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Capítulo 7: Para atrapar al diablo, el lobo se viste de oveja.

Después de un largo abrazo por su parte y unas cuantas palmadas en su espalda de mi parte, se marchó Edgar de la habitación advirtiendo que vendría después del mediodía para continuar hablando y prepararnos para una misión.

No puedo decir que entendí realmente, pues mi cabeza todavía luchaba con mi yo anterior y éste contemplaba desde lejos en lo que me estaba convirtiendo.

Había recordado que después del mediodía Martha me había advertido no salir y cuando lo hice me topé con aquel asesinato que mi mente había borrado hasta hoy, como forma de aminorar mi angustia y evitarme esta revoltura en el estómago que me empezaba a surgir luego de recordar.

Su cita evidentemente implicaba algo más que un paseo y una conversación, realmente no creía que fuera a matarme, en estos momentos ya lo sabía capaz de todo, menos de eso.

Huir no era una opción, nadie me detenía, podía irme cuando quisiera, pero no sabía en dónde estaba, cuán lejos estaba y a decir verdad el deseo de averiguar más allá de las palabras de Edgar me retenía en aquel lugar e impedía que moviera un solo dedo fuera de allí.

Llegó el mediodía y Martha luego de traerme el almuerzo volvía a mi habitación para acompañarme hasta la terraza, terraza en la cual ya había estado y me encantaba estar.

Caminé por el pasillo hasta el final para pararme con las manos en la barandilla. El aire era fresco, esta vez el Sol se escapaba de las nubes y nos hacia un guiño con su brillo. Cerré los ojos y dejé que el viento recorriera mi cara, preparé mis oídos para oír solamente a los pájaros y me imaginé en otro lugar, en otro ambiente, en otra vida.

– Te extrañé –. La voz poderosa de Edgar llegaba a mis oídos más fuerte que el sonido de los pájaros, me asusté. Volví la vista hacia atrás y no había rastro de Martha, al parecer se había marchado al llegar Edgar y él estaba a mi lado derecho un poco más atrás de la barandilla y me miraba con una sonrisa tierna en los labios. Por un momento fui la yo de antes, por sólo ese momento.

– ¿Cuándo hablaremos con Lucas? –. Le dije cambiando por completo la conversación e intentando adoptar de nuevo la forma de la mujer que nacía en mí.

– Dentro de dos días hablaremos con él, planifiqué una llamada, Patricia sabe a dónde llevarlo para poder hablar. También lo extraño mucho –. Me dijo manteniendo su rostro tierno al mirarme y una cálida sonrisa que por instantes me hacía olvidar el mundo y sanar todas mis heridas.

Llevé mi vista hacia los árboles nuevamente mientras por el rabillo del ojo podía ver que me observaba. – Este lugar es impresionante – dije con tranquilidad.

– Sí, es hermoso. La naturaleza siempre ha sido tu debilidad –. Y era verdad, él me conocía mucho, sabía todos mis gustos y la naturaleza era uno de ellos. Me encantaba, me encanta.

– Debemos terminar la conversación de hace unas horas. Es preciso seguir aclarando puntos del tema –. Seguro ya había puesto su cerebro a funcionar y ya sabía exactamente que mentiras decirme, yo solo estaba esperando.

– Dime –. Dije viradme por completo y apoyando mi espalda a la barandilla. Mis brazos esta vez estaban cruzados, un acto-reflejo ante la presión del momento.

– Andrea, Damián no puede seguir atormentando nuestras vidas, yo más que tú sé la infinidad de maldades que puede planear en su mente retorcida, él no es lo que parece, él es malévolo –. Tal vez pretendía cambiar sus papeles depositando toda la culpa en Damián, tal vez la culpa que a lo mejor él mismo tenía. Una buena estrategia que no estaba dispuesta a creer hasta tener pruebas, pero aun así asentí con la cabeza y pregunté:

– ¿Qué propones? – dije intrigada y con deseos de oir aquel plan que por fin me llevaría a Damián.

