Capítulo 25
25 de diciembre de 2018
Danielle despertó con los abrazos de su hijo alrededor de su cintura. Si había un día que el pequeño se despertaba temprano, era el día de Navidad para ver sus regalos. Ojalá fuese igual de dispuesto para ir a la escuela. ¡Le costaba tanto despertarse! El día anterior habían tenido una cena tranquila con los señores Robson —los padres de Benjamín—, quienes agradecían tener un poco de calor familiar en esa fecha. Luego Richard los llevó hasta su casa, que estaba bastante cerca, y Danielle y Ben se quedaron a dormir allí, pues era tradición para ellos que su único nieto abriera los regalos que tenían puestos en el árbol.
—¡Mamá! ¡Mamá, despierta! —exclamó Ben, dándole un beso en la mejilla.
Dani sonrió al ver a su pequeño de cabello dorado y ojos grises: la copia exacta de su padre. Pronto cumpliría siete años. Su madre y ella habían ultimado los detalles para la fiesta e invitado ya a los pequeños de la clase de Ben, incluido a Tim por supuesto, y a los mellizos que, aunque no estudiaban con él, ya eran sus amigos.
—¿Qué te habrá dejado Santa? —le preguntó Dani.
El niño se incorporó de la cama y salió corriendo en dirección al salón, quería ver las sorpresas que aguardaban por él.
Danielle tomó su teléfono un momento, para comprobar si tenía mensajes de Thomas; la verdad es que no tenía ninguno. Sabía lo que sucedía con él: estaba decepcionado por no poder compartir con ellos por estas fechas, y eso le entristecía. Dani también sentía el corazón oprimido, pero ignoraba cómo actuar. En los últimos días su relación con su madre estaba más tranquila, pero la incomodidad respecto al tema Thomas continuaba latente.
—¡Feliz Navidad! —le dijo su padre cuando llegó al salón.
—¡Feliz Navidad! —respondió ella.
Donna se acercó a su hija para felicitarla también, y le tendió una taza de chocolate caliente que era una delicia. Ben se encontraba de rodillas frente al árbol, con una gigantesca caja envuelta en papel de regalo y otras más pequeñas.
—¡Oh! —exclamó cuando comenzó a romper el envoltorio de la caja más grande—. ¡Una bicicleta!
Los ojos le resplandecían y los mayores no pudieron evitar sonreír ante la imagen: Ben era muy tierno y estaba muy emocionado con su regalo. La siguiente media hora fue muy agradable, pues Danielle también recibió obsequios de sus padres y ellos de parte de Ben y de su hija.
Luego Richard llevó a Ben al patio para enseñarle a montar su bicicleta; no tenía rueditas de apoyo, así que era un poco más difícil, pero el niño se divirtió mucho. Donna y Danielle los observaban riendo, y en un abrir y cerrar de ojos se hizo casi mediodía. Ben dejó la bicicleta en el jardín –había aprendido algo, pero aún no mantenía el rumbo fijo–, y corrió hasta su madre con los ojitos suplicantes.
—¡Mamá! —exclamó—. ¿No iremos a desearle Feliz Navidad a Tom? ¿Y a Tim, Rob, Mónica y Jack?
Donna lo miró con el ceño fruncido, pero no dijo nada. Esperaba que Danielle tuviera el mínimo de compostura para decirle que no, pero una vez más se equivocó.
—Ve a cambiarte, cariño. No pretenderás ir en pijama, ¿verdad?
El niño desapareció como una flecha. Donna le preguntó con voz pausada:
—¿Entonces no se quedan a almorzar?
—No creo, mamá —contestó Dani, intentando no mirarla a los ojos—. Thomas nos está esperando. Ben tiene un obsequio en el árbol de Navidad de los Vermont y le hace mucha ilusión.
—Me parece muy bien, Dani —apoyó Richard, dándole un beso en la cabeza—. Ben no deja de hablar de ellos, los quiere mucho y yo, como abuelo, agradezco el cariño que mi nieto recibe en esa casa.
