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Cap 12 pt 2: Voy a tener que darte una paliza


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Hanging by threads of palest silver

I could have stayed that way forever

Bad blood and ghosts wrapped tight around me

Nothing could ever seem to touch me

I lose what I loved most

Did you know I was lost until you found me?

(Garbage, A stroke of luck)

Se sentía embotada, incapaz de avanzar. Su cabeza volvía una y otra vez al momento en que Shun la había dejado; todo iba bien... O eso había creído ella; era tan tierno y detallista... Conocerle había sido lo mejor que le había pasado en años. Y ella se había esforzado también para agradarle, para cuidar de él y hacerle sentir querido. ¿En qué había fallado?

Aquel cinismo en su tono... Jamás le había visto comportarse así: él, tan amable con todo el mundo, la había tratado con una frialdad de la que no le habría creído capaz. Todo en su forma de cortar con ella había sido desmesurado e innecesario. Podría haberla dejado sin más. Incluso... incluso si de verdad solo quería sexo, podría habérselo pedido abiertamente; no tenía necesidad de jugar a los novios, ni de esperar hasta acabar el curso... Nadie podría negarle un revolcón a alguien con ese magnetismo personal, pensó con amargura.

Intentaba ocultar su tristeza, fingiendo mirar por la ventanilla del avión, pero le resultaba imposible. Analizaba sus últimas semanas juntos en busca de una razón válida para tanta inquina. Nada de lo que él había dicho aquella tarde encajaba con el Shun que ella conocía, el que se había pasado tres días a los pies de su cama sin moverse ni para salir a comer... Nada tenía sentido. Shun estaba escondiendo algo, pero ¿qué?

Agotada por la falta de descanso y el llanto, se quedó dormida hasta que el capitán anunció el aterrizaje. Las pesadillas que la acompañaron durante todo el vuelo, sin embargo, no le impidieron sonreír como una actriz profesional cuando vio a sus abuelos esperándola en el área de llegadas.

Los siguientes días, navegó entre la alegría de reencontrarse con sus viejos amigos y el dolor que la atenazaba cuando se quedaba a solas en su habitación. No contó a nadie lo ocurrido, ¿para qué? Era demasiado humillante y tampoco era capaz de explicarlo, así que, cuando le preguntaban qué tal le iba con ese chico de pelo verde tan guapo que la abrazaba en las fotos de grupo, se limitaba a sonreír con aire misterioso, rememorando cada momento que habían pasado juntos, las noches bailando y las miradas cómplices en clase. Con sus abuelos era más complicado: Soledad adoraba a Shun desde su romántica declaración en Nochebuena y no dejaba de preguntar por él, así que tenía que improvisar cambiando de tema, con Ikki casi siempre como coartada, para distraerla.

Pero lo peor eran las noches. Volver a casa y meterse entre las sábanas era una tortura, pues el recuerdo de Shun la envolvía con una intensidad casi dolorosa; cada vez que cerraba los ojos, sentía sus manos acariciándola, su cuerpo contra el de ella, aquellos besos capaces de dejarla sin aliento... Intentaba odiarle, pero su corazón no obedecía a su cabeza y la piel se le erizaba de deseo hasta obligarla a abrazarse a aquella camiseta, que aún conservaba su olor, y a admitir que, a pesar de todo, le amaba.




Why does my heart

Feel so bad,

Why does my soul

Feel so bad

(Moby)

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Él estaba habituado a sacrificarse; había antepuesto en diversas ocasiones el bien común a su propia supervivencia y siempre había tenido la certeza, pese al miedo, de estar tomando la decisión correcta. Sin embargo, ahora era diferente: sabía que no podía exponer a Alma al peligro que suponía ser su pareja, pero el corazón le decía que no debía dejarla. Nunca había querido luchar y, aun así, la había abandonado por si algún día tenía que volver a vestir la armadura, para darle la oportunidad de conocer a alguien cuya vida no fuese la de un asesino encubierto.

