Capítulo 24: ¿Es un adiós?
Un día antes
Max:
Era extraño, pero estaba feliz. No sabía que era lo que tenía con Bea, ni a donde llegaríamos juntos, pero de verdad me hacía sentir que todo estaba bien, que por fin mi vida no era un completo desastre. Hacía mucho tiempo desde que sentía esta felicidad correr por mis venas, desde que sentía mi corazón caliente y una sonrisa se me aparecía en el rostro con solo de pensar en alguien.
Caminaba por el barrio haciendo un pequeño paseo mientras sacaba de casa a mi perro, cuando de repente mi padre me llamó.
— Dime, papá — Respondía a su llamada aprovechando que Nieve había parado para olfatear un arbusto.
— Oye, ya que estás fuera, ¿Puedes comprar leche? Ya no queda en casa y sabes lo mucho que le gusta a tu hermana — Escuché su voz a través de mi teléfono. Claro, leche para mi hermana.
Cada vez que oía esa palabra para refreírse a Bea me hacía recordar esa conversación de hace meses donde ella me explicó sus miedos, y no podía evitar sentirme culpable. Siempre que reflexionaba sobre ello, no podía evitar imaginar que pasaría si alguien se enterara, o más bien dicho, que le pasaría a ella.
—¿Max? — Escuché la voz distorsionada de mi padre y me di cuenta de que me había quedado sumergido en mis pensamientos.
— Sí, perdona. Ahora voy a por la leche — Le contesté sin casi prestarle atención, ya que toda esta estaba focalizada en mis pensamientos.
— Perfecto. — Hizo una pausa y se carcajeó a través del teléfono — ¿Sabes? No puedes ni imaginar lo feliz que estamos tu madre y yo de que Bea haya llegado a nuestras vidas. — Hice una mueca con mi rostro — Sentimos que la familia está completa ahora, por fin hemos podido cumplir nuestro sueño de tener dos hijos — Dijo emocionado.
—Me alegro mucho por eso, papá— Le dije de corazón. Estaba feliz de que mis padres estuvieran tan felices, aunque las palabras que escuchaba a través del dispositivo me escocían como veneno.
— Solo... Gracias hijo por intentar llevarte bien con ella. Ambos sois los mejores hijos que podríamos imaginar — Concluyó mi padre antes de colgar.
Esa conversación, por muy normal que hubiera parecido, se marcó de una manera profunda en mi corazón. Pensé durante todo el camino a casa en esas palabras que no dejaban de rondar por mi cabeza, tanto las que mi padre había dicho a través del teléfono hace unos minutos, como las de Bea esa noche de verano con lágrimas en los ojos.
Me sentía culpable, confundido, y una molestia hacia mi mismo empezaba a crearse en mi estómago. ¿Quién me creía para hacerle a Bea algo como esto? Estábamos jugando con fuego, el único problema es que ella lo podía perder todo, y yo solo... Yo solo a ella. Y aunque para mí en ese entonces eso era mucho, no podía ni imaginarme lo que podría llegar a sentir Bea.
En esos momentos me veía como una escoria, fui tan egoísta que ni siquiera pensé en los problemas que a ella le podría superar el tener algo conmigo. Se lanzó a arriesgar todo lo que siempre había soñado para estar conmigo, y yo no podía aceptar que hiciera eso.
Mis sentimientos por Bea eran fuertes, más de lo que supuse que serían, y no podría ver como su vida se destrozaba y se hacía pedazos solo por mí. En el fondo de mi corazón esto me estaba desgarrando por completo, pero tenía que hacerlo. No podía simplemente interrumpir en su vida de esta manera e intentar que todo fuese a salir bien.
—Nieve, ¿Tú crees que estoy haciendo lo correcto? — Le pregunté a mi perro cuando me agaché. Ella solo me lamió la mano y me miró fijamente. Suspiré sin saber qué hacer, para continuar mi camino de nuevo a casa.
Lo había decidido, iba a terminar con lo que fuera que teníamos los dos, y dolía como el infierno saber que iba a hacerlo. Fue durante la larga noche en la que descubrí, entre lágrimas y mientras miraba el techo desde mi cama, que me había enamorado de la chica que estaba al otro lado del pasillo durmiendo plácidamente.
Sin embargo, me había de despedir de ella, de su perfume de vainilla que aún podía percibir en mis sábanas después de tantas noches riendo entre ellas. Me había de despedir de sus sonrisas y de como arrugaba su nariz por todo. Durante esas horas bajo la luna, no dejaba de rondar por mi cabeza mis pocos momentos con ella. El roce de su piel con la mía, como sus ojos brillaban cada vez que con emoción contaba algo que le gustaba, o los pequeños saltos que hacía cuando se emocionaba. Entre mis manos podía notar aún su pelo con olor a coco revolviéndose entre mis dedos, y sus suaves labios presionando con los míos.
Después de una noche sin casi dormir, me levanté antes de tiempo y me fui de casa sin ni siquiera comer, no tenía el ánimo para hacerlo. Recorrí las calles de mi barrio con mi moto y mi corazón en la mano, estando este destrozado en veinte pedazos.
Al llegar al instituto, vi a los chicos, quiénes extrañamente estaban todos tan pronto esperando. Supongo que siempre fue así, pero como que yo era de los que más tarde llegaba, nunca me di cuenta. Llegué a su lado, acompañado de un montón de burlas por parte de ellos sobre que era el primer día que venía tan puntual, y yo al verlos, solamente exploté.