Donna esta vez no dijo nada, se limitó a regresar a la cocina. Dani suspiró y se encaminó a su habitación para cambiarse de ropa también. Esta vez, tenía un mensaje de Feliz Navidad de parte de Tom, pero no le contestó. Quería darle la sorpresa de aparecer sin que la estuviera esperando.
Thomas estaba al lado del árbol de Navidad. Parecía como si hubiese pasado una especia de tromba marina por allí, pues los lazos y papel de regalo estaban todavía en el suelo, luego de que Tim, Mónica y Rob participaran del bello momento de abrir los regalos. Por supuesto que los presentes para Danielle y Ben estaban todavía sin abrir, esperando a que ellos aparecieran.
No sabía si irían a verle; Danielle le había dicho en algún momento que sí, pero no estaba seguro. Le dolía el corazón de saber que tuvieron una cena familiar en la que él no pudo participar, y se preguntaba cuándo llegaría el momento en el que pudiera sentirse parte de ellos.
Mónica comenzó a recoger los papeles de regalo del suelo, para ordenar un poco. Cuando terminó, se percató de que su hermano tenía la mirada perdida, absorto en sus pensamientos.
—¿Qué sucede, Tom? —le preguntó Mónica sentándose a su lado—. ¿Es por Danielle?
Él asintió.
—No he tenido noticias de ella todavía; le he pasado un mensaje: me leyó, pero no ha respondido.
—Estoy segura de que pronto lo hará. Quién sabe y esta tarde Ben y ella estén con nosotros.
Tom intentó esbozar una sonrisa, pero no lo consiguió. No podía negar el daño que le había causado aquella distancia, el saber que no era digno de ser su pareja a los ojos de todos. Quería confiar en que aquello cambiaría, pero no estaba seguro.
—Mónica, ¿cómo ves esta relación desde fuera? Ya sé que eres mi hermana, pero también eres su amiga. ¿Crees que las cosas están bien?
Mónica suspiró, aquello era difícil para ella, sobre todo porque no entendía en ocasiones la actitud de Danielle; aunque, por otra parte, reconocía en Dani las mismas inseguridades que ella misma tuvo en el pasado.
—Pienso que se aman y que son una hermosa pareja, pero que deben todavía superar muchas cosas que les impiden ser felices plenamente. Danielle tiene miedo. Para ella vivir contigo supondría hacer muchos cambios en su vida, cambios que incidirían no solo en ella sino también en su hijo, por eso es tan cautelosa.
—Mónica, pero en ocasiones me siento excluido... No sé si trata de mi discapacidad o hay algo más.
Mónica negó con la cabeza.
—Danielle te quiere, Tom; ha aprendido a vivir con tu discapacidad, a amarte como eres, eso es algo importante. Lo que sucede con ella es otra cosa: teme ser feliz, teme cambiar y tomar decisiones, pero no tiene que ver con tu afección. ¿Por qué no la invitas a pasar Nochevieja con nosotros?
Thomas parpadeó. Luego del rechazo del plan respecto a la Navidad, no lo había pensado.
—¿Crees que quiera?
—¡Claro que sí! Recibiremos a Mike, Sarah y los niños como cada año. Seguro que se la pasa genial con nosotros.
—¿Y si tiene planes con sus padres?
—Pues invita a los padres también.
Thomas asintió, pero no contestó pues vieron por la ventana que el auto de Danielle se estacionaba frente a la casa. Él no pudo evitar sonreír: de pronto se sintió como el hombre más feliz sobre la faz de la Tierra.
—¿Ves? —le dijo su hermana riendo—. ¡Aquí están! Feliz Navidad, querido hermanito. Ahora sí que te veo contento de verdad.
Ben saludó a Mónica en el umbral de la puerta, pero salió disparado a abrazar a Thomas. Lo quería mucho, y tenía un lazo muy especial con él, como si se tratara de su propio tío o del padre que no había podido disfrutar durante su infancia.
—¡Feliz Navidad! —gritó el niño.
Danielle entró también a la casa, luego de intercambiar par de palabras con Mónica; la mujer se despidió para dejarlos a solas. Dani se acercó a Tom, quien estaba realmente animado, y le dio un beso en la mejilla.
