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Capítulo 1: Comenzó

Me llamo Andrea Maldivas, esposa de Edgar Brown y escribo esta historia como juramento de encontrar la verdad. Voy manejando a Edelsteine, lugar desierto y siniestro según pude googlear. Lugar lejano donde no podrán encontrarnos o al menos eso me dijo él. Él, dueño de esta preocupación que siento y de estas dudas incontrolables.

Recostado a mí se encuentra Lucas, dormido por el cansancio, confundido y teniéndome a mí como único símbolo de apoyo en su vida, su vida por la cual sólo han pasado catorce años.

La carretera es ancha, pero no pasa un solo auto, estamos solos en la pista con un carro robado Chevrolet del 59 rosado fucsia muy brillante, ideal para pasar desapercibidos.

A los lados solo hay Sol y un terreno amplio donde podías quedarte ahí toda la vida sabiendo que nunca nadie te iba a encontrar, y también te morirías de hambre, como diría Lucas, porque no había ni una cafetería por todo el lugar.

¡Maldito calor! Y ahí estaba Lucas descongelándose, con toda la baba saliendo de su boca, con el cuello torcido listo para una tortícolis; menos mal que no roncaba. Entre el calor y la incomodidad se despertaba pasándose la mano por la cara y limpiando su saliva.

– ¿Dónde estamos? – dijo ojeroso mirando con los ojos como un chinito buscando algo que pudiera reconocer. – Lejos – le dije, ni yo entendía hacia dónde íbamos ni porqué íbamos, fue todo muy rápido, muy extraño; fue todo como Edgar.

***

Un día antes

Todo el día trabajando y nunca viene ni siquiera a comer, ya lleva unos meses sin parar en la casa, cuando venga hoy hablaremos seriamente, esto no puede continuar así. Mi padre ha muerto y él ni siquiera ha estado aquí para apoyarme. Mira que tarde es, ya van a ser las diez de la noche.

Tocan a la puerta de forma brusca. Debe ser él que volvió a dejar las llaves, las vi arriba de la mesa en cuanto salió por la mañana, pero como no se le pue... Vuelven a tocar de forma insistente y rápido sin parar.

– ¡Ya voy! –. Que insistente se pone. Camino rápido a la puerta mientras me seco las manos en el delantal de flores que una vez me hubiese regalado mi madre.

– ¿Por qué demoraste? Tenemos que irnos, recoge todo, tienes que irte con el niño, rápido no entiendes. MUÉVETE –. Me dijo agitado subiendo las escaleras hacia el armario y sacando todo lo que podía y metiéndolo en una maleta, yo lo seguí al cuarto y lo miraba catatónica sin entender nada.

– ¿Qué te pasa? ¿A dónde vamos? ¿Por qué? Amor por un problema en el trabajo no nos tenemos que ir, mañana podremos resolverlo –.

– Que tienes que irte. ¿No entiendes? Vienen por mí, pero los llevaran a ustedes, recoge todo. RÁPIDO –.

Me puse a recoger y me acordé que Lucas seguía dormido, del modo en que duerme sería difícil despertarlo.

– Lucas, Lucas, despiértate rápido, vístete con esto –. Cogí cualquier ropa de su closet y unos zapatos.

– ¿Qué pasa mamá? Tengo sueño... – y volvió a tirarse a dormir.

– Lucas levántate, vístete y cierra la maleta ya puse toda la ropa ahí –. Corrí de nuevo hacia mi cuarto para hablar con Edgar, pero no estaba, solo la maleta lista. Bajé rápido y lo encontré mirando por la ventana cualquier movimiento en el vecindario.

– ¿Me vas a decir de una vez qué está pasando? ¿Por qué nos tenemos que ir? Edgar respóndeme –. Le grité pero nada, no respondía, me miró consternado, se acercó y me dijo. – El auto está listo en el garaje, tiene gasolina y éste es suficiente dinero para escapar. Dentro de la bolsa hay una dirección ve hasta allí, pero deja a Luquitas con tu madre –.

Escapar, huir a una dirección remota. ¿Por qué? ¿Qué hicimos? ¿De dónde sacó tanto dinero? ¿Quién venía?

