Capítulo 9: Reflexión, fenómeno físico.
Mientras íbamos en el auto me acordé de todo lo que había dicho Edgar. El plan estaba diseñado para que en el momento de venir con Damián hubiesen refuerzos. Esta vez estaba sola, conmigo y mis demonios. Luchando por la verdad de una vez y por todas.
El recorrido en el carro fue bastante corto, el apartamento donde se quedaba estaba a treinta minutos de la cafetería. Manejando estaba el compañero de Damián con un pullover blanco y un pantalón de dos tonos. Llevaba unas gafas oscuras y su barbilla estaba completamente afeitada, lisa, blanca, brillante.
Yo estaba sentada en la parte trasera del auto junto con Damián, el cual cada vez me miraba con más cariño y su sonrisa se convertía en el eco de sus ojos. Al detenerse el carro baje con la ayuda de su mano y caminamos hacia un edificio de tres pisos, oscuro y sin pintar. Las luces de la entrada parpadeaban constantemente y la puerta alertó con su sonido nuestra llegada. Ya dentro caminamos por un pasillo y subimos unas estrechas escaleras con algunos escalones rotos y descuidados. Era un edificio viejo y deprimente. Las paredes agrietadas y el piso tembloroso avisaban de una obsolescencia programada cada vez más cercana.
Al subir pude percatarme de la presencia de varios hombres vestidos de forma similar a ellos, podrían ser de su clan. Caminamos a la derecha del pasillo principal y finalmente nos detuvimos en la puerta número 40 pintada de un tono marrón oscuro y un poco astillada por el tiempo.
El amigo de Damián quedó afuera y entramos los dos solos a la habitación. Aunque las luces estaban encendidas la oscuridad se apoderaba del lugar, como si una sombra permaneciera constantemente merodeando. El olor a humedad llenaba mis pulmones y la luz de la luna asomando a la ventana avisaba que acompañaría la conversación.
- Andrea, tengo tanta alegría de verte que me siento como aquel niño que jugaba contigo, o como aquel joven que te escribía poemas - Sus ojos cada vez brillaban más y su sonrisa era amplia. No tenía reparo en expresar lo que sentía, siempre fue muy espontáneo, algo raro, pero buena persona.
- También me alegro mucho de verte, ha pasado mucho tiempo - No mentía, mi alegría era inmensa al poder tener a mi amigo de vuelta, eran tantos recuerdos.
- Andrea te juro que he intentado hablar contigo, pero no he podido, Edgar no me ha dejado. Ese tipo no te merece -. Se exalta por un momento. Se lleva la mano abierta hasta la boca y la deja tocar su cara con fuerza. - Él te mintió, jugó contigo durante todos estos años, no sé qué te dijo pero no le creas -. Decía hiperventilando. Yo estaba muda, inquieta, distorsionada mentalmente, atónita, inánime. - Andrea, mírame, soy yo Damián, yo no te haré daño, yo no soy como él, él no te merece -. Repetía mientras con sus manos me rodeaba el cuerpo y empujaba mi espalda hasta pegar mi rostro a su pecho. Con sus manos hacia un tierno movimiento recorriendo mi columna y el olor de Edgar se desvanecía al tener otro perfume delante.
De pronto un estruendo en el edificio hizo que todo se paralizara, que nuestras miradas se enfocaran en la puerta y nuestros oídos pudieran advertirnos pronto de un peligro próximo. La puerta se abrió y rápidamente apareció un muchacho de tez oscura, con zapatos rojos y la camisa blanca combinada con unos pantalones de tono claro, gritando alarmado: - Debemos salir, el edificio se cae. DEBEMOS IRNOS AHORA DAMIÁN -.
Damián enseguida tomó mi mano y corrimos detrás del muchacho, en el pasillo habían pedazos en el piso, quizás fue aquello el estruendo que oímos minutos antes. Los demás hombres que antes vi, también corrían, las escaleras eran inestables y más con todos bajando al mismo tiempo. Podrían ser seis o siete los hombres que habían allí, no más. Al parecer éramos los únicos en el edificio, no corría más nadie, no se vi más personas saliendo de sus habitaciones para llegar a la salida. Estábamos solos.