Abrió el grifo y se metió bajo la ducha; la escasez de sueño estaba pasándole factura y comenzaba a costarle pensar con claridad. Había hecho lo que tenía que hacer y punto. Pero la echaba de menos. La echaba tantísimo de menos... No podía olvidar la expresión de dolor que apareció en sus ojos cuando le dijo todas aquellas cosas horribles, ni su propio corazón desgarrándose mientras interpretaba el papel de cabrón desalmado, machacándola una y otra vez e intentando ignorar la voz interior que le suplicaba que la abrazase y le pidiese perdón.

Ojalá ella le hubiese arrojado el batido, ojalá le hubiese abofeteado o zarandeado, ojalá, al menos, le hubiese insultado. Pero simplemente se había ido, ocultando sus emociones, sin darle siquiera la satisfacción de saber si su estrategia había funcionado.

Al día siguiente no había podido evitar la tentación de verla una vez más. Oculto a lo lejos, sin bajarse de la moto, había esperado en los alrededores de la estación de tren solo para observarla partir hacia el aeropuerto. Se había despedido mil veces de ella en su cabeza, pero sabía que no iba a conseguir olvidarla. Tal vez fuese lo mejor; así, llegado el momento de volver a pelear, podría utilizar su recuerdo como inspiración, con la tranquilidad de que, si moría, ella no sufriría por él.

Salió del cuarto de baño, vestido tan solo con el pantalón del pijama, y se dirigió a la cocina a beber un poco de agua. Los chicos, que estaban en el salón jugando con la consola, le llamaron al verle pasar.

-       Eh, Shun, siéntate con nosotros.

-       Shunny, ¿cómo estás?

Él se apoyó en el quicio de la puerta, todavía con el cabello húmedo.

-       Meh.

Seiya le pasó el brazo por los hombros:

-       Vamos, Shunny, te vendrá bien un rato entre amigos –le condujo hasta el sofá y le hizo sentarse. Él se dejó manejar, como un muñeco. Había aprendido que lo más práctico para que no le molestasen era ofrecer la mínima resistencia posible. Miró la partida, en silencio, intentando no pensar.

Lo cierto era que se estaban portando muy bien con él; mejor de lo que creía merecer, incluso. Hasta Seiya, que había sido partidario de contar la verdad, era lo bastante cauto como para no tocar el tema. Ya se encargaba Ikki de recordarle cada día lo imbécil que había sido al cortar así:

-       Oye, Shun, ¿recuerdas la noche de Halloween? ¿Cuando Alma me dio calabazas por ti? Le dije que, si ese tío que le gustaba le hacía daño, yo mismo me encargaría de él...  Así que, sintiéndolo mucho, voy a tener que darte una paliza... –ese había sido el consuelo de Ikki cuando les contó que la había dejado, a pesar de los codazos de Seiya y las miradas iracundas de Hyoga y Shiryu.

Intentó contener las lágrimas manteniendo los ojos fijos en la pantalla.

-       Si yo tuviese la más mínima oportunidad de volver a ver a Esmeralda, aprovecharía cada segundo para estar con ella. Y, más aún, sabiendo que es posible que algún día tengamos que volver a luchar por Atenea –le había dicho el día anterior, con los ojos llameantes y un tono de voz tan brusco que casi le había asustado-. Y tú has tirado vuestra felicidad por el retrete.

Las palabras de Ikki le dolían, pero sabía que era sincero con él. Siempre había estado a su lado para protegerle y, si ahora estaba siendo duro, tenía sus motivos. Él mismo sabía que le había roto el corazón a Alma y no dejaba de preguntarse si habría podido obrar de otra manera. Incapaz de soportar la mirada de desaprobación de su hermano, se excusó con los chicos y se encerró en su dormitorio.

Alma cerró la maleta y puso el teléfono a cargar. Al día siguiente volvía a Japón.

Apoyada en el alféizar de la ventana, contemplando las estrellas que él le había mostrado aquella noche, se preguntó si aún pensaría en ella alguna vez. A pesar de estar separados por siete horas de diferencia y diez mil kilómetros, sentía que un vínculo invisible los unía.

Bajo el mismo cielo, un chico de cabello verde y ojos como el mar se encomendaba a su constelación guardiana y se preguntaba por qué se sentía tan mal, si había actuado bien.

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