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Capítulo X. Amantes en ruina

Ambientación: The Shifting Mound (Movement II) y (Movement V) - Brandon Boone y Amelia Jones para Slay the Princess

Continuación del día 1/Primer [redactado]

Al regresar en sí, Anant —Theia en ese momento— intentó interrogarme sobre mi cuerpo... ¿Y yo? Tuve que ignorarla —se negaba a creer que no sabía lo que me pasó—. Fue justo en ese momento, que volvió a mí un pensamiento que tuve que dejar a un lado tiempo antes. «¿Por qué este lugar es tan diferente, en comparación a esas visiones?», musité.

            Verás, amo. No sería exagerado decir que las imágenes en mi cabeza estaban hechas papilla, por la cantidad de ecos que se hicieron camino a mí. E incluso así, pude intuir que algo no estaba bien con ese espacio. Todo era tan... Simulado.

            Los árboles. El cielo. El agua y el suelo que pisábamos. La "realidad" hacía parecer a Prehensio un mundo vibrante y exótico. Pero como la utilería de una obra, el escenario puesto no podía desapegarse de su verdad subyacente.

            A pesar de mis dudas, decidí acallarlas hasta que mi vista, cada vez más alterada, me dejara en paz. En su lugar, decidí proponerle algo a mi amada.

            —Theia, ¿no querías contemplar el escenario desde un mejor lugar? Tengo una idea —le sugerí a ella.

            Ella, aburrida de intentar sacarme el jugo inexistente; volvió a acercarse a la roca que utilizamos como asiento hacía un rato, para ponerla a prueba. Hizo brillar la punta de su dedo índice con la radiación remanente en su cuerpo, y la "inyectó" en el objeto sin intenciones de contenerse. Los nervios que corrían por todo su cuerpo comenzaron a brillar por debajo de su piel traslucida. Y la desafortunada masa recibió tal dosis, que comenzó a fundirse por la energía a la que le sometió.

            Al ver que había logrado manipular un material en apariencia irrompible, de un mundo por completo distinto al suyo; ella dijo al voltear en mi dirección:

            —Qué criatura tan patética —dando saltitos, regresó a mí para tomarme del brazo, y apresurarme para guiarla hacia lo prometido—. ...O cosa, tal vez. Hora de irse, ¡mi querida Ekho! —y me plantó un beso en la mejilla.

            El jalón que me propinó fue tan repentino, que creí sería inevitable tropezar esta vez. Sin embargo, lo más grave que pasó fue que, al fin, la hermosa cabellera de Anant se dio rienda suelta al salirse de su capucha. Yo tuve que abrazarme de ella para evitar caer: sus cabellos eran tan delicados y coloridos, que al más mínimo movimiento flotaban y cambiaban de tonalidad con la luz.

            También debo mencionar: nunca se le borraba su característica sonrisa cálida de la cara. Ella era del tipo que tenía mil maneras de sonreír; y daba la ilusión de no poder poner ningún otro tipo de expresión. Eso tenía que ver con que siempre intentó mantenerse positiva. Aún con todo lo que había pasado, técnicamente no había transcurrido tanto tiempo desde que solía cuidar y enseñar a las más pequeñas de su especie. Pero lo que ninguna de esas kníde idiotas sabía, era que esa faceta desaparecía en cada momento de soledad; pues esa actitud estaba diseñada para ellas.

            Ni Anant misma lo había notado. Entonces, ¿qué otra emoción tenía, además de la felicidad en su infinita sonrisa? La misma que dejó salir al mirarse en el riachuelo.

            Una cara congelada en una expresión neutral, ojos muertos y perdidos en la lejanía, y palabras sin la energía que requerían para lo que intentaba decir. Esta es la razón, por la que nunca tendré nada más que antipatía por esos parásitos de energía anímica. Si este Universo, tan "grande" como es, no puede tener compasión por los que intentan ser las mejores versiones de sí; ¿por qué nosotras deberíamos de tener consideración por las Leyes que lo provocan?

            Suelto un largo suspiro.

            —Sólo... Necesitaba decirlo. Al abrazarme a ella y recuperar el equilibrio, empezamos a reír por lo bajo y continuamos nuestro camino —continúo diciendo.

            El paisaje de la montaña era como el de la Tierra primitiva, con tonalidades distintas. Verás. La presencia de dos "soles", más la distancia de estos y sus tamaños, cambiaban un poco el color de las cosas.

            Había árboles gigantes por todas partes, de troncos pardos escamosos y hojas turquesa parecidas a los helechos; sombras muy oscuras con brisas cálidas y húmedas; y la luz de la tarde podía ser intensa para el cuerpo acuoso de Anant, pero el calor que generaban las estrellas de ese sistema, no era mucho mayor que el de un atardecer. Más bien, el efecto invernadero del lugar era bastante intenso. No había pasto o flores en el suelo de ninguna parte, sólo las raíces y materia caída en descomposición.

            Prehensio era pacífico con su cielo morado y tonos ocres.

            En el camino, Anant se había detenido a observar la gran variedad de plantas que existían: tocó sus hojas y tallos —así es, algo se traía con eso en el momento—; observó sus figuras y movimientos con detalle; se trepó en algunos árboles —al moverse flotando, no fue difícil—; y con cada cosa nueva que se le había ocurrido hacer, ahí estaba yo para darle ánimos. Es cierto que no podía, ni puedo, entender su emoción por conocer Prehensio; pero era adorable verla tan feliz.

