2.8. Amor consumado o perfecto
Un hilo dorado se cuela
con vivaz pereza
a través de las cortinas entreabiertas;
luz que guía a mis ojos,
a mi mirada vetusta,
hasta el celestial tesoro
que se oculta
bajo las sábanas,
justo a mi lado,
a menos de dos palmos
y un sinfín de nadas.
Un ángel desalado
en mi lecho está reposando.
Cubierta de etérea seda
está su piel de terciopelo,
esa que mis manos impetran
acariciar y recorrer
cual diestro alfarero
o virtuoso escultor
que torna la fría piedra
en cálida miel,
dulce néctar de pasión.
Criatura de bondad infinita
que tantas emociones en mí suscita:
tu aliento es mi sosiego, mi arrullo...
mas tu cabello del blanco más puro
y las tenues arrugas
que tus mejillas surcan
crean en mi pecho
un enorme vacío,
terrorífico e inmenso.
¿Qué ha pasado?
¿Cuándo, cuándo,
tiempo impío,
escapaste de entre mis manos?
Las miro
y a la nada se le suma el frío.
Imposible es que estos ajados dedos sean míos
si no hace ni dos días
aún era un niño
y apenas ayer, un joven lleno de vida
que, junto a una bella muchacha
de límpida mirada,
comenzaba a descubrir las alegrías
de la existencia; el cariño, el amor,
el deseo, el desenfreno, la pasión,
la dicha de concebir un pedacito de vida
y poder disfrutar del hogar
que juntos habíamos formado,
reír, llorar,
trabajar, sufrir,
soñar, vivir.
Juntos, siempre juntos,
siempre a tu lado;
dulce ángel que ni un segundo
de mí se ha alejado...
Mas todo eso en las brumas del sueño
se había disipado,
olvidado,
perdido...
pero, por fugaz fortuna,
ahora ha sido encontrado,
recordado.
¿Por qué, maldito sino,
por qué, cruel destino,
me despojas
de los recuerdos
de lo que más he querido?
¿Por qué los arrojas
a la nada de este infierno;
por qué los ahogas
en este océano de olvido
que es mi mente, mi cerebro enfermo?
La impotencia que siento
se troca en lágrimas;
mi dolor, en quedos lamentos
con los que, sin querer,
te despierto.
A través de esta cortina de tristeza
tu cristalina mirada puedo ver
y la recuerdo, por supuesto
que lo hago; pero tengo miedo
de mañana no ser capaz de hacerlo.
Temo olvidarte por completo,
no poder recordarte
a ti, a ti que de mi vida
eres lo más importante;
tengo miedo de olvidar a mi amada,
a mi ángel, a mi esposa adorada.
Me acercas a ti y entre tus brazos me acunas,
limpias mis lágrimas
con esas dulces manos
que el tiempo esculpió con arrugas,
avejentados dedos que entrelazo
con los míos.
Acaricio y beso con infinito cariño
tus nudillos; un instante me demoro
en acariciar con mis labios
la fina cinta de oro
que une tu corazón al mío.
Beso tus mejillas,
tú besas las mías,
beso tu frente
como lo hice tantas veces
y tú suspiras.
Beso tu mirada,
de lágrimas contenidas anegada,
beso tus labios,
tú besas mi alma
y yo me pierdo, me pierdo en este beso
de amor, dolor, olvido y recuerdo.
• • •
Años atrás se prometieron
que nunca se separarían,
que al lado del otro siempre estarían,
en las alegrías y en las penas;
mirándose a los ojos se dijeron:
en la salud y en la ausencia de ella.
Doradas alianzas,
dos «sí, quieros» y un beso
sellaron este juramento;
una promesa que Ángela,
día a día, estaba cumpliendo
con su esposo Alejo.
En este poema, además de la desgarradora temática, se muestra uno de esos preciados amores consumados en el que se dan los tres ingredientes necesarios en la "receta del amor perfecto" a la que se hizo alusión en un principio: intimidad, pasión y un fuerte, indudable e inquebrantable compromiso, como queda patente, en especial, en la última estrofa.
El amor perfecto, tan anhelado y difícil de alcanzar y, como ya se mencionó anteriormente, más complicado aún de mantener vivo; ya lo dice el propio Sternberg: «El amor consumado, como otras cosas de valor, debe ser cuidadosamente preservado.»
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