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7

En su cuarto día amaneció a regañadientes. Le habían despertado diciendo que contestara la llamada que le esperaba en el teléfono del centro. Jungkook, entre su somnolencia y su asombro, había abandonado la calidad de sus sábanas y se dirigió a la oficina de medidas, donde Kim Kibum le aguardaba con el teléfono entre las manos. Se lo había tendido con cortesía y le dejó la habitación para él solo.

Bostezó y articuló: —¿Hola...?

Hijo —era su madre—, ¡hola! Buenos días. ¿Dormiste bien? ¿Cómo estás? Cuéntamelo todo —pronunció como si tuviese las mejillas repletas de comida. Jungkook fijó su mirada en la hora del reloj de pared y sonrió, imaginando a su madre comiendo tostadas con mantequilla y una taza de té humeante— ¿Te han tratado bien, mi niño? ¿Haz hecho amigos?

—Ah, mamá. ¡Muchas preguntas! —rió y buscó la silla del escritorio cercano para sentarse a platicar cómodo— Déjame que responda a todas.

Bueno. Escucho —se oyó sorber su taza de té. 

—Dormí bien, creo.

¿Cómo es eso de "creo"? —inquirió explicaciones, empezando a alterarse.

—¡Nada, nada! Es solo que... Ya sabes. No es mi casa ni mi cama; no puedo descansar a gusto. Extraño mis mantas.

Ah... Mi bebé... —se enterneció con sus aclaraciones y se escuchó masticar pan— Cuéntame más.

—Me preguntaste si estoy bien y... —su cabeza inició a indagar por justificaciones, pero no podía fingir a su madre. Ni siquiera sin tenerla de frente— No lo sé, mami.

La mujer suspiró en alto al percatarse del típico "mami" que siempre le regalaba y carraspeó. 

Pasa a las siguientes preguntas. Al final hablaremos de ello, ¿ya? —ella pudo presentir como Jungkook asentía con la cabeza, sin siquiera verlo. Lo conocía muy bien— ¿Te han tratado bien?

—Sí. No te preocupes por eso —se rascó la pantorrilla e intentó evitar otro bostezo—. Aquí son muy responsables.

Me suena bien. ¿Qué tal con tus amigos? Has hecho amigos, ¿no? —elevó un poco su tono— Sería raro que no te hicieras alguno.

—Todos son agradables aquí. Hay alguien: mi compañero de cuarto. Se llama Min Yoongi y somos amigos. Él... —pensó en algo que contarle sobre el chico, tanteando la mesa con la yema de sus dedos— Me da chocolate.

La mujer suspiró y se le salió una carcajada risueña.

¿Cómo se sintió?

Jungkook sabía muy bien a lo que se refería.

—Mamá —entristeció con el recuerdo de aquel manjar derritiéndose en su boca—, se sintió tan bien... Hace años que no comía un chocolate. No me gusta decirlo pero... Creo que lo disfruté —omitió el hecho de que terminó deshechándolo en el patio una noche. Se avergonzó tremendamente. 

No lo crees. Es un hecho, mi niño —alegre prosiguió—. Te felicito, bebé. Estás avanzando lento pero seguro.

—Como tortuga —rió, ahora con sus pies en el asiento y abrazando sus piernas.

No temas avanzar lento, teme no avanzar. ¿Sí?

—Vale —replicó en un susurro al aire, dibujando una ligera curva en sus belfos y acariciando sus propios pies descalzos.

Hijo —hubo un silencio—. Ahora dime: ¿cómo has estado?

Jungkook ya tenía una idea de lo que acontecería. 

—Igual, mami —declaró bajito, asustado de cómo imaginaba el rostro deprimido de la mujer en su mente—. Perdón —sintió sus ojos picar por las inminentes lágrimas.

Cuánto pesas, Jungkook.

Él divagó su mirada por el escritorio y se topó con la negra libreta en donde anotaban las medidas de todos. Había escuchado que le denominaban como el "vademécum" y "el libro oscuro". Recordó como la enfermera anotaba los números que le calificaban como maldito y el momento en el que la balanza le recibió, casi desnudo. 

No podía mentirle a su madre.

—Cu... —cerró la boca y respiró profundo—. Peso cuarenta. 

Hubo otro silencio, peor que el anterior. Jungkook no paraba de morderse el labio y rasguñar la piel de sus pies. 

¿Viste? —empezó a alterarse— ¿Viste, Jungkook? ¿Ves lo que te está pasando? —Jungkook no escuchaba absolutamente nada más que la voz prominente de su madre por la línea, lo que hizo que su corazón se apretara y latiera descontrolado— Hijo, yo no sé qué hice para que cayeras en esto. En serio. Pudiste ser un ladrón o un homosexual; podría haberse arreglado. Te hubiera llevado a la iglesia como antes o a un psicólogo. Antes estabas bien. Pudiste caer en cualquier tentación pero terminaste en esto, igual que tu tía, y esto no tiene salida fácil —su voz era el único ruido en la cabeza de Jungkook—. Puedes morir, ¿sabías eso?