Luego de transitar con rapidez por todos los pasillos llegamos a la salida, minutos después se fue cayendo poco a poco cada pedazo como fichas de dominó, una tras otra. El estruendo era enorme, el polvo, los trozo de cristales, piedras.
Cada uno se fue en su auto como si estuvieran completamente seguros de a dónde ir y mientras Damián y yo nos metíamos en el carro con tal prisa que quedé yo en el asiento del conductor.
- Acelera, yo te guío - Aceleré con rapidez esperando próximas indicaciones.
El camino era casi desierto, en ese pueblo no había mucha gente, debía ser la hora. Después de diez minutos manejando llegamos a un lugar donde, para mi sorpresa no habían casas, solo una pequeña loma con un muro al final.
- Vamos - Me tomó de la mano y por un momento me sentí protegida. Me miró y subimos juntos la loma hasta llegar al muro que para ese entonces ya quedaba a la altura de nuestros muslos.
Las luces que ensombrecían al muro provenían del más espléndido paisaje visto por mis ojos, la majestuosidad de la naturaleza en su máxima expresión. Del otro lado del muro se extendía un mar negro bañado en estrellas y los destellos luminosos desde el otro lado de la ciudad hacían una danza entre farolas, casas, semáforos y autos en movimiento. La luna era la protagonista de la noche, el cielo estaba completamente despejado y su claridad permitía apreciar la maravilla de aquel lugar.
- ¿Dónde estamos? ¡Esto es increíble! - Mis ojos brillaban al ver tan majestuosa obra, la naturaleza y yo justo en aquel instante estábamos juntas como una sola. Él se había quedado más atrás con una mirada dulce en sus ojos, tranquilo, observando cada uno de mis movimientos.
- Imaginé que te gustaría. Aún recuerdo tus gustos -. Su tono parece meloso y su actitud se corresponde con la de un hombre muy detallista. - Andrea, qué te sucedió, antes brillabas -. Su rostro cambió a una gran preocupación y mis recuerdos, antes desvanecidos, comenzaban a tomar forma nuevamente. Edgar me había cambiado, había cambiado mi vida.
Bajé la cabeza, mi mente aún se mantenía un poco aturdida pensando en las últimas palabras de Damián: Él te mintió, él te mintió, que se me unían con mis propias vivencias; al hablarme me había mentido.
- Ven, vamos a sentarnos - dijo mientras me indicaba acercarnos al muro. Aquel lugar estaba completamente desolado, completamente silencioso, completamente inapropiado para hablar con un asesino.
Me senté en el muro, él frente a mí y al no sentirse demasiado conforme con la lejanía, se acercó. Puso su mano sobre la mía y dijo: - Edgar es un asesino, un asesino cruel y despiadado. Por Edgar estoy aquí, por su avaricia y su deseo de poder. Edgar fue la primera persona que me puso un revolver en las manos, estaba celoso, celoso de mí, de nosotros, de nuestra amistad y quiso desaparecerme. Me llevó a un descampado y quería matarme, pero el jefe se lo prohibió, sino me hubiese matado Andrea -. En su cara se veía el desconcierto y la desesperación, sus ojos brillosos avizoraban tormenta de lágrimas y su voz se rompía cada vez más. - Edgar me hizo prometerle que nunca más volvería a verte y a cambio de mi vida, debía permanecer con ellos bajo sus reglas y aprender a matar. A matar Andrea, un joven de veinticuatro años que nunca había tenido ni novia y sus ambiciones no pretendían dañar a ningún ser humano -.
Lo miré confundida, su historia se parecía mucho a la contada por Edgar, su trágica vida era jodidamente igual a la de Edgar, eran el reflejo de un relato en palabras, era reflexión como propiedad física.
- Pero si tú... si tú lo querías matar a él, tú lo torturaste...- Mis palabras se quedaban atoradas en la garganta, como cuando sientes furia y ganas de llorar a la misma vez, pero ni tu cuerpo se decide qué deseas mostrar primero.
