Capítulo 1 - El sueño.
Buenas noches,
esta vez les traigo el capítulo uno de esta historia llena de misterio, fantasía, dioses egipcios y mucha mucha ansiedad...
jajajaja
Espero que les guste :D
*Actualizado a fecha 15/04/22
*Actualizo a fecha 21/09/22
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Los truenos resonaron en aquella oscura noche, la lluvia caía sobre la ciudad de Praga, con abundancia, sobre puentes y edificios, y el fuerte viento acechaba sobre aquella vieja residencia de estudiantes, junto al río Moldava.
El edificio era antiguo, con claros elementos arquitectónicos de estilo gótico y renacentista, que databa de finales del siglo XVII, había sobrevivido incluso a la guerra. En aquel momento servía de asilo para jóvenes estudiantes, que no tenían dinero para costearse un lugar mejor.
La fachada era de ladrillo, con robustos ventanales de madera de Olmo, distribuido en 5 plantas y una pequeña azotea en la parte de arriba, oculta por una falsa cristalera que se había oxidado con el paso de los años, y era imposible de abrir del todo.
La tormenta caía sin cesar, el fuerte viento golpeaba ferozmente las ventanas, mientras los estudiantes descansaban tranquilos en sus respectivas habitaciones, hasta que una de ellas se abrió, estrepitosamente, golpeándose fuertemente contra la pared, sin poder seguir resistiéndose a esa lucha, haciendo que las cortinas de color púrpura fueran empujadas por aquella ventisca. El frío del exterior pronto irrumpió en el calor del hogar, propagándose poco a poco, hasta llegar a la joven que dormía en su cama, haciendo que esta se acurrucase bajo las sábanas, atrapada aún en sus propias pesadillas, mucho más espeluznantes que una simple tormenta.
Los apuntes que descansaban sobre el escritorio, junto a la ventana, pronto se agolparon contra la silla que frenó su caída, y las páginas de un antiguo libro de leyendas se vieron afectadas, deteniéndose mágicamente sobre una de ellas: "El castigo de las tinieblas", se podía leer. Las fotografías de la pared también se agitaron, incluso los colgantes.
La lluvia entró en el lugar, manchando el suelo de madera, formando un charco que pronto impregnó la alfombra que había junto a la cama.
"Anat, despierta, despierta"
Abrió los ojos, sobresaltada, escuchando el ruido que hacía la ventana al ser golpeada, una y otra vez contra la pared. Miró hacia ese lugar, molesta, empezando a preguntarse si no había sido eso lo que la había despertado, en vez de esa voz.
Bañada en sudor, se acercó al borde de la cama, dejando caer sus pies, sintiendo la mojada alfombra en la planta, mirando hacia el agua que se expandía por el suelo.
–¡Maldita sea! – se quejó, elevándose con rapidez, llegando hasta la ventana, luchando contra el viento para cerrarla, algo que la llevaría más tiempo del que esperaba. Luego miró hacia su alrededor, todo estaba hecho un desastre.
A grandes zancadas atravesó la habitación, abrió la puerta y salió al pasillo tan sólo iluminado por los relámpagos que a cada tanto irrumpían en aquella oscura noche. Lo atravesó, con pies descalzos, haciendo crujir la vieja madera, meciendo su largo camisón aquí y allá, con su cabello sudado aún pegado a la cara, agradecida con el frío que rebotaba en su piel, refrescándola.
Bajó las escaleras con rapidez, sin preocuparle despertar a otros, hasta llegar a las cocinas, sin pararse a mirar a las extrañas sombras que hacían los muebles sobre la pared o el caos que había dejado Jeremy y que otros limpiarían al día siguiente. Agarró el cubo y la fregona, volviendo a subir a su habitación, maldiciendo de nuevo, al volver a encontrarse la ventana abierta, y más lluvia entrando en el lugar.
Dejó lo que había traído de cualquier manera junto a la puerta y corrió hasta la ventana, fijándose en la cerradura metálica, tirando de ella de un lado hacia otro, dándose cuenta de que estaba rota.