—¡Feliz Navidad! —le dijo él—. Me sorprendiste, pensé que no...
—Vi tu mensaje —le contestó ella, tomándole la mano por un instante—, pero tenía que verte, así que no quise demorarlo más para darte una sorpresa.
Él la miró con aquellos ojos oscuros que tanto le gustaban, y a punto estuvo de inclinarse para darle un beso fugaz, cuando Ben llamó la atención de los dos:
—¡Santa me trajo una bicicleta! —exclamó el niño feliz—. Está en el auto para que puedas verla, Tom.
—¡Qué maravilla! Después podemos dar un paseo si quieren —respondió él—, ustedes en las bicicletas y yo en mi silla. ¿Hacemos una competencia?
—¡Pero todavía yo no monto bien! —repuso Ben con un poco de tristeza.
—No te preocupes, yo te enseño. Yo mismo le di clases a Tim hace un tiempo. ¡Aprenderás enseguida! ¿Por qué no vas al árbol a ver tu regalo? Me parece que ese paquete por allá, con un lazo azul, es el tuyo.
Ben dio un salto y de inmediato se acercó al árbol; despedazó el papel de regalo y quitó las cintas azules. Dani se rio:
—No son muy cuidadosos a esas edades; el entusiasmo y la curiosidad los dominan.
Ben sonrió cuando extrajo de la caja un juego de parchís. Era muy bonito: magnético, con la cual las fichas no se despegaban del tablero.
—¡Es genial! —gritó—. ¡Muchas gracias, Thomas! —Se abrazó a él.
El niño sabía que el regalo provenía de él, ya que Santa solo conocía la dirección de sus abuelos. Aquello Danielle se lo había explicado antes de llegar, para que Ben agradeciera apropiadamente el obsequio que fuese.
—Me alegra mucho, Ben —respondió él—. Hay algo más en la caja, y otra sorpresa que tengo, que buscaré de inmediato.
Ben lo observó intrigado.
—¿Qué es?
—¡Ya verás, campeón!
—Gracias por todo, Thomas —le dijo Danielle antes de que se retirara.
Dani se acercó con Ben a la caja de regalo y, en efecto, en el fondo había un libro: Las aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain.
—¡Excelente regalo! —exclamó Danielle complacida—. Algo nuevo para leer en las noches, ¿qué te parece?
—Me encanta, mamá. ¡Tom es lo máximo!
Danielle sintió que su corazón latía aprisa. ¿Habría llegado el momento de confesarle la verdad a Ben? En ocasiones quería hacerlo, pero en otras se frenaba y no sabía por qué. Tenía miedo de dar el siguiente paso, de volverse una familia. Después de lo que sucedió con Benjamín, sabía que la felicidad podía ser muy frágil.
—¡Gracias por el libro, Tom! —gritó el niño cuando lo vio acercarse—. ¡Lo empezaremos esta misma noche!
—¡Qué bueno, Ben! Ahora acércate aquí para que veas tu otra sorpresa. No estoy muy seguro de que le agrade a tu madre, pero podrás tenerlo aquí en casa y será tuyo.
Los ojos de Ben brillaron de alegría y Danielle se estremeció con el comentario. Thomas llevaba en sus piernas una cesta, y dentro de ella una criatura peluda se movía.
—¡Oh! —exclamó Ben conmovido cuando lo vio—. ¡Es un gatito!
Dani suspiró un poco aliviada, al menos no era un perro. Ben reía mientras tomaba en sus manos a aquella bolita de color blanco. ¡Era pequeñito y suave como el algodón!
—¡Qué lindo! ¿Es hembra o macho? ¡Me encanta! ¡Mira, mamá! —Ben se acercó a su madre y le tendió al animalito.
Danielle le dirigió una mirada amenazadora a Thomas, pero sonrió al tomar en sus manos a aquel pequeñín.
—Es macho —le explicó Thomas sonriendo también—; fui al refugio ayer en la tarde y lo adopté para ti. ¿Te gusta?
—¡Es el mejor regalo, Tom! —le dijo el niño abrazándolo una vez más.
