Capítulo 7
¿Cuántos puntos de quiebre se necesitan para doblegar la voluntad?
No sabría cómo definir lo que sentí, de la misma forma fugaz en la que inicio el beso así había terminado. El calor que irradiaba de la boca de Azzio fue como el más arrollador viento, en medio de las sensaciones, el roce de sus labios con los míos, devastador.
Los pocos segundos que transcurrieron se sintieron para mí como milenios, Y por un instante lo creí, la efervescente emoción, la chispa. Hasta que en medio de su respuesta habló: –Alessia... –Dijo, y se separó, imponiendo una distancia de centímetros entre nuestros cuerpos pero de miles de kilómetros entre nosotros.
La oscuridad se encargó de disfrazar mi vergüenza y de mostrar los ojos de Azzio como piscinas oscuras. –Lo siento mucho yo...
–No. –Apenas habló, deteniéndome, debo admitir que me arrepentí al ver su cara, esa expresión de roca cincelada, como la más bella de las esculturas. –No. –Repite, pero simplemente niega y se levanta, regresándose en sus pasos, siguiendo su camino adentro.
Me quedo sola en el piso frío, con la solitaria luna de testigo y la impresión del beso aún viva. Me recrimino la supuesta valentía que me acompaña.
–¿Cómo pude pensar...?–Pero la pregunta muere sin ser terminada, porque me arde en la garganta su rechazo y me retumban los oídos con el eco del nombre de la chica por quien él mismo moriría.
Las uñas de mis dedos se clavan en la palma con impotencia y de nuevo siento el atisbo de energía recorriendo mi ser como la sangre espesa en mis venas. Me sorprendo cuando el humo verduzco escapa de entre mis manos con más intensidad que antes... Y recuerdo, un viejo dicho que le escuché una vez a mi madre: "Todas las emociones albergan poder en ellas, pero ninguna es más fuerte que el amor, el odio y la venganza."
Amaba a Azzio desde pequeña.
Odiaba a Alessia por tener su corazón.
Pero...¿Quería venganza?
¿Quería desquitar su rechazo? ¿Infringir más dolor que el que ya la chica estaba viviendo?
Tal vez no fuera posible, pero solo basta la semilla de una idea para desatar una calamidad.
Madyson estaba sentada junto a mí en la última clase del día, mientras ella tomaba notas, yo garabateaba en el cuaderno como de costumbre. Tenía días ya rebobinando en mi mente la visita de Azzio y la rudeza en mis palabras, entonces me quedaba a instantes en blanco, sin prestarle atención al mundo en general.
Podría parecer exagerado pero recordaba el nudo en la garganta, las ganas de llorar contenidas, me dolía su traición, su abandono, me dolía el reemplazo rápido hacia mi persona.
La castaña me miraba extrañada por lo que fingí concentración a mis trazos vacíos. No había logrado pintar nada en concreto, alguna cosa que me dejara satisfecha en cómo había resultado, muchas veces ni terminaba lo que había estado pintando. Todo eso en conjunto me frustraba, mi inspiración se había tomado un paseo indefinido, unas vacaciones sin boleto de retorno; Ya no me sentía motivada, los principios que me habían inclinado a estudiar arte ahora parecían tan absurdos e irrelevantes, tan poco importantes.
Para cuando la clase terminó, Madyson hablaba a mi lado de otro nuevo amor platónico de internet, seguía y seguía diciéndome lo hermoso que era, lo perfecto de su cabellera rubia y ojos azules. Y quise reír, tal vez así parecía yo, hace poco. Divagando acerca de la belleza de Azzio y sus actitudes oscuras, sin saber que detrás de su fachada había mucho más que un rostro atractivo.
Me sacudí de la mente los pensamientos indeseados y me enfoqué en la compañía que caminaba a mi par por los pasillos de casilleros. Con su sudadera holgada, tres tallas más grandes que ella y sus jeans con zapatos deportivos, toda ella era despreocupada, amigable, y a pesar de ser menor que todos, parecía la más sensata.
Al igual que Nina poco le importaba las miradas raras o los rumores de mí y Francesca. Eran buenas chicas, por lo que me encogí dentro de mí misma al pensar de nuevo que al estar conmigo estaban en riesgo, me imaginé que por mi culpa les podía pasar algo y arrugué el rostro como si hubiera chupado un limón.
–¿Qué pasa? ¿Te duele algo? –La voz de Mady sonaba preocupada a lo que me apresuré a componerme.
–No no, estoy bien. –Le digo, llegando al casillero que me pertenece, a pocos metros está Leticia, quien ahora ondea su cabello amarillo neón como si fuese un resaltador de páginas, a este paso no me explico cómo es que todavía no ha quedado calva. Como siempre me otorga una mirada recelosa, para luego chequear a mi amiga como si estuviese mal que otro ser humano estuviera a mi lado.
–¿Qué tanto odio te tiene o qué?
Pego un suspiro mientras ella se recuesta del casillero adjunto y yo empiezo a sacar la libreta y dejar los textos pesados dentro.
–Ella es una de las miles de personas que creen que yo tuve que ver en lo de mi anterior compañera de cuarto. –Hago una mueca. –Creo que le afectó que Samuel se fuera y pensó que todo era mi culpa.