Mi Edgar era mecánico, muy bueno por cierto, hacia grandes trabajos y el auto siempre lo tenía impecable, llevaba varios días trabajando en un proyecto por eso llegaba tan tarde. A lo mejor sucedió algo en el trabajo por el pedir un préstamo tan grande, por mis tantos reclamos y ahora está en problemas por nosotros. Mi mente era un caos, pasé de querer ajustar cuentas con él justo antes de llegar a compadecerlo por lo que sucedía.

Corrí hacia la habitación de Lucas, ya estaba vestido, con la maleta en la puerta y sentado en la cama todavía adormecido.

– Vamos Lucas no hay tiempo que perder, tu papá tuvo un problema y tenemos que irnos, vamos a casa de la abuela, venga, vamos, rápido –. Bajé rápido por las escaleras y vi a Edgar con su teléfono en la mano hablando tan bajito que no podía oír nada, pero se le sentía alterado por la forma en que movía los ojos y las manos, siempre fue de voz profunda así que no tenía que gritar para saberse su disgusto.

Caminé hacia él para preguntar qué haría, pero sólo negó con la cabeza y me dio un celular desechable para comunicarnos después supongo. Me hizo un gesto para que me fuera, aún con el teléfono en el oído, y ni un beso alcance a darle.

Atravesamos la puerta que da al garaje tan rápido como pudimos. Nos subimos al auto deportivo negro que mi esposo mantenía con tanto afán y que a mí me encantaba manejar. Se subió la puerta del garaje para que el carro saliera y estaban dos hombres fornidos, altos, con gafas, cada uno con un revólver y la vista fija en el auto.

Edgar salió por la puerta del fondo del garaje acompañado por otros señores o como diría Lucas, acompañado por unos malditos armados, nombre que tenían tatuados en sus brazos y que al igual que los otros estaban bien vestidos, con gafas y pistolas.

Tal parece que se paró la historia por la forma en que la cuento, pero es que soy muy detallista y mi hijo muy burlón y nos fijamos en todo, en realidad paso todo muy rápido. Saliendo Edgar de la parte de atrás se oyeron disparos de ambas partes y Edgar gritándome –En la guantera Andrea, en la guantera del auto- fui rápido a mirar en tanto protegía a Lucas por los disparos y vi una pistola y con un cartucho de balas de repuesto al lado. – DALE AL ACELERADOR – me gritó Edgar y entre tanto estruendo y nerviosismo solo atiné a apoyar mi pie en el acelerador que a diferencia de disparar eso si lo sabía hacer muy bien.

En aquel mismo momento se aparecía un maldito del equipo contrario que impactó contra el carro con fuerza mientras sentía los disparos a mi alrededor y Lucas con la cabeza a medio bajar solo atinó a decir: – Jujuuu – justo cuando dejé a aquel hombre con serios problemas de salud y yo a darle un manotazo en la nuca por su falta de conciencia.

Detrás no vino nadie y me sentí aliviada por una parte, pero preocupada por dejar a Edgar allí con todos esos disparos y esos hombres atacándonos.

¿Quiénes eran aquellos hombres? ¿De dónde conocía Edgar a los malditos armados? ¿Cómo un mecánico puede meterse en tantos problemas como para que vengan a matarlo de esa manera? Esta historia estaba mal contada.

Hicimos el camino hasta casa de mi madre sin saber si era correcto, pero cómo Edgar había reparado en dejar al niño allí, imagino para alejarlo de todo esto, me pareció la mejor idea. Mi madre se había mudado después de la muerte de mi padre y todavía estaba todo a medio organizar a pesar de que habían pasado ya tres meses, pero yo la entendía, toda la vida juntos y morir tan drástica e inesperadamente fue un shock para todos. Mi padre era un hombre muy preparado, sabía muchos idiomas: inglés, francés, pero le encantaba el alemán. Era el ser más amoroso de la Tierra y aunque tenía mucho trabajo, nunca dejaba de preocuparse por nosotras, sus piedras preciosas, como él nos decía.

Al llegar estaba todo muy tranquilo, diría que demasiado. Las luces apagadas, la carretera vacía, todo muy extraño y raro.

– Estás cagada – me dijo Lucas al verme bajar del carro casi agachada y sin hacer ruido. Enseguida lo callé con un shhhh y se oyeron ruidos en el recibidor del pasillo. Me acerqué a la puerta y al escuchar voces y una pequeña luz de entre las ventanas me dirigí a virar de regreso al auto cuando un disparo se apresuró a sonar.

