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Capítulo 8

No había sabido nada de ella, y aquello le generaba inquietud, como si en efecto se tratase de un adolescente. Cierto que Danielle no tenía su teléfono móvil y que tampoco tenía excusa para aparecer en su casa antes del domingo, pero la falta de reacción le desalentaba. Quizás no debió haberle dado el manuscrito. Tal vez se precipitó en enviárselo y una vez más hizo el ridículo.

Había llegado el domingo, el día del cumpleaños de Tim. El niño estaba feliz, corriendo de un lugar a otro, mientras Mónica y Rob decoraban ellos mismos de manera muy sencilla, una de las terrazas de la casa donde se celebraría el cumpleaños y se apagarían las velitas. La decoración estaba inspirada en Spiderman, el personaje favorito de Tim.

Los primeros en llegar fueron Michael, Sarah y sus hijos: Grethel y Garrett, que eran unos pequeños adorables y divertidos. En cuanto Tim los vio los llevó a su habitación a mostrarles el Xbox nuevo que Thomas le había regalado. Mónica creyó que se trataría solo del perrito, pero Tom consentía demasiado a ese niño y no le bastaba con un único obsequio.

Sarah era una mujer de pelo corto rubio y ojos azules; los niños se parecían mucho a ella, salvo que heredaron los ojos ámbar de su padre. La pareja se sentó junto a Thomas en la mesa de la terraza, donde harían la pequeña celebración. Ya todo estaba dispuesto: la mesa con el cake, la comida estilo buffet, algunos adornos, así como manteles en el resto de las mesas de los invitados, que no eran muchas.

—Hemos llegado temprano —reconoció Michael—, pero los niños querían conocer a Jack y también jugar con el Xbox. ¡Estuvieron listos mucho antes que nosotros!

—Si hicieran lo mismo para ir a la escuela, mi vida sería más sencilla —rio Sarah.

Tan solo faltaban Danielle y Ben. Thomas se mantuvo expectante, viendo cómo las manecillas de su reloj se acercaban a la hora prevista: las cuatro de la tarde.

—¿Estás ansioso por algo? —le preguntó Michael en un momento en el que se quedaron a solas.

—No —respondió lacónico.

Su amigo se echó a reír.

—No la has visto desde el incidente de la piscina, ¿verdad?

—Es por eso que a veces no te cuento las cosas... —gruñó Thomas.

—¿Y qué no me has contado?

—Que volví a hacer el ridículo enviándole el manuscrito de mi última novela sin publicar.

—¡Sí que te gusta esa mujer! —exclamó Michael llevándose un trocito de queso a la boca.

Danielle llegó a la casa a la hora justa. La dejaron pasar en el control de seguridad sin problemas y poco después la misma Mónica la recibió en la puerta para llevarla a la terraza.

—Hemos traído este regalo para Tim —anunció Ben, quien llevaba una bolsa en las manos.

—¡Muchas gracias, cariño! —exclamó Mónica dándole un beso en la cabeza—.¿Por qué no se lo llevas tú mismo? Tim está arriba en su habitación jugando con Grethel y Garret. Sube para que los conozcas y así le das el presente.

Ben asintió y subió por la escalera en un abrir y cerrar de ojos.

—Vayamos a la terraza —prosiguió Mónica—, así pasamos tiempo de calidad entre los adultos antes de picar el cake.

Danielle caminó a su lado, sabiendo que, de un momento a otro, se encontraría con Thomas. Era inevitable, pero era mejor que sucediera en público. De cualquier forma, debía agradecerle en algún momento de intimidad por el manuscrito de su última novela, aunque se sentía nerviosa de pensar en él. Lo peor era que no podía entender por qué se comportaba así.

Thomas la vio llegar: él estaba sentado de frente a la puerta y se quedó mirándola. Danielle llevaba un hermoso vestido largo de color azul, con detalles en blanco. El pelo lo tenía recogido en una trenza, y se veía más joven. Se dio cuenta de que no sabía la edad de la arquitecta... Conocían poco el uno del otro, aunque él le había abierto las puertas de un mundo al que pocos tenían acceso: su escritura.

