Capítulo 19
Si lo piensas bien, desde hace mucho no he podido respirar sin miedo.
Es como si una tormenta de nunca acabar se hubiese instalado encima de mí, prometiendo no dejarme nunca. Estando a mi alrededor como si la necesitara.
Cuando más caos es lo que menos requiero.
Las manos me tiemblan mientras a duras penas trato de masajear mis sienes, sinceramente no se qué pensar, cuando mi mente es un remolino indescriptible y mi corazón solo quiere reposar en los brazos de Azzio.
El ángel sin embargo, espera pacientemente en la sillita de mi escritorio, viéndose hasta cómico ya que el mobiliario es muy pequeño para él.
Madyson y Nina descansan en las camas, mientras yo me reacomodo en en el rincón de la habitación, hice maniobras para salir del vestido de gala y cambiarlo por una sudadera enorme y pantalones de pijama.
Trato de no pensar en el italiano a pocos metros, que está sumamente incómodo con la situación pero aún así es incapaz de dejarme de nuevo sola.
No se ha movido de su posición desde que Elihad salió disparado por la puerta, el último simplemente se fue en pasos largos, sin prestar caso omiso a nuestras preguntas, sin vernos.
En cuestión de segundos lo que me había mostrado Olivia mediante el llamador se convirtió en un recuerdo doloroso para el rubio, quien negaba para si mismo y retrocedía sin siquiera coordinarse.
No pasó mucho tiempo cuando le escuché:
–¿Podemos hablar de lo que pasó?
No le miro siquiera.
–No tenemos nada de qué hablar. –Respondo tajante.
Encogiéndome más en mi posición, sentada en el suelo, él toma la oportunidad para levantarse de la silla, la chaqueta de su traje esta tirada en alguna parte del cuarto, por lo que lleva la camisa de botones semi abierta y el pantalón de vestir, trato de contener a mi mente de pensar cosas indecentes, más aun cuando estoy asqueada por el hecho de que haya besado a la hechicera.
Sin embargo, cuando se acuclilla a mi altura es imposible no verle fijamente, tiene los ojos oliva llorosos, y su barbilla angulosa sin rastro de barba, la piel morena luce tan suave que me es difícil no recorrerla con mi mano. Más no lo hago.
La rojez en mis mejillas es un delator.
–Lo siento mucho. –Me dice. Tomando en sus dedos un mechón de mi cabello, el contraste es llamativo, como el cobrizo de los bucles se entrelaza. –Sé que mis actos no tienen justificación alguna, pero ella me ha besado a mí, me aparté, y estaba muy dolido, y aunque no es excusa, nunca estuve con ella, nunca tuve la finalidad de reemplazarte, solo buscaba de sus conocimientos como hechicera.
Le veo a los ojos con mucha pena, nunca había desconfiado de Azzio, había estado enojada con él, había sufrido por él, me cuestionaba si de verdad me amaba o si enserio me protegía, pero nunca había desconfiado de Azzio...hasta ahora.
Su mano se deslizo de mi cabello a la mejilla, transmitiendo su calor a mí, deje reposar mi cabeza en la extremidad, rindiéndome un poco a la seguridad momentánea que me brindaba el moreno.
Era lo más cercano que sentía a un hogar, el familiar aroma de su ropa con la cercanía de su piel, su voz hipnotizante, le conocía de toda la vida, era lo único que se mantenía ahí, a pesar de todo.
Entonces fue inevitable para mi no viajar en los recuerdos de mi mente, la casa que había comprado para mí, nuestra noche, las caricias, sus alas, los besos, sus dedos aprisionando mi piel en cada sección, sintiéndolo más allá de mi ser...
De pronto mis mejillas se tornaron incluso más rojas, fui incapaz de contenerme.
–Tengo miedo. –Le digo, uniendo su frente con la mía y cerrando mis ojos, estoy tan cansada que mis parpados revolotean, nuestras respiraciones cerca. –Estoy aterrada de perderte...Si no soy yo, es tu pasado, mi padre, ella, una profecía, hasta un collar. ¡Dios! –Suspiro derrotada. –Parece que el destino nos gritara que no debemos estar juntos.
–Abre los ojos, Alessia. –Apenas y me incorporo, me mira con total seriedad. –No hay nada, ni nadie más importante para mí, que tú. –Roza mis labios levemente. –Eres todo, lo eres todo.
–Y si...
Pero no me deja terminar. –No. No hay casos hipotéticos ni nada más que pensar. Alessia Laurín eres la razón por la que vivir tantos años ha valido la pena, eres el motivo por el cual, al ser un Ángel me siento como un niño contigo, si tengo que entregar mi vida para protegerte, no lo dudaría ni por un segundo.
–Azzio...
–Te amo, desconfía de todo en este mundo menos de que eres a quien amo.
–Te amo. –Le digo, con el leve dejo de inquietud en el pecho, sosteniendo la mirada como si eso congelara el tiempo.
Miro a mi regazo, donde está el collar, mis dedos apenas juegan con el dije del llamador, el cascabel recubierto.
Imagino que así sería, de no tener poder alguno, solo un simple cascabel bonito que colgar en tu cuello.
–El rey del infierno...parece un chiste que yo sea la barajita coleccionable más rara de un mundo celestial.
Azzio se limita a acomodarse en el suelo, tomándome en sus brazos con firmeza, dejando que el peso de mi cuerpo se acurruque en él. Besa mi cabeza. –Te prometo que todo esto terminará pronto.
