40
—Jungkook.
El muchacho se sentía colorado cada vez que estaba cerca del pecoso. Recordaba como sus labios chocaron mundos el día de ayer. No quería pensar en otra cosa más que en el sabor de su boca y su respiración apaciguada. De haber sabido que eso acontecería, aún se hallaría sin palabras. De pronto rememoraba las palabras de su madre y dibujaba en su mente la cara de disgusto en ella, mas ansiaba poder evitarla. Jungkook se saciaba en su nirvana y anhelaba la tranquilidad. Quería gozar de la arrebatada pasión mientras perdurara, y nadie ni nada se interpondría en su abismo. Jungkook solo quería ser feliz sin que la palabra del Dios le mortificara.
—Jungkook.
—¿Ah? —su ensimismamiento se fugó.
—¿En qué piensas?
Jungkook miraba a Taehyung acostado a su lado y detallaba con sus orbes el brillo de las estrellas que recaía en la cálida piel del chiquillo.
—En algo.
—¿En algo qué? —acercó su rostro.
Jungkook sonrió.
—En ti.
Era de madrugada y ambos velaban. Jungkook se había escabullido a la habitación de Taehyung mientras se desvestía. Aprovechó de rozar los lunares en la espalda desnuda de él y cada peca en el puente de su nariz. Había arrullado sus mejillas y Taehyung apreció el gesto, cerrando sus ojos y dejando sus pestañas reposar. Se habían abrazado antes que el mismo Taehyung le pidiera a Jungkook quedarse esa noche en su cuarto.
—¿Tienes frío? —le susurró.
—No.
La corta respuesta no le fue suficiente a Taehyung y rozó narices. La del castaño estaba helada. Con sus pies acarició los otros y estos estaban congelados. La punta de los dedos en sus manos eran gélidos y sus uñas violáceas.
—Me mientes.
—Sí.
Taehyung rodó los ojos y besó su frente.
—¿Por qué no vamos a darnos un baño caliente? ¿Te parece?
Jungkook merodeó en sus pensares y terminó por aceptar.
Quitaron las mantas que cobijaban sus cuerpos y se levantaron. Se colocaron pantuflas y unas toallas llevaron consigo. Salieron silenciosos de la habitación, intentando de todas las formas que la puerta de madera no rechinara y que la madera bajo sus pies no crujiera. Se encaminaron sigilosos al baño y se sonrieron cómplices al arribar sin sospechas.
—¿Ducha tórrida?
—Para quitarte el frío —aseguró Kim.
Juntos se desvistieron hasta quedar nudos. Se observaron tímidos y contemplaron sus faltas de ropas. Estaban temblando por el frío de las cuatro paredes. Se acercaron hasta entrelazar los dedos de sus manos y se adentraron a la ducha. El agua tibia les cayó como laureles por sus humanidades. Suspiraron complacidos. Se miraron el uno al otro y se abrazaron, sintiendo sus cuerpos.
Kim Taehyung aprovechó esa estrechez y con sus ávidas manos recorrió sus despojos; los huesos que se colaban por la piel de su espalda, sus reveladoras costillas como cordaje de guitarra, sus sobresalientes caderas, y casi todo su armazón.
Jungkook se condensaba ante él.
—Tae...
—¿Hm?
—Creo que he llegado a la conclusión de que no vale la pena vivir para ser un saco de huesos.
Taehyung alzó una ceja.
—¿Entonces ya no quieres vivir? —bromista preguntó, recibiendo un ligero golpe en el hombro— Bueno, perdón. En ese caso... —comenzó a divagar en su cabeza— Luchemos, Jungkook. Luchemos por salir adelante.
—Oh —hinchó su drama—. Eso es algo difícil.
—Ay, ¡vamos! Solo debemos poner unos kilos más en nuestros cuerpos —tomó al castaño de los hombros y le sacudió con aliento, pero la risa en la boca de Taehyung se fue desvaneciendo una vez que una duda le pasó por la mente—. Jungkook... —él ya no le estaba mirando. Él enmudeció y el pecoso le alzó la mandíbula—. Óyeme —se observaron—. Jungkook... ¿Cuánto pesas?
Jungkook suspiró. Suspiró profundo antes de dignarse a contestar honesto.
—Cuarenta.
Taehyung se aparta aturdido y no pudo creer lo que escuchó. Simplemente no pudo.
Jungkook empezaba a llorar.
—No, no, no, no, no —se alarmó con las lágrimas en sus mejillas—. ¿Por qué lloras? No llores... ¿Por qué estás llorando? —le arrulló la cara.
—Porque arruiné todo —explicó—. Estaré hospitalizado una vez que tú salgas de aquí, Tae. ¿Me ves?
—No, Kookie —no resistió y le abrazó con amor, preocupado—. Escucha: yo te prometí que saldríamos juntos de aquí. Juntos —recalcó—. Y esa promesa sigue en pie. No creas que no estoy dispuesto a ayudarte, ¿me escuchaste? —sintió en su cuello como el otro asentía— Bien...
