
Capítulo 27
Danielle rehuyó a Thomas todo lo que pudo en los siguientes días, por temor a que fuese a declarársele y ella le rompiera el corazón con una respuesta negativa. El día de Año Nuevo se excusó porque debía pasar por casa de sus padres y llevarles a Ben; el resto de la semana, a consecuencia de los preparativos para el cumpleaños, se vieron muy poco también. Thomas le preguntó en par de ocasiones si todo estaba bien entre ellos, pero Dani le aseguró que sí, que solo estaba abrumada por la fiesta. Thomas no insistió, creyó en lo que le dijo, aunque también pensó que su actitud se debía a los problemas con su madre y a que el plazo para decirle la verdad a Ben se estaba acercando. Intentó no preocuparse demasiado, confiaba en que todo estaría bien.
El viernes despidió a Mónica y a Rob que se marchaban para Houston, y el sábado era el juego amistoso entre los Dodgers —el equipo de baseball local— y los Red Soxs de Boston, que eran los invitados. Los niños estaban muy entusiasmados, así que él se dejó llevar por aquella alegría general.
Danielle estaba angustiada; no había sido capaz de abrirse con nadie, ni tan siquiera con Janice. No sabía qué pensar. Jamás creyó que Thomas fuera a pedirle matrimonio, pero ella sabía de antemano la respuesta: no quería casarse con él. Ni con él ni con nadie. Aquella situación le generaba una opresión en su corazón indescriptible, porque no quería hacerle daño y temía que su negativa destruyera lo que hasta entonces tenían.
Pensó con detenimiento en ellos: no podía negar que lo quería —aunque sabía que nunca se lo había dicho—; pero tenía miedo al compromiso, creía que la formalidad de un matrimonio y vivir juntos podrían arruinar las cosas y ella no estaba dispuesta a dar ese paso. Por más que lo pensaba, ella no quería casarse con él, no quería mudarse de casa ni emprender una nueva vida. Le tenía pavor al cambio, a lo desconocido, y no se dejaría convencer.
En algún momento encontraría la oportunidad para hablar con Thomas al respecto; no le confesaría que había visto el anillo, pero sí que deseaba mantener las cosas como estaban por un buen tiempo. Hablaría con Ben, le contaría de su relación y tal vez podría quedarse algunos días a la semana en el hogar de Beverly Hills, pero casarse con Thomas no. Debía decírselo, debía alertarlo a tiempo, antes de que sucediera el incómodo momento.
Ignoraba cuándo podría ser, y se moría de miedo de que sucediera de un momento a otro. Debía evitarlo a toda costa: nada era más horrible que el ser rechazado y ella no quería hacerle daño.
Llegó el día del juego, y Danielle continuaba asustada. Intentó esbozar una sonrisa para no hacer sentir mal ni a Tom ni a los niños. Habían esperado ese momento con mucha ilusión, y ella no quería echarlo a perder. Condujo hasta Beverly Hills y Ben salió disparado del auto en cuanto llegó para ver a Cotton.
Fue Nancy quien le abrió la puerta, en un rato se marcharía para su casa. Thomas estaba listo en el salón principal, con una chaqueta de color gris aguardando por ellos.
—¿Están preparados? —les preguntó a los recién llegados con una sonrisa.
Ben saltaba de alegría, y Danielle se acercó para darle un beso en la mejilla.
—No ha parado de hablar del juego durante el día —le comentó con una sonrisa.
—¿Dónde está Tim? —preguntó Ben.
—Está en el patio con Jack, ¿por qué no vas a verle?
El niño asintió.
—Pero primero iré a ver a Cotton.
—Ven conmigo, corazón —le dijo Nancy tomándole de la manita—; el gatito está en la cocina terminando de comer. ¡Yo misma le serví su plato hace unos instantes!
Ben se fue contento con ella, y Danielle aprovechó el instante para darle un beso. Cuando estaba con él sentía que sus temores disminuían, pero no estaba preparada para escuchar su propuesta de matrimonio.
Thomas se palpó los pantalones y enarboló una expresión de fastidio.
—Olvidé mi teléfono arriba... —murmuró—. Tendré que ir a buscarlo.
—No te preocupes, Tom; yo lo busco por ti, de paso voy al baño antes de que salgamos. Mejor échale un vistazo a los niños.