Tan sólo le faltaba eso para agriar más aún su noche.
Volvió a cerrar la ventana, apoyándose sobre el cierre, pensando en una forma de arreglarlo, buscando por toda la habitación algo que le sirviese para lograr su cometido. La gran montaña de libros junto al escritorio, el viejo flexo verde y dorado, su ejemplar de Harry Potter edición especial, firmado por la mismísima J.K. Rowling en el interior de la vitrina, la daga de Rose, una réplica real, la que usó Christian para matar a Rose, sobre la cómoda, el espejo en el que se veía reflejada, un colgante de cuerda que Janet le regaló hacía años, con un extraño pájaro dibujado en el centro.
Corrió hacia él, sin tan siquiera pensárselo. Las ventanas volvieron a abrirse, con un fuerte ruido que despertó a Bora haciéndola maldecir en checo.
Debía darse prisa, antes de que la mujer llegase hasta ella, así que volvió a cerrar las ventanas, con más rapidez que las veces anteriores, enredando después aquel colgante en el cierre, haciendo un nudo. Recogió el agua con la fregona y el cubo, a una velocidad abismal, y volvió a la cama, tapándose con las mantas, respirando agitada, intentando calmarse justo a tiempo, pues la puerta se abrió y Bora apareció tras ella, estudiando minuciosamente la habitación en busca de cualquier anomalía, pero no pareció ver nada fuera de lo normal, pues volvió a marcharse pasados unos minutos.
Sonrió agradecida de haberlo logrado, controlando la respiración casi por completo, escuchando a lo lejos la furia del viento, arremetiendo contra el edificio, y la lluvia, calmándola hasta el punto de volver a quedarse dormida.
Caminaba descalza sobre la fría piedra de un lugar que no podía reconocer, con extraños símbolos dibujados en sus pies y el eco de sus pisadas rebotando en las paredes iluminadas por las velas encendidas. Un largo vestido de seda era mecido aquí y allá, acariciando su piel.
Una sombra desdibujada oscureció la escena, reflejada en el suelo, un monstruo que caminaba sobre sus piernas humanas, con grandes garras y cabeza de lobo... de chacal... de hiena... parecía un animal, pero ni siquiera ella podía reconocerlo.
Un prominente frío que no parecía salir de ninguna parte pronto se estableció en la estancia, y sólo la respiración de la muchacha la calentaba.
Aquella figura avanzó, aún sin hacerse visible del todo, sin querer mostrar su verdadero rostro. El miedo fue instalándose en su alma, sus piernas se tersaron, y todo su cuerpo se vio amenazado, echando a correr hacia la salida de aquel laberíntico palacio egipcio.
"Está cerca" – resonaba una voz que no provenía de ninguna parte, en eco, rebotando en aquellas paredes, mientras corría por su vida, sin poder dejar de mirar hacia atrás, sintiéndola cada vez más cerca. Se detuvo de forma abrupta antes de chocar contra una persona real, tan real como lo era ella en ese momento. Se trataba de una joven muy similar en apariencia, aunque esta tenía el cabello rubio casi blanco, sus ropas eran negras y su piel perfecta, sin ni una arruga.
La observó con detenimiento, como si ya la conociese, era alguien cercano, a pesar de no poder recordarlo.
Habló, en una lengua muerta que no entendía, lucía enfadada, a medida que hablaba cada vez más alterada, asustaba a Nayet. La mano de aquella desconocida acortó las distancias hasta su cuello y entonces comenzó a ahogarla.
Una voz se instaló en mi cabeza, presionando mis entrañas, la misma voz que Nayet escuchaba en esa escena.
La empujó contra la fría pared del palacio, mientras me ahogaba. Llevé mis manos a mi cuello, sin encontrar nada que me impidiese respirar.
La opresión me impedía pensar con claridad, realmente pensé que moriría, incluso dejé de escribir aquella peligrosa historia y me centré en comprender aquella situación.
