Capítulo 1: Un día corriente
Era un tranquilo jueves. En mi opinión, ese tipo de días eran de los mejores. No había muchas actividades, y estábamos a punto de entrar en época de verano: Época en el que las adopciones descendían, y por ello, se reducía el caos en el orfanato.
Como cada día de entre semana, el edificio cobraba vida a las ocho de la mañana, que era cuando nos levantábamos. Nada más abrir los ojos, la luz que se colaba por la ventana me deslumbró. Ese era uno de los inconvenientes más grandes de dormir al lado de la ventana; toda la luz te daba directo.
Me levanté poco a poco, con el sueño recorriendo mi cuerpo y mis sueños proyectándose aún en mi cerebro. Me estiré un poco y fui a la cama que más cerca de mí estaba, la de Marina. Ya era tradición que yo la tuviera que despertar por segunda vez. Marina para despertarse, era toda una pesadilla. Me acerqué a ella y la empecé a zarandear suavemente para que se despertara, logrando mi objetivo al cabo de unos minutos.
Por otro lado, Cristina como siempre, había aprovechado el rato en el que yo despertaba a Marina para ir al baño y asearse. Ella siempre se lavaba la cara con su jabón con aroma de rosas y los dientes con la pasta que las tres compartíamos.
Mientras Marina refunfuñaba y me daba los buenos días, yo me dirigí a nuestra cómoda, para abrir el cajón y escoger la ropa que llevaría en ese día.
Mientras nos preparábamos y nos cambiábamos para salir a desayunar, hacíamos bromas y hablábamos de cosas triviales. También, recordábamos el horario que teníamos durante ese día y qué clases nos tocaban. La Señora García, nos avisó de salir para ir a desayunar, así que cogimos todas las libretas y las cosas que necesitábamos para lo largo del día, y salimos al pasillo.
Fuimos a la esquina de la izquierda, así se llamaba ese pequeño lugar en donde obviamente hacía esquina y había dos bancos apoyados a la pared. Allí se frecuentaba mucho nuestra presencia, debido a que siempre esperábamos a los chicos antes de ir a hacer actividades o las clases del día.
— ¡Ya era hora de que llegarais! — Dijo Cristina, haciendo que mi mirada se enfocara en el pasillo por donde minutos antes habíamos caminado. Vi a dos chicos; uno rubio y otro moreno. Ambos se dirigían a nosotras mientras conversaban entre ellos y se reían.
— Poco más y me salen arrugas — Añadió Marina, rodando sus ojos verdosos que tanto me gustaban e incluso a veces envidiaba. Reí por lo bajo al igual que Cristina.
— Pagaría por ver eso — Dijo Eric tirándose al banco, justo al lado de Cristina. Su pelo rubio rebotó. Giré mi cabeza hasta David, quién se había quedado de pie mirando el panorama.
— ¿Y tú de donde has sacado eso?— Le pregunté al ver que tenía un Chupa Chups en la boca.
— Secretos del mago— Se sacó el dulce de la boca para sonreírme vacilón. Gesto que aproveché para sacarle el dulce de la mano y metérmelo en la boca, mientras escuchaba una onomatopeya salir de la boca de David.
— Venga ya, ¿No te da siquiera asco?— Se quejó. Me giré y le sonreí de la misma manera que él había hecho momentos previos a que el dulce golpeara con mi paladar.
—No— Sonreí aún más. Mi vista se puso en los demás y vi como todos me estaban mirando con caras extrañas. Me levanté de la silla.
—Vamos hombre, que nos conocemos desde que teníamos cuatro años, es como si fuéramos casi de la misma sangre. No me seáis quisquillosos— Añadí —Anda vamos, que tengo hambre— Me giré y emprendí mis pasos a lo largo del camino
—Llámame loco, pero juraría que la biología no funciona así— Dijo Eric a alguien del grupo detrás de mí. Yo solo me reí, y continué con el camino hacia el comedor.
Desayunamos como siempre, en la mesa que se encontraba al final del comedor, bastante apartados. Llevábamos no más de seis años comiendo en esa mesa, desde que a Eric se le ocurrió que era una buena idea hacer una guerra de comida. Porque aunque yo y Marina le alentamos a hacerlo, la idea fue suya.