Corrí tan rápido como pude y entré al carro. De la esquina salieron dos carros de policías y el estruendo fue mayor. Saque la pistola y tire al azar sin saber disparar mientras salían policías de casa de mi madre y ella estaba en la puerta asustada, sola, gritando: – Huye, huye Andrea, no les creas, huye –. Aceleré el auto al ver que no atinaba a darle a ninguno y que bajar del carro no era una opción, los carros de policía se me abalanzaban pero con mi velocidad al chocarlos solo se dieron vuelta en el lugar y chocaron entre ellos. De lejos pude oír una voz que me gritaba – Escucha, para ti – y acto-seguido se escuchó un disparo seco, todo estaba en silencio con la intención de que yo oyera aquel mensaje y una lágrima de odio, de rabia, de tristeza y de dolor corrió por mis mejillas.

Abatida entre las emociones fue Lucas el que me avisó que la policía nos seguía de forma silenciosa y yo no sabía ni para dónde coger. Habían matado a mi madre o eso creo, la policía había asesinado a mi madre, la policía a la que hay que ir cuando todo está mal estaba haciendo un caos en mi vida. Qué carajos pasaba, qué mierda era aquello.

Cuando estuvieron cerca comenzaron a disparar, era una patrulla con tres policías. Según pude ver por el retrovisor, uno conducía mientras los otros dos disparaban.

– Lucas agáchate, joder –. Lucas solo quería abrir la cajuela y coger la pistola, pero no le dejaba. Estaba atormentada en una carretera desconocida, tomando por caminos sin saber qué hacer y Lucas no ayudaba.

Aprovechó mientras miraba al retrovisor para ver donde estaban los policías en tanto buscaba una forma de escapar y el cogió la pistola y empezó a disparar a las llantas.

– LUCAS, LUCAS MIERDA ¿QUÉ HACES? LUCAAAS –. Le grité despavorida mientras él me decía: - Acelera, acelera –.

Aceleré lo más que pude y vi como el carro de policía se quedaba más distante cada vez.

– Le di, le di – dijo Lucas celebrando su victoria. Me metí por un caminito que daba a la parte de abajo de un puente y me parquee cerca de una columna que impedía la visión por si venían por nosotros. Mire a Lucas con la mirada entre brava y orgullosa y le abofetee el rostro entre lo más débil y fuerte que podía.

– Tú también no joder, a ti no te puede pasar nada, no a ti – decía con voz quebrada mientras lloraba en su regazo como si fuera la hija y él mi padre. Me desmoroné, lloré por la ausencia de mi padre, por lo que le había pasado a mi madre por mi culpa, por el riesgo que había pasado mi niño y porque me sentía desorientada, confundida, débil. Él me abrazó y lloró conmigo.

Después de unos minutos decidimos volver a la realidad, la matricula del carro seguro debía estar ya recogida por la policía y por los malditos del equipo contrario, nos debían estar buscando y el lugar que había señalado Edgar era a más de cincuenta kilómetros, teníamos que ir en auto, el bus no sería una buena opción.

– Un auto robado, papá me enseñó como arrancarlo sin llaves –. Un auto qué... que tu papá hizo qué...

– Aguanta ahí. ¿Cómo que encenderlo sin llaves? – le dije con cara de asombro y encogiendo las cejas con preocupación.

– Sí y también me enseñó a disparar, por eso pude darle a las llantas de los polis –. Me dijo en un tono orgulloso y luego se encogió de hombros al acordarse de la bofetada, supongo.

– ¿Pero qué es eso? ¿Cuándo fue eso? – dije despavorida, un niño de catorce años con un arma.

– Cuando íbamos a jugar fútbol, luego terminábamos practicando tiro – dijo en tono calmado. – No te preocupes, nos sirvió mucho –.

La verdad tenía razón, nos sirvió mucho, pero no podía mostrarme de acuerdo ante aquel tema y cada vez se me hinchaba la cabeza de tanto pensar en los pasos de Edgar que se me tornaban cada vez más sospechosos.

Robar un auto, pero cuál, pero cómo. Justo arriba del puente había una hamburguesería, yo no tenía ni pisca de hambre ni pensaba en comida, pero allí habían autos estacionados por la gente que se paraba a comer un rato, me percaté al bajar del puente, y podíamos tomar uno prestado de allí.

