Capítulo 25: Distancia
Bea:
Me quedé helada. Las lágrimas se empezaron a amontonar en mis ojos, haciendo que la vista fuera cada vez más borrosa.
— E-espera ¿Qué? — Fue lo único que salió y que pude articular sin derrumbarme delante de él.
Max por fin me miró directamente cuando hablé después de su confesión. En su mirada había muchos sentimientos encontrados, sentimientos que se podían ver a través de ese par de perlas, como si estuviera mirando directamente a su alma. Podía percibir dolor, tristeza e incluso resentimiento. Lágrimas también le amenazaban por salir.
— Y-yo lo siento mucho Bea, te quiero mucho, con toda mi alma. Pero esto ha de acabar. — Dijo suspirando con la voz rota y con una solitaria lágrima bajando por la mejilla derecha. Fue cuando su mirada se posó en mis mejillas que noté que estas estaban mojadas debido al llanto que ni siquiera sabía que había empezado.
— ¿He hecho algo mal? ¡Si es porque vivimos bajo el mismo techo no pasa nada, nuestros padres no se enterarán! — Cuando dije eso su mirada volvió a bajar — Espera ¿Es por eso? — No respondió — Max, ¿Se han enterado?— Le pregunté con la garganta seca. No pude siquiera pensar en lo que podría pasar porque rápidamente Max saltó.
— ¡Sí!, es decir ¡No! — Respondió confundido, confundiéndome a mí también con su respuesta. Él suspiró hondo. — No se han enterado — Aclaró y respiré, quitándome un poco del peso que tenía ahora encima. — Pero el motivo es justo ese — Añadió y lo miré sin saber a qué se refería — Bea, no puedo ser tan egoísta como para dejarte correr este riesgo. Estás arriesgando todo lo que querías por mí, y eso no es justo — Se sinceró, acariciándome la mejilla con su pulgar mientras yo me mordía el labio inferior tratando de contener las lágrimas que de nuevo trataban de caer libremente por los laterales de mi rostro.
En el fondo sabía que él tenía razón, sabía que esto era peligroso. Pero lo supe desde el principio, y quise continuar con ello.
— Simplemente, no podemos estar juntos — Dijo con una sonrisa triste — ¿Acaso te replanteaste alguna vez lo que te habría pasado si nos hubieran descubierto? — Me preguntó y yo levemente negué con la cabeza, dándole toda la razón que, en efecto tenía.
—Fue una inmadurez, y ya va siendo hora de que empiece a hacer las cosas bien y con cabeza. Esto, desgraciadamente también está dentro de esa lista— Concluyó mientras se levantó y a paso lento se marchaba hacia la puerta, mientras yo lo veía alejarse, con el corazón en pedazos siendo sostenido por mis dos manos.
Cuando estuvo a punto de coger la lejana puerta de la azotea para abrirla, se giró, dejándome ver las que también estaba llorando, seguramente tanto como yo lo estaba haciendo en ese mismo momento Rápidamente, volvió hacia mí para con sus dos manos, acunar mi rostro y chocar por última vez nuestros labios.
El sabor de nuestras bocas se juntó con el salado sabor de las lágrimas en un beso dulce y sincero, que en vez de saber a cualquier beso regular, sabía a despedida. Fue un beso de esos tímidos y dulces, como si fuera el primero que nos dábamos, siendo irónicamente, el último. Cuando nos separamos, él apoyó su frente en la mía, mientras nuestros rojos ojos miraban la galaxia del otro.
— Has sido la única persona a la que he amado de verdad, y tristemente, es ahora cuando me doy cuenta de ello, Luna — Dice haciendo que me saque una sonrisa triste por el apodo y las palabras que aunque sé que son de despedida, no hacen más que calentarme el corazón — No sé en quién me has convertido, pero que sepas que han sido los mejores meses de mi vida. — Dice susurrando para luego, armarse de valor y alejarse de mí, camino hacia la puerta. Esta vez, sin que ninguno de los dos impidiéramos el momento.
Me quedé en la misma posición durante mucho tiempo. Sola, sentada en ese banco blanco de madera. Sin impedir que él se fuera, porque en el fondo, por mucho que me doliera, sabía que tenía razón. Tampoco lloré, porque todas las lágrimas que podía soltar ya lo había hecho hace tiempo.
Cuando tuve la fuerza y el coraje de hacer algo con mi vida, me levanté y me dispuse a irme a la clase que me tocaba, aunque tenía los ánimos por los suelos y con solo ganas de estirarme en la cama y llorar, sabía que lo mejor sería hacer algo que me despejara. Bajé de la azotea y caminé por los pasillos, en silencio, pero sin rastro de la llorera que me había pegado.