– LaPorte está obsesionado contigo y eres la única que lo hará salir de su escondite, donde solo su clan lo acompaña. Fueron ellos los que nos buscaron en casa, fueron ellos los que nos intentaron matar –. Matarte a ti dirás, tú fuiste el que mató a su jefe. Repetía mi cabeza insonorizando sus palabras. –Aquel día nuestro jefe murió y la mayoría se fue a Edelsteine, lugar que el propio Nicolás había creado para resguardarnos en momentos difíciles. Damián y yo nos dividimos, el clan eligió con quien quedarse y a partir de ese momento nos declaramos la guerra, guerra que tú puedes hacer que ganemos – dijo un tanto emocionado.

– ¿Cómo es eso? –, pregunté rápidamente, era mi oportunidad de reencontrar a Damián, de comparar ambas historias.

– Tengo pocos informantes, pero han podido localizar lugares cercanos al paradero de LaPorte, no encontramos específicamente en dónde se encuentra así que el plan por ahora es que camines y frecuentes esos lugares, si él te reconoce, aparecerá –.

– ¿Cuándo sería? –. Pregunté con mis ansias escondidas detrás de unas cejas fruncidas.

– Pronto, primero deberás entrenar un poco por cualquier circunstancia que se presente –.

– ¿Entrenar? ¿Cómo que entrenar? No pienso matar a nadie –. Recalqué muy alto para que quedara completamente claro.

– No se trata de entrenar para matar a alguien, entrenarás para que no te maten a ti – dijo con voz tenue y cierta tristeza en su mirada.

Un frío me recorrió el pecho y las manos comenzaron a sudarme de pronto, una fatiga incontrolable apareció al oír aquella frase. Estaba en mis planes de mujer nueva ser completamente decidida, pero no figuraba en mis apuntes morir en el intento.

Me senté en uno de los bancos que se encontraban cerca y respiré profundo mientras él se arrodillaba ante mí. Con su cabeza ligeramente inclinada hacia el lado derecho y sus manos sobre mis rodillas, mi vista fue directo a su boca, imagen que descarté al instante y cambié a mirarlo a los ojos.

– Todo estará bien Andrea, confía en mí, no dejaré que te hagan daño–. Difícil trato, confianza. En aquel momento no confiaba en nadie, para mí todos mentían, confiaba en mis ojos y ellos no me fallarían. Todo lo haría por Luquitas para que no volviera a pasar nuevamente por todo esto. Sólo asentí con la cabeza y me levanté luego de retomar fuerzas.

***

– ¿A dónde vamos? – pregunté mientras caminábamos por el pasillo donde la primera vez hube estado y encontrado en la entrada una pequeña agenda y un muchacho que me gritaba. Recordando aquello volvió la imagen de aquel asesinato a sangre fría y me descubrí dentro de una habitación espaciosa sin sillas y con un colchón en el piso que abarcaba casi todo el lugar.

– Esta es la sala de entrenamiento. Él es Matías Phoxter...– dijo señalado a un señor mucho más corpulento que todos los hombres que había visto por allí –...te va a enseñar varias lecciones de defensa personal, luego pasaran a las armas –.

Miré de reojo a Edgar que en aquel momento se encontraba al lado mío frente a Matías, el cual tomó mi mano a modo de saludo. La habitación estaba pintada de azul claro, con ventanales gigantes de cristal por donde se veían los árboles lejanos. Al centro un colchón no muy grueso también de color azul, pero esta vez un tono más oscuro, con una cruz blanca en el centro de un círculo rojo dibujado en el medio de aquel mar. A ambos lados habían closets con puertas de madera barnizada y al lado izquierdo además había una puerta que imaginé sería el baño.

