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Purple

Angus estaba congelado.

Su hermano Malcolm yacía en el suelo de su cuarto, moviéndose débilmente, emitiendo el sonido de una respiración pesada, sus dedos firmes alrededor de un florero roto, pero al parecer la botella de papá fue más fuerte.

Había llamado a Ang la tarde pasada y ahí lo mantuvo entretenido y distraído, tirado en su cama como una chica adolescente hablando con su novio por unas buenas dos horas. Le mencionó que lo visitaría a su casa y lo sacaría a pasear para llevarlo a comprar un helado y tal vez jugar fútbol en el parque. El menor no era un muy buen jugador, tampoco le llamaba mucho la atención el deporte en general, pero sentía la pasión de su hermano al jugar, podía percibir la electricidad en sus pies al verlo patear la pelota y al correr cuando ésta pasaba por el arco improvisado hecho de ramitas que representaba al equipo compuesto por Angus y nadie más.

Cumplió su promesa, nunca le faltaba a su querido hermanito, así que asistió a su casa. Sus oídos apenas lo captaban detrás de las gruesas paredes que, si pudiesen hablar, contarían los relatos más grotescos de lo que el ser humano es capaz de hacer por deseo, rabia y falta de control al estar bajo la sucia influencia del alcohol; pero podía escuchar una fuerte voz que demandaba el silencio y contención de algo, notoriamente, a la fuerza. Abrió la puerta lo más rápido que pudo con la copia de las llaves que él tenía y corrió hacia las escaleras, tomó un florero vacío color palo de rosa hecho de cerámica que estaba sobre una pequeña mesa y apretó el puño libre. Parecía que, al notar su presencia, los ruidos habían cesado, hasta que oyó una pequeña voz que gritaba su nombre, una voz débil, Angus.

Entró a la habitación de su hermano y, sin pensarlo, quebró el florero a la mitad justo en la cabeza de su padre. No lloró, no gritó, no lograba sentir otra cosa que no fuese rabia. Su hermano menor se encontraba desnudo, desparramado sobre la cama, pataleando, intentando pelear mientras el cuerpo de su padre lo cubría y contenía sus patadas violentamente con su mano, que era lo suficientemente pesada para mantener ambas de sus piernas flacas separadas en una posición casi rígida para que dejara de moverse, usaba la otra mano para tocarlo.

Angus sólo gritaba su nombre en vano, hasta que sintió el estruendo de la cerámica rompiéndose y cayendo al suelo hecha mil pedazos. Todo fue tan rápido, pero lo recordaba como si se hubiese tardado una eternidad en suceder.

El hombre cayó de rodillas al suelo gracias al impacto sorpresivo justo en su nuca, por reflejo agarró una botella de cerveza que tenía en el suelo, apenas estiró solamente sus piernas para levantarse y le reventó el vidrio en la cara con blanco directo en el cartílago de la nariz de su hijo, antes de caer al suelo inconsciente.

La percepción de Malcolm estaba en completo silencio, escuchaba algo como un suave pitido agudo y estática, mucha estática como la nieve de la tele. Lo mismo veía con sus ojos, estática que lucía artificial. Pero no midió la gravedad, su mente no paraba, no lo haría hasta asesinar a ese hombre.

No obstante, no despertaría hacia después de unas horas, sobre una cama de una plaza con un cobertor color verde agua, la cama de Ang. Su cuerpo estaba cubierto por una gruesa manta tejida a crochet que lo protegía del frío de la cruel noche.

A su lado estaba su dueño, sólo podía ver sus piernas desde su posición, vio que estaba sentado como indio, al teléfono con alguien que parecía tener una voz femenina muy familiar.

—Descuida, estará bien, cuídate por favor y cuida a Cara, yo cuidaré de Mal—podía escuchar su sonrisa al hablar—. Ha sido... muy valiente por mi, no tengo otra manera de agradecerle.

Tenía una manera tan atenta de apoyar y preocuparse de los demás, sin preocuparse de si mismo. Era algo que había heredado de su madre, Malcolm veía a su madre en su sonrisa.

Alzó su cabeza, algo débil, y lo miró con esos enormes ojos verdes que tanto admiraba su hermano menor, éste rápidamente lo notó y sonrió aún más.

—Ya ha despertado—soltó una pequeña carcajada—, no te preocupes, que yo lo cuido. Hasta luego.