La gente caminaba y hablaba con sus amigos como si nada hubiera pasado, y yo me preguntaba como el mundo podía seguir igual cuando a mí se me estaba desmoronando bajo mis pies. Simplemente, era algo que no me acababa de encajar del todo, incluso cuando sabía de sobras que porque a mí me pasara algo no significaba que el mundo entero debería estar triste también.
Cuando iba a mi siguiente clase me topé con Joan, quién nada más mirarme supo que algo no iba bien.
— ¿Has estado llorando? Tienes el rímel un poco corrido por debajo del ojo. — Me dijo nada más verme, colocándose de inmediato al lado mío y empezando a caminar juntos.
— Eh... yo... — Le empecé a responder
— Vamos Bea, sé que no hemos hablado mucho, pero nos tenemos confianza ¿No? — Me preguntó — Si quieres me lo puedes explicar mientras tomamos un chocolate caliente en la cafetería que hay aquí al lado, ¿Qué me dices? Aún hay tiempo antes de que se acabe el descanso — Me propuso. La verdad es que le tenía confianza, en ese entonces era de los poco amigos fuera del orfanato que tenía, y sentía que no me vendría mal el hecho de hablar con alguien.
Asentí con la cabeza y él me cogió de la mano, llevándome hacia la supuesta cafetería. En menos de tres minutos ya estábamos en una mesa con nuestros respectivos chocolates calientes enfrente de cada uno.
La cafetería era un sitio sumamente tranquilo, lleno de estudiantes que, con la misma idea que nosotros, habían decidido venir a tomar algo durante el descanso. Con aspecto moderno y muebles blancos, la cafetería daba una impresión pulida y refrescante, además de hacer que sus productos resaltaran más en las estanterías.
Las mesas y sillas estaban distribuidas a lo largo de toda la cafetería, incluso se extendían al exterior, donde había una pequeña zona de terraza en donde poder sentarse. Sin embargo, Joan y yo decidimos irnos a una mesa del fondo de la cafetería, donde estábamos más apartados de los demás, entre una pared que separaba la zona de la clientela con la trastienda y junto a un ventanal que daba a la calle.
Removí mi chocolate sin saber bien que decir, calentándome las manos ya de paso cuando cogí la taza para darle un pequeño sorbo al notar mi garganta seca.
— No tengas prisa, dímelo cuando te sientas lista, si es que lo haces, claro — Me avisó él y yo asentí antes de aclarar mi garganta para hablar.
Respiré hondo y le expliqué toda la historia, desde el principio a fin y sin dejarme ni un solo detalle. Él me escuchó atentamente durante todo mi monólogo, de vez en cuando preguntándome algo, pero dejándome hablar, cosa que agradecí. Una vez escupí todo, me removí inquieta ante el pensamiento de que podría ser lo que Joan podría pensar de mí. Al fin y al cabo, hacía poco que nos habíamos reencontrado y habíamos cambiado mucho desde la última vez que nos vimos. Di un trago a mi chocolate impaciente y nerviosa mientras esperaba su respuesta.
— Eso no me lo esperaba, tienes más secretos de los que pensaba — Dijo, intentando sacarle hierro al asunto, cosa que me hizo sacar una pequeña sonrisa. — La verdad es que la situación es complicada, pero habiendo visto a Max, y conociéndolo como lo conozco, debe de haber tenido sus razones y deben haber sido muy fuertes para que de verdad haya terminado con lo que sea que teníais. — Hizo una pausa para remojarse los labios — Y por lo que me has dicho, las tenía — Añadió dándole un sorbo a su chocolate.
— Lo sé, sé que tiene razón y que ha hecho lo correcto, pero aun así duele — Expliqué haciendo una mueca
— Lo sé... — Suspira — Si me lo hubieras dicho hace años no te hubiera creído, él antes no era así de maduro, ni siquiera con Elena... De verdad le debes de importar — Opinó de manera honesta, sacándome una pequeña sonrisa.
— ¿Lo conoces de hace años? — Le pregunté curiosa sobre el asunto, sobre todo por el hecho de aunque nunca los hubiera visto juntos, Joan hablaba como si lo conociese a la perfección.
— No eres la única que tiene secretos — Me dice guiñándome un ojo juguetón. Eso solo hace que mi sonrisa se ensanche. — En realidad fuimos muy buenos amigos, de hecho fuimos mejores amigos cuando éramos pequeños. Pero a los 15 tuvimos... Un pequeño encuentro, que destruyó nuestra amistad para siempre. Desde entonces, a él y a sus amigos no les caigo bien, y los entiendo. — Me explica, mirando por la ventana que tenemos al lado, con una mueca en su rostro. Entiendo que es un tema del que no está cómodo hablando y decido obviarlo.
Después de un rato conversando, volvemos al instituto. Me pasé el día entero intentando no pensar en él, con una sonrisa que parecía más una mueca y con la cabeza en otra parte menos en las clases. Y para que mentir, durante la charla que tuve con Max no fue la única vez que lloré en ese día e incluso los días siguientes.
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