—Eso haré; también buscaré a George, ya casi es hora de irnos. Gracias, amor —le dijo con dulzura al ver que ella se encaminaba escaleras arriba.
Danielle no demoró mucho tiempo: fue al baño y luego tomó el teléfono de Thomas que se encontraba encima de la mesita de noche cargándose. Iba a marcharse cuando una idea pasó por su cabeza: el anillo. Se sentía mal por husmear, pero quería saber si continuaba allí. Abrió el armario con sigilo, pero no encontró la cajita de terciopelo rojo. Buscó en otros cajones, pero tampoco la encontró. Aquello, más que tranquilizarla la alarmó: ¿la habría guardado Thomas en otro lugar o se la habría echado arriba para proponerle matrimonio esa noche? Cerró las puertas del armario y apartó esa idea de la cabeza. No era posible; Thomas no se lo propondría así, sin que Ben lo supiera primero; era descabellado, pero aún así, tenía miedo.
—¿Todo está bien? —le preguntó Thomas cuando la vio bajar con el rostro desencajado.
—Sí, todo está bien. ¿Nos vamos?
Thomas asintió.
Unos minutos más tarde, llegaban al Dodger Stadium, el hogar del equipo local de baseball. George se dirigió a una de las secciones previstas en el estacionamiento para personas con discapacidad. Thomas, Danielle y los niños entraron por una de las puertas, conducidos por personal del estadio que los llevaron a sus puestos. Tenían aquel tipo de tratamientos con visitantes con la condición de Thomas; en este caso él la aceptaba, porque con la gran concurrencia de personas al juego, sería imposible entrar sin la asistencia del personal.
Danielle dejó a Thomas con los niños en sus lugares —Tom estaba en su silla, en una esquina de la fila—, para ir a comprar coca-cola y palomitas para todos. Cuando regresó, los niños estaban más animados que nunca y se tomaron muchas fotos. Dani se sentó junto a Thomas, para que los niños tuvieran mejor visión del terreno, ya que ellos estaban en una esquina. El estadio se fue llenando y a la hora prevista, comenzó el juego.
Thomas, con disimulo, estrechó la mano de Danielle y ella lo permitió. Los niños estaban tan concentrados en lo que sucedía, que ni siquiera se percataron de ese detalle.
El abridor por los locales fue Clayton Kerchaw; la primera entrada pasó sin grandes sustos, pero en el segundo inning los Red Soxs anotaron una carrera en las piernas de Michael Chavis. En el tercer inning, en cambio, Chris Taylor logró un impresionante home run lo que permitió que los Ángeles Dodgers se fueran adelante en el marcador. La algarabía era general, los niños se pusieron de pie para aplaudir entusiasmados y los chiflidos de los fanáticos inundaron el lugar.
Hubo un receso a mitad del juego, pues los Dodgers cambiarían de pitcher. En el estadio pusieron música para amenizar la espera y en las pantallas comenzaron a proyectar a parejas del público. Los primeros fueron unos adolescentes, que se besaron apasionadamente ante el aplauso general.
Danielle se sentó un poco incómoda, no le gustaban esas manifestaciones de entusiasmo del público y la Kiss Cam podía ser bastante indiscreta. Solían buscar a parejas al azar para obligarlas a demostrar su amor e incluso se habían producido propuestas de matrimonio durante esos momentos, no siempre con los resultados esperados.
—¡Oh! —gritó Tim entusiasmado—. Tío, están en la pantalla.
Danielle miró horrorizada cómo ella y Tom aparecían, en efecto, proyectados en las pantallas del estadio. Las personas que estaban cerca de ellos comenzaron a gritar para que se besaran, y Thomas le sonrió. Él estaba tranquilo, feliz, y no veía nada de malo en ello. Sin embargo, Danielle pensó en las propuestas que había visto en los estadios, recordó que el anillo no estaba en su sitio, y tuvo miedo de que aquel hecho no fuese una simple coincidencia y que Thomas hubiera previsto todo para declarársele.
Tom acercó su rostro al de Danielle para besarla, pero ella le dio un beso en la mejilla, rehuyendo su boca. Aquel desplante suscitó nuevos chiflidos y reacciones de rechazo por parte del público y tanto Tom como los niños la miraron con expresión desconcertada. No sabían qué había pasado ni por qué ella temblaba como una hoja.
—Lo siento —susurró Danielle antes de ponerse de pie y salir a las escaleras—, debo ir al baño.
