Cap 14: El mal humor de Shun
La cama estaba cubierta por prendas de ropa cuidadosamente dobladas y organizadas en montones; Shun cogió lo que iba a necesitar, lo metió en la mochila y repasó una vez más el contenido. Se dirigió al baño para llevarse el cepillo de dientes y el resto de artículos de aseo y llamó a la puerta del dormitorio de su hermano.
- Ikki, ¿estás listo? Se supone que salimos en cinco minutos...
- Nnnnnghh...
Abrió la puerta: Ikki estaba derrengado en ropa interior sobre la cama, babeando la almohada con un brazo y una pierna colgando. Shun resopló, descorrió las cortinas de par en par y gritó:
- ¡Venga ya! Seiya y los demás están esperándonos, ¡no podemos perder el tren!
Fue hasta el armario, sacó algunas prendas y las arrojó sobre el durmiente.
- ¡Es vergonzoso que tu hermano pequeño tenga que hacerte el equipaje! ¡Espabílate!
Ikki, con la cabeza cubierta por unos calzoncillos, resopló.
- Shun, estás de mal humor, no me des la brasa.
- ¡Eres un irresponsable! ¡Te repito que no podemos llegar tarde! –le zarandeó.
- Vale, vale, ya voy... Lo que sea con tal de no aguantarte –se levantó, frotándose los ojos, y se metió en el baño para darse una ducha exprés.
Shun se sentó en la cama de Ikki y comenzó a doblarle la ropa. Tenía razón en que estaba de mal humor; su último intento de conversación con Alma le había descolocado por completo. Le enfurecía la idea de que alguien pudiese dañarla, pero había sido él quien había abierto la veda al cortar en un lugar público. Respiró hondo. Pese a todo, su reacción cuando la abordó en la calle había sido, como las veces anteriores, bastante prudente; cualquiera en su lugar le habría dicho cuatro cosas, pero ella se guardaba casi todo.
No sabía cómo suavizar la situación, pensaba en ella todo el tiempo y coincidir en las prácticas o cuando salían por ahí no ayudaba. Pero aún eran parte del mismo grupo: al fin y al cabo, él mismo la había presentado y animado a entablar amistad con sus amigos... Así que más de un sábado le tocaba sufrir mientras ella reía y charlaba con todos, pero verla era mejor que quedarse en casa recordándola.
Terminó de llenar la mochila de su hermano y aporreó la puerta del baño.
- ¡Ikki! ¡Como no salgas ahora mismo, te juro que te encadeno y te llevo a rastras hasta el tren!
- Oye, hermanito, tranquilo... –Ikki salió del baño, con el pelo mojado y abrochándose los vaqueros- Se te van a hacer arrugas de tanto fruncir el ceño –le besó en la frente, con sorna.
Cerraron la puerta de la casa en el mismo instante en el que Hyoga y Shiryu subían, dispuestos a sacarles por la fuerza.
- ¿Se puede saber por qué tardabais tanto? Seiya está ya en el coche y no deja de quejarse...
- Es este, que es un plasta –bufó Shun, y se adelantó escaleras abajo.
Los tres se miraron.
- Sigue de mala leche...
- ...Y lo que le queda.
Por fin, todos se apretaron en el coche, preparados para salir hacia la estación de tren. Seiya estaba especialmente feliz. De cuando en cuando, a Saori le gustaba invitar a los chicos a pasar un fin de semana en la mansión Kido, como una forma de recordar viejos tiempos e interesarse por cómo les iba. Cuando esto sucedía, Seiya siempre era el primero en estar listo y no tenía miramientos en amenazar a los demás con torturas terribles si se retrasaban, solo que esta vez no le hizo falta:ya estaba Shun para ejercer el papel de gruñón.
- Shunny, ¿vas a estar así todo el fin de semana? –se aventuró a preguntar Shiryu, ya en el tren.
- ¿Tienes algún problema? –respondió él, de malas maneras, sin apartar la vista de la ventana.
- No, ninguno, tú mismo –dijo Shiryu, volviendo a la partida de go que tenía a medias con Hyoga.
Tatsumi les recogió en un enorme monovolumen negro y les llevó hasta la mansión, que seguía como siempre. Saori mantenía sus habitaciones intocadas, para que se sintiesen a gusto cuando la visitaban, y se mostraba encantada de volver a verles cada vez.