Le dije a Lucas y asintió con la cabeza –Claro, con el hambre que tengo- dijo, -Y que vas a tener si sigues en la bobería y no te centras-.

Planeamos subir lo más cautelosos posible por todo el camino por donde habíamos bajado luego de recogerlo todo. Era necesario fuera un auto antiguo así no tendría alarmas. Yo me pararía con las maletas a un lado del parqueo mientras el daba una vuelta buscando un carro antiguo que pudiera abrir mejor.

Después que lo encontró me hizo una señal. Me agaché por entre los carros. La hamburguesería quedaba un poquito alejada del estacionamiento así que debían poner mucha atención en nosotros para notarnos. También que quién se imaginaría que una madre con su hijo y tantos bultos estaban a punto de robar un auto.

Cuando llegué solamente pude dirigirle una de mis miradas de reojo al ver aquel auto súper clásico, pero con el color más llamativo de la faz de la Tierra.

– ¿Esto es lo mejor que puedes hacer? El mejor auto para despistar –. Mi tono fue sarcasmo puro, pero su cara de pena me conmovió.

– Mamá no encontré otro auto antiguo y aquel que no tiene alarma... – señalando un lada gris en no muy buenas condiciones – ...lo intenté, pero tiene la puerta trabada –.

– Está bien, qué remedio, ojalá tenga suficiente gasolina como para quedar bastante cerca de la gasolinera más cercana antes de llegar al lugar. Venga, andando –.

Lucas hizo su magia y abrió con gracia la puerta delantera y una vez dentro, escuchamos a un señor que se dirigía a nosotros.

– Rápido, apúrate viene alguien – le dije agitándolo. Saco dos cables de la parte baja del auto e intentaba hacer chispas con ellos. El hombre se acercaba más y más y aquella chispa no salía.

Cerré la puerta hasta que aquel hombre bajito, muy recto, con un bigote un tanto peculiar, la frente sudada seguro de estar el día entero en el estacionamiento sin poder descansar, con su uniforme y su gorra asignada, se dirigió hacia mi e inmediatamente al ver que no encendían los cables me levanté del auto y le di mi mejor mirada seductora.

Ya había pasado muchos años con Edgar, estaba un poco oxidada, pero no me consideraba una mujer poco agraciada a pesar de mis 38 años, al contrario, yo era... no, era no... yo soy un mujerón y al parecer el señor se percató.

Me miró de arriba abajo como si le intimidara con mis jeans ajustados y mi blusa blanca de vuelitos no propia de una mujer de mi edad, pero que me encantaba porque podía usar sin sostén, dato del cual el señor también se dio cuenta y al dejarme de mirar me dice con una voz muy amigable. – Señora, disculpe, no pagó a la entrada. ¿Puede usted abonarme el dinero ahora? –

Dios que miedo por gusto y yo enseñándole a un simple cuidador de autos mis dotes de mujer, que bajo he caído.

– Si señor enseguida – tomé dinero de mi cartera y le di el billete más grande que tenía, a fin de cuentas nos dejaría robar el auto sin decirle a la policía. – Aquí tiene señor, quédese con el cambio –.

– Dios la bendiga mi señora – atinó a decir mientras de nuevo echaba el ojo bajo los vuelitos de mi blusa.

– ¿Para cuándo es eso? – dije en tanto el señor marchaba.

– Ya encendió, podemos irnos –. Subimos rápidamente al auto y me dispuse a apretar el acelerador cuando oí una risita burlona a mi lado. –Te gustó el viejito, pero papá está mejor- dijo con una sonrisilla pícara entre dientes.

– Evidentemente mi encanto los atrae como canto de sirenas – dije regodeándome por lo que había pasado.

– Canto de sirena, cómo no, será por... –.

– Si terminas la frase termino lo que empecé ahorita contigo –.

Era evidente que el sentido del humor lo había heredado de mí, pero había que marcar ciertas pautas, a fin de cuentas yo era su madre.

***

Ahora

Y aquí llevamos horas conduciendo, por suerte llenamos el tanque en una gasolinera cercana a la salida donde nadie nos reconoció o al menos eso creo y ahora falta menos para llegar a Edelsteine.

* Andrea Maldivas *

* Lucas *




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