8
El quinto día fue despertado por su compañero. Le movía los hombros y le acechaba por encima de estos, verificando que tuviese los ojos abiertos de una vez por todas. Eran las ocho con trece.
—Oye —le zarandeaba por encima de las mantas—. Despierta...
Y lo había logrado, pero no esperó toparse con el abrazo fuerte y necesitado de Jungkook. Parecía haber tenido una pesadilla.
—Buenos días —dejó su cálido aliento en el hombro del otro.
—Buenos días, Jungkook. Parece que no dormiste bien —sintió al menor negar en el hueco de su cuello—. ¿Vas a bañarte?
—No. No quiero nada —musitó.
—No puedes no hacer nada —rió conmovido por lo dócil que resultaba ser su amigo por las mañanas—. Ayer no hiciste mucho —Jungkook calló. No quiso responder—. ¿Quieres que te ayude a bañarte? —el menor levantó su mirada adormilada y le miró— Te encuentro muy... deprimido, y no es bueno. Yo también he pasado por eso y lo mejor es que alguien te dé energías.
—¿Y ese alguien eres tú?
—Siempre —creído le aseguró, sacando por fin una fina sonrisa en la cara larga del chico.
Del armario sacaron ropa y una toalla. Yoongi, ya limpio, dirigió los pasos de Jungkook al baño. Mientras él llenaba la bañera con agua exquisita, Jungkook se encontraba en un dilema al estar detrás de sus espaldas. Se estaba desvistiendo lento debido al insoportable frío que transmitían las baldosas del baño bajo sus talones nudos. Estaba dejando ordenada su ropa en una pila agachado cuando sintió los ojos del otro posarse en sus pálidas posaderas. La bañera estaba lista y Jungkook, colorado hasta las orejas, ignoró su terrible pudor y se levantó, girándose al chico como si la situación no estuviera fuera de sus parámetros.
—Ya. Tengo frío —bisbiseó y se metió moroso a las aguas.
No dijeron nada para el agrado de Jungkook.
El menor se había sumergido completamente bajo las aguas y al sacar su cara para tomar aire, Yoongi se adelantó a echar una generosa cantidad de champú a la cabeza. Un aroma a manzanas y frutos silvestres inundó el baño y los dedos del mayor rascaban las hebras del castaño, quien estaba refregando sus axilas con una esponja.
—Yoongi, ¿por qué me quisiste ayudar a bañarme? —inquirió muy curioso, tratando de no mostrarse mucho.
—No lo sé. Sentí que debía hacerlo sin recibir nada a cambio. Deduje que, sin un empujón de mi parte, no ibas a salir de tu deplorable madriguera —contestó naturalmente con tanta bondad que Jungkook se mordió la lengua. No esperaba aquello de él.
—¿Y me bañarás todos los días? —con ello recibió un golpe— Ay... Ya.
—No saques partido de mi gentileza, mocoso.
—Bueno, bueno —rascó su nuca—. Dime... Yoongi... ¿Cómo fue que...? —trató de formular una pregunta menos puntual, pero algo le falló— Ah...
—¿Vas a cuestionarme otra vez sobre mi vida?
—No, no. Escucha. Quería saber solo... —mordió el interior de su mejilla— ¿Cómo... soportaste nueve meses aquí?
Yoongi se perdió en lo blanco marfil del techo e infló sus pulmones de aire.
—Jungkook, te dije que yo ni siquiera debí haber terminado aquí. No estaba entre mis planes.
—Tampoco entre los míos.
—No, no quise que lo tomarás así. Me refiero a mi; en serio no debí acabar en este techo —enjuagó los cabellos con agua de un balde—. Y si buscas consejos de un negligente, te digo que lo mejor es aceptar que debes salir adelante.
El menor asintió, aún consternado por las palabras que oyó con tanta cavilación.
—Jungkook —le llamó bajito.
—¿Qué pasa?
—Se te está cayendo el pelo —le bajó de las nubes.
Jungkook suspiró, dejando de emitir movimiento alguno. Se giró a encarar a su amigo y vio la pelusa de cabellos en la palma de este.
—La verdad, no me sorprende... —confesó.
Yoongi suspiró devastado.
—Muéstrame tus uñas —dubitativo le obedeció el menor, y Yoongi quedó estático—. Me lo imaginaba. Están moradas —Jungkook ni siquiera se atrevía a verle a los ojos—. Dime, ¿sigues con frío? No me mientas.
—No mucho.
—Ya estás mintiendo —le alzó repentinamente el rostro para terminar con su labor de limpiar la cabeza de su amigo con esmero, cuando lo cierto era que no deseaba que este viera su semblante entristecido y circunspecto—. Te seré sincero: vi tu trasero.
—¡Yoongi!
—Pero es lo de menos —le cortó para seguir—. Te vi de pies a cabeza y lo único que puedo decirte es... que estás hecho mierda —regresó a sobar la quijada de este y lo incitó a mirarle de cerca—. Hoy nos van a pesar, Jungkook.
El castaño se enfrió más.
Se puso de pie dentro de la bañera, importándole muy poco que la vista de Yoongi tuviera que toparse con toda su humanidad resumida en puro hueso. Salió de las aguas castañeteando y se secó presuroso con su toalla.
—Solo quería que lo supieras.
Jungkook le miró con una filosa mirada y se empezó a vestir.
—No me complace para nada.
—Lo sé.
Acababa de arroparse con largas prendas, pantuflas y gorro de lana. Yoongi sacó el tapón de la tina y se aproximó al muchacho. Le tomó de la mano y escrutó su mirar, decorado con violáceas ojeras. Notó lo amarillento que era la piel del chico y no se aguantó a estrecharlo entre sus brazos.
—Jungkook, me preocupas.
Este se encontró con el espejo colgado de la pared empañado y con el abrazo se originó un calor en sus venas, tan agradable como el primer trago a un humeante té. Le devolvió el cariño a su amigo. No quería que todo acabara ahí.
—Perdóname por ser así —se culpó.
—No tienes ninguna culpa, Jungkook. Nadie eligió caer en esto —le peinó y exhaló—. Ahora te secaré lo poco que te queda de cabello y bajaremos a desayunar, ¿sí?
—Aún no estoy calvo.
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