—¡Llegó quien faltaba! —gritó Rob, quien fue a recibirla y le dio un beso.

Thomas permaneció en silencio, tan solo le sostuvo la mirada por unos segundos, pero fue ella quien la apartó de él. ¿Estaría nerviosa? Le parecía que sí...

—Ellos son nuestros amigos —le explicó Mónica—. Michael, el médico que me recomendó tu trabajo, y Sarah, su esposa.

Danielle los saludó con afecto y se sentó en la misma mesa. A Thomas ni siquiera lo había vuelto a mirar.

—Es un gusto conocerte, Danielle —le dijo Michael con sinceridad—. He escuchado hablar mucho de ti.

Thomas se sobresaltó, aunque nadie más en la mesa se percató de ello, salvo Rob. Todos dieron por sentado que fue Mónica quien habló de su excelente trabajo.

La conversación se desarrolló de manera agradable, ya que abordaron diversos temas. Sarah y Michael le preguntaron por el proyecto de la casa, y Danielle habló con pasión acerca de su labor. Thomas la escuchó en silencio, la admiraba cada vez más por lo que hacía, pero no se sentía con derecho a interrumpirla.

Sarah habló un poco de sus hijos, a quien Danielle todavía no había conocido. Supo del difícil embarazo que tuvieron y que los niños fueron resultado de un largo tratamiento de fertilidad. Por último, Michael hizo un comentario que sorprendió a Dani:

—Thomas, no nos has dicho nada del éxito que está teniendo la película. ¡Ha recaudado mucho en taquilla!

El aludido se tensó un poco. La película se había grabado antes de su accidente, y después de lo sucedido se había mantenido ajeno y ni siquiera fue a verla al cine cuando se estrenó.

—¿Qué película? —preguntó Dani.

El hilo escarlata —le explicó Rob—, basada en la novela homónima de Thomas.

—¡No sabía nada! —se excusó ella mirándolo por un momento, admirada—. Reconozco que estoy un poco perdida de los estrenos. Hace siglos que no voy al cine.

—Ni yo tampoco, pero podemos verla un día en casa —propuso Mónica.

—¿Te fue fácil acceder a la adaptación? —inquirió Danielle con interés—. No me malinterpretes, pero siempre prefiero los libros a las películas. Los guionistas por lo general se toman libertades que a la larga echan a perder la obra.

—Yo opino lo mismo —le contestó él—. Accedí a hacer la película si era yo quien realizaba el guion. Y así fue: yo mismo adapté mi obra.

Danielle quedó asombrada. Además de novelista, había incursionado en la escritura de guiones para películas de Hollywood.

—Eso es maravilloso —reconoció con una sonrisa.

Michael y Rob veían con orgullo lo que estaba sucediendo en esa mesa. Sarah y Mónica en ese sentido eran más despistadas y ni siquiera su sexto sentido de mujer les había indicado lo que pasaba entre ellos.

—¿Es el primer guion que haces?

—La verdad es el segundo. Unos años antes colaboré con un amigo en un guion original que estaba escribiendo para una película, aunque esta es la primera vez que una obra mía es adaptada para el cine.

—Con el guion anterior estuviste nominado al Oscar —señaló Mónica—. Fue un momento muy bonito. Nuestros padres todavía vivían y estaban muy orgullosos.

—Hace poco me hablaste de tus padres —le dijo Danielle a Mónica—, pero reconozco que no sé quiénes fueron.

—Nuestro padre era director de cine. —Fue Thomas quien le contestó—. Se hizo famoso en los 70 con películas como: Chocolate negro; La polka; Viaje a Tenerife; entre otras películas que quizás no conozcas.

—Las he visto todas —repuso Danielle—, pero no sabía que el padre de ustedes fuera Theodore Woodhouse.

Thomas asintió, agradecido de que conociera la obra de su padre.

—Es que papá utilizaba el apellido de su madre como nombre artístico, algo así como un homenaje a ella. También porque el abuelo lo abandonó cuando era pequeño y el apellido Vermont le traía malos recuerdos.