El señor vestía ropa deportiva que permitía apreciar sus marcados músculos y un pecho sudoroso relucía bajo una pequeña camiseta. Debía tener más menos mi misma edad. Sus ojos verdes resaltaban a la vista junto con su cabello castaño desarreglado. Era de tez blanca, con una barba un tanto peculiar que no abarcaba toda su mandíbula y la nariz fina como de mayordomo orgulloso. Sus pantalones holgados, imagino para mejores movimientos, de un tono claro, descalzo sobre el colchón y con el rostro relajado detonando un sentimiento de profesionalidad en su semblante.

Edgar se sentó en un sofá a la esquina de la habitación y yo me dirigí al baño para nuevamente cambiarme de ropa, esta vez por una más deportiva. El baño era pequeño, con varios inodoros, duchas y pequeños espacios para cambiarse de vestuario. Efectivamente era la puerta que quedaba al lado izquierdo de la habitación y en él relucía la modernidad en cada uno de los azulejos.

Me dirigí hacia Matías luego de cambiarme sin muchas ganas de entrenar o lo que fuera que haríamos. Me recomendó varios trotes antes de comenzar para activar las articulaciones y un dolorcito me sacudió las rodillas cuando empecé a correr de un lado hacia otro. Los rasguños en mis rodillas no habían sanado del todo, aunque no me impedían seguir con el momento deporte.

Parados uno frente a otro en posición de ataque me pedía que le intentara dar mi mejor golpe y con fuerza arremetía contra su cara, pero al casi llegar mi mano a su rostro su brazo la detenía y en un abrir y cerrar de ojos ya estaba en el suelo. Esta vez debía hacerlo yo y su peso era mucho más de lo que yo podía cargar, la vida se me iba intentando dejarlo inmóvil en el piso.

Varias horas y varias caídas después logré aprender la técnica para el agarre y una inmovilización perfecta independientemente de su peso, la fuerza no era toda la clave.

Ya me sentía lo bastante preparada para contraatacar, pero él estaba siempre un paso más allá. Volvía a caer al suelo. El movimiento de las piernas era una parte imprescindible para controlar la situación y yo debía aprenderlo.

Cuatro horas tratando de derrotarlo y cada vez más cansada, pero con las ganas de lograrlo más firmes en mi interior. Disimulé un despiste a lo que él respondió con un golpe que iba a llegar a mi estómago, pero mi mano fue más rápida y en giro pude virarla completamente, puse mi brazo en su cuello advertí su intento de escapar e inmediatamente en un movimiento de pies y con su brazo atrapado por mi mano pude desestabilizarlo y tirarlo al suelo en el cual puse mi pie sobre su entrepierna.

Lo hice. Lo hice. No podía creerlo. No significaba mucho haberlo desestabilizado y tirado al suelo, a fin de cuentas estar completamente preparada en defensa personal implicaba mucho esfuerzo y entrenamiento diario el cual él tenía y del que yo solo había recibido una mínima parte, pero estaba feliz de mi logro en esas últimas cuatro horas.

– Me parece que has avanzado rápido. La técnica es necesario practicarla para mantenerla pues cada enemigo es diferente y requiere de nuevos esfuerzos –. Me dijo con una sonrisa complaciente en su rostro y miró a Edgar que nos contemplaba desde el sofá un poco tenso, atento.

Aquella situación era completamente nueva para mí, muy pocas veces había practicado algún deporte, por más que empezara siempre terminaba dejándolo, no soy muy constante en cuanto a ejercicio físico se refiere. Esta vez estaba practicando defensa personal, en un panorama bastante peculiar y macabro.

Asentí con la cabeza y en mi rostro se reflejaba una amplia sonrisa que no pude disimular. La tarde había sido bastante movida y al parecer no era la única habitación con movimiento de personas.

