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Cap 11 pt 1: Tres años en coma

El sofá del hospital era tan incómodo como si lo hubiese diseñado el mismísimo Masoch, pensó Shun al despertar. Intentó estirar sus doloridas vértebras, sin mucho éxito, y se acercó a la chica que yacía en la cama, todavía bajo los efectos de los sedantes.

Los ojos se le empañaron al pasar los dedos sobre la venda que le cubría parte de la cabeza. Todo aquello era culpa suya: si no hubiese olvidado el maldito teléfono, ahora ella estaría bien. Un último resto de sangre le apelmazaba un mechón de cabello; metódicamente, tomó una esponja y la humedeció para limpiarlo, maldiciéndose a sí mismo una y otra vez. Había prometido que la cuidaría siempre y, en cambio, había fallado en la primera ocasión.

-       A-agua... -la oyó murmurar, todavía con los ojos cerrados. Enseguida llenó un vaso y lo apoyó en sus labios secos. Ella bebió con lentitud y le miró, como si fuese una imagen salida de un sueño- Shun... Estás aquí...

-       Hola, muñequita. Claro que estoy aquí. Si no querías que me fuese de acampada, solo tenías que decirlo –intentó bromear, con lágrimas corriéndole por las mejillas.

-       No llores, Shun, estoy bien... Pero lo de anoche...

-       No hables. Tienes que descansar. Enseguida pasará la enfermera a verte.

La medicación era tan fuerte que Alma no tardó en volver a dormirse, incapaz de luchar contra la pesadez de sus párpados. Shun se dejó caer en una silla a su lado, con la cabeza entre las manos: pobrecilla, ni siquiera sabía que ya era lunes. Los doctores la mantenían sedada para evitar que siguiese gritando incoherencias sobre tormentas y ataques estelares.

Él era consciente de que no había tenido alternativa para ayudarla: la tormenta nebular le había parecido la técnica más adecuada para desviar el vehículo sin dejar pruebas, manteniendo al mínimo la potencia devastadora del ataque para no infligir daños al conductor, pero no había tenido en cuenta el shock que la situación podría provocarle a Alma.

Intentó distraerse dibujando, pero era imposible. Parecía haber transcurrido una eternidad desde el viernes; por su mente pasaban imágenes de ellos dos felices, bailando, en la terraza... Y ahora ella estaba postrada en una cama, medicada porque pensaban que alucinaba a causa del trauma. Él solo quería ser feliz, tener una vida normal y compartirla con alguien a quien amase, pero el secreto de su condición de caballero parecía un obstáculo insalvable... ¿Cómo iba a explicarle a Alma lo que había hecho para salvarla? Y, sin embargo, de no haber tenido ese poder, no habría podido evitar que aquel loco la atropellase... Sus trazos desganados reflejaban su estado de ánimo; la culpa le bloqueaba.

Entonces, la puerta se abrió y una voz ya conocida les interpeló amablemente.

-       Buenos días, ¿qué tal estáis hoy? –la enfermera, de mediana edad y aire maternal, entró para tomar las constantes a Alma y despertarla- Enseguida traen la comida. Tengo entendido que has dormido bien... Si sigues así, mañana te daremos el alta. Al final, todo ha quedado en un susto, tienes suerte.

Alma sonrió y extendió la mano hacia Shun, todavía un poco atontada.

-       Mi caballero estaba cerca para salvarme...

Él se revolvió en la silla, inquieto. La enfermera le observó con los brazos en jarras: no había salido del hospital ni para cambiarse de ropa y su aspecto, ojeroso y desaliñado, dejaba bastante que desear.

-       Este caballero necesita darse una ducha y dormir en una cama en condiciones. Jovencito, vete a tu casa y descansa. Nosotras cuidaremos de tu novia –se giró hacia Alma-. Ahora te pongo al día de lo que ha pasado mientras dormías. Has estado tres años en coma.

-       ¡¿Qué?!

- ¡Tranquila, es broma! Solo han sido tres días durmiendo. Come y después te quitaré la venda, que ya puedes recibir visitas y no querrás asustarles con esa pinta...

A regañadientes, Shun se marchó a casa, donde su hermano y sus amigos le estaban esperando para que les suministrase algo más de información. Después de darse un buen baño, se sentó a comer con ellos y les contó lo sucedido.

-       Entonces, ¿lanzaste la tormenta nebular en su mismísima cara? –preguntó Seiya, intentando coger la última patata de la fuente.

-       ¿Qué otra cosa podía hacer? Ese tío iba borracho conduciendo a toda velocidad... –respondió un abatido Shun, hurgando con el tenedor en su plato aún intocado.

-       Hiciste lo correcto –intervino Shiryu-; tu deber es proteger a quien lo necesite. Y no causaste daño al conductor...

-       ...Aunque se lo habría merecido –completó Ikki.

-       El caso es que Alma me vio atacarle y encima no logré evitar que se hiciese daño. Le han dado nueve puntos de sutura y se ha pasado el fin de semana desvariando en sueños. Creo que ni ella misma tiene claro qué ha pasado.

-       Entonces, ahora tendrás que contarle la verdad... –sugirió Seiya.

-       Claro, Seiya –se adelantó Hyoga-, puede decirle: "cariño, soy un caballero y defiendo de poderosos enemigos a una diosa; tengo una armadura alucinante y una cadena que cualquier heavy envidiaría... ¡Ah! Y espera que te cuente mi historia con el dios del inframundo, es una risa."

-       Yo solo digo que ocultárselo no es buena idea... Shun, ¿te vas a comer eso?