—Lo siento —respondió Danielle apenada—. Entonces la madre de ustedes es Charlene Woodhouse.

—Así es —habló Mónica esta vez—. Mamá tomó el apellido que usaba mi padre, poco después de ser su musa para Chocolate negro, donde se enamoraron durante el rodaje. También participó en otras películas.

—Ella obtuvo Oscar a la mejor actriz por La polka, ¿verdad?

—¡Me sorprende que sepas esas cosas! —exclamó Thomas, halagado.

—Me encanta el cine de la época dorada de los años cincuenta, y luego seguí a la nueva generación. Tu padre también obtuvo Oscar a mejor director por esa película.

—¡Los ojos les brillaban a los dos cuando hablaban de ese filme! —recordó Mónica, con nostalgia.

—Esperemos que Thomas sea nominado el próximo año por su guion —apuntó Michael—. A esta familia le hace falta otro Oscar.

Thomas se echó a reír, lleno de buen humor.

—¡No soy tan pretencioso, querido amigo!

La charla se vio interrumpida cuando bajaron los niños. A Danielle le presentaron a los mellizos, que eran realmente preciosos. Ben también saludó a quienes no había visto, y cuando llegó a Thomas le dio un abrazo. Aquel gestó no pasó desapercibido por su madre. Le sorprendía cada vez más ver la relación que estaban forjando en apenas unos días y lo cariñoso que era Thomas con él.

El resto del cumpleaños se desarrolló de la manera esperada: Tim apagó las velas, luego comieron el buffet que Mónica había encargado y partieron el cake. Comieron entre risas, pues los niños estaban muy animados, pero sobre todo ansiosos por seguir jugando.

No pasó mucho tiempo para que los pequeños se excusaran y dejaran a solas a los adultos para poder ir a ver a Jack. Mónica les advirtió que cerraran bien la verja, pero la mención a aquella tarde le hizo a Danielle compartir una mirada significativa con Thomas.

—Ayudemos a Mónica a llevar las cosas a la cocina —propuso Sarah.

Mónica lo agradeció, pues al ser domingo Nancy tenía el día libre. Las mujeres se retiraron con lo que había sobrado de la comida y dejaron a los caballeros conversar a solas. En realidad, la dueña de la casa quería sincerarse con sus amigas, y estuvo esperando toda la tarde por ese momento.

—Hay algo que tengo que confesar —dijo sin rodeos.

Sarah y Danielle se sentaron junto a ella en su cocina. Era muy parecida a la de Thomas, decorada en marrón y muy luminosa. Por lo general Nancy cocinaba en la casa de Tom, porque era quien más le necesitaba. Tim y Mónica acompañaban a Tom durante las comidas, salvo en el desayuno.

—Dinos ya qué tienes que contarnos —le apremió Sarah ansiosa.

—Rob y yo estamos juntos —reveló, mientras escondía su rostro enrojecido entre sus manos.

Danielle se echó a reír. El moreno le había agradado desde que lo conoció y se notaba que era una excelente persona.

—Me alegro mucho por ti, Mónica —le dijo—, pero ahora cuéntanos cómo sucedió.

—Yo también me alegro mucho, pero no estoy sorprendida. Algo había percibido en el ambiente, pero estoy intrigada por saber cómo pasó —intervino Sarah.

—La verdad no sé cómo sucedió. Creo que hace tiempo que vinimos sintiendo algo el uno por el otro, pero no habíamos pasado de un flirteo inocente. Hace poco cenamos juntos y... —volvió a sonrojarse—, ¡sucedió!

Sarah y Danielle compartieron una sonrisa cómplice.

—¿Qué ocurre? —preguntó Sarah después—. Te conozco, Mónica, y sé que algo te está sucediendo. ¿Hay algún pero en todo eso?

—Es que tengo miedo —admitió—. Desde que el padre de Tim me abandonó embarazada no he vuelto a confiar en otro hombre. Y a Rob lo veo todo el tiempo, ama a mi hijo y no tengo manera de poner distancia. Creo que me estoy enamorando de él...

