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—Fue la única opción que tuvimos. Nos prometió un lugar donde quedarnos, un trabajo y un sustento —Jungkook aprovechaba de esclarecer la situación a la joven castaña para dejar de pensar en el platillo que tenía enfrente. Lo codiciaba demasiado, y eso era peligroso, porque una vez lo probase sabía que no se detendría. Admiraba a Taehyung comiendo con parsimonia y no entendía como podía manejar tan bien los rieles de su autocontrol. Mas sacudió esos pensamientos de su cabeza por un instante y volvió a dirigirse a la chiquilla, quien llevaba a Huening Kai en sus delgados brazos—. Mira, Ji...

—Jungkook, ¡me parece excelente! —se apresuró a hacer saber su pensamiento, casi atragantándose con los granos de arroz en su boca— Me alivia que hubieran aceptado la oferta de Yoongi. ¡Yo seré feliz a su lado o adonde quiera que vayan!

Aquellas palabras tensaron a los chicos, se miraron por una fracción de segundos y perdieron el acertado dominio de sus latidos.

—Jihyun... —Taehyung tomó el turno— Esto... —le costó mantener sus manos quietas y no resistía la mirada de la menor sobre él por mucho tiempo— No... No puedes venir con nosotros  —la vio congelarse. El asir que le tenía al recién nacido se había vuelto áspero y el pequeño había comenzado a quejarse—. P-Podrás venir de visita si eso quieres, pero... No podrás venir a vivir con nosotros.

Ella cerró los ojos, recordó todas las cosas que habían pasado juntos, cómo fue que llegaron hasta el techo de ese lugar. Imaginó cómo se deshacían del peso que ella significaba para ellos en ese tris de la vida. Cómo se daba cuenta que en donde caben dos, apenas caben tres; ni pensar en cuatro. La manera brutal y sutil con la que la echaban a los leones; de vuelta a casa. De regreso allá, donde era fiable e innegable. Donde sus padres.

Jihyun sentía que el peso que aferraba en sus brazos se caería de pura agitación, así que regresó con brusquedad al arropado niño con Jungkook y se levantó tambaleante de su silla. Y si estaba segura que rompería a llorar horas atrás, ahora era el momento. 

—Jihyun...

—No tienen que explicarme nada. Ya entendí —hizo un esfuerzo sobrenatural para no sonar despedazada—. Solo necesito un celular —pidió aguantándose las próximas incontables lágrimas—, quiero llamar a mi mamá. Volveré a casa tal y como quieren.

—Jihyun... —Taehyung sentía escalofríos y un gran arrepentimiento.

—¡Quiero a mi mamá...! —su puchero fue la gota que colmó al vaso.

—Perdón, Ji. Perdón. Pero estarás más segura con tu familia. No puedes peligrar con nosotros... —Jungkook intentó explicar titubeando al verla romper en un silencioso y mortal llanto— Eres muy joven y mereces un mejor cuidado...

—Ya. Los perdono —hipó y limpió de a poco sus calientes lágrimas—, pero me duelen. Me duelen mucho.

Y no miró atrás cuando salió de ese lugar, de regreso a casa. De regreso al antiguo vaivén de su vida. Donde ni Jungkook ni Taehyung la necesitaban, pero velaban por lo mejor para ella.

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Eran las dos de la madrugada cuando Yoongi les llevó en su auto al departamento que les prometió. El edificio no estaba tan lejos del restaurante y contaba con solo cuatro pisos; el suyo era allá arriba. Se sentía el mismo ambiente de reserva y discreción que en el condominio detrás del Expresso-Esso, pues Yoongi contaba que no residían los propietarios originales en el edificio, y que el truco para apropiarse de uno de los pisos era cambiar el cerrojo lo más pronto posible, para así conseguir llaves propias y la seguridad de que nadie entrara a invadirles. 

—No hay ascensor ni nada de eso. Tienen que subir todas las escaleras.

Taehyung sostenía al bebé en sus brazos mientras miraba a Jungkook con el mismo nerviosismo que este desprendía cuando se les abrió las puertas.

—Este piso cuenta con una grande habitación sobrante que usarán para practicar.

Habían quedado consternados. Yoongi les había mencionado de aquella habitación antes de bajarse del auto. El anterior dueño sabía que el propietario original era una pintora excepcional, que había hecho todo lo posible para vivir a gusto bajo ese techo, pero por causas enigmáticas terminó por suicidarse en este mismo lugar. El edificio entero se había turbado cuando llegó la policía dada esa muerte y debieron migrar.

Era amplio y a cada costado se hallaban dos puertas que dirigían a otros puntos de la casa. Lo extravagante del cuarto era el hecho de ser el primero en ser recibido al abrir la puerta y los colores estrambóticos de las altas ventanas, regalando la vista a las proximidades de la pequeña ciudad, los demás techos ajenos y la vista al cielo inmenso.

