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GENIO.

—¿Que ocurre?.

Su pregunta me hace alzar las cejas perpleja.

—Tu dímelo. —farfullo molesta— ¿Me has estado espiando toda la noche?.

Suena mucho peor en voz alta que en la intimidad de mi mente.

—¿Como puedes hacerlo?.

Sigo diciendo mientras me levanto y me alejo de él.

—No es para tanto..

Me vuelvo y lo fulminó con la mirada. —Claro que lo es. No tienes ningún derecho a espiarme, ya suficiente tengo con acceder a verte como para soportar esto.

Mi descarado anfitrión se levanta con calma, como si toda esta conversación fuera de lo mas aburrida. Ya erguido descubro que su cuerpo esta semi desnudó, cubierto solamente por una bata de terciopelo negro que obviamente esta sin abrochar.

¡Mierda!. Tiene cierta parte erecta y dura como una roca.

Intento que eso no me distraiga y retrocedo otro paso, solo por si a caso a mis hormonas se les ocurre jugarme chueco.

—No pensaste que me quedaría tranquilo mientras tu salias con tu jefe, quien por cierto resulto ser un maldito genio.

Retrocedo otro poco, y me cruzó de brazos.

—¿De que hablas?.

—Esa no era una cena de negocios..

—¿Y si no lo fue que?. ¿A ti que mas te da?.  —tal vez debería buscar otra respuesta mas dura, una que le hiciera sentir tan mal, como él me hacia sentir a mi. Pero para mi desgracia (y su suerte) no encontré ninguna.

—Entonces me mentiste. —me recrimina enfadado, como si realmente tuviera derecho a estarlo.

—No. —le digo— Yo no tenia idea de sus verdaderos planes. Y de haberlo sabido tampoco te lo habría dicho.

—Ela, ¿acaso no comprendes que tu actitud me vuelve loco?.

Negué despacio con la cabeza. —La verdad es que no lo entiendo. Y al mismo tiempo comparto tu forma de sentirte, tu también me vuelves loca, a tal punto que creo que en cualquier momento voy a enloquecer de verdad.

Él se me acerca, despacio, como si temiera que me asustaría si se precipita demasiado. Se detiene a unos treinta centímetros de mí y con la misma delicadeza de antes me toma del mentón y me levanta el rostro para que lo mire a los ojos.

—No te puedo culpar por sentirte así, o por lo que tu me haces sentir a mi. Porque nada de esto es tu culpa. En todo caso soy yo quien prácticamente te obligó a aceptar una aventura que puede cambiarnos a ambos. Pero te suplicó que tengas piedad de mi y no vuelvas a salir con otro hombre. Al menos hasta que las citas terminen.

Suspira. —Luego de eso volverás a ser libre.

Dicho eso suelta otro largo y pesado suspiro, cargado de resignación.

Algo dentro de mi se rompe y me desata una sensación de dolor y desencantó bastante extraña. Una que me deja la mente en blanco.

Su pulgar me acaricia los labios, y me provoca un estremecimiento que me corre por la columna vertebral.

—Aiden es solo el dueño de la galeria que exhibirá mis cuadros. Entre él y yo no puede haber nada.

  Mis palabras no logran tranquilizarlo, lo sé por cómo me mira, preocupado y dolido.

—Entonces promete que no saldrás nuevamente  con él..

—No puedo prometerte eso.

Mi anfitrión me envuelve con sus brazos, para luego retroceder hasta que mis pantorrillas chocan contra el bordillo del colchón. Mi espalda cae contra el, dejándome atrapada entre su férreo abrazo y la lisa y suave  superficie. No se que esperar, así que me acurrucó contra su pecho y aprovecho para inhalar su aroma a jabón de canela y loción para vello facial.

—Se que no tengo derecho a exigir más de lo que ya me has dado, pero por esta noche quiero sentirte cerca, y solo mía.

Trago saliva, conmovida por la intentencidad que trasmiten sus palabras.

—¿Que te hace pensar que esta noche si me quedaré?.

Lo escucho gruñir por lo bajo, y tensar los músculos de sus brazos, seguramente para reforzar aun más su cárcel echa de piel y musculos.

—Tal vez la calidez  que me trasmite tu cuerpo, o tu respiración tranquila que me hace creer que te hallas tan cómoda como lo estoy yo. O quizás solo sean mis locas esperanzas de que pueda convencerte de que estas salvo aquí, conmigo y que por consecuencia huir no es necesario.

Llámame loca, o ingenua y seguramente tengan toda la razón, pero sí me siento cómoda a su lado, tanto que a ninguno de mis músculos les apetece moverse en este momento. Él  también me trasmite candidez  y una tranquilidad  que me sobrepasa.

La tercera noche juntos transcurre  lenta y pacífica,  no hubo mas sexo, ni siquiera otras caricias que se le parezcan. Solamente un férreo  abrazo que perduró a través del tiempo. 

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