Éramos un grupo de amigos bastante corriente, teniendo en cuenta que éramos unos adolescentes con ideas un poco descabelladas. Bueno, todos menos David y Cristina, quiénes eran los más maduros y los que impedían que la gran mayoría de malas ideas ocurriesen, aunque de vez en cuando en algunas sí que se apuntaban.
Los conocí en ese mismo comedor, el cual en ese entonces en vez de haber un montón de dibujos y manualidades puestas en las paredes, todo estaba decorado de manera navideña, acorde a las fechas. Recuerdo que era mi primera comida, que fue lo primero que hice nada más entrar. Los niños de mi edad se agrupaban en mesas de seis, unas mesas que eran de la misma madera que las ventanas que adornaba todas las paredes del edificio, incluyendo las del comedor. Entré con un tutor, el cual no recordaba bien su nombre.
Al entrar por la grande puerta del ese lugar, un esponjoso pelo y piel morena me llamo la atención. Inmediatamente, pedí que me dejaran ir a sentarme junto a ella. Una razón un poco tonta para escoger sitio, pero al fin y al cabo no dejaba de ser una niña de tan solo cuatro años.
Cuando me acerqué a la mesa para sentarme, me fijé en los otros niños que ya se sentaban allí. Aparte de la niña del pelo esponjoso y ojos claramente verdes, había un niño muy pequeño con pelo rubio y ojos curiosos. Otro más alto se sentaba a su lado, este tenía el cabello marrón, mucho más oscuro que el mío, y se veía mucho más tranquilo. Finalmente, a su lado, había una chica de pelo liso y negro mirando sus guisantes con un puchero y dándole vueltas con una cuchara a un par de ellos.
En ese momento los conocí, Marina se presentó de manera muy amable, aunque yo solo podía ver con admiración la combinación del color de sus ojos y de su piel. Eric, que aunque era muy pequeño, era muy preguntón y curioso. Me hizo mil preguntas de las que no me puedo ni acordar. David se presentó amable, sereno, casi no parecía de nuestra edad. Y Cristina... Bueno, ella seguía enfocada en sus guisantes.
Me senté al lado de Marina, mientras en el otro lado se encontraba una bandeja medio llena. Esa bandeja pertenecía a Joan, quién conocí más tarde y al que adoptaron poco tiempo después. Desde ese entonces, ninguno de nosotros sabe nada acerca de él, solo nos acordamos de su pelo castaño y sus ojos color miel.
— Bea, ¿Estás escuchando? — Me preguntó David, haciendo que mi mente se alejara de los pensamientos y atendiera a los ojos marrón oscuro que me miraban atentamente. Lo miré a él, aunque este David era ahora un adolescente de dieciséis años.
—Sí, perdona. ¿Qué decías?— Le pregunté
—Luego soy yo quién por las mañanas estoy espesa...— Refunfuñó Marina mientras resoplaba
—No seas borde, anda— Le recriminó David, mientras su atención se dirigía momentáneamente a ella.
—Además, lo tuyo es diario — Soltó Eric, haciendo que todos soltáramos una carcajada.
David volvió a dirigir su atención en mí.
—Decía que si te vendrás a la hora del patio al árbol con nosotros— Repitió, esta vez yo si estaba pendiente de lo que decía.
El árbol era un sitio en donde solíamos estar durante las horas de patio o en el tiempo libre. Siempre nos estirábamos todos allí mientras las hojas del árbol nos resguardaban.
—Claro— Respondí yo de manera sencilla.
—Perfecto, se viene cotilleo— Dijo Cristina emocionada
—¿Cotilleo?—Pregunté
—¡¿No lo sabes?!— Respondieron alarmados Marina y Eric
—¿Debería decir que sí?— Volví a preguntar
—Ay dios— Suspiró Eric —Esto es peor de lo que me imaginaba— Volvió a suspirar.
Gire mi cabeza hacia David, para preguntarle de qué estaban hablando exactamente. Una pequeña carcajada brotó de mi garganta al ver que él tenía la misma cara de no saber que estaba pasando en ese momento.