En esta ocasión, estaba todo dispuesto para comer juntos en el jardín. A la sombra de los cerezos, había hecho colocar una amplia mesa alargada, cubierta por un mantel blanco de encaje, sobre el cual destacaban la vajilla de porcelana celeste y las copas de cristal exquisitamente talladas. Los chicos la encontraron dando los últimos retoques a los centros de flores frescas y fueron a saludarla, pero Seiya llegó primero.
- ¡Saori! ¡Qué ganas tenía de volver a verte! Te he echado muchísimo de menos –la abrazó con tal fuerza que la levantó veinte centímetros del suelo.
- Seiya, para, que me estás cortando la respiración... –rio ella- Id a instalaros y bajad rápido, estoy deseando que me contéis las novedades y cómo os ha ido desde la última vez que nos vimos.
Todos obedecieron y enseguida estuvieron sentados a la mesa, charlando y compartiendo anécdotas y carcajadas mientras disfrutaban de la comida que Saori había hecho preparar para ellos, excepto Shun, que se mantenía en silencio y aprovechó la primera ocasión que tuvo para retirarse a su dormitorio.
En cuanto estuvo a solas, cerró la puerta, sacó de la mochila los amigurumis y se echó sobre su antigua cama. Pasó los dedos por los hilos de algodón color chocolate que formaban la melena de "Almagurumi", trenzándolos y destrenzándolos con lentitud; ella le había acariciado así el cabello muchas veces durante sus largas tardes de estudio, transportándole a la inocencia de una infancia que él jamás había disfrutado.
No quería llorar, pero era incapaz de evitarlo. Estar con ella le había ayudado a terminar de sanar heridas que había ido cerrando en falso y, ahora, su ausencia le resultaba insoportable. Cerró los ojos, sosteniendo los muñequitos sobre su pecho, y dejó que las lágrimas fluyesen hasta que el sonido de unos golpes en la puerta le devolvió a la realidad.
- ¡No estoy de humor, Ikki! ¡Márchate!
- Shun, soy Saori. Por favor, déjame entrar.
- ¡Saori! Pe-perdona, yo... –levantándose con presteza, abrió la puerta a la vez que se secaba los ojos con la camiseta.
- Shun, estás llorando... –musitó, pasándole la mano por la mejilla. Se sentó en la cama y palmeó el espacio que quedaba libre junto a ella, indicándole que la imitase.
Shun hizo lo que le decía, aún con los amigurumis en las manos.
- ¿Qué te ocurre? No hace falta percibir la alteración de tu cosmos para darse cuenta de que estás mal...
- No es nada, es solo que estoy un poco agobiado con la carrera.
- Claro, seguro que es eso. Dime la verdad.
Mierda. Iba a ponerse a llorar de nuevo. Ella insistió; no iba a darse por vencida hasta conseguir que hablase.
- Estaba saliendo con una chica, pero se ha terminado...
Sin poder aguantar más, rompió en sollozos, apoyando la cabeza en el hombro de Saori.
- Le he hecho daño, Saori... La dejé por miedo a hacerla sufrir... Para que no tuviese que vivir con alguien como yo...
- ¿Como tú?
- Alguien destinado a morir por protegerte...
- Pero, Shun... Ni yo misma sé qué pasará en el futuro; ¿y si nunca tienes que volver a protegerme?
- No puedo obligarla a correr ese riesgo... No comprendes...
- Comprendo perfectamente lo que ocurre, Shun. Te sientes responsable de las personas a quienes amas; como yo. Prefieres estar solo antes que hacerle daño, pero te equivocas. Te estás negando la posibilidad de ser feliz con ella por una mera hipótesis y también se la estás negando a ella –murmuró Saori, rodeándole con el brazo y mirando con curiosidad los amigurumis; la muñequita le resultaba extrañamente familiar - ¿Sois tú y ella?
El asintió con la cabeza mientras se limpiaba la cara.
- Son muy bonitos. Prométeme que pensarás en lo que acabo de decirte...
Shun volvió a asentir. Saori se levantó de la cama, le besó el pelo y se aproximó a la puerta.
- Shun, no sacrifiques tu felicidad. Eres bueno, inocente y dulce; tienes mucho que aportar y mereces ser amado. No renuncies a entregarle todo eso a esa chica.
- No lo haré... Pero tú dile esto mismo a Seiya –esbozó una pequeña sonrisa mientras la chica salía, sonrojada.
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