ahora, Barrow? —inquirió Edmund con sorna.
—Malditos... nefilim... asquerosos —repugnaba entre dientes.
—Le recomiendo que tome su abrigo y sombrero y se vaya lo antes posible, señor. No querrá empeorar la situación. —Sugirió Ángela, sujetando una espada serafín en una mano y una daga corta hecha de plata en la otra.
Lo que antes había sido una serie de insultos se transformó en una risita cínica y para nada graciosa.
—Ustedes... —dijo alargando las sílabas—. En verdad son un grupo de ignorantes, no saben con quién...
—Sí, sí, Dean Barrow el supremo —cortó Edmund con aburrimiento—. Nos quedó claro.
—Cuanto los aborrezco de verdad —escupió entre dientes—. Y ahora pagarán por lo que hicieron.
Barrow apoyó los enormes brazos de un sólo golpe en el suelo y arqueó su espalda hacia atrás mientras su cuerpo mutaba horrorosamente; los brazos se llenaron de un abundante pelaje gris oscuro que acabó por extenderse al resto de su cuerpo, los ojos marrones cambiaron a un brillante tono rojo sangre y los incisivos relucieron bajo la luz de la luna, listos para desgarrar.
Los tres nefilim se posicionaron en un grupo más compacto, casi rozando hombro contra hombro, y empuñaron las filosas hojas en dirección del hombre lobo. Dean no tardó en atacar al centro, donde estaba Ángela, y ellos desarmaron el grupo para formar un círculo alrededor de la bestia y arremeter contra él. Edmund dio un salto perfecto en el momento justo cuando un par de garras estuvieron a punto de arañarlo, luego rodó lejos y giró blandiendo su hacha a la distancia correcta para provocar otra herida profunda en uno de los muslos del hombre. Por otro lado, Frank procuraba que no se acercara a Ángela desviando cada golpe que recibía. Ante esta sobre protección, la castaña tomó distancia de los Ravenway y buscó la forma de medir los ataques del licántropo, tenía que descifrar los puntos débiles de alguna forma. No tuvo mucho tiempo cuando Dean arremetió contra Edmund, derribándolo con la fuerza suficiente para desconcertarlo, con una de sus peludas patas le presionó el pecho sumergiendo lentamente las enormes garras y rápidamente manchones de sangre se expandieron sobre la tela.
Ángela sintió que el aire abandonaba sus pulmones, mas no dejó de actuar. Con impulso corrió hasta su parabatai alzando la espada en el aire y de un solo movimiento cortó la pata que mantenía preso a Ed. En el trayecto creyó escuchar cómo el filo de su arma separaba la carne y luego el hueso salpicando sangre por todos lados acompañado de un alarido ensordecedor, entonces cayó en la cuenta de lo que había hecho.
Ed se puso de pie y su hermano lo recibió al instante, uno más asombrado que el otro, y observaron a Ángela; respiraba con rapidez y tenía el rostro manchado de sangre, la mirada dirigida a la extremidad rebanada no indicaba arrepentimiento. Cuando divisó a Barrow fue como si un iceberg enorme se hubiera instalado tras sus ojos castaños.
—Angie... —jadeó el castaño pero ella no pareció escucharlo, sentía un tirón donde se encontraba la runa parabatai y se alarmó notoriamente.
—Dean Barrow —llamó la joven Fairchild entre dientes mientras lo apuntaba con la espada.
El recién nombrado, ahora siendo de nuevo un humano, ejercía presión sobre la herida con una mueca de dolor surcándole rostro; había perdido la mitad del brazo izquierdo y temía perder la mitad de su sangre si la hemorragia no cesaba. Sus ojos oscuros analizaron a la muchacha frente suyo.
—Aléjate de nosotros y no vuelvas a aparecer. —Pateó la mitad del brazo que yacía a sus pies en dirección al dueño—. O perderás más de una extremidad —Aseguró en tono gélido.
—Te arrepentirás de esto, nefilim —espetó apretando los dientes.
Barrow se puso de pie, levantó la otra mitad de su brazo y despareció entre las sombras dejando un rastro de gotas de sangre sobre el suelo.
—¡¿Qué fue todo eso?! ¡¿Por qué están aquí?! —Exigió saber el rubio.
—¿Te encuentras bien? —ignoró el cuestionario de Frank y avanzó hasta Ed, apoyándole la mano derecha en su hombro izquierdo y esperó pacientemente una respuesta.
—Sólo tuve una sensación rara —explicó—, nada grave.
—¡¿Y bien?! —Insistió Frank—. Será mejor que me den una respuesta o...
—¿Quién es Adela? —cortó su hermano—. ¿Por qué ese hombre insinuó que te encuentras con una mujer lobo?
Los labios de Frank se sellaron en cuestión de segundos, estupefacto y sin saber qué responder ante el cuestionario. ¿Cómo podría explicarles que Adela era sólo una amiga, una joven muchacha que lo había perdido todo por culpa de los nefilim y él intentaba reparar ese daño? Se sintió como un idiota al pensar que la opinión de Ángela le importaba más de lo que debía, así no eran las cosas, él no... ¿o era que sí?
No. Frank Ravenway no sentía nada en particular por Ángela Fairchild. No.
... ¿O sí?
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[EDITADO]
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