Pronto el ambiente caldeado del estadio se calmó, ya que el juego se reanudó y estuvo tranquilo hasta el último tercio, cuando volvió a empatarse. Danielle estuvo ausente por bastante tiempo. En efecto, había ido al baño, pero luego tomó un poco de aire fresco en uno de los corredores para intentar serenarse.
Había hecho el ridículo, y lo peor de todo era que había avergonzado a Thomas y a los niños con su actitud. No podía justificarse ante él, porque sería incluso más humillante decirle que no aceptaría una propuesta de matrimonio de su parte. Incluso tenía sus dudas... Tal vez solo fuera una casualidad y Thomas no iba a proponérselo.
Su teléfono sonó en el bolsillo de su pantalón, era un mensaje de Thomas:
"Danielle, estoy preocupado. ¿Todo está bien? No sé qué decirles a los niños".
Dani suspiró una vez más y le contestó que en breve estaría de vuelta. Así lo hizo. Cuando llegó junto a Thomas lo notó preocupado, pero también advirtió su expresión de desaliento y de decepción.
Por fortuna los niños, que no entendían de esas cosas, estaban felices con el partido y Ben más tranquilo cuando ella retornó.
El viaje de regreso hasta el hogar de los Vermont lo hicieron en absoluto silencio. Eran los niños los que más hablaban, riendo de los momentos más importantes del partido, que a última hora lo ganaron los locales para júbilo de su afición.
Entraron a la casa, aunque Danielle le advirtió a Ben que tenían que irse pronto. Al día siguiente era su cumpleaños y había quedado con sus padres en ir dormir a su casa. Los niños se dirigieron a la habitación de planchado para ver a Cotton y Thomas y ella se quedaron a solas por primera vez después de aquel momento bochornoso.
—Perdóname... —le dijo ella con un hilo de voz.
Thomas no le contestó, estaba con el teléfono en la mano y el ceño fruncido.
—Thomas... —Ella se agachó para tomar sus manos, pero él la rehuyó—. Por favor, mírame...
—¿Por qué tenías que hacerme eso, Danielle?
—¡No lo sé! Entré en pánico. No me gustan las manifestaciones de afecto en público; creí que con un beso en la mejilla sería suficiente.
—No para una Kiss Cam, Danielle. —Él estaba ensombrecido.
—Recuerda que aún no le he contado a Ben, no quería que se enterara así: por una presión de esa clase.
—Mira esto. —Thomas le tendió su teléfono.
Danielle quedó desolada cuando leyó un titular, una de esas tantas noticias que sobre el recién finalizado juego comenzaban a circular: "Kiss Cam: mujer rechaza beso de discapacitado en juego de los Dodgers". Abajo estaba el video que, por supuesto, ella no lo reprodujo, aunque vio que habían aumentado mucho las vistas. Tal vez incluso se convirtiera en un video viral.
—¡Dios! —exclamó ella abrumada—. Esto es horrible... ¡Lo siento mucho, Tom! Perdóname.
—No tengo nada que perdonarte, Dani. Lo que más me duele de todo esto es ver tus dudas acerca de nuestra relación. Tu rechazo fue solo la manifestación de lo que sientes por mí.
—¡No digas eso, Tom!
Danielle debió interrumpirse pues en ese instante aparecieron los niños. Tenía que marcharse pues ya se hacía tarde y el momento de intimidad se había quebrado.
—Te llamo en la noche —le dijo ella, aunque no se atrevió a darle un beso.
Los niños se despidieron y ella se marchó con Ben. Se sentía muy agobiada por lo que había sucedido. No esperó que su reacción tuviera unas consecuencias tan terribles para Thomas, y que ella lo avergonzaría tanto. Tenía deseos de llorar, pero no podía hacerlo delante de su hijo, pues lo alarmaría y no era algo que deseara hacer.
—Mamá, ¿por qué no le diste un beso a Tom? —preguntó el niño.
Aquella pregunta la dejó helada, pero intentó responderle. Lo miraba a través del retrovisor pero el niño estaba realmente muy calmado.
—Yo le di un beso, corazón. En la mejilla, como siempre hago.
—Pero era en los labios. Soy un niño, pero no soy tonto.
Danielle suspiró. Era un niño muy espabilado, sin duda.
—No me gustan esas cosas; además creí que tal vez no te gustaría que yo besara a alguien que no es tu papá...
Ben se encogió de hombros.