Danielle no conocía aquellas historias acerca del padre de Tim, pero se compadeció de ella al escucharla. Debió de ser terrible para Mónica ser abandonada en un momento tan importante para ella, y por el hombre al que amaba.

—No tiene nada de malo enamorarse, cariño —le confortó Sarah tomándole la mano—. Se nota que él siente lo mismo por ti. ¡Te ve de una manera que es imposible no notar que está loco por ti!

—Yo te comprendo —intervino Danielle—; sé que es difícil amar de nuevo, pero debes darte una oportunidad. Entiendo tus recelos, yo misma he cerrado mi corazón desde la muerte de mi esposo, pero es importante intentarlo...

Danielle se sorprendió mucho al estar dando ese tipo de consejo, ¿sería capaz de aplicarlo en su vida?

—¿Amarías de nuevo, Danielle? —le preguntó Mónica pensando en su situación—. Cierto que yo tengo miedo a confiar de nuevo, pero tampoco le guardo amor al hombre que me abandonó. Tu caso es distinto: en tu corazón debes seguir amando y echando de menos a tu esposo.

—Y creo que siempre lo amaré y echaré de menos —admitió—, pero la vida es sabia, y uno no puede cerrarle las puertas al amor. ¿Quién sabe lo que podría suceder? Tal vez pueda tener a Benjamín en una parte de mi corazón y en la otra...

Danielle se detuvo. Estaba expresando en voz alta ideas que no había tenido antes, y eso le asustaba. Jamás había pensado en amar de nuevo, en darse una oportunidad, y allí estaba: sorprendiéndose a sí misma con un pensamiento que no había sido capaz de admitir para sí misma.

—Has dicho bien —la apoyó Sarah—, no puedes cerrarte al amor. En tu caso, Mónica, debes confiar en Rob y disfrutar de esta nueva etapa de tu vida.

—Aún no lo he dicho nada a Thomas, ¿creen que lo tome bien?

—¡Estoy segura de que se lo imagina! —exclamó Danielle.

—Yo también pienso que tiene una sospecha. Díselo cuando creas que es el mejor momento. Nadie se alegrará más de tu felicidad que tu hermano.

—Lo sé, pero en ocasiones tengo miedo de que lo vea como una traición por parte de nosotros. Depende tanto de Rob... Siento pena de ser feliz frente a sus ojos y que él no pueda serlo.

—Tu hermano en algún momento aceptará vivir con su situación y será feliz —le aseguró Danielle—. Él también debe aprender a amar. En cuanto a la dependencia, creo que la remodelación de la casa contribuirá a que Thomas adquiera cada vez mayor autonomía y a que necesite menos de Rob.

—Danielle tiene razón —concordó Sarah—, y además es lo mejor. Si vas a darle a Rob un espacio en tu vida deberá ser como tu pareja, tu compañero de vida, no como un empleado. Estos años al lado de ustedes han sido muy buenos, pero él también debe salir de la tutela de tu hermano y labrarse un futuro.

—Pronto deberán darle a Rob el lugar que merece en sus vidas —concluyó Dani.

Mónica asintió un poco emocionada. Las chicas tenían razón en todo lo que le habían dicho, pero los cambios eran difíciles. Tal vez aquello no sucediera de inmediato, pero sabía que en algún momento Rob y ella tendrían que cambiar la situación actual y forjar una verdadera vida en común.

Los primeros en marcharse fueron Sarah, Michael y los mellizos, pues su casa quedaba algo lejos y tenían que madrugar. Ben le pidió a su madre quedarse unos minutos más y Danielle lo complació. Los niños se fueron a jugar a la habitación de Tim con la Xbox, mientras que Rob y Mónica permanecieron a solas en la cocina.

Dani no quiso interrumpirlos. Ahora que conocía que estaban juntos, sabía que más que ayudarla a botar la basura, el verdadero motivo que los retenía allí era el amor que se profesaban y los deseos de tener algo de intimidad.