No dejaron de abrazarse bajo esa lluvia. Se apegaron más de lo que era prudente, rozando lo íntimo y bailaron un vals bajo ese dulce rocío. Se sintieron bien. Se miraron y resquebrajaron la cordura con sus besos.
Los de Taehyung se fueron a los hombros del castaño y este besó sus manos. Besaron sus pestañas, sus cejas y sus frentes. Se acariciaron las empapadas hebras y se colaron las cosquillas en sus orejas. Sus rostros eran ahora un aterciopelado rojo gules, y se degustaron con mimos hasta el amanecer, sin importarles las arrugas en las yemas de sus dedos ni el paso de los minutos.
● ● ●
Jungkook se sentó al lado de Taehyung en el desayuno. Hoy habían cereales y Jungkook se decidió por desafiar a sus miedos, por lo que, luego del primer cuenco de cereales con leche de almendras, pidió un segundo. Otra porción.
Todos en la mesa del comedor se quedaron boquiabiertos y Jaejoong aplaudió a Jungkook. Todos le estaban animando, y Jeon no pudo sentirse más dichoso de encontrarse allí ese segundo.
—¡Hasta el fondo! ¡Hasta el fondo! ¡Hasta el fondo!
Jungkook terminó por sonrojarse.
—Tú puedes, Kookie —Taehyung le sobó la espalda y le sonrió cálido, haciendo el corazón de Jungkook palpitar.
Pero Dahyun no estaba siendo parte de esos ánimos... Estaba derrumbándose por dentro al verlos comer.
No aguantó.
—Paren... —no le percibieron— ¡PAREN! —pero sí la escucharon perfectamente ahora. La pelinegra se había parado de la silla con tembleques— ¡Ya no resisto! ¡No puedo verlos comer! ¡No puedo comer! ¡Ya odio la comida! ¡La odio... pero la amo...! ¡¿Por qué?! —tomó entre sus uñas su cabeza— ¡¿Por qué repudio algo que amo tanto?! —se originó el llanto por sus ojos— A mí me gustaba el cereal, ¿saben? Me gustaba el pan recién salido del horno, la comida de mamá, el chocolate en pascuas, y los dulces en celebraciones. ¡Y ahora no puedo disfrutar ninguna cena navideña sin alterarme por la idea de cenar! No puedo seguir una simple receta sin contar cada caloría, grasa o carbohidrato en los ingredientes —se limpió el rastro de lágrimas e hipó—. No puedo dejar de contar y ese es mi problema —su respiración se tornó irregular—. Nunca me recuperaré para disfrutar una copa de champán en mi graduación, para comer pastel en mi cumpleaños, para probar la pasta de papá o compartir bombones en San Valentín... —miró a todos antes de decir— Ya no quiero seguir. Estoy cansada —se notaba en sus profundas ojeras—. Solo quiero dormir por siempre en mi cama... Yo...
Cayó al suelo.
—¡DAHYUN!
Los enfermeros llegaron deprisa y muy aterrados al ver a la chica arrastrándose hacia Jaejoong.
—¡DAHYUN...!
El rubio le miraba desconcertado, casi fuera de sí, y se congelaba ante la mirada que la menor le daba. No decía ni una palabra, pero con sus ojos le dijo todo, y Jaejoong sollozó.
Los paramédicos habían llamado a la ambulancia con anticipación y ya se oían las sirenas. Corrieron a la chica, alejándola del muchacho que se retorcía en el suelo por su pena.
—¡DAHYUN! ¡RESPIRA!
Pero la chica observaba al cielo. Buscaba una esperanza en el pálido techo, y dejó de respirar.
Hubo un silencio.
No quisieron aceptarlo.
—Nueve con treinta de la mañana. Diez de Junio —Kibum susurró a Hyojin—. Su corazón rebasó.
Dahyun dejó de palpitar esa mañana.
● ● ●
No muchos pudieron dormir esa noche. La presencia de la chica aún se sentía muy cerca a pesar de ya no estar en esta vida. Se transformó en un trauma. La depresión merodeaba por la casa, y no había remedio alguno para los afligidos.
De pronto se habían escuchado golpes en una puerta y todos rebuscaron la manera de salir de sus cuartos a averiguar qué ocurría.
—Abre la puerta, por favor —Hyojin pedía acompañada de Kibum—. ¿Por qué le has echado cerrojo? Abre ya, cariño. Ya es de mañana.
—Apártate —pidió el adulto a la mujer y luego de varias patadas a la puerta, esta se abrió.
El aire desapareció.
—Dios mío... No...
El cuerpo muerto de Jaejoong yacía desamparado en el suelo, junto a unos frascos con píldoras desperdigadas y una diminuta navaja ensangrentada.
Todos recordaron lo que un día el chico prometió a Kim Dahyun.
"Sabes que yo no me iré a menos que tú te vayas."
No quisieron creer.
"Eres un tonto."
"Uno que te quiere."
Y sí. Se habían querido hasta el final de sus días, y lucharon hasta desgastarse.
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