¿Qué era lo que estaba ocurriéndome? ¿Quién era yo, para empezar? ¿Qué era lo que estaba haciendo antes de ponerme a narrar aquella historia? ¿De dónde procedía?
Aquella que se hacía llamar Keket la levantó del suelo, haciéndome volver a aquella escena. Y entonces la vi, a ese ser que una vez fue mi propia hermana. Estaba allí, de pie, frente a mí, y yo le devolvía la mirada.
"Cuéntalo bien" – ordenó – "no crees distancia entre Nayet y tú, porque ambas sois la misma persona"
Su agarre se aflojó, me dejó en el suelo y se echó hacia atrás, con esa sonrisa que conocía bien. Levanté la mano, acariciando mi cuello, por un momento había creído que moriría, pero ese ser no quería causarme daño alguno, pues ella fue la causante de que estuviese en ese lugar, narrando una peligrosa historia.
"Keket" – reconocí, haciéndola sonreír.
Su siguiente paso no lo vi venir, en lo absoluto. Pues una parte de mí había olvidado como eran las cosas en el antiguo reino de Mercurio.
Volvió a apretarme contra la pared, haciéndome daño en el proceso, acercando sus labios a los míos, besándome arrebatadamente, un beso húmedo que me hizo despertar de una forma que desconocía, revelando mis partes más oscuras.
Era yo.
Aquella chica llamada Nayet era yo, la misma que vivía en una residencia de estudiantes en el centro de Praga, la que tenía esas pesadillas extrañas que no entendía, huérfana de padres, sin recuerdos de ellos desde que tenía uso de razón, obsesionada con la historia y las civilizaciones muertas, estudiante universitaria.
Abrí los ojos, por segunda vez aquella noche, en la penumbra de mi habitación, llevándome la mano a los labios, el lugar que Keket se había atrevido a profanar.
Me giré, sobre mi propio cuerpo y cerré los ojos, asustada. No me gustaba la sensación oscura que había despertado dentro de mí.
Quería dormir. Lo deseaba con todo mi ser, volver a tener sueños tranquilos, como antes de que empezase el curso. ¿Por qué no podía hacerlo? ¿Por qué seguía teniendo esos horribles sueños? ¿Por qué Keket seguía acechándome? ¿por qué no podían dejarme en paz?
Un extraño olor húmedo invadió mis fosas nasales, mientras pequeñas gotas de agua caían sobre mi rostro. Abrí los ojos, desorientada, encontrando esos ojos negros que tanto me asustaban. Era el cadáver en descomposición de Anat la que se encontraba sobre mí, acorralándome, mientras sus manos se enredaban en mi rostro y todo mi cuerpo luchaba por liberarse.
Estaba inmóvil, como si una fuerza superior me estuviese reteniendo contra mi voluntad. Sabía que aún estaba soñando, pues aquello no era real, tan sólo eran mis más feroces pesadillas persiguiéndome.
Extraños símbolos comenzaron a dibujarse en tinta oscura sobre la piel de aquella joven y su boca se abrió, dejando escapar un extraño humo negro que rebotó sobre mi cara, sin tener ningún efecto que apreciar, más que la ansiedad y el miedo que aquella escena me proporcionaba.
"No" – resonó en mi cabeza, mi propia voz, intentando liberarme, luchando con todas mis fuerzas en vano – "por favor" – insistí, asustada, rezando internamente al único Dios que había conocido, a pesar de no ser creyente.
"Ese no es tu señor" – dijo esa voz en mi cabeza, en un susurro – "nada te salvará de él"
Rompí a llorar, dejé que mis lágrimas silenciosas recorriesen mi rostro, perdiéndose en mis cabellos, apretando los puños que parecían estar respondiéndome, frustrada con aquella situación, y entonces todo cesó. La opresión de mi pecho se relajó, mis brazos dejaron de ser obstruidos por aquella fuerza invisible, y la presencia de esa chica oscura desapareció.
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