–¿Por qué debería pensar eso? ¿no crees que es absurdo? Si tuvieras algo que ver ya estuvieses en prisión además las conoció a ambas.
–Bueno. –Cierro el casillero y la encaro con una ceja alzada. –Imagina que Nina muere en circunstancias sospechosas mientras está en un cuarto conmigo, sin avances en la investigación, y solo yo sobreviví. Tú eres su amiga y compartiste más con ella, Yo que soy su compañera de cuarto a veces estoy ausente y no te cuento nada de mi vida personal porque soy reservada. Entonces ¿qué es lo primero que pensarías?
Me mira con los más tiernos ojos de perrito. –Que fuiste tú... Si no te conociera y supiera que eres incapaz.
Niego con la cabeza. –Exacto, su idea de mi...pues fue distinta.
Y si bien se le nota que quiere seguir preguntándome de todo, Samuel, mi salvador últimamente llega por entre los pasillos con un mejor semblante que nunca y una playera roja brillante que parece material deportivo, el corazón se me comprime porque por un instante recuerdo al tímido y tierno Samuel con el que comencé el semestre. Frente a mí, yace un rubio de cabello corto recién sacado, musculatura notoria, piel pálida y ojos opacos pero igual de lindos.
–Samuel...
–Hola Less.
–¿Less? –Pregunto extrañada pero Mady carraspea y es que entiendo que la he dejado por fuera.
–Mady él es Samuel, Samuel mi amiga Madyson.
La pelinegra ondea su mano con suavidad y él corresponde el saludo, se le ve extrañamente sonriente para alguien que está muriendo...Y me pregunto el motivo de su felicidad. El rubio se dispone a acercarse más a mí y no lo entiendo en un principio.
La última vez que le ví, yo había huido como si mi vida dependiera de ello, y luego escapado de su auto en la mañana, todo con la sensación de ahogo letal en mi corazón por culpa del ex ángel de la muerte y ahora estaba aquí como si nada.
–¿Pasó algo? –Samuel que ya de por si se encuentra muy cerca de mí, toma la hebilla de mi pantalón de mezclilla y me jala hacia él, el movimiento provoca que mi pecho rebote con el suyo y que deba estabilizarme colocando su mano en mi espalda baja.
Quedo prácticamente sin saber cómo reaccionar, la expresión de
Madyson puedo apostar es un poema. Y cuando Samuel se inclina para hablarme al oído es que entiendo: –Azzio está detrás de ti, me imaginé que tal vez querías vengarte de cómo te hizo sentir la noche del pub.
Apenas y pestañeo, preguntándome si en realidad esto está pasando. El accionar brusco me marea debido a los días sin comer pero lo único que mi mente registra es Azzio aquí.
Me separo de Samuel para darme cuenta que Madyson se ha ido, imagino incómoda por lo que vió y no la culpo, avergonzada impongo más distancia entre el rubio y yo.
–Vine porque tengo algunas cosas que decirte, y Elihad quiere vernos.
Le miro mal. –Ese tal Elihad no me da buena espina, he tomado una deci-
–Y con mucha razón no debe darte buena espina nadie que trabaje con Samuel. –Dice Azzio, quien a zancadas se acerca con voz gruesa y se sitúa en frente de ambos.
–¿Acaso se te ha olvidado que Jezabel estuvo en control de su cuerpo?
Siento que la cabeza se me calienta, de alguna manera he olvidado como actuar de forma normal cerca de él, ahora solo me pongo nerviosa y evitó mirarlo, pero la rabia sigue ahí. Y quiero golpear algo.
–Primero ¿Qué haces tú aquí? y segundo. No, no se me olvida como tampoco se me olvida que en un principio fue por mi culpa que llegó a ese destino.
Azzio me mira ceñudo, casi pienso que confundido. –¿Así que estas con él por lástima o como un pobre reemplazo de mí?
Aquello fue la gota que derramó el vaso, no me importó en donde estuviéramos o las personas que pasaban por el pasillo, o que Samuel parecía a punto de golpearlo. Yo me le adelante, si bien no iba a sentir dolor más allá de un pinchazo, alcé mi mano para propinarle una cachetada tan fuerte que le volteara el rostro, la segunda que le daría.
El sonido sordo nunca llegó porque sujetó mi muñeca justo antes con esos reflejos suyos inigualables y me dejó en ridículo, hasta Samuel se había asombrado.
Azzio se inclinó frente a mí tanto que sentí el aire que emanaba rozar mis labios entreabiertos, parecía una eternidad el tiempo que había pasado sin mirar tan de cerca aquellos ojos esmeralda, la piel olivácea, ligeramente tostada como una nuez, los rulos castaños reposando en su frente en un desorden perfecto. El condenado era una maldita obra de arte y me dolía el solo verle.
Su voz sonó, ronca, demandante. –Si ya terminaste de probarme que me repeles, te agradecería me acompañaras. Tenemos que hablar y no es una simple petición, más que todo una orden.
Y sin poder siquiera decir que no, el mismo agarre en mi muñeca que no había soltado, lo utilizó para sacarme a rastras de ahí.
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