- ¿Eso contó? ¿Eso te dijo? No Andrea no, no es cierto. Tú me conoces, tú y yo nos conocemos desde niños, yo nunca haría algo así. Yo era un joven como otro cualquiera y él me acorraló, me endureció por dentro, me cambió la vida a su propósito -. Ya su mirada denotaba ira, sus ojos estaban rojos de rabia encapsulada y sus manos inquietas podían romper cualquier objeto a su paso.
- ¿Entonces él mató a su jefe? - Mi pregunta fue directa, no podía juzgar el hecho de que Edgar fuera asesino pues ya Damián lo era también, para saber si Edgar me había mentido debía hacer aquella pregunta y en el fondo de mi corazón yo pedía otra respuesta.
- Andrea, Edgar quería poder, quería todo el clan, quería ser el dueño, pero Nicolás se iba a retirar y nosotros éramos los más capacitados para ocupar su puesto. Él no pudo digerir la idea de no ser elegido y quiso tomar el mando a la fuerza y sin pensarlo, le disparó -. No era la respuesta que buscaba o tal vez, no era la que realmente quería, pero en aquel momento todo comenzaba a encajar, las fotos de la policía reflejaban a Edgar con un arma y a Damián detrás del jefe aguantándolo, no al revés.
Se me desmoronó el alma, se me abrió el suelo, me tragó la tierra. En ese momento mi pozo era más profundo que cuando me torturaron. Quería ser una mujer fuerte, malvada, sin corazón, pero ahí estaba, latiendo, aflorando cualquier sentimiento y si digo que no me duele, miento.
Los brazos de Damián me recorrieron el cuerpo y nos hicimos uno en un abrazo eterno.
***
El viaje lo hice sin hablar, mis ojos estaban fijos a mis pies y mis mejillas aún con lágrimas. Estaba sentado a su lado, delante en el auto, aquel lugar maravilloso me había dejado la experiencia más amarga. Solo tenía deseos de buscar a Lucas y escapar de todo, de esfumarnos.
En estos momentos no tenía con quien contar, todos mis conocidos estaban en Andlish y no tenía amigos tan cercanos como lo fue Damián, desde que encontré a Edgar, estaba sola, perdida y sin saber cómo seguir. Ahora mis esperanzas estaban puestas sobre Damián, nunca me falló, no lo haría ahora. Se había comportado como todo un caballero conmigo esta noche y a decir verdad, lo extrañaba. Mis sentimientos eran más caos que mi cabeza y al llegar a la nueva casa solo quería dormir.
Aquella casa era diferente a la anterior, por suerte, pero aún así se notaba el paso del tiempo en su decoración y se le podían descubrir varios detalles faltos de caricias, mostrando ante mis ojos una casa antigua y sucia, con mucho que desear. Era relativamente lejos del pueblo, solo unas pocas casas a su alrededor, no más modernas. Era un poco intrigante el hecho de que Damián siempre se escondiera con su clan en casas tan deprimentes, pero mi cabeza no tenía la fuerza para prestar atención a banalidades.
Esta casa no tenía tantas habitaciones ni diferentes pisos como la anterior, era una propiedad horizontal con solo cuatro cuartos, pero Damián preparó un cuarto sólo para mí, no sin antes volverme a abrazar. El calor de su cuerpo, me tranquiliza, estaba sola, pero él estaba conmigo, él podría ayudarme a salir de ese enredo, él era mi salvación.
- Andreiña, no se lo merece, no llores por él. Yo estoy aquí, yo te protejo, no volverás a sentirte así, te lo aseguro -. Decía mientras mi cabeza todavía se encontraba recostada sobre su pecho y mis manos, como las de él se enredaban en nuestros cuerpos.
- Gracias, gracias por abrirme los ojos -. Tenía abierta mi alma con aquellas noticias, pero en aquel momento tan íntimo, los ojos no los quería abrir.
- No te dejaré sola nunca más.
***
Desperté distinta. Mis ojos se habían cansado de llorar toda la noche y a pesar de haber dormido pocas horas, en la mañana ya estaban activos. Cerca de la cama un enorme desayuno y un ramo de rosas amarillas, mis favoritas. Pedazos de mango, piña, manzana, fresas y melón eran frutas que decoraban los platos, dándoles los colores que le faltaban a mi vida. Por las pequeñas persianas jugueteaban los rayos del Sol y alumbraban con rayas la habitación oscura.