—Tom es mi amigo y lo quiero; no me importaría que lo besaras —contestó con sencillez.
—¿Estás seguro? —precisó sorprendida.
—Sí —aseguró el niño—; yo he besado a Grethel.
Danielle frenó en el semáforo en rojo y se volteó hacia el asiento trasero para ver a su hijo de casi siete años a los ojos. Tenía una tranquilidad enorme y le sonrió, con la mayor naturalidad del mundo.
—¿Has besado a Grethel?
—Ella me lo pidió —respondió el pequeño encogiéndose de hombros una vez más—. Fue en Disney.
Ciertamente no había prestado demasiada atención durante aquel paseo. ¿Cómo había sucedido eso?
—Ben, ustedes son niños; solo se deben besar en la mejilla. Los amigos se besan en la mejilla, ¿de acuerdo?
—Está bien, mamá.
El sonido de los cláxons de otros carros le indicó a Danielle que ya habían puesto la luz verde, así que se concentró en el resto del trayecto.
—Luego hablaremos sobre esto —le dijo.
Danielle se sentía muy mal por lo sucedido, no sabía cómo mejorar las cosas, pero tampoco cómo explicarle a Tom que ella no quería casarse. ¡Se estaba comportando como una mala mujer, y sufría por hacerle daño!
Cuando llegó a su casa, sus padres la estaban esperando en el salón principal.
—¿Todo está bien? —le preguntó Richard—. Vimos el partido.
Con esa simple frase Danielle comprendió que habían presenciado el desaire que le había hecho a Thomas.
—Vamos, Ben —le dijo su abuela—, voy a servirte la cena. Seguro que tienes hambre.
Donna miró por un instante a su hija con pena. No se alegraba de lo que había sucedido, y no quería que sufriera.
Danielle se dejó caer en el diván, y en esta ocasión no pudo evitar que las lágrimas bajaran por sus mejillas.
—¡Le he hecho daño, papá! ¡No fue mi intención!
Él la abrazó, y le dio un beso en la cabeza.
—Thomas te quiere y sabrá perdonarte; tal vez lo haya hecho ya. Lo importante es que pienses muy bien en qué motivó ese rechazo. ¿Fue por Ben? ¿Por ti? ¿Por nosotros? No me respondas ahora, solo reflexiona acerca de ustedes. Si lo amas, Danielle, tienes que hacérselo ver. No puedes sentirte avergonzada de quererlo, porque entonces sí pueden perder lo que ahora tienen.
Danielle se enjugó las lágrimas y fue por un instante al baño para recomponerse. Luego se unió a la cena con su hijo, pero no tenía apetito. No podía olvidar los ojos llenos de decepción de Thomas, y aquel video que circulaba con su público rechazo. ¿En qué estaba pensando? ¿Por qué no le dio un breve beso en los labios? Porque tenía miedo... Miedo de que le propusiera matrimonio; miedo de hacer pública su relación, miedo de que las cosas salieran mal...
A la hora de dormir tomó su teléfono; Thomas estaba en línea, así que decidió escribirle, mientras las lágrimas volvían a bajar por sus mejillas:
"Lo siento mucho, Tom; fue una reacción no algo que pensé hacer, no sé qué me sucedió... La presión del estadio me hizo tomar una mala decisión, pero no fue mi intención. Eres muy importante para mí y estoy triste con lo que sucedió. Perdóname".
"No te preocupes. Ya pasó. Nos vemos mañana en el cumpleaños. Buenas noches, Dani" —le contestó.
Dani comprendía que aún estaba decepcionado, pero no sabía qué hacer para revertir aquella situación.
—Dani, ¿puedo pasar?
Era su madre con una taza de chocolate caliente para ella. Dani la aceptó e intentó sonreír, pero no podía.
—Gracias, mamá.
—Por nada, cariño. Contrariamente a lo que puedas pensar, yo no me alegro de lo que sucedió. Lamento el momento tan incómodo, pero no dejes que eso te ensombrezca, Dani. Mañana es el cumpleaños de tu hijo, y eso para ti tiene que ser lo más importante. Ya tendrás tiempo de arreglar las cosas con Thomas, hija.
Danielle sabía que ella tenía razón, así que dejó la taza sobre la mesita de noche para darle un abrazo. A pesar de sus desavenencias, nada como el cariño de mamá para aliviar un poco el dolor del corazón.
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