~Serendipia~
¿Te has preguntado cuál es el significado de la libertad?
De la tuya, de la mía; de cómo fue que, privados de ella bajo el mismo autor, hallamos la forma de nuestras almas liberar.
Que tu encierro y el mío son diferentes, que sufrir el dolor es distinto, pero la soledad es la misma, muy a pesar de las personas que a ti te rodean.
Años en los que tu vida dejó de ser privada conmigo, abriéndote desde dentro.
Tú fuiste el objetivo, la venganza contra mi deshonra. Más me es gracioso —tal vez desdichoso—, que al final te convirtieras en mi amigo.
Que a ti nadie te comprendía, que a mí nadie me escuchaba. Que fui yo lo que siempre anhelaste y tú fuiste lo que nunca tuve en mi eterna vida.
Tan fugaz, tan feliz; una farsa que sacó a refulgir lo que ambos teníamos bajo escombros: voz, ojos...
Ahora me pregunto: ¿Cómo llegamos hasta aquí? Mentiras, esa es la respuesta. Desde que nací, desde que profanaron la verdad en la que yo tanto creí.
Las personas tienen muchas razones para mentir: proteger, sobrevivir, esconder. Sin embargo, a estas alturas, la paz nunca llegará.
Te guardo empatía, porque a ti también te han mentido; a mí me guardo la culpa por usar esta daga para tocarte.
Necesitaba salvar mi existencia del aislamiento, de la soledad. Pero, ¿cómo llegar a ti con este cuerpo, con este rostro usado de locura y la más profunda desesperación?
Tenía qué hacerlo, ofrecerte una ilusión. En tu inocente mirada lo vi: la compasión, el amor, la sonrisa que antes había aspirado a destruir.
Ahora me da miedo lastimarte, pero aún más, que descubras lo que hay debajo de mi piel.
¿Cómo te hago entender que mi mentira me hizo más humano?
¿Cómo explicarte, sin lágrimas, que soy como un dios condenado, y tú, un mortal de diecisiete años?
Tan letal para mí convicción, mostrándome cuan parecidos somos, cuan indefensa estoy. Fungiste de lección, también como castigo. El exilio no es nada con nosotros de la mano, pero sin poder tocarnos.
Cuando yo me vaya —porque lo haré, desgarrando las cadenas que me unen a tu ser—, puedo asegurarte que habré desplegado tus alas de hollín que encerraba entre mis pétreas garras.
Volarás, con la desgracia de que tendrás qué buscar otros ojos que vean qué tan alto puedes llegar.
Quizá yo también sea libre, con el adiós que nunca dije mientras debía.
Tantos años me costó entender que con una vida larga no debía esperar a que todas las cosas carecieran de un fin.
El dolor es libertad, sufrir es el encierro...
¡Qué esencia más poética, la de conmemorar esta historia, repitiendo cada noche simples oraciones que hoy consuelan mi tristeza!
Lo nuestro, una relación que se fortaleció en la base de una mentira, en la igualdad de un encierro; donde nos encontramos y, al mismo tiempo, nos perdemos, en el sinfín de una vida, en la brevedad de una risa.
Ambos, destinados a llorarnos.
Porque espero, y tú me llores, cuando veas las estrellas y no me reconozcas, porque para mirarme, siempre deberás recurrir al vacío.
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