Thomas lo abrazó también. Adoraba a aquel pequeño con todo su corazón, y lo único que quería era que conformaran muy pronto una verdadera familia.
—¿Cómo vas a llamarlo?
El niño se quedó pensativo por unos instantes, hasta que finalmente dijo lleno de convicción:
—¡Cotton! —Era el nombre perfecto, pues sin duda el gatito era una mota de algodón.
Ben volvió a tomar a Cotton en sus brazos y se sentó en el diván con él. El gatito parecía muy tranquilo y le agradaba Ben, pues recibió sus caricias con verdadero deleite y comenzó a ronronear.
—No estás molesta, ¿verdad? —le preguntó Thomas a Danielle, un tanto preocupado.
—No lo estoy —le aseguró ella con una sonrisa—. Cotton es adorable y desde el fondo de mi corazón te agradezco que no sea un perro, pero me preocupa que en casa esté solo todo el tiempo y...
—No te preocupes, cuando lo adopté lo hice de manera responsable, pensando en que viviera aquí. Yo me ocuparé de él y Ben podrá verlo siempre que venga.
"Y cuando viva aquí tendrá a su gatito" —aquella idea no la exteriorizó.
—¿Crees que tenga problemas con Jack?
—No creo, Jack es muy bueno, además está en su área. Esta es una casa muy grande. Le he comprado a Cotton todo lo necesario: comida, su arenero, una camita...
Ben lo miró lleno de alegría, le entusiasmaba saber eso.
—¿Y dónde está su camita? —le preguntó el niño.
—En el cuarto de planchado, es un lugar calentito y cómodo. ¿Por qué no lo llevas a allí?
—¿Tim ya conoce a Cotton?
—Todavía, no le dije nada hasta que tú lo vieras primero: es tuyo.
—Iré a buscar a Tim y a mostrarle a Cotton —dijo el niño resuelto—. Luego lo dejaré en su camita.
Danielle y Tom vieron al niño alejarse con una sonrisa en los labios. Cuando se marchó, ella se sentó en sus piernas y le dio un beso; Thomas reciprocó aquel beso con ansias y la abrazó contra su cuerpo.
—Ahora falta tu regalo, mi amor. Es pequeñito, pero espero que te guste.
—Yo también te tengo uno, Tom —le dijo ella dándole una bolsa de color rojo que había dejado sobre el diván cuando llegó—. Espero sea de tu agrado, en realidad no sabía qué regalarte —añadió un poco ruborizada.
Thomas extrajo de la bolsa un libro: Travelling to Infinity: my life with Stephen. Era el libro de memorias escrito por Jane Hawking sobre su relación con su esposo.
—Revisé en tu despacho y en los libreros y vi que no lo tenías...
—No lo había leído; muchas gracias, cariño.
Thomas abrió el libro y encontró una dedicatoria hecha por el puño y letra de Danielle: "Para el amor no hay barreras; porque nuestro viaje juntos sea infinito. Con cariño, Dani".
—Amor, es precioso... —Él estaba muy conmovido y ella corrió a darle un beso.
—Me alegro que te haya gustado, Tom.
—Me encantó. Ahora abre el tuyo...
Danielle se acercó al árbol. Quedaba una única cajita de color rojo con lazos plateados. Ella la abrió con cuidado y vio lo que tenía en su interior:
—¡Es bellísima, Thomas!
—Me hace feliz que te guste.
Era una cadena de plata con un dije en forma de corazón.
—Tiene algo en su interior —añadió él, cuando Danielle lo tomó en sus manos.
Ella se percató de que el corazón tenía una pequeña muesca para abrirlo. Dentro había una fotografía de Thomas, Ben y ella en Disney.
—¡Qué hermoso! —Una lágrima bajó por su mejilla.
Thomas se acercó a ella y le dio un beso en los labios.
—Es nuestra familia —le susurró al oído.
Dani se arrodilló frente a él y escondió el rostro en su pecho. Thomas le puso la cadena en el cuello y luego sus brazos se cerraron sobre ella, atrayéndola más hacia su corazón. Cuando la tenía así, tan cerca, tan suya, experimentaba la dicha más plena.
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