—Pero decidlo ahora, no seáis malas personas— Se quejó David
—No, no— Se negó Cristina —Nos hemos de esperar hasta la hora del patio—
—¡Pero no nos dejéis con la duda!— Repliqué
—Os aguantáis, haberos enterado— Contesto Marina. Eric nos sacó la lengua como si de un niño se tratase, y yo, con mucha madurez, se la devolví.
Las clases de la mañana las hicimos con normalidad, no pasó nada fuera de lo común. La mañana pasó medianamente rápido, dando paso así, a la tan esperada hora de patio. El timbre sonó, anunciando a todos que la tediosa clase de catalán había acabado. La clase entera empezó directamente a recoger y el alboroto se hacía oír según los segundos pasaban. Tanto yo como los demás, dejamos nuestras cosas en el casillero y nos encaminamos al patio. Fuimos al árbol como habíamos acordado. Nos estiramos de manera en que todos estábamos debajo de la sombra que las hojas del árbol hacían.
—¿Y bien?— Preguntó David
—¿Y bien qué? — Preguntó de vuelta Marina
— El cotilleo — Rodé los ojos mientras alargaba las últimas vocales y le recordaba a Marina.
—Ay, es verdad— Dijo mientras se sentaba emocionada — Se dice que entre hoy y mañana viene una nueva familia a adoptar—Explicó. David y yo nos sentamos como estaba Marina con los ojos abiertos.
—¿Ahora? Pero si es casi verano—Pregunté. Eric hizo un sonido afirmativo
—Y no solo eso, sino que se dice que buscan a un adolescente—Añadió Cristina mientras miraba las hojas del árbol, las cuales se balanceaban.
—¿Os imagináis como sería el que nos adoptaran a alguno de nosotros?—Fantaseó Marina
—Chicos no os hagáis ilusiones, solo son rumores y tenemos ya dieciséis. Es muy complicado que alguien quiera adoptarnos— Dije con una mueca en el rostro.
—Bea tiene razón, llevamos aquí desde que éramos enanos, y lo más cerca que hemos estado de la adopción es cuando adoptaron a Joan. Si no nos adoptaron cuando éramos pequeños, las posibilidades de que lo hagan ahora son muy pequeñas, y lo sabéis—Concordó David
Todos hicimos un suspiro, era deprimente, pero era la verdad. Al poco tiempo todos estábamos fantaseando con la idea de ser adoptados, como muchas veces habíamos hecho ya a lo largo de nuestra vida.
—De todas formas, creo que así no se está tan mal... No sé que haría sin vosotros—Argumentó Marina
—Y de igual manera, en dos años nos tendremos que ir...—Añadió Eric intentando dar un poco de luz al asunto
Seguimos hablando y descansando debajo del árbol durante todo el rato que duraba el patio. Así fue, hasta que el timbre nos avisó que era hora de volver al edificio y continuar con las clases.
Nos sentamos en nuestros respectivos sitios de nuevo. La clase comenzó con normalidad. Nuestro profesor nos avisó de que íbamos a hacer apuntes, así que abrí el estuche y saqué mi bolígrafo, con la mala suerte de que este cayó al suelo.
—Perdona, ¿Me lo podrías pasar?—Pregunté al niño que se sentaba al lado mío, y que tenía el boli más a mano. Él asintió y me recogió el tan deseado bolígrafo. Estaba a punto de responderle, cuando el timbre sonó, haciendo que mi vista y atención se centrara en el altavoz que estaba colgado en la esquina derecha de la clase.
— Necesitamos que Bea Gómez de la clase cuarto C, vaya al despacho de la directora. Bea Gómez, al despacho de la directora, por favor— Anunciaron por megafonía.
Miré hacia mis amigos extrañada, por lo que yo sabía, no habíamos hecho nada malo, al menos, no durante esa semana. David y Cristina, me miraban con la misma cara de confusión que la mía, mientras que Eric y Marina, quiénes casualmente se sentaban juntos, no paraban de reír y de decir que eran los padres adoptivos.
Me reí de sus ocurrencias mientras me levantaba de la silla y caminaba para dejar atrás la clase, adentrándome en el bosque de pasillos que me llevaban hasta el despacho de la Señora García.
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