Apartó el teléfono de su oreja y colgó, produciendo ese característico sonido que indicaba una conversación terminada y una nueva cuenta telefónica por pagar.

—¿Quién era?—preguntó de inmediato, impaciente—

Ang se acomodó para mirar mejor a Malcolm.

—Era Linda, Mal. Estaba preocupada por ti ya que no habías vuelto y son como las diez, más o menos. ¿Cómo te sientes?

—O'Linda—susurró, en ese mismo momento deseaba que ella estuviese ahí con él—. ¿Qué pasó?

Mierda, la cara le ardía, le dolía como un carajo, creía que estaba hinchada, lo sentía, pero no sabría hasta verse a sí mismo, aunque podría jurar que en esa casa todos los espejos estaban rotos. Sentía unas cuantas vendas y parches pegados sobre su piel en los lugares donde le dolía más que nada.

—Hay una bolsa con hielo en el velador por si la necesitas, Mally. Se está derritiendo un poco, así que, si quieres usarla, será mejor que lo hagas pronto...

No dijo nada. Angus se acostó junto a Malcolm y lo rodeó con sus brazos, escondiendo su cara en su hombro. Estaba temblando, y era tan pequeño comparado con el cuerpo de su hermano mayor.

Quería hablar y contarle, pero sentía como su voz se quebraba incluso antes de hablar. No sentía merecerlo, arriesgó su maldita vida por él, nadie más haría algo así.

—Me salvaste, Mal—apenas pudo pronunciar sin sentir un enorme nudo en su garganta—.

Era un chico tan dulce, no dejaba que nada lo dañara, no descargaba su ira injustificadamente en nadie. Mal notaba que él le entregaba cariño a cualquier persona que estuviese dispuesta a darle atención, era lo único que necesitaba, cariño.

Sabía que el resto de su familia no le prestaba mucha atención desde hace unos meses, y ahora creía comprender el por qué, pero no entendía su comportamiento.

—Angus...

Lo abrazó devuelta y le dio un pequeño beso en la frente, quería protegerlo con su vida, no se merecía todo lo que sufría. Lo único que Malcolm quería hacer en ese momento era hacer cualquier trámite legal necesario y llevárselo a vivir con él en vez de con...

Mierda.

—¿Dónde está...?

Ya ni siquiera se atrevía a llamarlo su padre, no sabía quién era ese hombre, ese ser humano capaz de robarle la inocencia y felicidad a un niño de tal manera.

—Se ha ido al bar o al hospital, no sé, qué me importa, es un malnacido—pronunció, arrepintiéndose de decir tal palabra frente a su hermano. Lo miró con una silenciosa disculpa en sus ojos, pero él ya lo había entendido desde el principio—.

Se dio cuenta de que Angus en verdad no quería hablar acerca de él, ningún tema en absoluto. Dirigió su mirada al suelo, no había rastro alguno de conflicto, el menor quiso limpiar todo de una vez para no tener material para recordar, lo único que no pudo borrar fue una pequeña mancha de sangre impregnada en la alfombra, en ese punto no estaba muy seguro de a quién le pertenecía realmente.

El de cabello rizado sólo llevaba puesto un camisón blanco gigante con algunas manchas que le causaban disgusto y un profundo sentimiento de culpa a Malcolm: pequeñas gotitas de sangre seca esparcidas por el área del cuello y los hombros y algún tipo de costra amarillenta en forma de mancha que solía ser un fluido, deseaba por el amor de todos los malditos santos inventados por las civilizaciones antiguas y conquistadores modernos que no fuese lo que él pensaba que era.

Esto había estado pasando, lo vio suceder con sus propios ojos. No sabía por cuánto tiempo, y no quería preguntarle, pero no podía creer que eso sucedía mientras él vivía tranquilo, sin saber nada de lo que pasaba en esa misma casa donde él vivió, donde se crió, donde compartió tantos momentos con sus hermanos, su madre, y su padre.

—Mal, me arrepiento—comenzó una oración, aunque, sin terminarla, miró su propio cuerpo y calló—.

—Angus—dijo, con compasión y suavidad—, no digas eso, nada de esto es tu culpa, tú no hiciste nada malo para que él... actúe así.

El hermano menor comenzó a jugar con sus manos, algo nervioso.

—No, no es eso. Es que... yo no le dije a papá que venías, pensé que... podrías llegar, verlo, y finalmente alguien me creería y ayudaría. Pero ahora estás herido y tuviste que ver eso, por mi culpa. Es que tenía miedo de decirte, y nadie me cree, excepto Bon de la escuela, pero...

A Malcolm le partía el corazón escucharlo disculparse por algo así. No podía creer que nadie en la familia le creyera, no era posible que fuesen tan ciegos.

—Angus, dios, no. Está todo bien, lo importante eres tú—no tenía idea de qué decir, nunca sabía qué decir para consolar a alguien; y aunque no fuera la victima, estaba tan aterrado como él—. Yo hablaré con los demás, a mí me tienen que creer.

Sentía las lágrimas formarse en sus ojos y una sensación como si fuese a estornudar y vomitar al mismo tiempo. Rompió en llanto. No quería que Mal lo viera llorar, jamás lo había hecho, excepto cuando era un bebé, pero no quería preocuparlo a esas alturas de la vida. Lo abrazó más fuerte de lo que había abrazado a nadie jamás, más fuerte de lo que abrazaba a Bon cuando sentía que ya no podía más, más fuerte de lo que abrazaba la almohada, su ropa de cama, o a sí mismo cuando no tenía a nadie más en quién apoyarse.

Y más o menos así le contó la historia a Bon, para saciar su curiosidad al verlo llegar al colegio junto a su hermano mayor, del que se despidió con otro de esos abrazos que son desgarradores cuando se terminan. Le costó irse, pero Malcolm debía atender a su hija, quien lloró toda la noche por su ausencia.

—Tu hermano puede ser tu salvación, Ang.

—Sí, ojalá—sonrió, con algo de desesperanza dentro de él, pero dulce consuelo para su amigo—.

—Es genial que él te proteja—se ganó una sonrisa aún más grande de parte de Young—.

Él observó a su amigo. Ese pequeño arañazo en su cara que le había visto hace unos días ya no estaba rojo, sino que se había vuelto un extraño moretón púrpura. Todo su cuerpo ya no era rojo, sino púrpura. Cada día más azul.

Desearía poder hacer por él la mitad de lo que hizo su hermano.

—Angus, ¿Puedo decirte algo?—preguntó tímidamente, guiándolo hacia una de las bancas del patio de su escuela— Pero, no quiero que te lo tomes a mal o...

El mencionado dudó con la última frase, pero asintió, mostrándole unos brillantes ojos curiosos mientras ambos se sentaban juntos en la banca.

—Sabes... Yo creo que eres un chico tan hermoso, y yo...—suspiró, perdiendo toda su fuerza mental, no podía—

No sabía si era el efecto del cielo mañanero de verano, que era de un color celeste, casi blanco, justo como se imaginaba el color del Cielo; combinado con la extraña brisa congelante que se colaba en el clima más o menos tibio, pero tirando para helado, que lo hacía lucir como un ángel de cabellos claros e iris casi blancas al igual que el cielo, o si esa era su belleza natural y él nunca se había dado cuenta gracias a su miedo de mirarlo a la cara y caer aún más fuertemente hechizado que antes como consecuencia de mirar a esa, retorcidamente preciosa, mezcla entre Medusa y Afrodita a los ojos.

—¿Bon?

—No importa. No mereces esto, Angus, no mereces sufrir eso, no mereces estar juntándote con un estúpido como yo que no puede hacer nada por ti, tú deberías ser, ya sabes, popular y eso, con amigos y una banda que rockea toda la noche—le dio un pequeño codazo y le sonrió, para olvidar que se sentía el tonto más grande del universo—.

—¡Bonny! Pero que idiota—descansó su cabeza en el hombro del mayor y continuó risueño—, tú sabes que nadie me protege, me escucha, ni me escribe poemas mejor que tú. Tú eres lo que ningún otro chico es para mí, y ni cien mil amigos harían lo que haces tú por mí... Oh, perdóname si no puedo devolverte todo lo que haces, pero juro que lo haré.

Angus, Angus... Qué iba a hacer con ese chico. No podía ni moverse. Un tonto de segundo completamente flechado por el de primero que se rehusaba a actuar de su edad. ¿Qué diría mamá?

Daba lo mismo, lo amaba tanto como a la Luna, y lo sacaría de ese infierno cueste lo que cueste.

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