Estoy a punto de decirle que el problema no es el final sino, como terminará, pero soy interrumpida por Nina, quien despierta de sopetón sentándose en la cama de una plaza. Se le ve pálida, el cabello corto desordenado en tantas direcciones que la hacen parecer un asterisco. Tose repetidas veces como si le faltara el aire y es que me doy cuenta finalmente de las marcas rojas alrededor de su cuello.
Azzio y yo nos levantamos al mismo tiempo, yendo a auxiliarla. –Coge la botella de agua.
Hago lo que dice mientras él le pasa la botella a Nina quien da grandes sorbos de forma casi frenética. –¿...Qué ocurrió, Nina?
Ella lleva una mano a su cuello, frotando la base herida. –E-el rubio.
Frunzo el ceño pero es Azzio quien habla. –¿Elihad?
Nina niega efusivamente. –Tu amigo. –Me dice.
–¿Mi amigo..? –Pero no viene ningún pensamiento a mi cabeza hasta que recuerdo a Samuel, la marca de Jezabel, su comportamiento en La Cueva, su apariencia fúnebre. –Samuel...
Pocas veces me he referido a mi mismo como irracional, nunca me ha importado nada lo suficiente como para perder la "Cordura", al menos no desde Olivia.
Por esa misma razón es que ahora no tengo control alguno. No recuerdo en que momento, con que rapidez, me largué de la habitación de Alessia, mis objetivos estaban divididos, la hechicera en su forma original, el alma de Olivia...El llamador, el rey del infierno y...El asesino de la única mujer que he amado.
Ser un caído ya era una condena que había aceptado, había cargado con mi cruz y la consecuencia de mi rebeldía desde siglos, con el peso de la muerte accidental de ella.
Pero esa es la cuestión...No fue un accidente.
El collar en su cuello no era algo inofensivo. Luego de tanto tiempo había visto la pieza nuevamente y quedado perplejo, el accesorio favorito de la Señorita Oca cuando estaba en vida...Desgarrador.
Todavía podía ver su cuerpo postrado en la piedra, la sangre manchando la tierra, ella inerte.
El vacío en mi pecho era increíblemente insoportable.
Había estado ayudando a quien me arrebató mi única razón de felicidad...
Ahora el plan había cambiado, no dejaría que le hicieran a Alessia, lo mismo que le hicieron a Olivia.
El arcángel conocería con quien se estaba metiendo.
No lo pensé mucho cuando sobre volé el risco. Llegando más pronto de lo que imaginé, pues el conjunto de alas eran muy útil.
La noche estaba fría, nublada, con ese centellear del la luna a lo lejos, con apenas gotas pequeñas de lluvia.
Los alrededores estaban solos, pero sabía que él estaría ahí, ese era su lugar favorito para ocultarse.
No tarde en sentir su presencia. Cuando los vellos de mi piel se erizaron y lo único que mi mente podía pensar era: Venganza.
Cualquiera con ojos podía ver que el Arcángel era un alma vieja, en realidad prefería cuevas y rocas antes que un edificio y colchones mullidos sin pensarlo. Deseaba vivir en lo primitivo, tal vez haciéndole justicia al monstruo que era.
El Arcangel Miguel no dio la cara, se ocultaba tras las sombras de un árbol, con paranoia resaltante, hasta a mi me parecía ilusa su esperanza de querer ser recibido nuevamente en los cielos. Creía que matar a su propia hija le abriría las puertas al reino celestial, eso tenia lógica solo en su cerebro.
–Te he dicho que no vengas a mí sin que te lo pida, pudieron haberte seguido...–Se le oye molesto, incluso perturbado de que lo haya interrumpido. –A menos de que tengas el llamador no hay nada que quiera hablar contigo, has tardado demasiado y mi paciencia se agota.
Me hablaba como a un sirviente, como si yo no fuera nada. Podía sentir la sangre en mis venas hirviendo de manera ferviente.
Trate de controlar mi voz, siguiendo en mis pasos, aproximándome. –El llamador lo he visto hoy.
Eso parece llamar su atención ya que le oigo vacilar en volver. –¿Y bien? ¿Dónde esta?
Más no respondo su pregunta. –...¿Sabes quién fue su dueña original?
Suspira con pesadez, con cólera. –Si mal no recuerdo, era se una simple ramera del siglo XIX, irrelevante.
Rio sin gracia, totalmente lleno de ira. Mi Olivia, resumida en asquerosas palabras.
–La mataste...
Se encogió de hombros en la oscuridad, pero yo ya había llegado a su lado, retirando la daga de plata de mi bolsillo. –Su vida no tenía importancia.
Aquello fue el botón de acción, en un pestañear me lanzo hacia él entre la oscuridad, la movida le coge por sorpresa por lo que soy capaz de impactar un extremo de la daga en su costado.
Me mira con ojos bien abiertos, no esperando el golpe, desorbitado. –Sa-bes...sabes que esto no me matará.
A diferencia del ángel de la muerte y los de alto rango, no tengo energía celestial, solo manipulación y fuerza sobrehumana, y pienso aprovechar lo que tengo.
Hundo más la cuchilla de forma que su sangre, oscura y espesa brota del corte, golpeándolo una y otra vez, sin piedad, sin la piedad que él tuvo con ella, lágrimas brotan de mis ojos con cada embestida, debilitándome un poco más, cuando caigo en cuenta que la sangre del arcángel emite un denso humo verde, del tipo que solo se ve en demonios, me aparto enseguida.
La sonrisa sangrienta que me da, que apenas puedo distinguir por la luz de la luna me afirma algo que nunca pensé que un angel haría, ni por todo el poder en el mundo.
Retrocedo cuando se incorpora poco a poco, sangrando barbaridades, con la sonrisa torcida y el hedor de inframundo. –Te dije que no podrías matarme ni aunque fuese tu único propósito.
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