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Epílogo

La ausencia de luna permitía aquella noche observar desde la terraza un cielo tan tachonado de estrellas que llegaba a sobrecoger. La mujer se ajustó la manta sobre los hombros y dio un sorbo a su taza de té, sumida en sus pensamientos, hasta que una vocecita infantil la hizo girarse.

- Mamá, ¿qué haces aquí fuera?

- ¿Y tú qué haces despierta, tesoro? -extendió el brazo y la pequeña figura enseguida se acurrucó junto a ella en busca de calor.

- No puedo dormir. Echo de menos a papi.

- Yo también... -murmuró una tercera voz.

- ¡Pero bueno! ¿Estamos todos desvelados? Anda, ven, no cojas frío.

El silencio cayó sobre ellos como la escarcha. La mujer reprimió un suspiro y rodeó a los niños con los brazos.

- Mamá, ¿esas son las estrellas de papá?

- Sí, mi amor, esa es su constelación guardiana, Andrómeda.

- Y esa es la del tío Seiya, ¿verdad? Papá me contó que comparten una estrella... -dijo la niña, apartándose de los ojos violetas un mechón de cabello verde oscuro.

- También echo de menos a los tíos -el niño escondió la cara en el pecho de su madre, casi sollozando-. ¿Cuándo volverán?

- Muy pronto, Ikki -dijo la mujer, mirando al cielo-. Y nos juntaremos todos y haremos una gran fiesta.

- ¿Y vendrán los primos?

- Claro que vendrán, y la tía Shunrei os preparará dimsum.

- ¡Y nosotros haremos croquetas para el tío Hyoga! -rio la niña.

- Haremos tantas que no podrá acabárselas.

- Pero, mamá... ¿Y si papi no vuelve? -susurró el niño.

- Cariño, papá volverá. Un caballero jamás falta a sus promesas. Antes de que os deis cuenta, estaremos juntos de nuevo.

- ¡Y le daremos la sorpresa! -exclamó la niña, acariciando el abultado vientre de su madre.

- Sí, mi amor. En cuanto llegue, podréis decirle que pronto seremos uno más.

La mujer miró hacia arriba en un intento de contener la emoción, observando las estrellas fugaces que atravesaban el cielo sin descanso. Ella también le echaba de menos, hasta el punto de no conseguir conciliar el sueño si no sentía el calor de su cuerpo. A pesar de los años transcurridos, seguía necesitando su presencia como cuando eran solo dos estudiantes comenzando su vida en común.

- Mira, mamá... Otra estrella... -murmuró el pequeño entre bostezos, con la cabeza sobre el regazo de su madre.

Ella suspiró. El miedo a perder a su marido la atenazaba cada vez que debía partir a una de sus misiones y la falta de noticias no la ayudaba a mantener la serenidad. Jugó distraídamente con el cabello de los niños, que por fin se habían dormido, mirando hacia Andrómeda y suplicando en su fuero interno por la seguridad de Shun, hasta que, en un instante, una estrella fugaz cruzó por delante de la constelación, que se iluminó brevemente con un resplandor rosado. Fue apenas un segundo, pero el vuelco que el corazón le dio en el pecho indicó a Alma, de forma inequívoca, lo que aquello significaba: el cosmos de Shun. Algo importante acababa de sucederle.

Angustiada y temiendo lo peor, se zafó con cuidado del abrazo de los niños y entró en la vivienda a tiempo de escuchar la llave girando en la cerradura. La puerta se abrió y la silueta conocida de Shun, con el cabello revuelto, se recortó en la penumbra antes de abrazarla con fuerza.

- Hola, muñequita. No podía esperar a volver en el avión de Saori con los demás, quería sorprenderte... ¿Me has echado de menos?

- Hola, chico guapo... Con toda mi alma, pero la sorpresa es para ti...


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