-       Seiya, le dijimos que habíamos entrado tarde en la universidad porque habíamos sido deportistas; a la gente le explotaría la cabeza si le cuentas que los dioses existen y que luchan entre ellos por destruir a la humanidad.

- ¿Y qué va a hacer ahora que ella le ha visto utilizar su poder? ¿Fingir que no ha sucedido nada? -insistió Seiya.

-       Seguramente, Shun lanzó la tormenta tan rápido que Alma, como mucho, le habrá visto hacer un gesto –aventuró Shiryu, reflexivo.

-       Hyoga tiene razón, hermano –Ikki cruzó los brazos, con semblante adusto-: la decisión es tuya, pero si se lo cuentas, es posible que la asustes aún más.

Shun cogió con apatía las llaves de la moto y el casco.

-       Gracias por el debate, chicos. Me vuelvo al hospital.

-       No estás en condiciones de conducir –Ikki le puso las manos sobre los hombros, cortándole el paso-; vamos contigo. Debe de estar aburrida de verte con cara de haba y seguro que agradece un cambio de paisaje.

Una ducha interminable era justo lo que Alma necesitaba para volver a sentirse al menos medio humana después de pasar el fin de semana a la deriva entre la realidad y el sueño. Estaba terminando de secarse el pelo cuando escuchó unos golpes en la puerta.

-       ¿Alma? ¿Puedo pasar?

Se precipitó fuera del baño, emocionada ante la perspectiva de que aquella voz perteneciese a...

-       ¡Saori! ¡Qué contenta estoy de verte!

La chica de la melena lila la abrazó y le besó la mejilla.

-       Perdona que no haya venido antes; me avisaron el sábado por la mañana, pero estaba fuera del país. ¿Se puede saber qué te ha pasado?

-       Pues... Estaba despidiéndome de un amigo en la puerta de casa y un coche casi me atropella; del susto, me desmayé y me golpeé la cabeza –resumió, omitiendo deliberadamente que llevaba tres días soñando que ese "amigo" había estrellado el coche contra un árbol lanzándole una especie de tornado.

-       Debiste de pasarlo muy mal; ¿ya te sientes mejor?

-       Sí, estoy deseando marcharme a casa de una vez.

Tras asegurarse de que Alma estaba bien, Saori cambió de tema.

-       ¿Qué tal has acabado el curso?

- No me quejo; aún faltan notas por salir, pero creo que solo tendré que volver a matricularme en dos asignaturas.

-       Vaya, eso está genial para haber hecho dos semestres en uno –sonrió Saori, con aprobación.

-       Y tú has tenido algo que ver en eso, ¿verdad? –indagó Alma; su amiga levantó las manos con aire inocente- ¡Venga ya! Estoy segura de que moviste hilos para que me permitiesen examinarme de todo en bloque...

-       Bueno, me has pillado, es posible que hablase con algunos contactos... Pero te lo merecías. Necesitabas una oportunidad de normalizar las cosas después de lo de tu madre, ¿no te parece?

Alma asintió, pensativa. Quería abrirse a Saori y contarle todas las ideas extrañas que le estaban rondando por la cabeza desde el accidente, pero temía que la tomase por una desquiciada. Al final, se decidió; tampoco tenía nada que perder.

-       Verás... Lo de mis pesadillas... Estoy segura de que algo desvió el coche, algo provocado por...

-       ¡Alma! ¡Hola! ¡Ya estamos aquí! –Agnetha y Yoko entraron en aquel instante, saltando de entusiasmo. Al verla acompañada, dejaron de gritar- Oh, vaya, tienes visita. Volveremos más tarde.

-       No es necesario, ya me iba –dijo Saori, levantándose-. Como soy tu contacto de emergencia, tus abuelos no saben aún lo que ha pasado. Yo de ti, esperaría a contárselo en persona; son muy mayores y no debes preocuparles. Llámame si necesitas algo, ¿de acuerdo? –volvió a abrazarla- Nos vemos para las vacaciones de verano –saludando cortésmente a las chicas con una inclinación de cabeza, salió de la habitación.

-       Oye, ¿quién es esa? ¡Es guapísima! –preguntó Yoko.

-       Es Saori, mi hada madrina. Mi padre trabajaba para ella y su abuelo; es muy generosa, me paga los estudios.

-       ¿Los paga? ¿Por qué?

-       Bueno, mi padre murió en un accidente laboral, así que ella se comprometió a hacerse cargo de mis gastos hasta que terminase de estudiar y también ayuda a otras personas en situaciones parecidas.

-       ¡Qué bien! ¡Venga, ahora un selfi! ¡Sonreíd todas! –cortó Agnetha sacando el móvil y dando paso a la hora de los disparates entre amigas.

Los chicos llegaron poco después, para alegría de Yoko y Agnetha, que enseguida se acercaron a tontear con Ikki. Hyoga estaba molesto con Seiya por haberse comido parte de los pasteles que traían para Alma, pero a ella le daba igual: en cuanto vio a Shun, corrió hacia él para besarle.

-       Hola, muñequita. Hay que ver lo que ganas con el pelo limpio –bromeó él, acariciándole la cabeza.

-       Podría decirte lo mismo, chico guapo. Cuando te marchaste, tenías pinta de necesitar lija y barniz...

-       Solo me deseas por mi cuerpo... –rio- Pero yo te querría aunque te parecieses al monstruo del pantano. Creí que iba a perderte –añadió en un susurro, apoyando la mejilla en su cabeza mientras la estrechaba con fuerza.

Ella suspiró, perdida en su abrazo. Estaban juntos de nuevo, Shun le sonreía y, sin embargo, el corazón le decía que algo no iba bien.

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