Tarde en la noche habíamos ideado un plan. Hoy tendría que irme a ver a Edgar, esto había que terminarlo de una vez y Damián me iba a ayudar. Me llevaría a la cafetería de Sophia para luego irme hacia aquella casa rodeada de árboles. Debía inventar excusas convincentes para concretar mi cambio de planes, Damián me seguiría lo más que pudiera y me protegería en cualquier situación. Lo que sucedería, después no estaba escrito.
Apenas comencé a probar los pedazos de piña del desayuno tocan suavemente la puerta y luego se oyen pasos despacio. Se acerca Damián con paso firme, pero tranquilo a la vez. Esta vez un pullover azul claro, el mismo tono que mi vestido y un pantalón a rayas ajustado era el look que portaba, siempre le ha gustado el color azul, combinaba tan bien con él.
Se sentó a la orilla de la cama y con una sonrisa dulce me preguntó: - ¿Pudiste descansar aunque sea un poco? - Su voz era de preocupación y sus cejas se movían esperando mi respuesta. Asentí con la cabeza sin decir palabra, mi cuerpo estaba recostado al espaldar de la cama y tenía conmigo el plato de frutas todavía sin dar bocado. Quería ser sincera, pero eso sólo me haría pensar más en el problema, mejor sería obviar.
Se levantó de la esquina de la cama y se dirigió a mí con paso calmado, sus ojos me miraban inquietos. Se acercó a mí, apartó las frutas, me tomó de las manos y me levantó suavemente hasta quedar parada frente a frente con él. Unos segundos de miradas desembocaron en un mar de abrazos. Sus brazos una vez más eran el cálido refugio donde quería estar y un beso en mi frente me llevó a los más escondidos y olvidados recuerdos de mi pasado.
Su tranquilidad me hacía sentirme segura. Nadie puede entender la fuerza que te brinda un abrazo si realmente no lo ha necesitado con todas las ganas, incluso sin siquiera saberlo.
- Tu vestido azul provoca sensaciones en mí inexplicables, a cada momento quiero estar más cerca de ti. Quiero tenerte siempre entre mis brazos -. Su tono de voz era tenue, pero claro. Evidentemente estaba causando una sensación muy sentida en él. No podía negar que verle y las circunstancias me estaban haciendo sentirme igual.
Sus manos llegaron hasta mis hombros y me empezaban a acariciar el brazo a todo lo largo para en un giro inesperado volver a subir, yo continuaba pegada a su pecho y poco a poco me iba despegando para mirarlo a los ojos.
Mis manos llegaron a su rostro, recorrían sus mejillas, su mandíbula, sus ojos. Él continuaba mirándome, pero esta vez apartaba de mi hombro el tirante de mi vestido, lo dejaba caer hacia mi brazo. Lo hizo con uno y luego con el otro. Su mano se desplazó por mi espalda lentamente, disfrutando cada instante.
Bajé mis manos y las introduje por debajo de su pullover completamente azul que se entrelazaba y se perdía con mi vestido. Lo subía poco a poco hasta quitárselo, todavía nos mirábamos. No sé lo que él pensaba, pero yo no tenía claras las cosas, habían pasado muchas, sabía que no estaba completamente bien lo que estaba a punto de hacer, pero aun así me dejaba llevar.
La sensación que provocaban sus manos recorriendo mi silueta estremecía mi alma con un calor inexplicable, una sensación de peligro me invadía y me excitaba. Él también lo estaba.
Su cuerpo perfectamente formado me invitaba a tocarlo, a recorrer todo su pecho, a sentirlo. Cada una de sus manos rodeaba mis tirantes y en un halón brusco hacia abajo, mis pechos quedaron al descubierto y mi vestido cayó despacio mientras me miraba. Sus ojos brillaban, mis ojos pedían más.
Nuestros rostros se acercaron, nuestros labios se buscaban y un beso fue el empezar de un mundo de sensaciones reprimidas. Tan suave, tan dulce, tan rico, tan peligroso, tan fugaz.
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