Yoongi los dirigió a la puerta izquierda para mostrarles lo que parecía ser una liada cocina. Era pequeña, pero ambos muchachos sabían que todo les acomodaría sin importar qué. El lugar era un suspiro de alivio. Les costaría acostumbrarse a lo abandonada que se ilustraba el hogar, pero valdría la pena, mil y una veces.

Contaban con una pequeña mesa, unos cuantos electrodomésticos viejos, loza en un estado decente, una nevera pequeña y un suelo fácil de barrer. El techo era alto y hacía ver el cuarto más estrecho de lo que se admiraba a simple vista.

—El dueño anterior dejó algunas de sus cosas por aquí.

Los sacó de la cocina y los llevó a la habitación. Era un poco más amplia que la cocina, pero no igual de espaciosa que la habitación vacía de la entrada. Yacía un simple colchón en el suelo, a un costado de la única ventana alta del cuarto, con sábanas desperdigadas y almohadas pálidas. A un lado de la cama había una pequeña mesa y una silla, un montón de libros polvorientos y casi marchitos, un armario algo enclenque y los vidrios descoloridos. En una esquina de la pieza estaba la puerta que daba al baño. No estaban pintadas las paredes, se notaban los ladrillos en su cimentación. La cortina de la ducha era transparente y sosa; parecía solo una decoración. Un solo lavabo, productos de baño en un estante hecho a rejilla, un retrete, y una ventana.

—Esto es todo lo que les puedo ofrecer —les había dicho antes de cerrar la puerta para retirarse—. Si me necesitan, estaré siempre en el restaurante. Y, por favor... —bajó la voz con tremenda aflicción— Cuiden mucho a Huening Kai. Sé que, muy en lo profundo... Yoona hizo una buena decisión —les sonrió apenado y dio un último suspiro luego de ojear el hogar—. Empezarán el miércoles sus prácticas. Enviaré un cerrajero mañana para que les asegure este apartamento —la pareja de muchachos asintió con poco sosiego y devolvieron la sonrisa que recibieron—. Ah, no olviden apagar esa radio —advirtió antes de cerrar la puerta y volver a su automóvil. 

Min Yoongi fue su salvación. Les había dado todo y ellos la nada misma, y se preguntaban cuándo y cómo sería el momento adecuado para recompensarle todo lo que había cumplido.

En la radio resonaba un rasgueo de guitarra y las estrellas centellaban afuera, allá donde el infinito manto azulado. Jungkook tomó en sus brazos al niño y los brazos de Taehyung rodearon los suyos. Se balanceaban al compás de la melodía y los colores en las ventanas reflejaban los rayos de los astros. Juntaban sus frentes para sentir el hálito del otro y se observaron, a lo profundo y al más allá de sus ojos.

—Jungkook... —pronuncia su nombre bajo las luces del llano oscurecer—. No llorarás si yo no lloro contigo.

—Taehyung —repite—, no sufrirás si yo no sufro contigo...

—Te besaré si tú me besas —prometían repentinamente, otra vez.

—Te tocaré si tú me tocas —Jungkook buscó la mano de Taehyung.

—No desaparecerás si yo no desaparezco contigo.

—Prometo.

Taehyung sonríe como Jungkook.

—Prometo.

Y bailan. Bailan hasta el ocaso.

Habían caído dormidos en la cama, abrazados al bebé entremedio de sus cuerpos. Jungkook había llorado en silencio todo el tiempo bajo las delgadas sábanas, buscaba el calor de las manos de Taehyung y respiraba el olor de los cabellos finos del enjuto niño. Volvía a recordar las palabras de Im Yoona, su última mirada, y el toque que le dio en sus cabellos para tranquilizarla. Y ahí se dio cuenta que, entre madre e hijo, compartían el mismo sedoso cortinaje de hebras en su cabeza. Y lloró al percibirlo.

Cuando los dos se habían perdido en un sueño, Taehyung atendió otro dilema a la mañana.

Bajaba por las escaleras con lentitud y refregaba los rastros de lágrimas en sus mejillas. Salió por la puerta principal del edificio y vio que nadie amanecía aún. Se encaminó al espacio que separaba a cada edificio, lúgubre. Se acercó a lo que parecía ser un grande tacho de basura y lo estudió con detenimiento. Al fondo de ella solo había un peluche deshilachado y le recordó a Kim Dahyun. Rememoró todo lo que vivió bajo el techo del centro de Zhang y cerró los ojos, respiró profundo, se abrazó a sí mismo y llevó sus dedos al fondo de su garganta para incitarse a vomitar.

Las cosas no habían cambiado mucho para Kim Taehyung. Justo y reservado; así fue él, sin caer en sospecha de nadie.

Mientras uno fue un escrupuloso analítico, el otro era un falaz caótico.

En este mundo se encuentran dos tipos de personas: las que matan al demonio y las que mueren por él.

Tú las conoces.

FIN


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