—Mamá... —iba a lloriquear como niño pequeño.

Hijo, entiende: el demonio entró en tu cabecita. Con tu papá estamos tratando de ayudarte. Mira, yo tampoco la estoy pasando bien, tengo depresión. Debemos cuidarnos los unos a los otros. Así que si me llegas con que te drogaste, te está gustando un hombre, estás bebiendo o, peor, bajaste de peso... Vamos a tener que ponernos más serios.

—Mamá... —volvió a sollozar por lo bajo, negando con la cabeza con un puchero decorando su faz.

Jungkook, escúchame y toma consciencia. ¡Estás bajando un kilo cada semana! ¡Antes no era así! Estás empeorando.

—Lo sé, y perdón... —su voz se quebrantó.

Promete que vas a comer, por favor —su voz también sonaba alterada por la pena profunda.

—¡Estoy comiendo...! ¡En serio! —su tono temblaba en cada vocal.

No porque te hayas comido un chocolate mágicamente vas a regresar a tu peso normal y volverás a casa —de pronto su voz se volvía lejana y reemplazada por una masculina: la de su padre.

—¿Mamá?

Soy yo —pronunció el hombre—. Tu mamá...

—Se turbó.

Sí... —suspiró en alto este— Escúchame, Jungkook. Voy a tener que cortar, tu mamá tiene terapia en media hora. Te toca el desayuno, ¿no? 

—Creo —limpió sus lágrimas, preparándose para abandonar la línea y salir de la habitación en cuanto la llamada concluyera.

Por favor, cuídate. Te queremos mucho. Te amamos.

—Yo también...

Nos vemos —cortó.

Dejó el teléfono al lado de la dichosa libreta y caminó fuera de la oficina. Cerró la puerta con tanta debilidad que asemejó no tener ni una pizca de fuerza en sus brazos. Se había quedado plantado en la entrada, pensante y dolorido, hasta que le rozaron el hombro.

—¿Jungkook?

Era Yoongi.

—¿Ya está listo el desayuno?

—Sí... Pero tienes que bañarte.

—No importa —decaído se alejó del muchacho y bajó las escaleras con endeblez, como si sus piernas fueran de hilo. 

La conversación le había clavado una daga en los pulmones y le costaba mantener la respiración serena. Se sentía culpable y llevaba un nudo en la garganta que se extendió más al sentarse en la silla del comedor, sintiéndose observado. Los demás desayunaban como normalmente lo hacían, pero silenciosos. El gato les había comido la lengua. Cuchareaban el cuenco de cereales y Jungkook no pudo ni levantar su mirada del plato. No estaba contando los números en cada gramo de leche, estaba muy cegado por la amargura para hacer eso. No iba a comer, se notaba a leguas.

Jungkook. Come —hablaron por el altavoz.

El menor meneó la cabeza.

No bastó de otro llamado, pues Hyojin arribó a la habitación y se posó a un lado de su silla.

—¿No vas a comer? —Jungkook volvió a negar— ¿Por qué? —suave dudó, pero el chico enmudeció. Estaba cabizbajo. 

Se levantó de su silla y abandonó la mesa.

—¡Jungkook! —clamó preocupada Dahyun.

—Irá al baño —afirmó la mayor—. Parece que necesita desahogarse.

—¿Desahogarse de qué? —volvió a inquietarse la pelinegra— ¿Qué le pasa?

—Parece que habló con su mamá por teléfono hace poco —intentó aclarar la enfermera.

Todos se compadecieron al instante.

●      ●      ●

—No te estás concentrando.

Yoongi le estaba tocando una canción en el piano, pero Jungkook no podía evitar permanecer en blanco.

—Van a llamar al doctor Zhang.

—¿Cómo dices? —se consternó el mayor.

—Van a llamar al doctor Zhang, ¿no?

—¿Por qué preguntas eso? —se empezaba a confundir por el repentino cambio de su amigo.

No respondió, solo se encogió de hombros y empequeñeció en su lugar. Estaba indiferente a todo. Llegada la noche, Yoongi continuó intranquilo y abstraído con Jungkook. Este no había mostrado ni una risa a lo largo del tortuoso día. 

Esa noche, Jungkook no durmió. Se había levantado a recorrer con sus pies congelados la casa, sin motivo alguno. Deprimido no se sentía seguro ni en su consciencia. Hasta estaba seguro que empezaba a alucinar con ruidos por la noche.

—Qué...

Justo había sentido un bullicio no muy lejos de dónde estaba. Nunca había alucinado realmente, era cierto. Estaba seguro de que había alguien rondando por la casa, ya sea dentro o fuera. Estaba consternado con los crujidos de la madera bajo sus pies, y los de alguien más. Por supuesto.

Dispuesto a entrar a la cocina, Kibum le pilló con las manos en la masa.

—¿Jungkook? ¿Qué haces acá? —serio le obligó a hablar, consiguiendo nada de él más que una mirada azarada.

Esa noche le quitaron puntos, avalando sus temores: llamarían al doctor Zhang. 

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