Ya dentro del baño, luego de darme una ducha para equilibrar la temperatura de mi cuerpo que desprendía un olor bastante fuerte; escuché voces del otro lado de una pequeña puerta en la cual no había reparado la primera vez que entré. Estaba sellada completamente por los bordes, de forma tal que nadie pudiera abrirla desde mi posición. Mi oído fue testigo de aquellos gritos que penetraban cada pedazo de madera para llegar hasta mi curiosa oreja apoyada fuertemente sobre la puerta. En aquel momento de imaginación predeterminada, adoptando posición de oyente, donde en la oscuridad de mis ojos cerrados se dibujaban siluetas sin rostro en vísperas de un cruel final; tocan a la puerta.

– Andrea ¿Todo bien? –. Era Edgar llamando preocupado pues me había demorado en el baño luego de oír aquellas voces.

– Si, ya salgo –. Me apuré para salir y al abrir la puerta lo vi parado frente a mí. Era un tanto más alto que yo, su cabello esta vez no estaba tan peinado como el primer día que lo vi en el hotel, se veía más como Edgar, mi Edgar. No pude evitar respirar profundo para aguantar mis ganas de abrazarlo aparejado con un deseo interno de sentirme protegida, aquí de nuevo mi yo anterior luchando contra mi yo nueva. Dura lucha.

Fue un largo camino por los pasillos oscuros donde caminaban también varias personas, varios asesinos a sueldo, y se adentraban en habitaciones en las que se entrelazaban los quejidos con los sollozos y una ola de gritos llegaba nuevamente hasta mí. Edgar no me miró, ni palabra pronunció siquiera. Yo no quería preguntar, no podía. Mi garganta se cerraba cada vez que mi cerebro mandaba una señal de peligro, esta vez eran muchas señales. Además, no tenía el valor para oír su respuesta.

Una vez dentro de mi cuarto pude observar sobre la esquina de la cama un sobre pequeño amarillo oscuro que sobresaltaba entre tanta sábana azul marino. Miré a Edgar con dudas y su brazo se alzó con su dedo índice firme, señalando lo que en aquel momento había sido mi mayor interés; como símbolo detonante para que lo abriera.

Mis manos recorrieron el sobre antes de levantarlo y al despegar las puntas de su abertura encontré una tarjeta de identificación junto a un pasaporte. En ese momento mi mente recordó la aprensión de la policía, al haber sido de forma fortuita no tenía nada conmigo, mi identificación se había extraviado, en aquel momento no era nadie, no existía.

Lo abrí enseguida y pude percatarme de la veracidad del documento, recogía todos mis datos correctamente. ¿Qué pensaron? ¿Identidad falsa? NO. Yo no era asesina a sueldo, yo no debía escapar de nadie, y del que debía escapar me conocía perfectamente. Yo era yo, sencilla, humilde, fabulosa, increíble, perfecta. Ya me disocié.

Al parecer Edgar había pensado en todo y muy rápido. Cada detalle estaba planificado o a lo mejor se preocupaba por mí, quién sabe.

Me sobresalté al sentir el rose de su mano en mi hombro y conectar con el brillo de sus ojos en un giro inesperado de mi mirada hacia su rostro. Era el momento perfecto para un beso, pero yo no era perfecta para ese momento. Me aparté.

– Gracias Edgar, hasta hoy no me había percatado que no tenía el documento de identificación. Tu siempre pensando en todo –. En verdad siempre fue un hombre de detalles, de pequeñas sorpresas, de increíbles sorbos de alegría, de breves emociones.

– El clan se encargó de todo, en el rebaño nos apoyamos unos a otros. Espero que descanses. Mañana será un largo día –. Él sabía que no estaba preparada todavía para dormir junto a él en la misma cama, me conocía demasiado y mi cara advertía separación a una distancia prudencial. Por lo menos hasta aclarar las dudas.

No era tarde, pero luego de un abrazo, donde su perfume realizaba una danza por todo mi cuello para que mi olfato enloqueciera con su aroma y sus manos entrelazaban mi cintura haciéndose protagonistas del momento, se marchó de la habitación.

Yo me quedé allí, parada en el mismo lugar, sintiendo todavía su olor, tocándome la cintura con mis manos, tratando de suplir la sensación que habían dejado las suyas.


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