Capítulo 5: El choque con la realidad
Los días cada vez pasaban más rápido. Mi relación con Biel y Marta no hizo más que mejorar. Nos entendíamos más y poco a poco iba descubriendo como eran ellos verdaderamente.
Como ya pensaba, ellos se pasaban muchas horas al día trabajando, aún no sabía exactamente cuál era su trabajo, pero solo sabía que dentro de casa, Biel tenía un despacho en donde trabajaba. Y aunque a veces Marta también lo hacía desde casa, normalmente se iba afuera a trabajar.
Los días habían sido tranquilos, y eso me había ayudado a la hora de adaptarme a lo que era mi nuevo hogar. Cada vez dolía menos el recuerdo de que ya no volvería a vivir en el orfanato, que ya no viviría junto a mis amigos, que todo eso queda atrás. Que en esos momentos, eso es pasado.
Ya no me pasaba como en los primeros días, que cuando pensaba en algo de mi pasado, un nudo se me formaba en la garganta y los ojos se me cristalizaban. Con el tiempo, solo tenía una triste sonrisa mientras recordaba todo aquello.
Durante esos días, continué llamando a mis amigos. No tenía mucho tiempo libre, pero cuando lo tenía, me gustaba emplearlo en llamarles y hablar de como nos estaban yendo las cosas. Las clases para ellos ya habían acabado, al igual que las clases de Max. Así que, habían empezado a hacer actividades de verano y a tener más tiempo libre.
Yo por mi parte, como que ya no estaba en el orfanato y aún no me habían inscrito al supuesto instituto al que iría cuando comenzasen las clases de nuevo, mis horario lectivo acabó el mismo día que me fui.
Aparte de eso, también pude hacer cosas que llevaba toda la vida deseando. Por fin yo era la que caminaba por las calles de Barcelona en vez de una persona al azar. Era yo la que podía ir a un parque y disfrutar del simple hecho de estar allí. Podía ir y comprarme lo que quisiera en cualquier tienda de la ciudad.
Se me hacía extraño verme a mí haciendo todas las cosas que en su momento no eran más que fantasías. Entiendo que para mucha gente, cosas tan simples como tomar el café en una cafetería y poder disfrutar de mirar por la ventana, no era algo más que algo común y sin valor, pero para alguien que cada pequeño detalle lo había estado imaginando y deseando desde hace tanto tiempo... Era algo simplemente increíble y valioso que siempre recordaría. Durante esos días, mis horas estuvieron llenas de primeras veces. Tenía tantas cosas que quería hacer y tan poco tiempo, que cuando llegaba a casa estaba agotada.
A mí siempre me había encantado dibujar. Aún recuerdo como antes los dibujos los hacía con mis materiales de clase como libretas y lápices. Cuando se lo dije a Marta en una de las muchas conversaciones que ya habíamos tenido, me llevó a una tienda de arte.
Cada vez que hacía algo nuevo, no podía dejar de mirar a todos los lados, era tan impresionante la de pequeños detalles que la gente pasaba desapercibido... A veces me veía a mi misma como una niña pequeña. Cuando salíamos, me encantaba verlo todo y me entraban cosquilleos en las manos por querer tocar y sentir todo aquello que me rodeaba.
Mi relación con Max era un poco diferente. No me caía bien, pero tampoco mal. Desde la discusión que tuvimos en la piscina, ambos estábamos intentando no ser tan duros con el otro y bueno, digamos que nos soportamos. No es que quisiera estar con él todo el rato, pero era soportable estar con él comiendo o pasar cinco minutos juntos.
Pero, como era de esperarse, seguíamos teniendo nuestros más y nuestros menos. En resumen, nos caíamos mal, pero ya no tanto. Por eso, evitábamos vernos lo máximo que podíamos, porque si estábamos el mínimo rato juntos, lo más seguro es que acabara en pelea.
Aun así, mis pensamientos hacia él seguían siendo los mismos, era una persona que en lo personal, no me gustaba.
—Bea por favor, ves a avisar a Max de que baje a cenar— Me pidió Biel desde la cocina. Estaba en la vitrocerámica negra, preparando lo que se veían como macarrones a la boloñesa.
Desde que vi la cocina por primera vez, me encantó. Era blanca y minimalista como toda la casa. Encimeras de madera blancas con rebordes redondos y cuarzo blanco encima hacían un recorrido por toda la pared hasta acabar en isla. En donde una lámpara descansaba colgando del techo. Tres sillas de madera clara estaban puestas al otro lado de la isla. Unos azulejos grises se veían en el salpicadero, y todos los objetos de decoración era de una gama de grises.
Era una cocina extremadamente bonita, como toda la casa. Parecía que había salido de una revista.
Asentí de mala gana a lo que Biel me había pedido y medio refunfuñando bajé de la silla que estaba en la isla de la cocina para subir hacia la segunda planta.