             Al llegar al lugar prometido: una zona de transición entre la selva y la alta montaña, los árboles comenzaron a disminuir hasta convertirse en un campo de "helechos" de baja estatura. Esto permitía que se generara una zona de campo abierto, desde la que podías contemplar todo el valle. Por el tiempo que nos tomamos sólo para subir, ya comenzaba a atardecer. El sol rojo era a penas visible detrás del naranja; más ambos nos bañaron con una luz rosa coral, y la atmósfera comenzaba a perder gradualmente su color. Regresaba a la vista el desolador e inexorable vacío: el cementerio de estrellas y sus fantasmas.

            Anant y yo nos sentamos entre esas pequeñas plantas del campo, y contemplamos en silencio el pasar del tiempo. Las sombras se alargaban para consumirlo todo, y la brisa fría por fin se alzaba. La canción de la selva al mecerse con el viento, transitaba de una melodía viva a una de ensueño y misterio. Anant no hablaba, pues tan "maravillosa" vista la había dejado anonada. Yo por otro lado, era cada vez más incapaz de diferenciar los ecos del pasado de ese lugar, del presente que tenía ante mis ojos. Y ahora, no sólo lo visible comenzaba a tener límites temporales difusos: el mismo viento, traía un subtono en él, que empezaba a sonar como un coro de agonía y tristeza.

             Con cada segundo que pasaba y nos adentraba en la noche, peor se hacía. No pude soportarlo más, pues no podía concentrarme en lo más importante: Anant. Me dispuse a encontrar la solución a mi problema, y necesitaba una pequeña ayuda de mi amada para lograrlo.

            —Theia. ¿Puedo reposar mi cabeza en tu regazo?

            Ella me respondió con una caricia en la cabeza, y dirigió mi cuerpo hacia su regazo con suavidad; su vestido era tan sedoso y acogedor como su personalidad. Terminó por cubrirme los ojos y oídos con sus manos, pues entendió que algo me estaba generando incomodidad. Luego de unos minutos así, al fin con mis pensamientos en blanco de nuevo, le pregunté:

            —¿Qué quieres hacer ahora?

            —¿Al fin puedo escuchar tu historia? —respondió. Ni siquiera tuvo que pensarlo.

            Decidí dejar ir de mi reticencia, y simplemente hablar. La verdad es que, a diferencia suya, no hice nada llamativo durante mi tiempo como misterio del vacío errante. Es cierto, que ambas vagamos por mucho tiempo, con ese dichoso sentimiento de no estar en nuestro "hogar". Pero a diferencia de ella, no hice nada para intentar buscarlo. Ella tenía una sutil luz dorada evocadora y determinada; yo era un punto blanco insignificante, fácilmente perdido en un mar de más luces blancas. Anant se dio un propósito, a pesar de no tener pensamientos. Yo nunca dejé de buscar uno.

            Al final pasé tanto tiempo así, que comencé a extinguirme. O como dirían Ellos, «a convertirme en la fantasía de una vida que no pudo ser. El destino de todas las medias existencias». Odio tener que decirlo, pero tienen algo de razón: mi desaparición ante la aparente falta de propósito, era inminente. Entonces, por azares del destino, Hydor comenzó a pasar por algo parecido. No sabía qué lo había provocado, tampoco importaba. Los miserables se atraen entre sí, tan simple como eso.

            Por supuesto no tenía idea sobre qué es una fantasía en ese entonces, pero nada me arrebatará la sensación de ser una, que quedó impresa en mí.

             Esa fue mi tan ansiada historia para ella. Mentiría si dijera que no evitaba contársela, porque sentía que perdería el interés en mí y no querría mantenerme más a su lado. Por supuesto, no dijo nada parecido. Su esencia era demasiado bella para tratar a sus inferiores así. Besó mi frente, y devolvió la luz y música al mundo que percibía.

            —Parece que somos... —comenzó a decir—. Misterios para nosotras mismas... Y los demás. Misterios del vacío sobre nuestras cabezas, y extranjeras para todos sus rincones. Pertenecemos a ningún lugar, pero extrañamos uno que no recordamos ni conocemos. La derrota con la que has contado tu historia, ha hecho doler mi ser por ti. No quiero verte triste nunca más —una solitaria lágrima de luz comenzó a deslizarse por su mejilla izquierda—.

            Me odié por hacerla llorar. Quise limpiarla por ella, pero me detuvo. Con ternura, removió "los cabellos" de plasma que cubrían mi rostro.

            —Yo tampoco tengo ya un propósito: lo perdí cuando fallé para cumplir el deseo de Alétheia, y dejé el mundo que tanto desee llamar "mi hogar". ¿Qué dirías entonces? Tú y yo, juntas en un lugar que ambas escojamos. No importando si nunca encontramos eso que no parece existir. Quiero hacerte feliz para siempre, como hoy me has hecho a mí. Yo también "seré tu compañera para la eternidad".

            Decidí que no era necesario decir algo. Tomé su mano meñique a meñique, y lo besé. Nuestra relación empezó mucho antes de lo que ella creía, pero ese fue el momento en que nuestra sagrada unión, quedó grabada también en su esencia y la de nuestro testigo. Para ese tiempo, ya había dejado de buscar el lugar al que nunca podré volver. La decisión ya estaba tomada: por el resto de mi perpetuidad, Anant es y será mi único propósito en la vida.

             En el horizonte, las dos estrellas de Prehensio habían pasado la dirección de la obra de ese día, a los fantasmas de un oscuro e interminable cielo.


Conteo de palabras del capítulo: 1703 palabras

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