A Danielle no le quedó más remedio que salir a la terraza, donde se encontró con Thomas. El crepúsculo brindaba una vista hermosa llena de colores, y Danielle se preguntó internamente si sería el momento de charlar con él a solas.

—Gracias por el manuscrito —comenzó, mientras se sentaba a su lado—. Lo he leído de un tirón. ¡Amé cada palabra!

Thomas se sobresaltó un poco. Luego de haber pasado toda la tarde sin poder hablar en privado, allí estaba ella, y debía valorar cada minuto de esa preciada intimidad.

—Me alegro que te haya gustado.

Danielle extrajo el sobre de su cartera y lo colocó encima de la mesa.

—Tienes que terminarlo.

—No he sido capaz de escribir ni media frase desde mi accidente —le confesó.

Ella negó con la cabeza, aunque sentía pena de escucharlo.

—Tienes que sobreponerte a esto —le alentó—. La escritura es lo que más te apasiona en la vida, no puedes perder algo que te hace feliz y que te brinda la oportunidad de seguir adelante. Tienes una novela excelente casi terminada... Es probable que ya tengas concebido el final en tu cabeza. Es solo un pequeño esfuerzo... Sé que lentamente volverás a escribir de nuevo, pero el primer paso es terminar esto.

—Suenas como mi editor —rio él, aunque estaba emocionado.

—La verdad es que soy una manipuladora —le contestó riendo—. He quedado tan enganchada que necesito saber quién es el asesino.

Thomas la miró a los ojos, se veía hermosa. Danielle le transmitía un agradable sentimiento de calidez.

—Te prometo que intentaré escribir el final. Lo haré por ti —añadió con sencillez, pero las palabras llegaron al corazón de ella.

—Gracias —le dijo Danielle, tomando por un instante su mano por encima de la mesa.

Aquel gesto le tomó desprevenido, pero fue tan rápido y duró tan poco, que no pudo disfrutarlo como debería.

—Lo siento —susurró él.

—¿Por qué?

—Sabes por qué —prosiguió Thomas—. Tuve miedo de que no vinieras esta tarde. Sé que me has estado evitando en estos últimos días y lo siento. Lamento si te hice sentir incómoda. Perdóname.

La referencia a aquel momento en la piscina la llevó a recordar. La mirada de Thomas, aquella seriedad en sus ojos, esa manera de desearla, la hizo enrojecer tan solo de pensar en ello.

—No me esperaba que me dijeras esto —reconoció Dani con las mejillas todavía rojas, y un poco nerviosa.

—No quería que ese momento embarazoso continuara entre los dos. No lo hubiese mencionado de saber que no te afectó.

—No me afectó, te lo aseguro —la voz de Danielle no sonaba muy convencida. Se estremecía, y no sabía por qué—, pero será mejor no hablar más de este asunto. Le estamos dando más importancia de la que merece.

Para Thomas tenía muchísima importancia. Ella ignoraba que a partir de verla descubrió que era un hombre todavía con deseos, un hombre que recuperaba el interés por el sexo puesto y que se permitiría soñar de nuevo con una intimidad satisfactoria y plena. Aunque a veces tenía miedo, ¡vaya si tenía miedo!

—Ya debo marcharme —le dijo Danielle, luego de permanecer unos minutos en silencio, mirándose el uno al otro—, iré a buscar a Ben.

—Dile que no se vaya sin despedirse de mí.

Ella negó con la cabeza.

—Te ha tomado mucho cariño en los últimos días.

—Yo también a él. Es un niño maravilloso. Los dos los son.

Danielle le agradeció. Iba a marcharse cuando la voz de Tom la retuvo un instante más:

—¿Volveré a verte o tendré que seguir tratando con el insulso de Edward?

Danielle rio. Era cierto que Edward en ocasiones de tan profesional que era podía ser muy poco empático.

—Mañana comienzan las obras, así que vendré en algún momento —contestó con una sonrisa.

Él se sintió feliz de saber eso, y se quedó soñando con el próximo encuentro.

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