Subí por las bonitas escaleras hasta llegar al pasillo que cada vez más cariño le cogía. Este era amplio y dejaba pasar un montón de luz general, por no hablar del cómodo banco que había al fondo y que ahora frecuentaba a ir para leer algo. Era un sitio precioso y que con el tiempo me gustaba aún más.
No se escuchaba ningún ruido desde hacía rato, pero aun así, con la certeza de que él estaría en su habitación, con mis nudillos di unos suaves toques a la puerta. No hubo respuesta. Volví a picar y nadie respondió.
—Max, Biel dice que bajes a cenar—Dije a través de la puerta un poco mosqueada. Al recibir silencio como respuesta, inflé las mejillas.
—Oye vale que te caiga mal, pero al menos contéstame— Le dije esta vez ya enfadada. El silencio volvió a ser la respuesta.
Decidí abrir la puerta preparada para dejarle claro un par de cosas. Al principio, no estaba segura al recordar en lo que me dijo nada más llegar, pero finalmente me dieron exactamente igual sus tontas amenazas y giré el pomo. Cuándo la puerta se abrió me dejó confundida.
Estaba todo tan silencioso y oscuro... Hasta que una sombra al fondo de la habitación hizo que ahogara un pequeño grito de la impresión. Sus pupilas se dilataron al verme, pero al cabo de un segundo volvieron a su estado de antes, como si estuviera ido. Tan ido que daba miedo. En esos segundos pude ver con más detenimiento su habitación.
Max había bajado las persianas. En el centro, había una gran cama, esta estaba hecha un caos. Los cojines estaban de cualquier manera y las colchas estaban deshechas. Por el suelo, había piezas de ropa esparcidas y tiradas, y el escritorio estaba lleno de bebidas energéticas y de papeles desordenados.
En el centro de la cama, la pequeña luz de la pantalla de un ordenador se veía, rebelando el poco color de algunas piezas de ropa que se encontraban en el camino.
Hace poco pude ver esa misma habitación en condiciones óptimas. Tenía dos ventanas al fondo que le daban bastante luminosidad al lugar. Una gama entre azul marino y naranja se apreciaba en varios espacios de la habitación; desde el cabezal de la cama hasta en las estanterías. Tenía un armario empotrado y al lado de su cama un escritorio con un ordenador y una pequeña lámpara de mesa.
Aparte de un par de estanterías, en las paredes se podían apreciar también varios pósteres de sus bandas favoritas a la par de fotografías que, por lo que pude deducir al ver una cámara reposar en su mesita, él las había hecho.
Esa habitación no se parecía en lo más mínimo a lo que mis ojos podían apreciar en esos momentos. Parecía que Max no había salido de allí en días. En unos segundos oí unas grandes zancadas y volví a la realidad. Max se estaba acercando con una rapidez incontrolable.
Yo caminé hacia atrás todo lo que pude, hasta que choqué contra la pared. Estaba aterrorizada. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, se quedó mirándome fijamente. Estaba inmóvil, totalmente inmóvil, el idiota me había dado un susto de muerte.
Ahí fue cuando pude ver con detenimiento su rostro. Tenía unas grandes ojeras, su pelo estaba todo revuelto, y un rastro de agua que se había secado hacía un camino desde su lagrimal hasta la mandíbula.
—¿Se puede porque querías matarme del susto? Que vale que no te caiga bien, pero no son maneras, coño— Suspiré —¿Y a ti que te ha pasado? Tienes pinta de haber muerto— Le pregunté por su estado físico
—No te importa— Se Limitó a decir con largos silencios entre palabras, mientras hacía caras debido a la mucha luz que había en el pasillo en comparación con su habitación. Una ola de aroma a alcohol me llegó nada más él abrió la boca
—Joder, si tenías alcohol haber invitado hombre. Aparte, si Biel y Marta se enteran de esto no creo que les haga mucha gra— Intenté decir pero me interrumpió
—¿¡Y a ti que coño te importa lo que he hecho o lo que no!?— Me chilló mientras sus ojos se empezaban a cristalizar —Aparte, ¡Aquí el que tiene las preguntas soy yo! ¿Qué coño no entendiste de sí no te contesto te largues?—Continuó
—Ni se te ocurra volver a hablarme así, gilipollas, ¿Me has entendido?— Le amenacé mirándolo fijamente. —Mira, no sé que coño te ha pasado, ni sé por qué estás bebido. Pero no eres nadie para tratarme de esa forma, así que si tienes algún puto problema, no lo pagues con los demás. Es más, sabiendo como eres, me parece hasta lamentable que actúes así.— Dije lentamente
—Es más que obvio que algo malo te ha pasado, pero si en vez de dejar que otros te ayuden te ofuscas y te emborrachas en tu habitación, lo único que conseguirás es ser un imbécil que no tiene lo que ha de tener para enfrentarse a lo que le perturba. Tú sabrás lo que quieres hacer — Le acabé de decir y me fui para abajo, dejándolo en ese pasillo del piso superior.
—Espera... Bea...—Oí de fondo como Max farfullaba. No le hice ni el más mínimo caso
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