Con lágrimas en los ojos les expliqué todo, estaba desolado y de verdad necesitaba su ayuda, al fin y al cabo eran mis amigos, me deberían ayudar ¿No?. Necesitaba su ayuda, pero sobre todo, la aprobación de que lo que iba a hacer era lo correcto. Al principio estuvieron desconcertados y confusos, sin saber de qué iba todo. Cuando acabé de narrarlo todo pude ver como con una sonrisa tiste todos se me acercaban para apoyarme, haciendo que mi corazón se hiciera más pequeño y las lágrimas que contenía finalmente salieran.
— Sé que es duro, pero en el fondo estás haciendo lo mejor. Estoy seguro de que si ella estuviera en tu posición hubiera hecho lo mismo para mantenerte bien — Me aseguró Eloy, aliviándome de por fin tener la respuesta que buscaba.
— Lo sé, pero duele como el infierno. Siento que se me escurre de las manos — Respondí
— Sabemos que puede doler, pero no te preocupes, estamos seguros de que saldréis de esta — Añadió Luke mientras me abrazó, haciendo que los otros se unieran también.
— ¿Aunque cómo se te ocurre no decirnos algo así? —Reclama Martín y todos nos reímos, mientras ellos empiezan a hablar de varios temas, haciéndonos olvidar de lo antes pasado y haciéndome olvidar del dolor que sentía en mi pecho. O al menos así fue hasta que cinco minutos después escuché unas fuertes pisadas viniendo en nuestra dirección.
—¡¿Se puede saber qué te pasa?! ¿Tanto te costaba dejarme un mensaje? ¡He tenido que venir en bus, y encima preocupada por ti! — Me habló una voz que para ese entonces, reconocía perfectamente. No era capaz ni de mirarla a los ojos, y menos sabiendo lo que iba a tener que hacer horas después, le iba a romper el corazón mientras lo hacía con el mío propio. Miré hacia otro lado para intentar que no viera mis ojos rojos y me aclaré la garganta para intentar responderle
—Lo siento, iba con prisas — Me excusé de manera pobre y me adentré al instituto, dejándola a ella y a mis amigos detrás de mí.
Miré mi teléfono sin saber qué hacer, viendo el chat que tenía con ella abierto en la pantalla. Suspiré hondo mientras lo volvía a guardar, sabiendo lo que tendría que hacer con él más tarde.
A penas faltaban cinco minutos para que el descanso empezara y sentía que no podía hacerlo.
— No puedo, de verdad que no — Me sinceré tirando el teléfono en la mesa.
— ¿Quieres que lo escriba yo? — Me intentó ayudar Eloy. Yo asentí con la cabeza. Después de un par de segundo, él me devolvió mi teléfono con un mensaje nuevo en el chat.
Antes de lo esperado, el timbre sonó, indicando que era la hora del descanso, y la hora de acabar con todo. Suspiré rendido mientras dejaba las cosas en mi taquilla y me conducía a la azotea. Llegué un poco tarde, con la mente hecha un caos y sin saber bien qué decir. Cuando abrí la puerta ella ya se encontraba allí, con el móvil entre sus manos.
Al escuchar la puerta apagó el móvil y me miro con una sonrisa, esas que me hace que el corazón me dé un vuelco. Le sonreí de vuelta porque me era imposible no hacerlo. Mientras me acercaba a ella, intentaba volver a mirar por última vez cada detalle de ella para poder recordarlo todo siempre que quisiera. Sus pecas, sus ojos, su maquillaje un poco corrido por las horas que habían pasado desde que se lo había hecho, la pequeña herida que tenía en el labio por mordérselo cuando sentía que tenía frío... Todos esos pequeños detalles que nadie se daría cuenta, pero que a mí me volvían loco. Me senté a su lado, en un antiguo banco blanco que estaba rodeado de viva y colorida vegetación. Cogiendo todo el valor que pude, me dispuse a decir las primeras palabras, cuando ella me interrumpió.
—¿Y bien?— Preguntó, yo solo le miré fijamente a los ojos. —¿Me dirás que te pasa o he de seguir esperando? — Me preguntó suspirando, cansada por la situación.
— Tenías razón — Dije después de tragar grueso, mientras miraba al suelo, incapaz de mirarla a ella.
—Qué? ¿De qué estás hablando? — Me preguntó desconcertada
— Lo de nosotros no puede funcionar, solo vamos a conseguir hacerte daño a ti— Contesté armándome de valor para mirarla fijamente.
Me miró con los ojos abiertos sin saber qué decir mientras su mirada cambiaba de uno de mis orbes al otro.
—¿Pero qué estás diciendo? No voy a salir dañada de esto Max — Me respondió después de un rato de silencio.
— Claro que sí, Bea. Y yo no podría aguantar con el peso de haber sido el culpable. —
— Max, ¿Qué mosca te ha picado? Si estamos bien, ¿No? — Preguntó entre risas nerviosas sin saber qué hacer y remojándose los labios de manera inconsciente.
—Yo... — Hice una pausa y desvié la mirada mientras intentaba decir las palabras que tanto costaban que saliesen de mi boca. — Bea, creo que lo mejor sería dejar todo esto atrás — Confesé.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro